PARA EL CAMINO

  • Vivimos por fe

  • junio 14, 2009
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: 2 Corintios 5:7
    2 Corintios 5, Sermons: 2

  • Muchos han sufrido tantos golpes y desencantos, que ya no tienen más fe en nada ni en nadie. Pero la verdad es que todos vivimos por fe. A continuación le explicaremos cómo.

  • Hace mucho tiempo que ya no me peleo más. Con el correr de los años he aprendido a no meterme en discusiones sobre temas conflictivos, y he decidido evitar hacer comentarios que sé que van a generar una discusión. Por ejemplo, si dijera que el calentamiento global no es más que pura bulla, un simple producto de la imaginación de personas que quieren lograr publicidad, enojaría a muchas personas, al punto que nos escribirían o nos llamarían por teléfono para quejarse, diciéndonos que eso no es verdad.

    Otro ejemplo… si dijera que a Obama no se lo puede tomar en serio, o que Nixon fue el mejor presidente de los Estados Unidos, cada uno de ustedes reaccionaría a favor o en contra, dependiendo de cuáles sean sus convicciones políticas. O si dijera que la vida comienza en el momento de la concepción, por lo que el aborto es homicidio, muchos de ustedes estarían a favor, pero también muchos de ustedes estarían en desacuerdo.

    Como ven, es muy fácil encontrar temas que provocan discusión. Pero no es de eso de lo que se trata este mensaje. Lo que quiero decir en este mensaje es que todos nosotros tenemos opiniones formadas, y esas opiniones están basadas en la forma en que vemos y vivimos la vida, o sea, basadas en aquello en que creemos.

    A los que dicen que sólo creen en los hechos, en aquéllas cosas que pueden ver y comprobar, les contesto que: ‘todos vivimos por fe, no por vista’. Piense en lo siguiente: la mayoría de nosotros hemos ido al doctor. La primera vez que fuimos a nuestro doctor, no lo conocíamos. No sabíamos si había sido uno de los mejores en su clase o si apenas había logrado aprobar los exámenes, pero igual nos dejamos atender porque tuvimos fe en el diploma colgado en el consultorio, o porque alguien nos lo había recomendado. ¿Qué sucedió después? Si estábamos enfermos nos recetó un medicamento del cual ni usted ni yo logramos leer el nombre, pero confiamos en que el farmacéutico sí lo iba a poder leer. No vimos cuando prepararon el medicamento, pero confiamos en que nos dieron el correcto.

    Del principio al fin, vivimos por fe. Tomamos el remedio porque tuvimos fe en el doctor, en el laboratorio, en el farmacéutico, en todo el sistema. Si alguna vez tuvimos que ser operados, también vivimos por fe. Bajo los efectos de la anestesia uno es incapaz de pensar o de hacer algo, pero en fe dejamos que el cirujano, el anestesista, y los asistentes hagan lo que tienen que hacer en nuestro cuerpo para sanarnos.

    Vivimos por fe. Cuando uno va a un restaurante tiene fe en que el cocinero sabe cocinar, en que los alimentos no están contaminados, en que la comida va a estar bien preparada. Cuando se sube a su auto, tiene fe que va a arrancar y lo va a llevar y traer a donde tiene que ir. Cuando abre la canilla de la ducha, tiene fe que de donde dice «caliente» va a salir agua caliente, y de donde dice «frío» va a salir agua «fría». Cada vez que levanta una llave, lo hace teniendo fe en que se va a prender la luz. Cuando va a trabajar día tras día, lo hace teniendo fe en que al final de la quincena va a recibir el pago que le corresponde por su labor.

    Y la lista podría seguir y seguir. ¿Se le ocurre algún ejemplo que no esté fundado en la fe?

    Vivimos por fe. Uno de los mayores problemas de vivir por fe es que muy a menudo el foco de nuestra fe no es confiable. Cuando invirtió dinero en la bolsa de valores, usted tenía fe en que sus inversiones aumentarían, pero, ¿es eso lo que los números muestran en estos últimos meses? Todas las parejas que se casan prometen cumplir la promesa de estar juntos «hasta que la muerte nos separe», pero la mitad de los matrimonios en este país termina en divorcio. Las personas que son elegidas para cargos públicos porque sus seguidores depositan su fe en ellas, terminan no cumpliendo las promesas hechas durante sus campañas políticas y cambiando sus convicciones morales.

    Vivimos por fe, pero la fe en la sabiduría del hombre demuestra estar incorrecta cuando lo que antes se creía como cierto, ahora se sabe que no lo es. La mal práctica de los médicos sigue existiendo, lo que nos dice que no son perfectos. Las compañías que durante muchísimos años fueron sólidas y confiables se han venido abajo y han despedido a miles de personas… y una vez más, la lista puede seguir.

    No tenemos otra opción que vivir por fe. Pero aún así, sabemos que nuestro paso por esta vida está lleno de peligros y desvíos que nos llevan a un callejón sin salida. Ya no nos sorprende que las personas sueñen cada vez menos con un futuro mejor. El desaliento, el desánimo, y la desilusión hacen que muchos vean un mañana gris y sin esperanza.

    En medio de la Gran Depresión de los años 30, una mujer con sus cinco hijos pequeños había sido abandonada por su esposo. Todo lo que le dejó fue un perro sarnoso, un apartamento en un segundo piso que se caía a pedazos, y cuentas sin pagar. Una noche, la señora no pudo dormir porque el bebé no dejaba de llorar. Al levantarse vio que el perro le había comido el único par de zapatos buenos que tenía. Cuando fue a preparar el desayuno se dio cuenta que le habían cortado la electricidad. Unos segundos después, el perro decidió jugar con el mantel de la mesa, por lo que los platos y la comida que había sobre ella terminaron en el suelo. Resignada, la mujer dejó de levantar las cosas y de limpiar, cuando escuchó un ruido en la calle. Se acercó a la ventana, la abrió, y un hombre desde la calle le gritó: «¡Basurero!» Sin siquiera pensarlo, le contestó: «¡Mándelo para acá!»

    Esta otra historia también sucedió durante la Depresión, y es acerca de un hombre quien, después de muchos meses de buscar trabajo, finalmente había conseguido que lo llamaran para una entrevista. Pero todavía tenía otro obstáculo para salvar… un río congelado. Un río que no tenía ningún puente cercano para ser cruzado, pero que no tenía más remedio que atravesar para llegar al lugar de la entrevista. Como no sabía si el hielo estaba suficientemente firme, tenía miedo de hacer el cruce, pero aún así decidió hacerlo. Comenzó a caminar muy lentamente, tanteando cada paso. Cada vez que sentía un crujido en el hielo debajo de sus pies, su temor aumentaba. Finalmente, para tratar de distribuir mejor el peso de su cuerpo, decidió tirarse sobre el hielo e ir gateando. Cuando iba por la mitad del río, escuchó que por detrás de él venía alguien cantando. Al darse vuelta para ver de qué se trataba, casi no pudo creer lo que vio: un hombre sosteniendo las riendas de un trineo tirado por dos hermosos caballos. Sin ningún temor, el hombre cantaba a todo pecho mientras manejaba su vehículo por el hielo… ¡cargado con lingotes de hierro! Al ver esto, el hombre que iba a la entrevista de trabajo supo que el hielo estaba suficientemente firme como para aguantarlo, por lo que con total confianza emprendió la marcha a paso firme.

    Lo que han escuchado son dos historias de dos personas pobres. Sin embargo, entre las dos existe una gran diferencia. La mujer creía que su vida iba a estar siempre llena de basura. El hombre recibió la fe que lo ayudó a seguir adelante. Después de haber escuchado estas dos historias, no tengo dudas de cuál de las dos personas usted quisiera ser. Pero hay un problema… un problema muy serio. Usted necesita tener pruebas de que el hielo donde está parado es seguro; necesita ver evidencia de que puede confiar en las cosas que cree. Sin embargo, como este mensaje ha demostrado, no hay nada en la vida que sea totalmente seguro o confiable.

    Pero en realidad no es tan así, porque sí hay algo, o mejor dicho, ALGUIEN, en quien podemos confiar plenamente. Ese ALGUIEN es Jesús, su Salvador. Muchos de ustedes han tenido tantos reveses en la vida, que han llegado a la conclusión que no hay nada ni nadie digno de confianza, especialmente alguien como Jesús, a quien nunca han visto. Muchos de ustedes se suman al mundo incrédulo que se ríe de los cristianos que vivimos por fe en un Dios invisible y en un Salvador que parece estar alejado de todo. Un mundo incrédulo que se burla de nosotros porque creemos en el pecado, en los ángeles, en el cielo, en el infierno, y en un Redentor que, a través de su vida perfecta, su sufrimiento inocente, su injusta muerte, y su gloriosa resurrección, ha perdonado y salvado a todos los que creen en él. Un mundo incrédulo que piensa que los cristianos somos tontos, irracionales y ridículos porque depositamos nuestra fe en el Hijo sin pecado de Dios, quien dijo que va a estar con nosotros siempre; quien prometió que había venido a buscar y a salvar a los que se habían perdido; quien sigue ayudándonos cada día a vivir en este mundo, y quien nos ofrece una eternidad con él en el cielo llena de alegría, pues será una eternidad donde no habrá más lágrimas, ni penas, ni dolores.

    Si usted piensa así, le aliento a que escuche el llamado del Espíritu Santo y vea a su Salvador, en quien puede depositar su confianza. Y si se pregunta por qué es él digno de recibir su confianza, le contesto que no debe hacerlo simplemente porque yo se lo diga; usted no me conoce, y no tiene por qué confiar en mí más que en cualquier otro predicador de cualquier otra religión. También le digo que no deposite su confianza en el Salvador simplemente porque hay miles de millones de personas en el mundo que así lo han hecho; sabemos muy bien que aún las grandes multitudes, por más entusiasmadas que parezcan, pueden estar equivocadas. No deposite su confianza en el Salvador porque la suya es una religión que existe desde hace muchos siglos; hay otras religiones que también llevan mucho tiempo de existencia. No ponga su fe en Jesús porque él habló y enseñó como nadie más lo ha hecho, o porque hizo milagros que sólo el Hijo de Dios podría hacer; si bien son una prueba maravillosa, no son razón suficiente para darle la certeza total. Y, aunque sería correcto que lo hiciera, no deposite su fe en el Salvador SÓLO porque él es único y porque su mensaje de salvación por gracia a través de la fe es único, y diferente del de toda otra religión.

    Lo invito a que deposite su fe en Jesús porque él es el único que ha demostrado ser fiel; deposite su fe en Jesús porque él, y sólo él, ha demostrado ser digno de confianza; deposite su fe en Jesús porque él ha hecho por usted lo que ni usted ni nadie más podría hacer. Fíjese en los hechos. Busque, lea y entienda lo que la Biblia dice acerca de él. Esto es lo que encontrará: que cuando la humanidad cayó en pecado, nuestro misericordioso Dios tuvo compasión de nosotros y, sabiendo que nunca seríamos capaces de reconstruir el puente que separaba nuestras almas pecadoras de Él, prometió enviar un Salvador. Durante miles de años nuestro Padre celestial dio información que ayudaría a la humanidad a identificar a su Hijo cuando naciera: ninguna otra religión puede decir lo mismo. Sólo Jesús cumplió las profecías que se habían hecho acerca de un Salvador.

    Se había predicho que el Salvador iba a nacer en Belén; allí nació Jesús. Se había prometido que el Salvador sería verdadero Dios y verdadero Hombre. Jesús, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen María, fue ambas cosas. El profeta Isaías había dicho que el Salvador iba a ser golpeado, maltratado, y sentenciado a muerte por nosotros. Ese mismo profeta también dijo que Jesús habría de morir con criminales. Una tras otra, todas las promesas, profecías y predicciones hechas acerca del Salvador que habría de venir, fueron cumplidas por Jesús… y no fue por pura coincidencia.

    Mire a su Salvador y verá que sólo Jesús es digno de su confianza. Cientos de años antes de su nacimiento fue predicho que iba a ser asesinado, crucificado, colgado en una cruz. Pero también fue prometido que su cuerpo sin vida no iba a descomponerse y que se levantaría de la muerte, para que todo el mundo pudiera estar seguro de que su obra de salvación había sido finalizada.

    Si está pensando que todo esto no es más que un mito o una leyenda, fíjese en los discípulos de Jesús; en un momento, ellos también pensaron como usted. El Señor que había estado muerto, de pronto estaba otra vez vivo… no era fácil aceptar algo así. Sin embargo, se convencieron. El ver a Jesús caminar, hablar, comer, y respirar, los convenció.

    Cuando Jesús les mostró las marcas de los clavos en sus manos y les dijo: «Tóquenme y vean…» (Lucas 24:39), todas sus dudas desaparecieron. En el Cristo viviente, los discípulos encontraron a la única Persona en quien podían confiar y creer. El Jesús viviente era el Salvador que habrían de seguir por el resto de sus vidas hasta pasar por el martirio y finalmente entrar en la más bendecida eternidad. El camino de fe que esos apóstoles siguieron ha sido y sigue siendo seguido por muchos millones más.

    No hace mucho me contaron acerca de una señora que había pasado por muchas cosas duras en la vida. Pero, a pesar de las muchas pruebas, siempre se mantuvo firme en su fe, reflejando a los demás la paz que viene de conocer a Jesús. Un día, una mujer que también había sufrido muchos reveses, golpeó en la puerta de su casa. Al abrir, la visitante le preguntó: «¿Es usted la mujer con una gran fe?» «No», le contestó. «No soy una mujer con una gran fe; soy una simple mujer con fe en un gran Dios».

    Esa es nuestra oración en este día… que usted reciba fe en nuestro grande y maravilloso Salvador, quien es digno de toda confianza. Amén.

    Si en algo podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.