PARA EL CAMINO

  • Una buena razón para morir

  • marzo 8, 2009
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Romanos 5:7-8
    Romanos 5, Sermons: 2

  • Los pueblos y generaciones se jactan de sus héroes, de esas personas que se dieron a sí mismas por causas nobles. Pero Jesucristo es único. Jesucristo murió y resucitó por los pecadores.

  • En el idioma español usamos expresiones que varían según la cultura de cada país. Así, si uno va a España, va a escuchar ciertas expresiones a las que no está acostumbrado a escuchar en Méjico o en Puerto Rico, y viceversa.

    Pero también hay otras expresiones que son comunes a la mayoría de las personas que hablan español. Expresiones que decimos con tanta frecuencia, o estamos tan acostumbrados a escucharlas, que ya ni nos damos cuenta de lo que en realidad están diciendo. Por ejemplo, ¿qué mujer no ha dicho alguna vez, «me ‘muero’ por comer chocolate»? O, ¿a qué joven no se le ha escuchado decir alguna vez «mataría por tomar una Coca»?

    «Mataría por tomar una Coca»…

    ¿Por qué cosas sería usted capaz de matar? La mayoría de ustedes estarán pensando que no matarían por nada del mundo, ya que ni se les cruza por la mente la idea de matar. Aún así, cada día los noticieros nos hablan de personas que sin ningún despecho o reserva cometen asesinatos. En el Medio Oriente hay hombres, mujeres, y hasta niños, que se suicidan a sí mismos al cubrirse de bombas que hacen estallar en lugares públicos, matando a personas inocentes que sólo pasaban por allí camino al trabajo o a la escuela… En este país varias veces ya ha sucedido que algún estudiante va armado a su escuela o universidad, y abre fuego contra sus propios compañeros y maestros, quitándose luego su propia vida… En ciertas ciudades de nuestros países es común que una persona inocente sea asesinada sólo por encontrarse en medio de un tiroteo entre dos pandillas o traficantes de drogas.

    No hay dudas de que hay personas que están dispuestas a matar. Pero, ¿por qué? Algunas matan por seguir o defender una causa; otras, porque están comprometidas con algo; y otras, porque que sienten placer al hacerlo.

    En la Biblia también encontramos personas así. En el Génesis, el primer libro de la Biblia, encontramos la historia de Adán y Eva, nuestros primeros antepasados. Dios los había creado inocentes, puros, y perfectos en todo sentido. Para que tuvieran algo en qué ocupar su tiempo, Dios les había dicho las cosas que debían hacer. Debían cuidar del jardín perfecto y sin malezas que él había creado. Debían amarse como esposo y esposa. Debían hablar con su Creador, quien les había dado todo lo que tenían, y debían alabarlo porque les había prometido que sus bendiciones nunca dejarían de ser.

    Pero la felicidad de la humanidad era una ofensa que Satanás no podía soportar. La perfecta felicidad de los hijos de Dios significaba la perfecta miseria del diablo. Y a la miseria le gusta tener compañía. Es por eso que, impulsado por su odio y acosado por su propósito de destruir todo lo que era bueno y correcto, Satanás se dispuso a destruir a los hijos perfectos de Dios. No nos olvidemos que el diablo hizo lo que hizo porque le causa placer poder hacer algo verdaderamente diabólico.

    La narración bíblica sigue diciéndonos cómo, hace cientos de siglos, y en un mundo muy diferente al que conocemos hoy, el diablo comenzó a tentar a los hijos de Dios, y a cuestionar la autoridad del Señor. Con mucha astucia plantó en Adán y Eva las semillas de la duda y la desconfianza, y con gran satisfacción vio cómo caían en la trampa. Ese día, cuando nuestros antepasados desobedecieron a su Creador, el pecado entró y se extendió por el mundo, llenándolo de destrucción, muerte, y condenación. Y, junto con la desobediencia de la humanidad, vino el castigo del que Dios ya les había advertido: «si pecan, morirán».

    Y así fue: Adán y Eva comieron de la fruta prohibida. Después de hacerlo, el Dios perfecto miró con tristeza a sus hijos desobedientes, sabiendo que debía cumplir con su palabra. En su justicia, con todo derecho condenó la desobediencia del hombre y de la mujer con la muerte. Muerte temporal en este mundo, y muerte eterna en la compañía del diablo, cuyo consejo habían preferido y aceptado.

    Y así fue. Adán y Eva fueron expulsados del Jardín que Dios les había dado, y enviados a un mundo lleno de dolor y problemas, de oscuridad y depresión, de violencia y maldad; un mundo sin esperanza.

    Pero ahí no termina la historia, porque cuando Dios vio a sus hijos infectados con la pestilencia del pecado y la plaga de la condenación… tuvo compasión. Es cierto que su justicia decía «están recibiendo lo que merecen». Pero su amor y su compasión lo movieron a hacer algo más. Es que el amor, la compasión, y una bondad sin límites, es lo que separa al Dios de los cristianos de todos los dioses que puedan tener las otras religiones del mundo. El Dios Trino, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, además de ser justo, también es un Dios de gracia y de amor.

    Quizás muchos de ustedes piensan que todas las religiones dan lo mismo, y que no importa tanto en qué creemos. Si usted piensa así, déjeme decirle lo siguiente: está equivocado. Si le cuesta creer lo que le digo, si está pensando que lo que estoy diciendo no es tan así, por favor siga escuchando. Lo que está en juego es su destino eterno en el cielo o en el infierno, dependiendo de su respuesta. Por eso es que le pido que escuche cómo sigue la historia…

    Agonizando por la condición humana, y sabiendo que una tras otra todas las generaciones terminarían en el infierno, Dios nos prometió a usted y a mí: «Voy a enviar a alguien que tome tu lugar. Voy a enviar a alguien que viva una vida perfecta; alguien que resista a Satanás; alguien que muera la muerte que tú mereces».

    Al comienzo de este pasaje le pregunté: ¿por qué cosa sería usted capaz de matar? Después hablamos de que el diablo mata por una causa, un compromiso, o por el placer de matar. También hicimos referencia a la expresión «me muero por comer un chocolate». Ahora le pregunto, ¿por quién sería ‘usted’ capaz de morir?

    En el capítulo 5 de su carta a los Romanos, el apóstol Pablo nos da la respuesta de Dios a la necesidad de la humanidad: «Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.» Esa es la verdad que les dio esperanza a Adán y Eva cuando fueron expulsados del Jardín del Edén. Esa fue la esperanza que tuvo Moisés, el líder del pueblo de Dios, cuando murió en el desierto sin poder entrar en la tierra que Dios le había prometido por no haberle creído. Esa fue la paz que consoló a Esteban, el primer mártir de la iglesia cristiana, cuando confrontó la muerte. Dios nos muestra su amor en esto: Jesucristo murió por los pecadores.

    Es mi oración que el Señor de la vida le ayude a ver que él inspiró a los autores de la Biblia para que pintaran con colores vívidos las mejores y las peores experiencias de los seres humanos. Y lo hizo para que usted y yo, con corazón arrepentido, veamos cuánto necesitamos el regalo de salvación de su Hijo. Que el Señor de la vida le ayude a comprender que esas historias, que parecen tan lejanas en el tiempo, son también sus historias y las mías. Porque nosotros somos iguales que esos personajes de la Biblia. Al igual que ellos somos pecadores, al igual que ellos estamos perdidos, y al igual que ellos necesitamos un Salvador. Eso es lo que Pablo estaba tratando de decir: «Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.»

    ¿Se da cuenta de lo que eso realmente significa? Significa que Dios sacrificó a su propio Hijo por usted y por mí. ¿Sería usted capaz de dejar que su hijo muriera para salvar a un mosquito o una hormiga? Es claro que no. Y sin embargo, eso es exactamente lo que Dios hizo. Y ni siquiera esa comparación es suficiente, porque la diferencia entre nosotros y un mosquito es mucho menor que la que nos separa a nosotros del Hijo inocente de Dios.
    Pero a pesar de esa diferencia abismal que nos separa, Jesucristo nació en Belén. Verdadero hombre, para poder ocupar nuestro lugar, recibir nuestro castigo, y morir nuestra muerte. Verdadero Dios, para poder resistir al diablo, cumplir la Ley de Dios, y vencer la muerte. Dios mostró su amor hacia nosotros en que, a pesar de que éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.

    En Suiza no sólo recuerdan sino que además cuentan con orgullo, cómo uno de sus soldados sacrificó su vida al ofrecerse como blanco a las flechas del ejército austriaco, permitiendo así que su escuadrón pasara las líneas enemigas y ganara una batalla. Los indios Cheyennes todavía hoy cuentan la historia del soldado de 15 años llamado «Pequeño Halcón». El 11 de julio de 1869, en el territorio de Colorado, su villa fue atacada. Pequeño Halcón podría haber escapado, pero en vez de salvarse a sí mismo, ayudó a escapar a las mujeres y los niños. Recordando su muerte, alguien dijo: «renunció a su propia vida por su Pueblo, como debe hacerlo un hombre valiente». El 4 de diciembre del 2006, una granada cayó en el vehículo de guerra desde el que el soldado McGinnis disparaba una ametralladora. Bien podría haber saltado fuera del vehículo. Pero en vez de hacerlo, cubrió la granada con su espalda para sofocar la explosión. Sus padres recibieron, de parte del Presidente de los Estados Unidos, una Medalla de Honor post mortem. En la ceremonia, el Presidente dijo: «América va a honrar para siempre el nombre de este valiente soldado que lo dio todo por su país…»

    Estos tres hombres demostraron las cosas por las cuales morirían: para ganar una batalla por su país; para salvar las mujeres y niños de su pueblo; para proteger a sus compañeros. Casi todos los pueblos y generaciones se jactan de sus héroes, de esas personas que se dieron a sí mismas por causas nobles.

    Pero Jesucristo es único. Jesucristo nació en un mundo que no lo quería, en el que el rey del país en que vivió trató de matarlo. Los líderes religiosos hicieron un complot contra él; uno de sus mejores amigos, lo traicionó por unas monedas de plata; Pedro, otro de sus mejores amigos, negó conocerlo, y los demás lo abandonaron cuando más los necesitaba. Fue arrestado injustamente; testigos falsos dijeron mentiras acerca de él; fue declarado ‘culpable’ por un tribunal ilegal que ya había decidido de antemano cuál iba a ser el veredicto. Lo golpearon, se burlaron de él, le escupieron en la cara, le dieron latigazos, y un hombre que sabía que Jesús era inocente, lo condenó a morir. Ya en la cruz, un criminal lo desafió, y el público se siguió burlando.

    Con toda honestidad se puede decir que, con sólo algunas raras excepciones, desde el principio de su vida hasta el momento de su último aliento, Jesucristo fue malentendido, malinterpretado, y calumniado; raramente fue respetado, y a menudo fue rechazado. Y sin embargo, fue por esas personas que no lo quisieron, que lo odiaron y menospreciaron, que Jesús nació. En Jesús, se intercambia el Inocente por el culpable; el Perfecto por el defectuoso; el Eterno por el temporal; el Rey por el plebeyo. Es casi imposible de comprender, pero es la verdad. La Biblia lo dice: Pero Dios demuestra su amor por nosotros en que Jesucristo murió por los pecadores. Y más aún, Jesucristo también resucitó por los pecadores.

    ¿Por qué es importante la resurrección de Jesús? Si Jesús hubiera muerto y se hubiera quedado muerto, podríamos ignorarlo y decir: ‘Cristo de veras fue un gran hombre, pero no fue más que un hombre. Fue especial, pero está muerto.’ Y ese hubiera sido el fin de la discusión. Pero Jesús vive. Y porque vive, podemos estar seguros que el Espíritu Santo va a llevar al arrepentimiento a los corazones pecadores, los va a perdonar a través del sacrificio de Jesucristo, y los va a salvar. Ustedes y yo, mis queridos amigos, somos la razón por la cual Jesús estuvo dispuesto a morir.

    Hace unos años leí un artículo sobre un joven que se había quemado a causa de una explosión. Para salvar su vida, los médicos lo cubrieron con trozos de piel que habían podido cultivar a partir de un trozo sano del tamaño de una estampilla de su propia piel. Pero como no era suficiente, también lo cubrieron con piel sacada de un donante que había muerto. Cuando ya estaba casi recuperado, un periodista le preguntó: «¿Alguna vez piensa en el donante que le salvó la vida?» A lo que el joven contestó: «Estar vivo gracias a un donante, alguien que ha muerto, es algo tan fuerte, al menos para mí, que ni siquiera puedo pensar en ello».

    Mi amigo, usted también puede vivir gracias a que alguien ha muerto: el Señor Jesucristo. Piénselo. Piénselo, y créalo. Crea que Dios demuestra su amor por nosotros en que, cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.

    Si tiene alguna duda o pregunta, o si necesita ayuda, a continuación le diremos cómo comunicarse con nosotros. Amén.