+1 800 972-5442 (en español)
+1 800 876-9880 (en inglés)
PARA EL CAMINO
No vinimos a este mundo para ser servidos sino para servir. Somos verdaderos discípulos cuando nos despojamos de nuestro orgullo y hambre de poder. Jesús quiere que vivamos una vida de sacrifico y servicio en pro de otros.
-Mamá, ¿a quién quieres más? ¿A mí o mi hermanita?-pregunta el niño.
-Los quiero a ambos por igual-le dice la mamá.
-¿Pero quién es más especial?-pregunta la hermanita.
La mamá le dice a los dos: «Bueno. Cada uno de Uds. es especial para mamá, pero a ambos los quiero por igual. No hay uno que sea más especial o importante que otro. Los dos son mis hijos y los quiero mucho.»
Así mismo es con Jesús. Él conoce a cada uno de sus discípulos, sus virtudes y defectos. Pero los quiere a todos por igual. Al fin de cuentas, no hay alguno que sea más especial o importante que otro. En su reino, todos reciben el mismo amor.
Jacobo y Juan, dos de los discípulos más cercanos a Jesús, saben que él los ama y que son personas especiales ante él. Sin embargo, parece que eso no es suficiente para ellos, por aún quieren más. Pero, ¿qué más se le puede pedir a Jesús, que se nos ha entregado por completo y nos ha hecho sus amados discípulos? El texto que recién leímos nos dice que Jacobo y Juan le piden a Jesús que los ame más y los considere más especiales y más importantes que los demás.
Los versículos 35 a 37 dicen:
«Se le acercaron Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo.
-Maestro -le dijeron-, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir. -¿Qué quieren que haga por ustedes? -Concédenos que en tu glorioso reino uno de nosotros se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda.»
En el reino de Jesús todos sus discípulos reciben la misma misericordia y el mismo amor. Pero Jacobo y Juan también quieren sentarse a la derecha y a la izquierda de Jesús. Quieren recibir y ejercitar su poder. ¡Qué tanto se parecen estos discípulos a nosotros!
Cada uno de nosotros tiene un pequeño Jacobo y un pequeño Juan en su corazón. No nos basta con ser amados, sino que queremos ser amados más que otros. No nos basta con ser especiales, sino que queremos ser más especiales que otros. No nos basta con hacer una labor importante, sino que queremos ser más importantes que otros. Nos gusta compararnos con otros. Tenemos la tendencia a exaltar lo que nos distingue de otros. Nos gusta vernos como mejores que otros. Queremos sentarnos en tronos de honor, poder y gloria. Queremos reinar desde arriba.
Así mismo es en el mundo. Buscamos la felicidad en nuestro elevado estatus, en el poder que podamos tener sobre los demás, en ser el primero o el número uno.
Anda la gente por ahí buscando alcanzar sus metas, establecer sus reinos, a expensas de otros, sobre las espaldas de otros, pensando sólo en los beneficios propios y no en los del prójimo.
Aunque los otros diez discípulos se ponen bravos con Jacobo y Juan por su osadía de pedirle al Señor que les diera posiciones de honor y poder en su reino, Jesús les recuerda a todos los discípulos por igual que nadie es inmune a caer en la tentación de actuar según los patrones del mundo, la tentación de querer ser más poderoso o importante que otro.
En los versículos 42 y 43, se nos dice:
«Así que Jesús los llamó y les dijo: -Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así.»
Pero si entre nosotros no debe ser así como en el mundo, donde se impone el más poderoso y se subyuga a los más débiles, entonces, ¿cómo debemos ser? ¿Cuál es el patrón de vida al que Jesús llama a sus discípulos?
Jesús nos recuerda que todo comienza con su amor. ¿Y cómo nos ha mostrado Jesús su amor? Mediante su servicio. Así es. Jesús se hizo nuestro Siervo, cargando sobre sí nuestros pecados en la cruz.
Fue en el río Jordán donde el Padre ungió con su Espíritu Santo a Jesús para que éste empezara a ejercer su obra como Siervo nuestro. El bautismo en agua en el Jordán llevaría a Jesús a otro bautismo en sangre en la cruz del Gólgota.
Con respecto al bautismo de Jesús leemos en el primer capítulo del Evangelio de Marcos (1: 11) [En el Jordán]…se oyó una voz del cielo que decía: «Tú eres mi Hijo amado; estoy muy complacido contigo.»
Esas palabras del Padre: «estoy muy complacido contigo», vienen del libro del profeta Isaías, uno de los libros del Antiguo Testamento escrito más de 700 años antes de Cristo, y se refieren a una enigmática figura llamada precisamente el Siervo de Yahvé.
En el capítulo 53, Isaías nos describe su apariencia y su servicio:
«Despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, hecho para el sufrimiento. Todos evitaban mirarlo; fue despreciado, y no lo estimamos. Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados… cargó con el pecado de muchos, e intercedió por los pecadores.»
Pero Jacobo y Juan se olvidaron de Jesús el Siervo. Evitan mirarlo y no lo estiman. Sólo quieren ver a Jesús en su majestuosa gloria, en su cetro de poder y autoridad. Quieren sentarse a la derecha de Dios Padre, manera de describir la soberanía de Yahvé en el Antiguo Testamento. Así pues, Jacobo y Juan sólo quieren ver a Jesús como el todopoderoso Dios cuyo reinado de poder se extiende por encima de todos, y sólo quieren compartir su honor, gloria y poder. Pero se han olvidado de su amor. Quieren tratar con Jesús de acuerdo a su gloria, y no de acuerdo a su misericordia y su cruz.
Sin embargo, así no es como funcionan las cosas en el reino de Dios. Jesús no quiere tratar con nosotros de acuerdo a su gloria y majestad, sino de acuerdo al amor que nos ha mostrado en la cruz. Jesús quiere dirigir nuestra mirada al sentir de su corazón, a su humildad, y a su servicio hasta la muerte. Quiere que vivamos con la mirada en el Siervo.
Jesús no quiere que lo busquemos en su trono celestial, sino en su pesada cruz. Jesús viene al mundo como nuestro Siervo sufriente, como aquél que no piensa en sí mismo y en su poder, sino que deja todo eso a un lado, para así ser nuestro Siervo ungido hasta la muerte.
«Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos.» (v.45)
Jesús es total entrega al necesitado, pura bondad, pleno servicio, don de Dios para perdón de nuestros pecados. En realidad, todo comienza con el amor de Jesús. Como diría Martín Lutero, sólo cuando fijamos la mirada en Jesús como don de perdón es que podemos verlo como nuestro ejemplo de vida.
La felicidad del discípulo no consiste en su poder, su importancia, su estatus, o en los reinos que pueda construir para sí mismo, sino en su servicio y sacrificio en pro de otros. Somos verdaderos discípulos cuando nos despojamos de nuestro orgullo y hambre de poder, y cuando dejamos de querer ser el centro de atención y abrimos un espacio para el prójimo, para el que nos necesita, llegando incluso al punto de considerarlo hasta mejor que nosotros y dándole prioridad a sus necesidades sobre nuestros deseos. No vinimos a este mundo para ser servidos sino para servir.
¡Qué difícil es vivir el discipulado! ¡Qué difícil es ser siervos de Jesús, el Siervo!
Pero con Jesús nada es imposible. Al principio, Jacobo y Juan querían identificarse sólo con el Jesús glorioso, pero no con Jesús el Siervo. Sólo querían ser partícipes de su poder y así verse como discípulos importantes y aún más importantes que otros.
«-No saben lo que están pidiendo -les replicó Jesús-. ¿Pueden acaso beber el trago amargo de la copa que yo bebo, o pasar por la prueba del bautismo con el que voy a ser probado?» (v.38)
Beber el trago amargo de la copa, pasar por la prueba del bautismo. Estas son maneras en que Jesús habla de su muerte. El que fue ungido en el Jordán para ser nuestro Siervo, experimentará otro bautismo. Pero esta vez no será un bautismo en agua, sino en sangre. El Jordán lo llevará al Gólgota. Al hablar de la copa y la prueba que ha de venir, Jesús les está preguntando a estos discípulos: ¿Pueden servir como yo les he de servir, aún hasta la muerte en la cruz? ¿Pueden vivir no para ser servidos, sino para servir a los demás?
Los discípulos le contestan: «¡Sí, podemos!» Pero en realidad no saben en ese momento lo que es sufrir con Jesús, e identificarse con el Siervo por causa de su nombre en el servicio al prójimo. Están demasiado enfocados en el poder de Jesús y se han olvidado de su amor. No se han dado cuenta que Jesús manifiesta su poder mediante su cruz. Es en la cruz donde Jesús recibe la corona de rey. Y es desde la cruz que Jesús nos da su perdón y que reina en nuestros corazones con su bondad. No hay acceso a Jesús como Dios aparte de su entrega total en la cruz para salvación del ser humano. Es su salvación, la bondad de su sacrificio por nosotros, lo que nos da la certeza de su poder.
Hoy en día se oye decir que los cristianos ungidos siempre tienen salud, dinero y buenas amistades. Se asocia la unción con la prosperidad material y el bienestar personal. Pero Jesús es todo lo contrario. Su unción como Siervo no lo lleva a la acumulación de poder y amistades, sino que lo lleva a ser rechazado, a la cruz, y al sacrificio por el prójimo. Así mismo, sus discípulos son ungidos en el bautismo-en su pequeño Jordán-no para acumular prosperidad o bienes personales y humanos en este mundo, sino para morir a sí mismos y cargar su cruz en servicio al prójimo.
Ahora no lo entienden. Pero llegará el día en que ustedes, mis confundidos Jacobo y Juan, sabrán lo que es vivir para otros como yo me he entregado por Uds.
«-Ustedes beberán de la copa que yo bebo -les respondió Jesús- y pasarán por la prueba del bautismo con el que voy a ser probado…» (v.39).
Y en efecto, así fue. Sabemos que después de la muerte y resurrección de su Señor Jesucristo, estos hijos de Zebedeo (Jacobo y Juan) participaron muy activamente en la misión de la iglesia, sirviendo al prójimo y sacrificando sus vidas en el ministerio, proclamando el nombre de Jesús para perdón de los pecados.
Así como Jesús cambió el corazón de Jacobo y Juan de un corazón presumido a un corazón servicial, así mismo Jesús nos da la fuerza de vivir no para nosotros mismos sino para otros. ¿Quiénes son los más necesitados en tu familia, en tu trabajo, en tu escuela, o en tu comunidad? Jesús el Siervo se ha dado por ti. Y ahora el Siervo vive en ti. Con la mirada en el Siervo vivamos pues en servicio a los demás.
Oremos: Padre nuestro, tú ungiste con el Espíritu Santo a tu Hijo para que éste fuera nuestro Siervo y así nos diera el perdón de los pecados y el deseo de servir al prójimo. Danos la fuerza de tu Espíritu para que cada día sirvamos con más ahínco a aquellos que más necesiten de tu perdón y amor en este mundo. En el nombre de Jesús, tu Hijo amado, nuestro Siervo y Señor. Amén.