PARA EL CAMINO

  • Así es como funcionan las cosas

  • enero 11, 2009
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Marcos 1:4-5
    Marcos 1, Sermons: 12

  • Vivimos en una época en que nada es malo o pecaminoso en sí mismo. Es cierto que todos tenemos algún problema, o dificultad, o excentricidad, pero a la mayoría de nosotros nos cuesta admitir cuando hemos cometido un error.

  • En la década de los 60, un matrimonio mayor de Escocia que nunca había viajado en avión, decidió visitar a su hijo que vivía en la ciudad de Nueva York. Lo que más los animó a hacerlo fue el hecho que su hijo tenía tres niños que ellos aún no conocían. Así es que se decidieron, y compraron los boletos. Llegó el día del tan esperado viaje, subieron al avión, y todo iba marchando sin problemas hasta que la voz del piloto anunció: «Señoras y señores, debo comunicarles que una de las cuatro turbinas ha dejado de funcionar, pero les aseguro que no hay motivo para preocuparse. Este avión puede llevarnos a Nueva York con tres turbinas sin ningún problema. El mayor inconveniente que tendremos es que llegaremos a nuestro destino con una hora de atraso, por lo que les sugiero que descansen y disfruten del vuelo.»

    Media hora más tarde se volvió a escuchar la voz del capitán anunciando: «Lamento molestarlos, pero debo comunicarles que hemos perdido la segunda de nuestras turbinas. Vuelvo a asegurarles que el aterrizaje en Nueva York será normal y completamente seguro. Lamentablemente, llegaremos dos horas y media más tarde. Pueden quedarse tranquilos, y disfrutar el resto del vuelo». Fue en ese momento que la señora de nuestra historia lo miró a su esposo y le dijo: «Si seguimos así y la tercer turbina falla, nos va a llevar días llegar hasta Nueva York».

    No puedo afirmar que esa historia haya sido cierta. Pero sí fue la que me contó un policía caminero de Dallas, acerca de una señora cuyo auto se le descompuso cuando iba por una autopista. Era la hora de mayor tráfico y ella iba por el carril del medio, cuando de pronto el auto simplemente se le detuvo. La pobre mujer se sintió aterrorizada. Los automóviles se le pasaban por todos lados a alta velocidad, y algunos conductores hasta le gritaban insultos. Finalmente llegó la policía, paró el tráfico, y movió el auto al costado de la autopista.

    El oficial levantó el capó para ver si había algún cable suelto, pero no encontró nada. Revisó el auto por fuera, pero todo se veía bien. Finalmente le pidió a la señora que le dejara sentarse en el lugar del conductor. Una vez allí giró la llave. La batería tenía carga y el arrancador funcionaba, pero el motor no arrancaba. En ese momento el oficial descubrió la causa del problema: se había quedado sin gasolina. La señora estaba tan enfadada consigo misma, que le preguntó al oficial: «¿Le hará mal al auto si lo manejo así hasta mi casa?» Haciendo esfuerzos para no reír, el oficial le contestó: «Señora, no es así como funcionan las cosas».

    Antes que usted diga «cómo alguien puede ser tan tonto», quiero decirle que hay muchas personas, personas como usted y como yo, que son tanto o más tontas que esa señora. Quizás no pensemos que un avión sin turbinas pueda volar, y no creamos que un auto sin gasolina pueda andar… pero un gran porcentaje de la raza humana tiene sus momentos de tontería espiritual. He conocido personas que, cuando se trata de la salvación, creen cosas realmente tontas. ¿Qué cosas?

    Por ejemplo, piensan que todas las religiones son lo mismo, y que todos los dioses son iguales. Sin embargo, las deidades no son idénticas y las divinidades no son intercambiables. Si le cuesta creerme, pregúntele a un líder del Islam, del budismo, del hinduismo, o de cualquier otra religión mayor, si el dios que ellos adoran es el mismo que el Dios cristiano. Pregúntele si ambas divinidades tienen los mismos atributos, las mismas actitudes, y las mismas acciones para con la humanidad. Si esos líderes saben lo que sus religiones enseñan, y si son honestos en sus respuestas, le dirán sin vacilar: «No, el Dios de los cristianos no es el mismo dios que nosotros adoramos.»

    También están quienes creen que, si uno cree con sinceridad, cualquier camino espiritual le va a llevar al cielo. Pero las cosas no funcionan así. No sólo los caminos al cielo no son iguales, sino que las descripciones de lo que uno va a encontrar cuando llegue (y si llega) al paraíso, ni siquiera son parecidas. Por ejemplo: los cristianos creemos que la única forma de llegar al cielo es a través de la fe que nos da el Espíritu Santo en la vida perfecta que Jesús vivió, en la muerte sacrificial que murió, y en la resurrección que ganó para que todas las personas puedan recibir la vida eterna. Toda otra fe dice que cada persona tiene que hacer algo para poder llegar al cielo. Algunas religiones dicen: «Si no haces las cosas bien, deberás seguir viniendo y tratando hasta que lo logres». Otras sostienen que uno debe esforzarse y trabajar al máximo, y hasta hacer sacrificios, pero no garantizan ni prometen que con eso se logre entrar en el cielo. Esas religiones creen que su dios va a ser lo que quiera, ya que nunca les ha prometido ser justo o benevolente. Más aún, esos dioses jamás se han comprometido a llevar a alguien a la gloria eterna.

    Si en algún momento usted ha pensado, o si todavía cree que todas las religiones son iguales, le invito a que lo reconsidere. El cristianismo es la única religión que sostiene la poderosa, positiva, e innegable verdad: «Cree en el Señor Jesús; así tú y tu familia serán salvos» (Hechos 16:31). Más allá de lo que usted haya hecho en el pasado y de los errores que haya cometido, la fe en Jesucristo como Señor y Salvador le ofrece perdón total de sus pecados, y le promete y asegura la salvación. Hace veinte siglos, cuando la multitud le preguntó a Pedro qué debían hacer para ser salvos, sin vacilar Pedro respondió: «Arrepiéntanse y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo. La promesa es para ustedes, para sus hijos y para todos los extranjeros, es decir, para todos aquellos a quienes el Señor nuestro Dios quiera llamar» (Hechos 2:38-39). Así es como funcionan las cosas.

    Pero no a todos les gusta escuchar esas palabras. El problema no es si uno quiere ir al cielo o no. La mayoría de las personas admiten que les gustaría pasar la eternidad en un lugar donde no existiera la tristeza, la enfermedad, las lágrimas, los problemas, o el temor. Aún los incrédulos, cuando se les da a elegir entre el fuego y las llamas y un lugar lleno de paz, eligen el cielo. El mayor problema de tener fe en Jesús es la parte del arrepentimiento.

    Vivimos en una época en que nada es malo o pecaminoso en sí mismo. Es cierto que todos tenemos algún problema, o dificultad, o excentricidad, pero a la mayoría de las personas les cuesta admitir que han cometido un error.

    En 1980 la ciudad de Nueva York estaba pasando por una crisis financiera. Bajo el gobierno del entonces intendente Ed Koch, la ciudad había invertido una gran cantidad de dinero en la construcción de sendas para ciclistas en las calles de Manhattan. Lamentablemente, poco a poco los automóviles comenzaron a circular por esas sendas, y los peatones a caminar por ellas, por lo que el propósito original con el que fueron creadas desapareció.

    Con semejante error sobre sus hombros y ante la proximidad de las elecciones, los periodistas pensaron que tenían motivo más que suficiente para humillar al Intendente. En un programa de noticias de 30 minutos que tenía por invitado al Intendente, un periodista le preguntó: «Señor Intendente, sabiendo de las dificultades económicas por las que está pasando la ciudad de Nueva York, ¿cómo puede justificar haber derrochado trescientos mil dólares en sendas para ciclistas?» El Intendente respondió: «Fue una idea pésima. Pensé que iba a dar resultado, pero no fue así. Fue uno de los peores errores que he cometido en mi vida.»

    Los periodistas no supieron qué decir. Habían estado seguros de que el Intendente iba a dar excusas, a echarle la culpa a otros, en fin, a hacer cualquier cosa… menos admitir que había cometido un error. Otro periodista siguió insistiendo: «Pero Señor Intendente, ¿cómo pudo hacer algo así?» «Ya se lo dije», respondió. «Fue una idea tonta, y no dio resultado.»

    Teniendo aún 26 minutos y medio de programa, los periodistas no tuvieron más remedio que dejar ese tema, y pasar a otros menos interesantes.

    La mayoría de nosotros no admitimos nuestros errores. La mayoría de nosotros, al igual que Adán y Eva, tratamos de cubrir nuestros pecados con algún tipo de hoja de higuera. La mayoría de nosotros preferimos mentir para ocultar las cosas que hemos hecho mal.
    La mayoría de nosotros nos rehusamos a admitir que somos pecadores. Y si hemos hecho algo que no ha estado del todo bien, seguramente teníamos una razón para hacerlo. Quizás nuestros padres no nos criaron bien, o no fueron justos con nosotros. O quizás la vida nos ha tratado mal, o los demás no nos comprenden, o se burlan de nosotros, o estamos cansados de que nunca se nos reconozca.

    Todos tenemos nuestras razones para hacer lo que hacemos. Vivimos en una época en la que nadie se cree pecador. Podremos ser imperfectos, pensamos, pero nunca pecadores malos. Pecadores malos fueron Hitler, o Atila, o cualquiera de los cientos de gobernantes que alguna vez comenzaron guerras y mataron a millares. Pero nosotros no somos así.
    Y es cierto. Si bien cometemos algunos errores, no vendemos drogas a los niños ni somos responsables de la pornografía que inunda el Internet. Es cierto que no somos perfectos, pero no andamos enlistando a jóvenes para que se conviertan en bombas humanas, ni robamos a los pobres o pateamos a los animales. Es cierto que en el mundo hay personas muy malas, pero nosotros no lo somos. Cuando Dios nos mira y nos compara con otros, somos bastante buenos. Somos la clase de personas que Dios debería estar contento de tener en el cielo.

    Pero así no es como funcionan las cosas. Jesucristo vino al mundo a buscar y a salvar pecadores. Jesús nació para ocupar el lugar de los pecadores. Jesús vivió su vida evitando los pecados que los pecadores cometemos, y murió para pagar la deuda que los pecadores habíamos acumulado. Si usted se niega a admitir que es pecador, Jesús no puede hacer mucho por usted. Cuando usted se niega a admitir su pecado y sigue pensando que está bien así como está, en realidad le está volviendo la espalda a la salvación que Jesús ganó para usted.

    Sé que en esta época en que vivimos nos resulta natural no querer admitir que hemos hecho cosas que no debíamos haber hecho. Eso no es nada nuevo. La Escritura nos dice que el tratar de cubrir nuestros errores y pretender ser inocentes es un rasgo humano. Es por eso que, si lee el Antiguo Testamento, verá que uno tras otro, los profetas llaman a las personas a que reconozcan su pecado y así puedan recibir el perdón de su amoroso Dios. En forma repetitiva la palabra ARREPIÉNTANSE resuena a través de los siglos. Moisés, Isaías, Jeremías, Ezequiel, todos los grandes personajes de la Biblia exhortan al pueblo de Dios a que se arrepientan.

    Cuando Juan el Bautista entró en escena, recibió el encargo de preparar los corazones de las personas para recibir al Salvador. Gente de toda Judea y de Jerusalén fue a escuchar el llamado al arrepentimiento de Juan el Bautista. Y, asombrosamente, muchos de ellos oyeron y confesaron sus pecados. Así es como funcionan las cosas. Cuando nos arrepentimos ante el Señor, entonces sigue la gracia de Dios. Los cristianos sabemos que: «Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad» (1 Juan 1:9).

    Habrá quienes digan: «Jesús me tiene que aceptar así como soy. No tengo por qué cambiar. Él aceptó a las personas así como eran: al cobrador de impuestos, a la prostituta, al ladrón, así que a mí también me tiene que aceptar». Y es cierto… hasta cierto punto. No cabe duda que Jesús recibió y aceptó a quienes estaban enfermos con pecado. Los recibió, pero no los dejó así como estaban. Escuchemos lo que dice el Evangelio de Marcos en el capítulo 1 versículos 14 y 15: «Después de que encarcelaron a Juan, Jesús se fue a Galilea a anunciar las buenas nuevas de Dios. «Se ha cumplido el tiempo», decía. «El reino de Dios está cerca. ¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas!»

    Cuando Jesús envió a sus discípulos, les dio poder y un mensaje para compartir. Esto es lo que la Biblia dice: «Los doce salieron y exhortaban a la gente a que se arrepintiera» (Marcos 6:12). Cuando los fariseos criticaron a Cristo por juntarse con pecadores, Jesús dijo: «No son los sanos los que necesitan médico sino los enfermos. No he venido a llamar a justos sino a pecadores para que se arrepientan» (Lucas 5:31-32).

    Así que… ¿es usted uno de esos pecadores que necesita arrepentirse? ¿Necesita usted al Salvador? Por supuesto que sí. Usted lo necesita tanto como yo. Fíjese en su corazón; mire su vida. ¿Qué ve? ¿Honestidad? ¿Sinceridad? Si yo pudiera tomar los pensamientos malos que usted ha tenido, las cosas negativas que ha dicho, y los errores que ha cometido en las últimas 24 horas, y las escribiera en un lugar donde los demás pudieran verlas… ¿cómo reaccionarían las personas que las leyeran? ¿Se enojarían? ¿Sentirían repulsión, disgusto, odio? Sabemos que nunca voy a poder hacer algo así. Pero con mucho gusto lo haría si con ello le evitara la tragedia que va a pasar en el día del juicio cuando se encuentre con el Señor sin haberse arrepentido y sin haber sido salvado. Lo más probable es que el Señor no le haga pasar vergüenza en esta vida haciendo públicos sus pecados, pero va a llegar el día en que él le va a juzgar. En ese día, todas las cosas que usted ha hecho mal serán dadas a conocer, y quienes pensaron que eran demasiado buenos y no necesitaban un Salvador, se van a dar cuenta de cuán equivocados estaban.

    Ésa es la razón por la cual el Señor le invita a arrepentirse. Arrepiéntase de sus pecados, confíe en Jesús como su Salvador, y sea salvo. Jesús quiere perdonarle. Gracias a él, y por él, todos los que son llevados al arrepentimiento y a la fe reciben el perdón de todos sus pecados. Eso es lo que el apóstol Pablo le dijo a la iglesia en Roma: «Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte» (Romanos 8:1-2). Así es como funcionan las cosas.

    El pecado, la oscuridad de su corazón y de su mente, lo que tanto se esfuerza por mantener oculto, lo que le quita el sueño y le hace un nudo en el estómago, todo eso puede desaparecer con arrepentimiento y fe en el sufrimiento, sacrificio, y resurrección de Jesús. Su Salvador se dio a sí mismo para que usted pueda ser liberado de su pecado. No pretenda hacer como que ninguno de los dos son importantes, porque los dos lo son. El pecado y el Salvador van juntos. Así es como funcionan las cosas. Amén.