PARA EL CAMINO

  • Atacados sí. Vencidos, jamás.

  • agosto 30, 2009
  • Dr. Leopoldo Sánchez
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Efesios 6:10-20
    Efesios 6, Sermons: 2

  • La victoria de Jesús sobre el poder del diablo nos permite mirar el futuro con confianza, pues sabemos que, aun cuando las batallas sigan viniendo, la guerra ya la ha ganado el Señor por nosotros. Por ello es que podemos decir que, en Cristo, somos vencedores.

  • Después de haber leído un cuento de monstruos, le empieza a dar un poco de miedo al niño. Era la hora de la cena en casa. Como parte del hábito cristiano, la familia ora y lee la palabra de Dios. «¿Es cierto que el diablo existe?»-le pregunta el niño a su papá después de terminar la cena-¿cómo podemos hacer para que el diablo se vaya y no nos moleste?»

    «No te preocupes mi hijo, no te preocupes»-le dice su papá. «Cuando leemos la palabra de Dios y ponemos todo en las manos de Dios en oración, el diablo sale huyendo».

    Así fue con Jesús durante su vida y ministerio. En su camino a la cruz, Jesús sufre los ataques del diablo. De hecho, la misión de Jesús se caracteriza por el conflicto, la confrontación, la lucha entre el reino misericordioso de Dios que manifiesta Jesús en su obra, y los poderes del anti-reino que se oponen a todo plan de Dios. Podemos hablar de una batalla, un combate, una guerra, una lucha. Jesús versus el diablo.

    Es cierto que hoy en día algunos no creen en la existencia del diablo y sus espíritus o ángeles malignos. El materialismo niega la realidad espiritual y la lucha espiritual. El secularismo la reduce sólo a manifestaciones de corrupción o maldad en instituciones o individuos. Como resultado de estas maneras de pensar, el mundo moderno le ha hecho un exorcismo al propio diablo. Lo ha sacado del mundo.

    Los Evangelios, sin embargo, presentan otra realidad en su testimonio acerca de la historia de Jesús. Una realidad de tipo espiritual. Jesús es ungido por Dios Padre con el Espíritu Santo en el río Jordán para así empezar públicamente su misión. La versión del evento en el Evangelio según San Marcos nos dice que inmediatamente después de la unción, Jesús es llevado por este Espíritu Santo al desierto.

    En las Escrituras, el desierto es aquel lugar que, al igual que la montaña, se asocia a menudo con la oración, el retiro espiritual, el lugar para pasar tiempo con Dios. Podemos asumir entonces que Jesús, animado por el Espíritu Santo, va al desierto a pasar tiempo con su Padre en oración. El Hijo fiel no se olvida de poner toda la misión que se le ha encomendado en manos de su Padre, que lo envió al mundo en compañía del Espíritu Santo.

    Es precisamente en ese momento de intimidad con el Padre, de oración al Padre, de preparación para iniciar su misión pública, que Jesús es atacado. El diablo entra a la escena, el espíritu maligno lo tienta, tratando de poner a prueba su fidelidad al Padre. Trata de hacer dudar a Jesús acerca de la misión para la cual el Padre lo ungió en el Jordán con el Espíritu Santo y lo declaró su Hijo amado y nuestro Siervo.

    ‘Si en realidad eres el Hijo de Dios-le dice Satanás-¿por qué someterte a esta voluntad del Padre que al fin te llevará a la cruz? ¿Por qué no hacer lo que tú quieras y desplegar plenamente tu poder y gloria? ¿Por qué sufrir innecesariamente? ¿Por qué tomar el camino del servicio hasta la cruz? ¿No sería mejor reinar sobre todos los reinos de la tierra? Póstrate ante mí y todos los reinos del mundo te pertenecerán.’

    En su carta a los Efesios, el apóstol Pablo describe la vida de la iglesia, del cristiano, del seguidor de Jesús, de la mismísima manera. Nos exhorta a «hacer frente a las artimañas del diablo», y nos recuerda que al fin de cuentas no estamos luchando «contra seres humanos, sino contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestes». La iglesia, plantada en la historia, formada por gente de carne y hueso, también tiene su dimensión espiritual. La acompaña el Espíritu Santo, pero también la ataca el espíritu maligno, el diablo.

    ¿Qué hacer entonces para contrarrestar los ataques, apagar las flechas encendidas, vencer en esas batallas diarias? ¿Cómo hacer para que el diablo salga huyendo?
    Aquel papá al comienzo de nuestra meditación no le dijo a su hijo: «No te preocupes mi hijo, no te preocupes. El diablo no existe». Dio por dada la realidad de la lucha. Pero también le dijo a su hijo: «Cuando leemos la palabra de Dios y ponemos todo en las manos de Dios en oración, el diablo sale huyendo».

    Así fue con Jesús durante su vida y ministerio. Lleno del Espíritu Santo, Jesús explícitamente usa la palabra de Dios en el desierto para contrarrestar los ataques del espíritu maligno. «Si eres el Hijo de Dios-lo tienta el diablo-entonces tírate desde lo alto de este templo. No tienes nada de qué preocuparte, porque la Biblia dice que Dios ‘a sus ángeles mandará para que te guarden’, y además dice que ‘en las manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra». Pero Jesús le contesta al maligno con la palabra de Dios: «Dicho está: ‘No tentarás al Señor tu Dios'».

    El encuentro en el desierto es sólo el primero de otras luchas con los poderes del anti-reino. Por eso la versión de la tentación de Jesús en el Evangelio según San Lucas nos recuerda que el Diablo sólo «se apartó de él por un tiempo», por un rato nada más, para luego volver con más fuerza en otra ocasión y molestar de nuevo.

    Y así mismo ocurre de forma muy dramática cuando Jesús se encuentra en el Jardín de Getsemaní, y ya se acerca su muerte. Lo vemos orando. Vemos a un Jesús que en oración va al Padre para no ser tentado a dudar de su voluntad. para no dudar del propósito de su unción para ser el Hijo obediente hasta la cruz, para ser el Siervo que vino en rescate de muchos. «Padre, si es tu voluntad, quita esta copa de mí, pero que no sea mi voluntad, sino la tuya»-le dice el Hijo fiel y nuestro siervo a su Padre, en una de sus peores horas. Jesús ora al Padre, animado por el Espíritu, en medio del ataque del maligno. En la versión de la experiencia de Getsemaní según San Marcos, cuando Jesús clama a su Padre, lo llama Abba, que es la manera en la cual-según nos recuerda San Pablo en su carta a los Romanos-los primeros cristianos oraban a Dios, animados por el Espíritu, en sus momentos difíciles, de sufrimiento, de dolor.

    Vemos entonces cómo Jesús es tentado y atacado por el diablo. Pero también vemos cómo, en medio de la confrontación, el Hijo de Dios usa la palabra de Dios y la oración a Dios como las herramientas que lo sostienen en su camino a Jerusalén, a la cruz, y al Gólgota.

    El ser ungido con el Espíritu no significa vivir sin conflictos. Ciertamente Jesús alaba al Padre con gozo en el Espíritu, como nos lo recuerda el evangelista Lucas. Pero éste es un gozo que se mantiene en medio y a pesar de los ataques espirituales que intentan poner en duda el plan de Dios en su vida y misión. El ser ungido con el Espíritu no lo hace inmune a los ataques. De hecho Jesús, lleno del Espíritu, anuncia buenas nuevas y sana a los enfermos, pero aún así, en una ocasión la gente lo quiere tirar desde la cumbre de una montaña, y en otra lo acusan de sanar por el poder del mismo diablo. Jesús proclama la palabra de su Padre y va al Padre en oración, y esto lo hace precisamente el objeto de los ataques del maligno. Pero al mismo tiempo, Jesús usa la palabra de Dios y la oración al Padre para vencer en medio de los ataques.

    La experiencia de Jesús es la experiencia de sus seguidores, de su Iglesia, de sus hermanos y hermanas, de todos aquellos que, por medio de su muerte y resurrección, son también hijos e hijas de su Padre. En el bautismo nosotros también fuimos ungidos con el Espíritu Santo y hechos hijos e hijas fieles de nuestro Padre celestial; fieles a su llamado de servir a nuestro prójimo en este mundo, siendo testimonios de su amor y misericordia a través de lo que decimos y lo que hacemos.

    Pero al llevar adelante la vocación que Dios nos ha dado como Iglesia en el mundo, somos atacados por los poderes del diablo. Tenemos experiencias como las que Jesús tuvo en el desierto y en el Jardín de Getsemaní, momentos en los que el diablo nos incita a rebelarnos contra la voluntad de Dios y el servicio al prójimo que Dios mismo nos ha dado como misión.
    Por medio de su carta a los Efesios, San Pablo nos recuerda hoy que no debemos sorprendernos de esos ataques. El Apóstol nos dice que las acechanzas del diablo vendrán, y que la vida de la Iglesia implica una lucha contra los poderes espirituales que se oponen al plan de Dios, por lo que nos llama a encontrar fortaleza para el combate en el Señor, poniéndonos la armadura de Dios para poder resistir y mantenernos firmes en medio de los ataques del maligno.

    El Espíritu en Jesús y en nosotros, sus seguidores, es el mismo. Por eso, los ataques del diablo han de esperarse. Pero también tenemos las armas que nos da el Padre para el combate, que son su Palabra y la oración. Como nos dice Pablo: en la lucha, «tomad…la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios. Orad en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu».

    Lutero nos dice algo similar. La vida del cristiano se caracteriza por la tentación o los ataques espirituales. Pero al atacarnos, le sale al diablo el tiro por la culata y el propio Satanás se vuelve sin quererlo nuestro mejor maestro de teología. De esta forma tan dramática, Lutero nos recuerda que Dios tiene el poder de utilizar aun los ataques del diablo para bien de sus hijos e hijas. Satanás no está por encima de Dios, no es una fuerza que se pueda comparar a Dios. El diablo es al fin criatura, un ángel con poder de persuasión, pero criatura al fin, y por eso está sujeto a Dios, quien en última instancia puede usar las acechanzas del maligno para nuestro beneficio. A pesar de que Satanás no lo quiere y lo detesta, Dios lo puede sujetar y controlar para que sea nuestro maestro de teología y sirva los propósitos de Dios en nuestras vidas.

    Así fue con Jesús. Los ataques del diablo, aunque serios y difíciles, lo llevaron a Jesús a ser más decidido en su propósito de cumplir con y vivir de acuerdo a la palabra y voluntad de Dios, acercándose más al Padre en oración para poner toda su misión en manos de aquél que lo había enviado al mundo para salvarnos.

    La vida del cristiano es similar. Dios utiliza los ataques del diablo para llevarnos a poner nuestras necesidades en sus manos mediante la oración y a confiar aún más en su palabra y promesas. Lutero diría que la tentación, en vez de llevar al cristiano a postrarse al diablo y separarlo de Dios, puede, por la pura gracia de Dios, llevarlo a la oración y la meditación en su Palabra.

    Los ataques del diablo finalmente llevan a Jesús a su muerte en la cruz. Lo que parece una victoria para los poderes del anti-reino es, sin embargo, el instrumento que Dios usa para salvarnos del poder del diablo, el pecado y la muerte. Al diablo le sale el tiro por la culata.

    En el desierto, en el Jardín de Getsemaní, y finalmente en la cruz del Gólgota, Jesús lucha contra el diablo para así vencer al diablo por nosotros. Los que tenían miedo al diablo y sus ataques, ahora pueden mirar con confianza a Jesús y ver en su muerte y resurrección la victoria sobre el poder del diablo. Las batallas vendrán, pero la guerra ya la ha ganado el Señor por nosotros. Pero sólo es así cuando uno ve los ataques del maligno desde la perspectiva de la fe en Cristo.

    Por eso es que el apóstol Pablo nos dice que sólo podemos mantenernos firmes y resistir en las batallas cuando nuestra fe mira a Aquél que ganó la guerra por nosotros. Por eso nos dice Pablo que busquemos nuestra fortaleza sólo «en el Señor», que tomemos el escudo de la fe (en el Señor) para apagar los dardos del maligno, que nos pongamos el yelmo de la salvación que el Señor nos ha dado para así vencer al maligno. Esto es otra manera de decir que, por la fe en Jesús, nuestro Siervo y Señor, quien murió y resucitó por nosotros para rescatarnos de los poderes del anti-reino, tenemos ahora pleno acceso a la ayuda del Padre en oración, y a sus certeras promesas de consuelo y protección en su Palabra.

    Todos tenemos experiencias del desierto en nuestra vida. Todos tenemos lugares, actitudes, acciones que nos hacen más susceptibles a caer, a ser tentados cuando el diablo acecha. Si vemos la lucha contra los ataques desde el punto de vista de nuestra fuerza humana, nos vence el miedo, dudamos de Dios, y no buscamos la ayuda del Padre en oración y su Palabra, sino en nuestros propios recursos para la lucha. Tal actitud nos hace susceptibles, vulnerables al maligno.

    Pero si vemos la lucha contra los ataques desde el punto de vista de la bondad de Dios por medio de Jesús, quien venció al diablo por nosotros, entonces podemos vivir en medio de la lucha con la confianza de que los dardos del maligno no nos podrán dañar de manera permanente. Todo lo contrario. Por la fe en Cristo, el cristiano puede confiar que los ataques del diablo lo acercarán aún más a Dios en oración y a su Palabra para así vencer en la lucha espiritual diaria y anclar su vida en las promesas de protección y salvación que Dios nos ha dado en Cristo Jesús.

    Atacados, sí. Vencidos, jamás. Oh Señor, no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal. Amén.

    Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.