PARA EL CAMINO

  • Las cosas que decimos

  • septiembre 13, 2009
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Santiago 3:8-10
    Santiago 3, Sermons: 4

  • Las palabras crueles e insensibles pueden lastimar y dejar cicatrices profundas. Esto no es nada nuevo, es un problema que existe desde que el hombre es hombre. Veamos qué nos dice Dios que podemos hacer al respecto.

  • Los mensajes de este programa se basan más en historias serias que en cuentos graciosos, debido a que no es fácil narrar cuentos graciosos, como por ejemplo el siguiente: Cuatro pastores se reúnen todos los lunes para almorzar juntos. Un lunes en particular, uno de ellos dijo: «Nosotros cuatro hemos compartido algunos buenos momentos, pero creo que nos conoceríamos mejor si nos confesáramos nuestras debilidades.» «Me parece una buena idea», contestó uno, y siguió diciendo: «Debo confesar que una vez saqué cincuenta dólares de la ofrenda». El segundo dijo: «Mi debilidad personal es el licor. En mi escritorio tengo una botella de vodka y con frecuencia, después de una reunión larga, me tomo uno, dos, o tres tragos». El tercero dijo: «Mi debilidad es mi secretaria; no he hecho nada, pero en mi corazón he cometido lujuria». Cuando fue su momento de hablar, el cuarto pastor no sabía dónde meterse de la vergüenza. Después de esperar unos minutos, los otros preguntaron: «¿Y tus debilidades querido hermano?» Pausadamente, el ministro dijo: «Mi pecado es que soy chismoso… y no puedo esperar a contarle a alguien acerca de ustedes».

    Si bien no es un cuento muy gracioso, nos sirve para introducirnos al tema de hoy, que trata sobre los pecados de la lengua. Un tema que imagino será de interés para todos, ya que quién no ha sido víctima o causa de la maliciosa conversación de alguien.
    Muy a mi pesar, debo incluirme en esa segunda categoría. Ocurrió ya hace varios años, cuando un hombre me visitó en mi oficina. Su rostro me era familiar, pero no podía identificarlo con certeza. Se presentó como un ex compañero de estudios, por lo que intercambiamos algunos recuerdos de conocidos comunes y antiguos profesores. Pero de pronto se puso serio, y dijo: «Estaba en la ciudad y tuve que hacer una parada para hablar contigo. Quería decirte que una vez fuiste muy cruel conmigo». Rápidamente repase los momentos que compartimos juntos, pero no pude recordar ninguno que fuera desagradable. Vacilé y pregunté: «Perdóname, pero no recuerdo a qué te refieres». No estaba mintiendo; en realidad no podía recordar.

    Pero a él no le había pasado lo mismo. Poco a poco comenzó a compartir historias e incidentes en los que yo lo había insultado y me había burlado de él. A medida que los iba contando, yo los iba recordando. Era vergonzoso y penoso ser confrontado con el hecho que, cuando era joven, preferí ridiculizar a mi compañero de clase enfrente de otros, a fin de quedar bien. Esos incidentes, que ocurrieron mucho tiempo atrás, le habían provocado a él muchos años de dolor. Cuando terminó, no pude decir nada más que: «¡Cuánto lo siento!» Estaba arrepentido, y aún lo estoy. Él sinceramente aceptó mis disculpas, y ahora somos amigos. Las heridas que causa la lengua no siempre sanan rápidamente.

    Algunos recordarán a Karen Carpenter, quien murió en 1983. Ella, como muchos otros de la industria de la música, no murió por abusar de drogas o alcohol. De acuerdo a muchos que la conocían, Karen murió por las palabras. Al comienzo de su carrera, Karen leyó los comentarios de un crítico acerca de uno de sus conciertos, donde decía que era «gordita.» Aun cuando el que escribió el comentario no quiso ser cruel, para Karen la palabra «gordita» la afectó mucho, y por más de nueve años tuvo presente ese comentario. A fin de no ser conocida como la «gordita«, Karen se mató de hambre, abusó de laxantes, pastillas para tiroides y purgantes. Finalmente, su cuerpo dijo «basta», y murió a los 32 años de edad.

    Le voy a contar la historia de Megan Meier. Ella, como muchos adolescentes, estaba complacida de saber que un guapo joven le pedía ser su amigo en Facebook. Megan y su nuevo amigo, «Josh», intercambiaron datos, y aun cuando nunca se encontraron personalmente, eran amigos. Fueron amigos hasta el día en que Josh le dijo a Megan que era «mala», y que ya no quería ser su amigo. Megan dedujo que, al igual que Josh, el mundo tampoco la quería. Tenía 14 años cuando se ahorcó, y nunca llegó a saber que Josh no existía, sino que no era más que una broma cruel creada por quienes se supone debían saber más.

    El viejo dicho dice: «Palos y piedras me romperán los huesos, pero las palabras no me lastimarán.» Sabemos que no es cierto; las palabras pueden lastimar. Las palabras crueles e insensibles pueden matar, y si no matan, dejan heridas y cicatrices profundas en el alma. Este no es un pensamiento original. Dice en Santiago 3:8-10: «pero nadie puede domar la lengua. Es un mal irrefrenable, lleno de veneno mortal. Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a las personas, creadas a imagen de Dios. De una misma boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así«.

    Martín Lutero explicó el problema, diciendo: «Es una calamidad general y perniciosa que cada uno prefiera oír decir cosas malas que buenas del prójimo. No podemos oír que se digan del prójimo las mejores cosas; aunque somos tan malos que no podemos soportar si alguien dice algo malo de nuestra persona, sino que cada cual quisiera con gusto que todo el mundo dijera lo mejor de él».

    Y aunque Lutero no estaba siempre en lo correcto, esta vez dio en el clavo. Nuestras mentes inquisidoras siempre quieren saber más, cada detalle, cada escándalo, problema, pena, debilidad, pecado, error y falla de otros… pero moveremos cielo y tierra a fin de mantener en privado lo que nosotros hacemos, decimos o pensamos.

    Uno de los grandes beneficios, y al mismo tiempo una de las grandes contras de estar en la radio hablando con personas que no se conocen y no se pueden ver, es que uno puede ser totalmente honesto y decir cosas que quizás no se atrevería a decir cara a cara. En este momento quiero aprovechar mi anonimato y hablarle acerca de lo que significan los momentos cruciales en la vida.

    Un momento crucial es algo que le ha ocurrido o algo que le dijeron, y que le ayudó a determinar por qué hace las cosas que hace, que, a su vez, le han dado forma a cómo piensa usted de sí mismo. Ni siquiera tiene que ser un hecho trascendental. Es más, es muy posible que otras personas que presenciaron el evento, o escucharon lo que le fue dicho, ni le prestaron atención o no lo notaron. Pero usted sí lo notó, y lo recordó. Le doy un ejemplo. Estoy seguro que el comentarista que escribió que Karen Carpenter era gordita, no imaginó ni pensó mucho al escribir esa palabra. También estoy seguro que no tuvo la intención de ser cruel. Sin embargo, su uso de la palabra gordita marcó un momento crucial que definió el resto de la vida de esa talentosa mujer. Así vemos que un momento crucial da forma a lo que uno piensa de sí mismo.

    ¿Cuáles son sus momentos cruciales? ¿Un padre que le dijo: «compórtate mejor», o «limpia tu cuarto», o «saca buenas notas», o «juega deportes con tu hermano o hermana»? ¿Cuáles son sus momentos cruciales? ¿Cuando era niño no le prestaron la debida atención? ¿No lo invitaban a las fiestas? ¿Siempre era el último en ser elegido? Hay momentos cruciales que pueden ser dolorosos. ¿Alguna vez lo llamaron «estúpido», «gordo, o «feo»? Todos estos ejemplos, y muchos más, pueden ser momentos cruciales. Hubo oportunidades en que usted se vio a través de los ojos de otros; momentos en los que escuchó lo que otros pensaban de usted. No importa si las palabras fueron dichas hace mucho tiempo; todavía lastiman y duelen. Los pecados de la lengua pueden doler mucho. Usted lo sabe; yo lo sé; Jesús también lo sabe.

    Jesús entiende, no sólo porque es el Hijo de Dios que todo lo conoce, sino porque Él estuvo también en una situación similar a la suya. ¿Se han reído de usted? Jesús comprende. Cuando le dijo a un grupo de personas que lloraba por la muerte de una niña que estaba muerta para el resto del mundo, pero que para el Salvador ella sólo dormía, las Escrituras dicen que: «la gente se rió de Jesús.» (Mateo 9:24) ¿La gente lo insulta? Jesús entiende. Algunos hombres a los que él vino a salvar lo acusaron de estar loco y poseído por demonios. (Juan 10:20) ¿La gente ha dicho mentiras acerca de usted? Jesús comprende. En el juicio por su vida, las autoridades presentaron falsos testigos, pagándoles para que cometieran perjurio inventando cargos que llevarían al Salvador a su cruz. (Marcos 14:57-59) ¿Alguna vez la gente se burló de usted? Jesús comprende. Cuando colgaba en la cruz, muchos de los allí reunidos se burlaron de él, diciendo: ‘Se supone que Jesús debía salvar a otros, pero parece que no puede salvarse a sí mismo. Dejemos que baje de la cruz, y, si lo hace, creeremos en él’ (parafraseo de Mateo 27:41-42).

    Gracias a Dios que Jesús no bajó de la cruz y que no se salvó a sí mismo. Si hubiera hecho como le dijeron los que se burlaban de él, no sería nuestro Salvador, y nuestros pecados no habrían sido perdonados. Estaríamos perdidos, sentenciados a la condenación y la muerte eterna. Pero Jesús permaneció en la cruz hasta la muerte. Su grito de victoria, «se ha consumado», dijo a toda la creación que la opresión del pecado había terminado, y que el demonio no podría reclamar autoridad sobre nuestras almas. La resurrección del Salvador en el tercer día, proclamó a un mundo asombrado que incluso la muerte, el mayor de los enemigos de la humanidad, había sido vencida. Por la gracia de Dios y el poder del Espíritu Santo, todo el que cree en Jesucristo es salvo.

    Si alguien le ha dicho cosas hirientes y desagradables, por favor escuche lo que el Salvador ha hecho para sanar esas heridas. El profeta Isaías dijo en el capítulo 53 que Jesús fue despreciado y rechazado por los hombres; un hombre lleno de dolor y hecho para el sufrimiento… él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores… fue herido por nuestras rebeliones y aplastado por nuestras iniquidades; sobre él cayó el castigo que nos trajo paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados… fue oprimido y lastimado… aun cuando no hizo nada malo, ni hubo engaño en su boca.

    Las heridas causadas por las palabras hirientes de otros pueden ser sanadas. Qué momento crucial tan importante. Jesús dijo que somos valiosos, sin importar lo que los demás digan de nosotros. Aunque otros se deleiten señalando nuestras faltas y fallas, Jesús dice que somos perdonados. Cuando otros nos dicen que no somos deseados, Jesús dice que el Padre nos ama. Las palabras del Hijo de Dios tienen infinito poder sobre todo lo cruel, hiriente u horrible que alguien haya dicho de nosotros. Esta verdad es crucial en mi vida; tan crucial, que pido que lo sea también en la vida de cada uno de ustedes, porque lo cambia todo.

    Con lo antes mencionado podría finalizar este mensaje, pero hay algo más que debe ser dicho. Ya ha escuchado mi confesión de algo hiriente que dije a alguien. Ahora le invito a que piense si usted también tiene alguna confesión para hacer. Quizás en medio de una discusión con su cónyuge sacó a relucir algo del pasado que sabía que le lastimaría mucho. Quizás como padre o madre reaccionó exageradamente con su hijo y le dijo palabras demasiado duras o indebidas. Quizás haya repetido algo que oyó decir acerca de alguien y que daña la reputación de esa persona, sin siquiera saber si era verdad. Y la lista puede seguir indefinidamente.

    Todos esos pecados de la lengua lastiman a alguien por quien el Salvador murió; alguien a quien el Señor ama; alguien a quien nosotros también debemos amar.
    Si ustedes son pecadores de la lengua como yo, necesitan escuchar lo que sigue. Tenemos un Salvador que vino a este mundo para entregar su vida como pago por todo lo malo que decimos y hacemos. Cuando Jesús estaba en la cruz, pudo ver a quienes mintieron y esparcieron rumores acerca de Él. Al verlos, Jesús pidió en oración: «Padre, perdónalos.»
    Jesús pidió lo mismo por nosotros, y gracias a que él ha vivido, muerto, y resucitado, su oración por perdón se convirtió en nuestra realidad. Gracias a la sangre derramada por Jesús es que estamos perdonados de todo lo malo, deshonesto y cruel que hemos dicho; un perdón incondicional, completo y total. Ese es el regalo de Jesús para nosotros. Un regalo que debe ser compartido.

    Para finalizar, voy a contarles una historia más acerca de la lengua. Esta es acerca de un hombre que, en su afán por hacer fortuna, había sido despiadado con todo el que se le cruzara en el camino. Desdichadamente para él, sus habilidades sociales no eran tan agudas como su habilidad para los negocios. Para ser aceptado en la elite social, se hizo traer a un mayordomo inglés. La primer orden que el mayordomo recibió de su patrón fue dar un gran banquete, donde todo lo que se sirviera debía ser de la mejor calidad, para lo cual le dio un buen fajo de dinero.

    El día del banquete llegó, y los sirvientes comenzaron a servir los diferentes platos. Si bien cada plato estaba exquisitamente decorado y muy bien presentado, tenían algo en común: todos ellos estaban preparados con lengua de vaca, una de las carnes de menor calidad. Cuando el patrón se dio cuenta, llamó furioso al mayordomo y le dijo: «¿Acaso tratas de hacerme ver como un tonto? No te ordené que utilizaras carne de la mejor calidad?» El mayordomo contestó: «Señor, he seguido sus órdenes al pie de la letra. La lengua es lo que une a la sociedad civilizada; es el órgano de la verdad; la expresión del pensamiento con la que alabamos y adoramos al Señor.»

    Al patrón no le agradó tal explicación, pero tampoco pudo refutarla. De lo que sí se aseguró fue que no volviera a servir lengua, por lo que ordenó que al día siguiente sirviera una carne de baja calidad. Grande fue su sorpresa cuando, al sentarse a la mesa, encontró que una vez más el mayordomo había preparado la comida con carne de lengua. «¿Lengua nuevamente? ¿No ordené que cocinaras con carne de baja calidad?», le gritó el patrón. El mayordomo, sin pestañear, respondió: «Señor, usted lo hizo y yo obedecí. La lengua es la fuente de conflictos y desacuerdos; es la causante de discusiones y guerras; es el órgano con el cual se miente, difama y blasfema.» Una vez más, el patrón no pudo refutar el argumento, ni nosotros tampoco. La lengua puede construir o destruir; puede alabar a Dios, o blasfemar contra Él. Puede hacer que la gente se aleje del Salvador, o invitar a los pecadores a que le conozcan.

    Termino el mensaje de hoy usando mi lengua para decir: «Si podemos ayudarlo a conocer más acerca del Salvador, por favor no dude en llamarnos. Comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.