PARA EL CAMINO

  • El cristianismo está disminuyendo

  • junio 7, 2009
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 3:3
    Juan 3, Sermons: 7

  • Cuando Jesús vivió en este mundo, hizo una distinción entre la duda y la incredulidad. La duda es no poder creer… la incredulidad es no querer creer. ¿Tiene usted dudas o es incrédulo? En este mensaje escuchará lo que Dios dice al respecto.

  • «El cristianismo está perdiendo adherentes». Hace unos meses, la Universidad Trinity de Hartford, Connecticut, publicó los resultados de la Encuesta de Identificación de Religiones en América. En resumen, lo que dijeron fue que, mientras que en 1990 el 86% de los norteamericanos dijeron ser cristianos, en el 2009 el número bajó al 75%. En otras palabras, el cristianismo está disminuyendo.

    La gente respondió a esta noticia con entusiasmo o con disgusto, según sus opiniones personales. Los líderes de las distintas denominaciones se pusieron mal, y a los pastores y parroquias les entró el pánico, mientras que los incrédulos y los ateos sonrieron, algunos hasta con malicia. En sus mentes, el cristianismo finalmente estaba recibiendo lo que merecía. Después de todo, los cristianos son personas llenas de prejuicios, de escrúpulos, y de filosofías puritanas.

    El cristianismo está disminuyendo. Las páginas Web ateas y los escritores agnósticos hicieron todo el alarde que pudieron de esta noticia. Decir que estaban contentos con el decrecimiento del cristianismo, es poco. Estaban encantados de que más personas compartieran sus «verdades de incredulidad». ¿Qué verdades? Verdades falsas como que la religión es una superstición tonta nacida de personas también tontas, asustadas y temerosas de vivir la vida por sí mismas. Verdades falsas como que Dios no existe, y que si existe, dadas toda la maldad, la tristeza y la tragedia que existen en el mundo, no sirve para mucho. Verdades falsas como que debemos valernos por nosotros mismos, ya que somos dueños y señores de nuestros destinos.

    Personalmente, no me sorprende que el número de cristianos comprometidos haya disminuido. Lo que sí me sorprende, es que haya disminuido tan poco: 11% en 20 años. Hemos visto a candidatos políticos fluctuar así en una semana. Durante su tiempo en la Casa Blanca, el porcentaje de popularidad del Presidente Bush pasó de un increíble 88% a un igualmente increíble 25%. A pesar de que es muy triste saber que hay personas que se han alejado del Salvador, cuando uno tiene en cuenta los tipos de cosas que han estado sucediendo, una disminución del 11% en casi 20 años no es tanto.

    ¿Qué tipos de cosas han estado pasando? Es de público conocimiento que la Suprema Corte de los Estados Unidos comienza cada sesión con una invocación a Dios. Sin embargo, no hace mucho esa misma Corte se negó a escuchar la apelación de Marcus Borden, el entrenador de football de una escuela secundaria en New Jersey. Todo lo que el entrenador quería era poder inclinar la cabeza y unirse a su equipo mientras éste rezaba. Pero la Corte de su ciudad decidió que no, que como empleado público, Borden no puede rezar con sus alumnos pues eso es mezclar religión con su trabajo como entrenador.

    ¿Qué cosas están pasando? El Presidente de la nación y los oficiales importantes pueden pedir la bendición de Dios cuando son instalados en sus cargos, y el Congreso puede cantar «Dios bendiga a América» desde los escalones del Capitolio, pero a Erica Corder, la mejor alumna de la clase del 2006 en una escuela en Colorado, le dijeron que no recibiría su diploma hasta que pidiera perdón por apartarse del discurso 30 segundos que le habían aprobado, y decir: «Si todavía no lo conoces personalmente (a Jesucristo), te aliento a que descubras más acerca del sacrificio que hizo por ti…»

    Son muchas las cosas por las cuales me sorprendo que no sean más las personas que se han apartado del Salvador. Pregúntele a cualquier profesor universitario qué le pasaría a su carrera, a su futuro, a sus posibilidades de ser promovido, si en su clase, en vez de explicar el origen del universo según la «teoría de la evolución», lo hiciera a través de la teoría del «diseño inteligente». El Profesor Reiss, ex-Director de Educación de la Sociedad Real de Inglaterra, tuvo que renunciar a ese puesto por sugerir que, ya que muchos alumnos creen en la teoría del diseño inteligente, los maestros debían tratar ese tema con honestidad.

    O pregúntele a cualquier estudiante en una universidad pública qué calificaciones recibiría si profesara abiertamente sus creencias cristianas en sus escritos. Jonathan López, alumno en una escuela de la Ciudad de Los Ángeles, es un ejemplo. Para la clase de oratoria, López recitó dos versos bíblicos y leyó del diccionario la definición de la palabra «matrimonio». El profesor lo hizo callar y lo insultó con una palabra que no va a ser repetida en este mensaje. Una semana más tarde, el profesor le dijo a López que iba a hacer todo lo que estuviera a su alcance para que lo expulsaran de la escuela.

    ¿Está disminuyendo el cristianismo? Por supuesto que sí. Pero lo increíble es que, por la gracia de Dios, no ha disminuido más, a pesar de que casi todos los pastores o sacerdotes que aparecen en las películas o programas de televisión son unos puritanos insoportables, o unos tristes pervertidos. ¿Cómo no habría de estar disminuyendo el cristianismo, cuando la mayoría de los cristianos son representados como personas completamente tontas, llenas de prejuicios, y casi sin excepción intolerantes, e ignorantes?

    Los escándalos y pecados de los cristianos siempre ocupan la primera plana en las noticias, pero las multitudes de fieles pastores que han dedicado sus vidas a la predicación de la Palabra de Dios pasan totalmente desapercibidos. Los que nunca son aplaudidos ni reconocidos son los millones de cristianos que son buenos vecinos, buenos ciudadanos, buenos padres, y buenos testigos de Jesucristo, quien con su nacimiento, su injusto sufrimiento, su muerte, y su resurrección, los salvó de la muerte eterna.

    El cristianismo está disminuyendo, y ni por un momento se me ocurriría tratar de defender nuestras muchas fallas, pecados y defectos. Las transgresiones de la humanidad han contaminado cada rincón de este universo y nada, ni siquiera la iglesia de Cristo, ha logrado escapar a las cicatrices del pecado, o evitar los estragos de nuestros errores. Es por todo ello que, si uno mira a la iglesia, y sólo a la iglesia, puede fácilmente desilusionarse por las diferencias en las religiones, por los desacuerdos en las doctrinas, por los escándalos de los sacerdotes y los errores de las personas. Si uno mira sólo esas cosas y nada más, puede llegar a la conclusión que el cristianismo ha fallado. Habiendo dicho eso, también debo decir que juzgar al Salvador de acuerdo a lo que uno ve en los hombres pecadores es un error trágico y terrible. Porque la verdad es que Jesucristo, el Hijo sin pecado de Dios y el único Salvador que este mundo ha visto y verá, es ALGUIEN especial.

    Permítame explicarle. Hace unos años, un conferencista muy bueno fue a una ciudad pequeña. Se había hecho bastante famoso gracias a una presentación que daba, en la cual elevaba a la humanidad degradando al cristianismo. Después de su presentación, tenía por costumbre permitir que la audiencia hiciera comentarios. Esos eran los momentos que más disfrutaba, ya que siempre había algún joven que, ofendido por sus palabras, salía en defensa del cristianismo. Como él se mantenía calmo, siempre daba la impresión de ser muy inteligente. Pero esa noche fue diferente. Cuando terminó de hablar, una anciana, que por su vestimenta parecía ser bastante pobre, se paró, y dijo: «Pagué caro para escucharle hablar sobre algo mejor que Jesús, pero no lo escuché. Hace 30 años que soy viuda.

    Cuando mi marido murió, me dejó con seis niños. Confié en el Señor, y él me ayudó. Cada día me dio lo que necesitaba para poder criarlos. Cuando una de mis niñas se murió, Dios me consoló recordándome que nos vamos a volver a encontrar en el cielo. Usted piensa que todas esas cosas no son más que tonterías, y quizás haya otros aquí que también piensen como usted. Pero yo no. El Salvador es real. Ahora, o me da algo mejor de lo que Dios me ha dado, o me devuelve el dinero de la entrada.»

    Era la primera vez que alguien había confrontado así al conferencista, quien, con tono paternal, le contestó: «Señora, usted se siente tan cómoda en esos engaños, que no la voy a desilusionar…» Hubiera continuado, si la señora no lo hubiera interrumpido diciéndole: «No, no, no. Eso no es suficiente. La verdad es la verdad, y por más que usted se ría de lo que dije, las cosas no cambian. Su mensaje de hoy convertiría mi mundo en un desierto donde nunca escucharía los pasos divinos, donde no habría ángeles que bajarían a ayudarme, o subirían a llevar mis oraciones a Dios. Usted quiere darme una vida en la cual la mano del Señor no bendice los campos ni alimenta a las aves ni transforma las estaciones. Su presentación me demuestra que usted tiene una opinión demasiado alta de sí mismo, y demasiado baja de Dios. No le voy a permitir quitar al Salvador que murió para que mis pecados fueran perdonados y pudiera recibir la vida eterna. ¿Qué me da usted a cambio de eso? Yo conozco a Jesús, lo he visto, he hablado con él; él me ha salvado. Y eso, señor, es mucho más de lo que usted ha hecho.»

    Esa señora habló por muchos de los cristianos que conocen a Jesús, que han hablado con él, que han sido perdonados y salvados por él, que han sido consolados en las tragedias de la vida, y que han recibido la seguridad de una eternidad bendecida. Esa señora sabía que, a pesar de la aparente sabiduría del conferencista, cuando la incredulidad ha logrado marchitar la esperanza en los corazones de la humanidad; cuando el Salvador ha sido devuelto a su tumba; cuando el Creador ha sido bajado de su trono en el cielo; cuando la puerta de la salvación ha sido bloqueada al Espíritu Santo… las grandes preguntas de la vida siguen existiendo, y todo lo que se ha agregado es desesperación y un futuro lleno de miedo por la tumba sin salida que nos espera.

    Aquí es donde las personas que se creen sabias, educadas, e inteligentes, dicen: «Todo eso no son más que tonterías. Nosotros hablamos de datos concretos, y ustedes nos responden con una fábula, una historia que puede ser cierta o no.» A lo cual contesto que la historia que acabo de compartir puede estar basada en hechos reales, o puede que no. Pero déjenme contarles otra historia, una que sí es totalmente real.

    Cuando Jesús vivió en este mundo, hizo muchas cosas maravillosas… cosas que sólo el Hijo de Dios pudo hacer: curó a personas que eran incurables; dijo cómo sería este mundo si el pecado y el diablo no prevalecieran; transformó las vidas de los humildes, y dio esperanza a quienes estaban desconsolados.

    Después de haber visto y escuchado todas esas cosas, un hombre llamado Nicodemo fue a ver a Jesús. Al igual que para muchas de las personas inteligentes y sabias de nuestros días, para él era muy riesgoso ir a ver al Salvador, porque era un líder respetado de la comunidad religiosa judía y miembro del Sanedrín, la Suprema Corte judía. Sabiendo que los demás miembros de la Corte desaprobarían su visita al Maestro de Nazaret (a quien consideraban su enemigo espiritual), Nicodemo fue a ver a Jesús cuando ya era de noche. Comenzó a hablarle reconociendo la sabiduría y las cosas que Jesús había hecho, diciendo: «Rabí, sabemos que eres un maestro que ha venido de parte de Dios, porque nadie podría hacer las señales que tú haces si Dios no estuviera con él.» (Juan 3:2b) Jesús, siendo el Hijo del Dios que todo lo sabe, hizo oídos sordos a sus halagos y fue directo al propósito de la visita de Nicodemo. Sabiendo cuáles eran las preguntas que este tenía en su mente y corazón, le dijo: «Te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios.» (Juan 3:3)

    Las palabras de Jesús tomaron a Nicodemo por sorpresa. Su respuesta demuestra que no había entendido lo que Jesús le estaba diciendo, sino que estaba tomando las palabras en sentido literal. «¿Cómo puede uno nacer de nuevo siendo ya viejo?», le preguntó. «¿Acaso puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y volver a nacer?» (Juan 3:4) Esta segunda pregunta le dio pie a Jesús para explicarle lo que quería decir: ‘cuando entramos al mundo a través de nuestro nacimiento, es un hecho físico, pero yo estoy hablando de un nuevo nacimiento: el nuevo nacimiento espiritual del alma. Para entrar en el reino celestial es necesario volver a nacer espiritualmente’. Al ver que Nicodemo seguía sin entender, Jesús continuó explicándole: ‘Mira, en el mundo hay cosas que, si bien son reales, no son lógicas. Por ejemplo… uno escucha el viento, lo puede sentir y puede ver el efecto que causa en los árboles y en el mar. Sabemos que el viento existe, pero no podemos explicar de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede cuando uno vuelve a nacer espiritualmente.

    Cuando uno mira al mundo a través de los ojos de la fe, ve las cosas diferentes. Aun aquellas cosas que no se pueden explicar o que parecen no tener sentido, cuando se miran a través de la fe se ve que son verdaderas y reales.’ «¿Cómo es posible que esto suceda?», volvió a preguntar Nicodemo. A lo que Jesús respondió: «Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.» (Juan 3:16).

    Queridos oyentes, más allá de lo que hayan creído en el pasado o de lo que crean hoy, les pido que escuchen con fe lo que Jesús dijo ese día, porque no le estaba hablando solamente a Nicodemo, sino también a cada uno de ustedes. Jesús quería que usted supiera que el Padre celestial amó tanto a este mundo triste y pecaminoso, que envió a su Hijo perfecto para salvarnos. Por qué sacrificaría a su Hijo por nosotros, es algo que supera toda explicación racional y lógica. Pero sin embargo es cierto. Jesús vino a un mundo que no lo quería y vivió una vida perfecta, cumpliendo todos los mandamientos que nosotros no cumplimos y resistiendo las tentaciones del diablo que a nosotros nos seducen. En un acto de amor sin precedentes, el Hijo de Dios cargó la culpa de nuestros pecados sobre sí mismo, y permitió ser sacrificado a cambio de nuestra salvación. Clavado a una cruz, simbólicamente suspendido entre el cielo y la tierra, Jesús murió por usted y por mí. Y al tercer día, para demostrar a cualquiera que dudara que su obra había sido finalizada, resucitó de los muertos. Ese día, el mundo cambió para siempre; ese día, el destino eterno de todos los que creen en él como su Salvador también cambió para siempre. Gracias a Jesús, la condenación ha sido reemplazada por la salvación, el cielo ha sustituido al infierno, y la vida eterna junto a Dios se ha convertido en el destino final de los creyentes.

    ¿Qué pasó con Nicodemo después de toda esta conversación con Jesús? No lo sabemos bien. Sí sabemos que, cuando la Corte Suprema trató de arrestar a Jesús, Nicodemo salió en su defensa, y que cuando Jesús murió, Nicodemo ayudó a preparar su cuerpo para el entierro. Lo demás, solamente lo podemos asumir. Personalmente, creo que Nicodemo escuchó, o quizás incluso vio, al Salvador resucitado; que estaba presente cuando, después de que Cristo ascendiera a los cielos, el Espíritu Santo llenó de fe y comprensión a sus seguidores. Espero que Nicodemo haya muerto confiando en Jesús como su Salvador y que esté en el cielo; aunque, sea que haya sido así o no, la historia de Nicodemo ya llegó a su fin.

    Pero la suya, querido oyente, aún no ha terminado. Es cierto que los constantes ataques del diablo y las implacables agresiones del mundo han hecho que el cristianismo haya perdido un poco de terreno. Pero esas pérdidas son sólo pasajeras. El amor del Salvador y la salvación que compró con su propia sangre permanecen firmes, y a todos los que creen en Jesucristo les espera la victoria final. Aún hoy toda persona que, por el poder del Espíritu Santo nace de nuevo, es salvada. Toda persona que deposita su fe en el sacrificio que Jesús hizo en la cruz del Calvario puede estar segura que el Señor de la vida también va a resucitarle de la muerte y llevarle al cielo. Esta es la historia de salvación que compartimos hoy con usted.

    Cuando Jesús vivió en este mundo hizo una distinción entre la duda y la incredulidad. La duda es no poder creer… la incredulidad es no querer creer; la duda es honestidad… la incredulidad es terquedad; la duda es el deseo de ver la luz… la incredulidad es sentirse cómodo en la oscuridad.

    Si usted tiene dudas, le invito a que mire a Cristo y vea la salvación que le ofrece gratuitamente, sin pedirle nada a cambio.

    Y si en algo podemos ayudarle, a continuación le diremos cómo comunicarse con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.