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PARA EL CAMINO
El Padre celestial nos limpió en las aguas del Bautismo, y nos injertó en la planta más importante: su Hijo Jesús. ¿Para qué? Para que demos frutos como amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio.
¿Cómo les ha ido este año con las plantas de tomate? Me imagino que habrán plantado algunas para tener tomates caseros. Si este año no plantaron nada, tal vez lo hayan hecho años atrás. O tal vez hayan plantado otras cosas, como ajíes, lechuga, o plantas y flores para alegrar la primavera.
Una característica que tiene que ver con el acto de plantar y de cuidar de lo plantado es que, una vez que plantamos algo, no arrimamos una silla y nos sentamos enfrente de la planta para ver cómo crece, cómo le salen hojas, o cómo le nace una flor o un fruto. No. Después que plantamos y regamos lo plantado, nos vamos. Quizás al principio volvamos cada día, o dos o tres veces por semana para regar lo plantado, quitar las malezas, y asegurarnos que las hormigas o las ardillas no hayan hecho daños. Pero después dejamos que lo plantado siga creciendo.
El Dr. Justo González, conocido teólogo hispano, dice que los cristianos estamos tan acostumbrados a pensar que Dios está siempre con nosotros, que no se nos ocurre pensar en que a veces Dios se aleja de nosotros, o que está lejos de nosotros.
¿Cuán a menudo vuelve Dios, el hortelano o labrador a nosotros, para ver nuestro fruto, para quitar la maleza que crece a nuestro alrededor, para podar algunas de nuestras ramas, para regarnos?
En su libro: Cultura, culto y cultivo, González muestra cómo, en varias de las parábolas acerca del fin de los tiempos, Jesús nos hace ver que hay veces en que Dios se aleja de nosotros.
En el Evangelio de Mateo capítulo 21 versículo 33, Jesús dice: «Escuchen otra parábola: Había un propietario que plantó un viñedo. Lo cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Luego arrendó el viñedo a unos labradores y se fue de viaje.»
Un poco más adelante, en los primeros cinco versículos del capítulo 25, Jesús dice: «El reino de los cielos será entonces como diez jóvenes solteras que tomaron sus lámparas y salieron a recibir al novio. Cinco de ellas eran insensatas y cinco prudentes… Y como el novio tardaba en llegar, a todas les dio sueño y se durmieron.» Y en el versículo 14, dice: «El reino de los cielos será también como un hombre que, al emprender un viaje, llamó a sus siervos y les encargó sus bienes.»
En el Evangelio de Lucas, capítulo 12 versículos 35 y 36, Jesús dice: «Manténganse listos, con la ropa bien ajustada y la luz encendida. Pórtense como siervos que esperan a que regrese su señor de un banquete de bodas, para abrirle la puerta tan pronto como él llegue y toque.»
González ilustra esta enseñanza bíblica con su propia experiencia cuando estaba en la escuela primaria. Dice que sus padres le daban una asignación semanal, y le daban la libertad de usar esa suma de dinero según él quisiera o necesitara. Así es que, si quería ir a ver una película durante el fin de semana, sabía que no podía gastarse todo el dinero en golosinas durante la semana. ¿Dónde estaban sus padres? Sus padres todavía estaban allí. No le entregaban el dinero y desaparecían, pero sí dejaban de vigilarlo constantemente. De esa manera, él tenía la libertad de usar el dinero como él quería, y a la vez aprendía a ser un buen administrador o mayordomo de lo que tenía.
Soren Kierkegaard, un filósofo y teólogo danés del siglo 19 que murió muy joven, pero que hizo un gran impacto en el pensamiento y en la teología europea, decía que un soldado muestra su coraje y lealtad cuando el capitán no está presente. Por lo tanto, un buen capitán no está constantemente observando lo que hacen sus soldados. El capitán les da a los soldados cierta libertad, cierto espacio para que los soldados practiquen su fidelidad y ejerciten su valor.
Pareciera que en los evangelios nos encontramos con la misma idea. Dios nos confía sus dones, nos da talentos, y luego da un paso atrás, se retira. En el párrafo precedente a nuestro pasaje, en el capítulo 14 del Evangelio de Marcos, Jesús les dice a sus discípulos: «Ya me han oído decirles: ‘Me voy, pero vuelvo a ustedes'» (v. 28). En varias ocasiones Jesús les dijo estas palabras a los discípulos: «Me voy.»
Por un lado, Dios se retira, se aleja de nosotros, para proveernos de cierto espacio y de libertad para ejercitar los dones que él nos dio. No arrima una silla para ver cómo invertimos sus talentos, ni cuán bien usamos los dones que nos dio. No está encima de nosotros desde la mañana temprano hasta la noche tarde para ver qué es lo que estamos haciendo, sea como individuos, como comunidad de fe local, o como iglesia nacional. Dios nos da espacio para que seamos creativos con los dones y talentos que él nos dio. Yo diría que hasta siente curiosidad para ver cómo vamos a hacer bien nuestro ministerio, cómo vamos a manejarnos en este mundo caído para llevar adelante nuestra vida cristiana. Así que, por un lado, Dios se retrae. Pero, por otro lado, él está aquí, con nosotros, más aun, está dentro de nosotros.
En el texto para hoy, extraído del capítulo 15 del Evangelio de Juan, Jesús dice: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Toda rama que en mí no da fruto, la corta; pero toda rama que da fruto la poda para que dé mucho más fruto todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que les he comunicado. Permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes. Así como ninguna rama puede dar fruto por sí misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así tampoco ustedes pueden dar fruto si no permanecen en mí. Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada. El que no permanece en mí es desechado y se seca, como las ramas que se recogen, se arrojan al fuego y se queman. Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran, y se les concederá. Mi Padre es glorificado cuando ustedes dan mucho fruto y muestran así que son mis discípulos.»
Éste ha de ser un mensaje muy importante, porque en los primeros cuatro versículos Jesús les enseña algo a sus discípulos, y en los cuatro versículos siguientes, ¡vuelve a repetir la misma cosa!
Un detalle importante con respecto a este pasaje, es que ocurre en un jardín… No es la primera vez que Dios elige un jardín como escenario para relacionarse con los hombres. En el primer jardín no hicimos un buen trabajo, por lo que Dios nos tuvo que echar de ese lugar. Ahora vemos que Dios intenta una vez más, poniéndonos en un jardín en el que el árbol de la vida es Jesús, la vid verdadera, y nosotros somos sus ramas.
Observemos la progresión: en el Jardín del Edén, Adán y Eva no eran parte del árbol de la vida. En este otro jardín donde Dios ha plantado a Jesús, la vid verdadera, nosotros, como ramas, somos parte del árbol de la vida.
La Iglesia de Cristo es el jardín de Dios. Los que creemos y confesamos a Jesucristo como Señor y Salvador de nuestras vidas, somos las ramas del árbol de la vida, y Dios el Padre es el labrador que cuida de nosotros. Ningún otro debiera tocarnos, ningún otro debiera tomar los frutos que producimos. Ningún otro debiera podarnos.
Es cierto que tanto el cortar como el podar son cosas dolorosas. Hay veces en que nos suceden cosas en la vida que nos golpean muy fuertemente. En esos momentos puede ser que pensemos que Dios no tiene cuidado de nosotros, que nos corta del árbol de la vida, pero en realidad él sólo está podando. Y el único propósito de la poda es que demos más frutos.
Gracias a la palabra de Dios que Jesús usó para limpiarnos -literalmente Jesús dice: «Ustedes ya están limpios por la palabra que les he comunicado»- ahora somos parte del jardín y parte de la vid verdadera, el árbol de la vida. Pensemos en lo siguiente: cuando el Padre, el labrador, poda la vid, ¿quién sufre? Nosotros pensamos que sólo nosotros sufrimos, pero cuando se poda la vid, quien más sufre ¡es la mismísima vid! «Toda rama que en mí no da fruto, la corta», dice Jesús. ¿Puede siquiera imaginar el dolor de Jesús cuando el Padre se acerca con la tijera de podar para cortar una de sus ramas, porque no da fruto? Cada vez que Dios toma medidas tan drásticas, hay dolor en el jardín, hay dolor en Jesús, y hay dolor en el Padre.
Cada vez que el labrador poda la vid, hay dolor, pero el resultado es diferente a cortar la rama y tirarla para ser quemada. La poda hace que la vid produzca más frutos. ¿Entiende lo que esto quiere decir? ¡Nunca es suficiente para el Señor! Dios siempre quiere más y más frutos. «Toda rama que da fruto la poda para que dé más fruto todavía.» Si alguno de ustedes pensó que ya había hecho suficiente, mejor vuélvalo a pensar.
El labrador poda una rama aquí y otra por allá, para que haya mucho fruto. Pero, ¿para qué? ¿Para qué quiere que produzcamos tanto fruto? No para nosotros mismos. Nunca vi una planta de tomate comerse sus propios tomates, ni ninguna otra clase de planta comerse su propio fruto. Eso es porque los frutos que producimos no son para nosotros mismos; ni siquiera son para Jesús, que es la vid. No. Los frutos que producimos son para otros.
Tal vez esto nos hace sentir celos o envidia, porque después de todo, si nosotros somos los que somos podados, no es justo que otros se coman los frutos que producimos. O tal vez pensemos que debemos competir unos con otros para ver quién produce los frutos más dulces, o quién ama más, o quién tiene más alegría, o quién muestra más paciencia. O tal vez no nos importe tanto dar frutos, si de todas maneras no son para nosotros. En cualquier caso, si pensamos así es porque no entendemos lo que Dios nos quiere enseñar.
A ver si me explico. Aunque somos importantes para el labrador, aquí el personaje principal es Jesús. «Yo soy la vid (dice Jesús) y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto». Dios el Padre nos muestra su amor por nosotros cuando él mismo plantó la mejor vid en su jardín y no nos dejó a nosotros fuera de él, sino que nos injertó en la mejor planta que pudo encontrar, la más santa, la más fructífera. El Padre celestial nos limpió en las aguas del Bautismo, y nos injertó en la planta más importante: su Hijo Jesús. Ahora somos parte de Jesús. Literalmente: somos una ramificación de Jesús.
Ahora, ya que no tenemos permitido cosechar nuestros propios frutos (que en realidad no son nuestros sino del Señor, ya que nosotros sólo somos las ramas), ¿para qué producimos frutos como amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio? (Gálatas 5:22-23). Jesús nos da la respuesta en el versículo 8, cuando dice: «Mi Padre es glorificado cuando ustedes dan mucho fruto y muestran así que son mis discípulos».
No podemos usar los frutos para nuestro propio beneficio. No podemos siquiera estar orgullosos de los frutos que producimos, porque lo que producimos no es para nosotros. Los frutos que producimos son para beneficiar a otros que están en desesperante necesidad de ser tratados con paciencia, de ser tocados con amabilidad y bondad, o de ser contagiados por nuestra alegría y nuestra paz.
Eso es lo que glorifica a Dios. Cuando los demás vean los frutos que producimos cuando permanecemos en Jesús, reconocerán que el labrador es el Señor. El mundo auspicia muchos labradores, y confunde con ellos a los inocentes. Pero hay un solo labrador, que tiene un solo propósito amoroso para cada criatura en el universo.
Los frutos no son para nuestro uso ni para nuestra gloria, ¡pero qué satisfacción es saber que Dios nos injertó a mí y a ti para servir a los demás!
Si de alguna forma podemos compartir nuestros frutos con usted o con alguien que así lo necesite, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén