PARA EL CAMINO

  • Una cruz sin sentido

  • marzo 15, 2009
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: 1 Corintios 1:18-31
    1 Corintios 1, Sermons: 9

  • La resurrección de Jesucristo es el único acontecimiento de la historia que hizo que la cruz romana dejara de ser un instrumento de muerte y pasara a ser el símbolo de Dios del perdón y la vida eterna.

  • Según me contaron la historia, hace unos años dos compañeros de trabajo fueron juntos en un viaje de negocios. Además de concretar negocios muy buenos, estos dos hombres también se dedicaron a divertirse, cometiendo todos los abusos que a uno se le puedan imaginar. Enceguecidos por la cantidad de dinero que iban a ganar, dedicaron el resto de su viaje a la bebida, mujeres, y depravación. Cuando era ya casi la hora de regresar a sus casas, desde la ventana del hotel vieron la torre de una iglesia que se encontraba a pocas cuadras de distancia.

    Con tono burlón, uno de ellos le dijo al otro: «Te apuesto 100 dólares a que no te animas a ir a esa iglesia y confesar todo lo que hemos hecho estos días». Sin dudar ni un minuto, su compañero aceptó el reto, diciendo: «Estos van a ser los 100 dólares más fáciles de mi vida». Así es que allá se fueron los dos a la iglesia, y mientras el apostador se quedó escondido detrás de una columna en la parte de atrás de la iglesia, su amigo fue a confesarse. Recordando las palabras que había escuchado decir en las películas, comenzó: «Padre, perdóneme porque he pecado», y luego, durante más de diez minutos, dijo todas las cosas que él y su compañero habían hecho esos días.

    Después que terminó su confesión, quedó esperando la reacción del sacerdote. El sacerdote no sólo no se asombró ante tal confesión, sino que además, con toda la experiencia que tenía, se dio cuenta que no era una confesión verdadera. Así que con mucha calma y compasión, le dijo: «Hijo mío, por lo que has hecho quiero que vayas al frente de la iglesia y te arrodilles ante el altar. Una vez arrodillado, quiero que mires la cara de la estatua que muestra a Jesús siendo crucificado, y que digas: «Señor, tú viviste y moriste por mí, pero a mí no me importa para nada».

    Sabiendo que su amigo estaba mirando desde el fondo de la iglesia, salió del confesionario, le sonrió al amigo, e hizo tal como el sacerdote le había indicado. Fue al frente de la iglesia, se arrodilló ante el altar, levantó la mirada para ver el rostro de Jesús, y comenzó a decir las palabras que el sacerdote le había dicho que dijera: «Jesús, tú viviste y moriste por mí, pero a mí no me… a mí no me…» pero no pudo terminarlas. Según dice la historia, la visión de la estatua de Jesús siendo crucificado fue más fuerte que la apuesta de su amigo, y lo llevó a la fe y al perdón.

    ¡Qué historia, no! Ya la he contado muchas veces, y con toda seguridad seguiré contándola muchas más. Pero por más linda y conmovedora que sea, hay un problema: hasta donde yo sé, se trata sólo de una historia. No es más que un cuento de lo que debería pasar en el corazón de todo hombre, mujer y niño que se encuentra ante la cruz del Cristo que sacrificó su vida inocente para salvarlos de sus errores. Es una lástima que esa historia no sea más que un cuento. Si fuera verdad, cada iglesia cristiana del mundo andaría por las calles de las ciudades, pueblos y villas, desfilando con estatuas y cuadros pintados. Pero es una historia, y la forma en que las personas llegan a la fe por lo general son muy distintas. El primer capítulo de Corintios habla de esto cuando dice: «… la cruz es una locura para los que se pierden«.

    Hoy, al igual que cada fin de semana, ese mensaje llega a lugares que ni siquiera imaginamos… a hogares ricos, y hogares pobres; a hogares donde sólo se escuchan risas de alegría, y a hogares en los que las lágrimas y el dolor hacen más profundo aún el silencio. Este mensaje es recibido por correo electrónico por personas que están desparramadas por todas partes del mundo, y es escuchado a través de las ondas sin fronteras del Internet. Por el poder del Espíritu Santo, este mensaje llega a corazones desconocidos para mí, pero no para el Señor. En Cristo Para Todas Las Naciones nos alegramos porque sabemos que este mensaje es escuchado por muchas personas que ya han reconocido y confesado el peso de su pecado y han sido perdonadas a través del sacrificio de Jesús en la cruz.

    Pero también sabemos que este mensaje va a ser oído por personas que por diferentes razones han llegado a la conclusión de que la cruz de Jesucristo es una locura, y que todos los que creen la historia del sacrificio del Salvador son unos tontos.

    Quizás usted sea una de esas personas para quienes el sacrificio del Salvador en la cruz no significa nada. O quizás sea una de las que respetan a quienes van cada semana a la iglesia (después de todo, creció en una familia en la que su mamá y su abuela siempre iban), pero a usted ni se le ocurre ir. O tal vez sea una de esas personas que cuando pasa por un canal de televisión donde hay un pastor predicando se apura a cambiar porque no quiere escuchar ni una palabra de lo que tenga para decir.

    Es muy posible que ahora mismo haya personas escuchando este mensaje que estén pensando que ya han escuchado más que suficiente sobre cómo la cruz separa el pecado de la salvación. Si usted es una de ellas, le invito a que escuche lo que Dios dice sobre la cruz de su Hijo, y el impacto que puede tener en su vida y en su eternidad. Y si lo que le voy a decir en nombre del Señor todavía le parece tonto, entonces lo único que le puedo contestar es que sólo le estoy pidiendo unos 8 minutos de su tiempo. Piense cuánto tiempo gasta durante la semana en cosas menos importantes, y se dará cuenta que 8 minutos no es nada. Además, si Jesucristo es el Salvador y si él es la única forma en que usted puede ser rescatado de la condenación eterna que se merece por sus pecados, entonces con más razón se dará cuenta que escuchar lo que tengo para decirle en los próximos minutos puede ser la mejor inversión de su vida.

    Déjeme comenzar haciéndole una pregunta: «¿Se acuerda cuando el trasbordador espacial Challenger, en el que iba por primera vez una maestra, despegó? ¿Se acuerda ver en la televisión la fuerza y el poder de los cohetes que lo impulsaron al despegar, y se acuerda cómo, 73 segundos después de despegar, el Challenger explotó?» Fue muy duro ver morir a esas personas. ¿Sabe qué fue lo que causó esa catástrofe? Es cierto que el frío hizo que una válvula no funcionara y se produjera una pérdida de combustible que causó la explosión. Pero en realidad, el problema que le costó la vida a esas 7 personas, fue el orgullo humano.

    Hablando sobre esa tragedia, uno de los periódicos más prestigiosos de este país comentó que los astronautas del Challenger habían muerto porque los ejecutivos de la NASA no escucharon las advertencias de las personas que más sabían sobre el proyecto. Esos ejecutivos pensaron que sabían más, y estaban convencidos que sabían lo que tenían que hacer. Su orgullo fue lo que les hizo ignorar las advertencias y les impidió ver el peligro que terminó costándole la vida a 7 hombres y mujeres.

    Orgullo. Orgullo es lo que lo está manteniendo a usted alejado del Señor y no le está permitiendo ver a Cristo y todo lo que él ha hecho para salvarlo a usted de usted mismo. Sé que hay muchas razones para no creer en Jesús. A través de la historia hubo cristianos que hicieron cosas terribles en nombre de la cruz de Cristo. Las Cruzadas y la conquista de América son ejemplos que todavía duelen y que nadie quiere que se repitan. En todos los tiempos y lugares hay personas que dicen ser cristianas, pero que no lo demuestran con su comportamiento. Lamentablemente, sus acciones no le permiten ver claramente a Jesús. En todos lados hay predicadores que prometen el cielo y la tierra a cambio de dinero, pero que no son más que estafadores que usan el nombre de Dios para beneficio personal. Hay muchas familias que practican la fe los domingos a la mañana, pero el resto de la semana se olvidan que son hijos e hijas de Dios. Hay otras que sólo van a la iglesia en fechas especiales y cumplen con los ritos necesarios, pero sólo de la boca para afuera.

    Usted ha visto todo eso, y sea cual sea su razón, se ha convencido de que es mejor olvidarse de Cristo y de su sacrificio en la cruz, y vivir la vida como mejor le parece, soñando sus sueños propios, y decidiendo su futuro. Esa forma de pensar, mi querido amigo, se llama orgullo.

    Orgullo fue lo que hizo que Adán y Eva pensaran que se las podían arreglar mejor solos, que con Dios. La desobediencia creada por el orgullo humano fue la causa del diluvio que prácticamente borró al hombre de la tierra. El orgullo humano fue lo que inspiró la construcción de la torre de Babel y lo que hizo que una y otra vez, el pueblo de Dios adorara a dioses falsos. El orgullo humano fue lo que hizo que Judas traicionara a Jesús, y que Pedro se jactara de que iba a ser el único que iba a ser fiel a su Maestro aún cuando fuera perseguido por su fe.

    En todos los tiempos y en todas las generaciones, el orgullo humano ha dicho: «Yo soy quien está en control, no Dios. Yo, no él, me voy a encargar de mi salvación.» Pregunto: «¿Ha dado resultado?» En estos momentos, la economía mundial está haciendo esfuerzos desesperados por encontrar un equilibrio financiero. Esfuerzos cuyos resultados, al menos por ahora, son totalmente inciertos. Aún cuando se han invertido millones y millones de dólares para evitar catástrofes; aún cuando los políticos y estadístas más inteligentes del mundo están dedicando todas sus energías a encontrar una solución para la crisis económica mundial; aún cuando los gobernantes continuamente alientan a sus ciudadanos a confiar en un futuro mejor, nadie puede asegurar que todos estos esfuerzos vayan a dar resultado.

    ¿A usted le parece que el orgullo humano ha hecho que el mundo sea mejor? ¿Acaso el orgullo humano ha sido capaz de lograr la paz en la tierra? Eso no es lo que escuchamos cada noche en los noticieros. ¿En cuántos países se puede vivir tranquilo hoy en día? ¿Cuántas personas son asesinadas cada día en la frontera de Méjico por causa de las drogas? ¿Cuántas familias están siendo marcadas para siempre por el dolor de la injusticia? Todos los días escuchamos historias de odio, de persecución, y de asesinatos cometidos por quienes creen tener derecho a abusar y oprimir al débil e indefenso. En muchos países las rutas principales están llenas de refugiados que han sido obligados a huir a causa de rebeliones, revoluciones, y guerras. Eso es lo que hace el orgullo humano. ¿Cuántos líderes de este mundo, en vez de hacer lo que es mejor para sus ciudadanos, se dedican a amasar fortunas a costa de la pobreza de su pueblo?

    Si todavía no está convencido que el orgullo humano es el motivo por el cual el mundo está como está, piense por un momento en su familia y en la de sus amigos. ¿Acaso todos han cumplido los votos que hicieron al casarse, cuando prometieron amarse, apoyarse, y ser fieles compañeros hasta que la muerte los separe, o algunos decidieron seguir sus propios caminos para poder cumplir sus deseos? Cuando piensa en sus niños, o en sus sobrinos o nietos, ¿le parece que les gusta obedecer y respetar a sus padres y a sus mayores, o hay que andar recordándoselos a cada rato?

    Las librerías y las bibliotecas están llenas de libros que prometen enseñarnos a manejar los problemas de la vida. Sin embargo, son pocas las personas que no se desalientan o deprimen cuando pasan por problemas. La cruz puede parecer una tontería, ¿pero hay acaso algo más tonto que el orgullo del corazón humano que sigue creyendo que puede arreglárselas por sí mismo, crear su propia esperanza, y lograr un destino color de rosa?

    La imagen que les he pintado es cruda y deprimente, pero es cierta. Yo lo sé. Usted lo sabe. Todos lo sabemos. Pero lo más importante es que Dios también lo sabe. Dios siempre supo que, por nuestras propias fuerzas o razonamiento o testarudez, no podemos liberarnos del pecado. Desde un principio Dios vio nuestra impotencia, y en vez de limitarse a sacudir la cabeza y ponerse triste, decidió hacer algo al respecto.

    Para rescatarnos de nosotros mismos, y para librarnos del pecado y del diablo, Dios hizo todo lo que era necesario hacer para salvarnos: envió a su Hijo al mundo. Que quede claro que Jesús no vino al mundo como un ejemplo a seguir, o como un maestro, o gobernante. Dios envió a su Hijo al mundo como un sustituto y sacrificio. Muchos siglos antes de que Jesús naciera en Belén, los profetas ya habían prometido que él cumpliría todos los mandamientos que nosotros no cumplimos. Nuestro orgullo iba a ser su humildad. Nuestro egoísmo, su abnegación. Nuestra avaricia, su generosidad.

    Jesús vivió una vida perfecta, denunciando el pecado, y renunciando al diablo. Y por su compromiso inalterable, fue arrestado por aquéllos a quienes había venido a salvar. Fue arrestado, enjuiciado, e injustamente condenado a morir en una cruz.

    La cruz. Quizás siga pensando que la cruz de Jesús es una tontería, pero para que sepa, en esa cruz el Señor reparó lo que era irreparable. La cruz, que era considerada la muerte más violenta que se le podía dar al peor de los criminales, fue convertida por Jesús en el camino de Dios hacia la paz.

    La cruz, que era un instrumento de sufrimiento, pasó a ser el instrumento de Dios de sanidad. La cruz, que no era nada más que un cruel símbolo de muerte, pasó a ser la llave de Dios a la vida eterna para quienes creen que Jesús murió en ella para salvarles. Mientras Jesús se desangraba y moría, Dios nos estaba diciendo a cada uno de nosotros pecadores: «Esto lo hago para salvarte».

    Para quienes se pierden, la cruz es una tontería; pero para quienes son salvos, la cruz es el poder, el amor, y la salvación de Dios. No quiero que me malentiendan. No estoy diciendo que en este mundo Cristo y la cruz lo van a liberar de todos sus problemas, sus penas y sus dolores’. Tampoco estoy diciendo que la cruz lo va a liberar de sus deudas, o lo va a ayudar a prosperar en sus negocios, o lo va a hacer popular de la noche a la mañana.

    Sólo le estoy diciendo lo que dice la Biblia: si se arrepiente de sus pecados y cree en Jesús como su Salvador crucificado y resucitado, el Señor va a estar a su lado y en su corazón, le va a perdonar sus pecados, y le va a ayudar a vencer los problemas y el mal de este mundo, incluyendo la misma muerte.

    La cruz, el Cristo, y la tumba vacía de Jesús, son los regalos que Dios le ofrece hoy. Si de alguna manera podemos ayudarle a entender mejor lo maravillosos que son estos regalos, a continuación le diremos cómo comunicarse con nosotros.
    Amén.