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PARA EL CAMINO
¿Qué hogar no sería bendecido si el esposo y padre amara a su familia así como Cristo nos amó? Dios les dice a los padres que el lugar que ocupan en la vida de su familia es muy importante y decisivo.
Glen y su familia eran misioneros en China, donde hacían todo lo posible por compartir a Jesucristo en forma secreta. Pero, por más que se esforzaron, el secreto no fue tan secreto, y un día Glen junto a su familia fueron puestos bajo arresto domiciliario. Después de un tiempo, unos soldados fueron a su casa a decirles que iban a ser deportados de vuelta a los Estados Unidos, y que se podrían llevar consigo las cosas que quisieran… con tal que no pesaran más de 100 kilos.
La pregunta fue: ¿cómo hacer para elegir qué llevar y qué dejar, estando tan restringidos de peso? En los años que llevaban viviendo en China habían acumulado muchas cosas que les recordaban momentos vividos. ¿Cómo iban a hacer para decidir qué dejar? Así es que comenzaron por deshacerse de las cosas que menos les interesaban, y luego pesaron cada cosa que les quedó y las fueron seleccionando hasta que lograron reducir el peso a 100 kilos. Cuando llegaron los soldados ya todo estaba pronto. «¿Están preparados para partir?», preguntó un oficial. «Sí», contestó Glen. «¿Han pesado todas las cosas?» «Sí.». «¿Han pesado a sus hijos?» ¿Pesar a los niños? ¡Por supuesto que no habían pesado a sus hijos! Cómo iban a pesarlos, si eran parte de la familia y no del equipaje. En un segundo, la pregunta del oficial cambió el valor de todo. La máquina de escribir todavía sin estrenar, el jarrón de porcelana, el cuadro recién comprado, todo dejó de ser importante y valioso. La única prioridad y preocupación de esos padres fue que sus hijos fueran con ellos.
¿Ha pesado usted a sus hijos? Este es el tema para el mensaje en este Día del Padre. Más de 1.500 años antes de que Jesús, el Salvador del mundo, naciera en Belén, vivió un hombre llamado Job. La Biblia nos dice que Job era muy bueno, que tenía varios hijos, mucho éxito, y muchas riquezas. Pero un día, por razones que el Señor no compartió con él al principio, todo lo bueno que tenía fue trágica y repentinamente reemplazado por tristeza, dolor, duelo, miseria, sufrimientos y enfermedades. Fue entonces que Job, su esposa, y sus amigos, se reunieron para conversar sobre todo lo que había sucedido y tratar de entender el por qué de tantas catástrofes. Fueron muchas las explicaciones que se ofrecieron por el sufrimiento de Job, y también fueron muchas las discusiones que tuvieron sobre por qué Dios había hecho lo que había hecho. Las respuestas que se les ocurrieron fueron las mismas que se nos hubieran ocurrido a nosotros hoy. Uno dijo que estaba siendo castigado por haber cometido algún pecado grave, pero Job lo descartó de inmediato. Otro dijo que Dios tiene sus razones para hacer lo que hace, pero que nadie puede comprender su mente o sus propósitos. Y otro dijo que, cuando Dios envía sufrimiento, lo hace para que sea una bendición para crecimiento, y no como un castigo por las malas acciones.
De más está decir que Job no estaba satisfecho con ninguna de las explicaciones de sus amigos, y menos aún con el comentario que había hecho su esposa cuando le dijo: «¡Maldice a Dios y muérete!» (Job 2:9) Este héroe de la fe del Antiguo Testamento con firmeza defendió su inocencia; una y otra vez dijo que su conducta había sido siempre intachable, y protestó por su castigo. Después de escucharlos debatir una y otra vez, la Biblia nos dice que Dios finalmente le habló a Job. A partir del capítulo 38, el Señor comenzó a compartirle sus pensamientos, y sus palabras son algunas de las más hermosas, poderosas y poéticas que jamás se hayan escrito.
El Señor comenzó preguntando: «¿Quién es éste, que oscurece mi consejo con palabras carentes de sentido?» Y luego ordenó: «Prepárate a hacerme frente; yo te cuestionaré, y tú me responderás.» Entonces, comenzando con la Creación del mundo, Dios le preguntó a Job: «¿Dónde estabas cuando puse las bases de la tierra? ¡Dímelo, si de veras sabes tanto! ¡Seguramente sabes quién estableció sus dimensiones y quién tendió sobre ella la cinta de medir! ¿Sobre qué están puestos sus cimientos, o quién puso su piedra angular mientras cantaban a coro las estrellas matutinas y todos los ángeles gritaban de alegría?» «¿Quién encerró el mar tras sus compuertas cuando éste brotó del vientre de la tierra? ¿O cuando la arropé con las nubes y la envolví en densas tinieblas? ¿O cuando establecí sus límites y en sus compuertas coloqué cerrojos? ¿O cuando le dije: ‘Sólo hasta aquí puedes llegar; de aquí no pasarán tus orgullosas olas.» (Job 38:2-11)
Dios comenzó hablando de la creación del mundo pero no terminó allí, sino que siguió con muchos otros temas: la grandeza del universo, los misterios de la naturaleza, las maravillas del reino animal, lo ilimitado de su poder, y las limitaciones de la sabiduría humana. Dios no esperó a que Job respondiera; no necesitaba esperar, porque Job no tenía ninguna respuesta, así como hoy toda persona que no cuenta con la guía y la gracia de Dios tampoco tiene respuesta a las grandes preguntas de la vida sobre la muerte y la salvación.
Recién después de que el Señor le hiciera ver todas esas cosas fue que Job, al igual que la familia misionera de la que les hablé al principio de este mensaje, se dio cuenta de que sus prioridades habían estado equivocadas y que su conocimiento era incompleto. Recién después de que su corazón y su mente fueron puestos en el lugar correcto, fue que Job humildemente le contestó al Señor: «Yo sé bien que tú lo puedes todo, que no es posible frustrar ninguno de tus planes… Reconozco que he hablado de cosas que no alcanzo a comprender, de cosas demasiado maravillosas que me son desconocidas» (Job. 42:1-3).
‘He hablado de cosas que no alcanzo a comprender, cosas que me son desconocidas’. Esa declaración de Job es la mejor descripción de la incomprensión humana que he escuchado. En todas las épocas, en todos los lugares, y sobre todos los temas, la humanidad ha hablado con absoluta autoridad acerca de cosas que no entiende, y ha declarado que ha descubierto las respuestas a preguntas que ni siquiera ha comprendido. Si no me cree, trate de pensar en un tema en que todos los expertos del mundo estén de acuerdo. Por ejemplo: ¿es cierto lo del calentamiento global? Algunos dicen que sí, que es totalmente cierto, mientras que otros dicen que no es para tanto. ¿Hay una recesión en la economía mundial, o ya se está recuperando? ¿Hace mal para el colesterol el comer huevos, o no? ¿Cuándo se declara muerta a una persona? La medicina tiene una definición, la ley tiene otra, y la religión otra. Lo cierto es que, lo que aceptamos hoy como verdad, probablemente deje de serlo en el futuro.
Es común que muchos se burlen de la verdad que Dios reveló en su Santa Palabra. A pesar de que nunca han leído la Biblia, se dejan llevar por lo que escuchan decir a los demás. De la misma manera, y a pesar de no estar seguros de lo que creen los cristianos, también se burlan de la misión y ministerio del Salvador, de la vida que él vivió para que ellos pudieran vivir para siempre, de su sufrimiento, de su muerte, y de su resurrección de la muerte.
Pero es más que nada con respecto a la familia donde los expertos han cometido los mayores errores al opinar sobre cosas que no sabían ni comprendían. En 1946, el Dr. Spock publicó un libro sobre cómo criar a los niños, del cual se vendieron más de 50 millones de copias en 30 idiomas. En él, el Dr. Spock alentaba a los padres a que fueran más permisivos al criar a sus hijos, y a que les dieran todo lo que les pidieran. Lo que la mayoría del público no sabe es que, poco antes de morir, el Dr. Spock pidió perdón porque había estado equivocado. Sus teorías sobre cómo criar a los niños no habían dado resultado, pues no habían producido adultos sanos y responsables.
El Dr. Spock había opinado sobre cosas que no comprendía, y hablado de cosas que en realidad no sabía. Y no fue, ni es, el único. Religiosamente, una y otra vez la sociedad dice que los padres, más allá de su participación en la procreación, no son muy necesarios, e incluso que, si dedican demasiada atención a la esposa y a los hijos, no van a tener éxito en el trabajo.
Ya no se tiene más en cuenta el propósito original con que Dios creó al hombre y la mujer, cuando dijo: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada.» (Génesis 2:18) En la conciencia colectiva tampoco se recuerda más la condenación que Jesús hizo del divorcio cuando dijo en Mateo 19:8: «Moisés les permitió divorciarse de su esposa por su dureza de corazón. Pero no fue así desde el principio.» O las palabras de Pablo, quien inspirado por el Espíritu Santo, dijo: «Esposos, amen a sus esposas así como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella» (Efesios 5:25).
Pensemos por un momento. ¿Qué hogar no sería bendecido si tuviera un hombre que amara completa y continuamente como Cristo amó? ¿Qué esposa o hijos no serían privilegiados de tener a un esposo o padre que considerara su deber sacrificarse por ellos, que creyera que ser un ejemplo cristiano fuera de primordial importancia, y cuyo mayor interés fuera velar por el bienestar de ellos?
Es imposible describir cuánto dolor se evitaría, cuántos hogares serían restituidos, y cuántos niños vivirían muchísimo mejor, si esas verdades de la Biblia fueran aceptadas, creídas, y puestas en práctica. El concepto cristiano de la familia nunca podrá producir resultados peores que los que produce el mundo que opina sobre cosas que no comprende y habla de cosas que en realidad no sabe. ¿No me cree? De acuerdo a las estadísticas más recientes que pude encontrar, el 63% de los jóvenes que se suicidan provienen de hogares sin padres; el 70% de los jóvenes internados en instituciones estatales provienen de hogares sin padres; el 71% de las adolescentes embarazadas vienen de hogares sin padres; el 71% de los jóvenes que no terminan el secundario vienen de hogares sin padres; el 75% de los adolescentes que son tratados por abuso de drogas vienen de hogares sin padres; el 85% de todos los niños con problemas de comportamiento y el 85% de los jóvenes que están en las cárceles vienen de hogares sin padres.
Estimados padres, más allá de lo que el mundo pueda decir, Dios les dice que el lugar que ustedes ocupan en la vida de su familia no sólo es muy importante, sino también decisivo. Más allá de lo que el mundo diga, el Señor que los creó, el Cristo que dio su vida para salvarlos, y el Espíritu Santo que les da poder, siguen teniendo razón.
Mis estimados amigos, al comienzo de este mensaje les conté la historia de un misionero cristiano que fue obligado a volverse de China con sólo lo que era de más valor para él. ¿Recuerda qué pregunta le hicieron los soldados a él y a su esposa cuando fueron a buscarlos? La pregunta fue: «¿Han pesado a sus hijos?»
Quiero que sepa que usted tiene un Padre celestial que siempre pesa a sus hijos. Cuando Adán y Eva, sus primeros hijos, se apartaron de su lado para seguir a Satanás, Dios los pesó, y prometió enviarles un Salvador. Cuando el mundo se había corrompido tanto que Dios decidió terminar con los hombres mandando el diluvio, primero pesó a sus hijos y salvó a Noé con su familia. A pesar de que Dios lo había liberado milagrosamente de la esclavitud de Egipto, el pueblo de Israel pronto lo olvidó y comenzó a protestar y a rebelarse contra él. Al principio Dios quería destruirlos a todos y comenzar de nuevo… pero en vez de hacerlo pesó a sus hijos, y los reclamó como suyos una vez más.
A través de la historia Dios siempre pesó a sus hijos. Cuando eran obedientes y agradecidos, los amó con un amor feliz; cuando eran obstinados y desagradecidos, los amó con un amor triste. Pero siempre, siempre que los pesó los amó. Como prueba de ese amor, le invito a que se fije en el pesebre de Belén donde encontrará al Niño Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. El Señor miró a la humanidad pecadora, la pesó, pesó el precio que estaba dispuesto a pagar para que pudiéramos ser salvos, y decidió enviar a su Hijo a vivir, sufrir, morir y resucitar por ella. Nuestro Padre celestial envió a su Hijo a salvarle a usted, a mí, y a todos los hijos perdidos y condenados del mundo.
Dios siempre ha pesado a sus hijos. Si usted cree que el Salvador es débil, frágil, o flojo, fíjese otra vez. Fíjese en el poder de su Palabra cuando ordenó a la tempestad que se calmara; fíjese cómo condenó a los orgullosos. Fíjese cómo se comprometió al tocar al leproso y al ayudar a las almas tristes y pecadoras que habían sido abandonadas por la sociedad. Mírelo y verá cuánto coraje tuvo en el Jardín de Getsemaní, donde literalmente fue abatido por el peso de los pecados de la humanidad. Piense en esto por un momento. La culpa por cada pecado que usted ha cometido en su vida y por cada cosa mala o equivocada que ha hecho, fue cargada sobre él. Y aún así, con todo ese peso sobre sus hombros, Jesús siguió adelante con su misión, sabiendo que le esperaba un juicio injusto en el cual podría haberse defendido, pero optó por no hacerlo. ¿Por qué? Porque gracias a las mentiras de los testigos falsos, hoy nosotros podemos conocer la verdad. Jesús se dejó crucificar de propia voluntad para que nosotros podamos vivir eternamente. A él no le quitaron la vida… él dio su vida para que nosotros recibamos vida eterna.
¿Ha pesado a sus hijos? No sé cómo ha sido su vida hasta ahora, ni tampoco sé qué pecados ha cometido. No sé si usted es honesto o no; no sé si es un buen esposo y padre. Pero sí sé que, en este día del Señor, su Padre celestial, el Padre que lo ha pesado y ha sacrificado a su Hijo para salvarle, le ofrece su perdón y lo quiere recibir como hijo suyo. Que por el poder del Espíritu Santo hoy sea un nuevo día, un nuevo amanecer, el comienzo de una nueva vida. Hoy, por la gracia de Dios y a través del poder del Espíritu Santo, usted puede comenzar a ser el hombre que el Señor siempre quiso que fuera. Hoy usted puede comenzar a ser un esposo cristiano, un padre cristiano, un hombre cristiano. Así como Dios le ordenó a Job, también le ordena a usted: vístete para la acción como un hombre.
Hace muchos años, cuando servía como pastor en una parroquia, llamé por teléfono a una familia a quien quería ir a visitar. Atendió el esposo, que rara vez iba a la iglesia. Le dije quién era, y antes de que pudiera seguir hablando me interrumpió diciendo: «Espere un momento pastor, déjeme llamar a mi esposa; ella es la que se encarga de las cosas de la iglesia». Y luego se rió y llamó a la esposa para que atendiera mi llamada. Yo no me reí… ni me río ahora. Jesús no vino a salvar sólo a las mujeres. La iglesia no es una organización sólo para mujeres. Esa nunca fue ni es ahora la intención de Dios. Vístase para la acción como un hombre. Dedíqueles tiempo a sus hijos; rece con ellos; aliéntelos; enséñeles acerca de Jesús. Vístase para la acción como un hombre… como un buen hombre, un hombre de Dios, un hombre cristiano. ¿Por qué? Porque así como usted fue pesado por el Salvador que decidió sacrificar su vida para salvarle, así también usted pesa a sus hijos y se sacrifica por ellos. ¿Por qué? Porque usted desea amarlos así como Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella.
Si de alguna manera podemos ayudarle, no vacile en llamarnos a Cristo Para Todas Las Naciones.
Amén.