PARA EL CAMINO

  • La promesa de Dios

  • enero 3, 2010
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Mateo 2:1-3
    Mateo 2, Sermons: 3

  • Jesús nació en Belén siendo verdadero hombre para poder tomar nuestro lugar, y verdadero Dios para poder hacerlo a la perfección. Jesús fue el cumplimiento de la promesa de Dios.

  • Ya estamos en el nuevo año, por lo que me pregunto si usted ha hecho alguna promesa de fin de año. Ya saben a qué me refiero, ¿no es cierto? Estoy hablando de esas promesas en las que uno dice algo así como «hasta aquí llegué, pero no más»; o «año nuevo, vida nueva… así que voy a perder peso, o a dejar de fumar, o a comenzar a hacer ejercicio, o a tomar menos, o a ahorrar más, o a pasar más tiempo con mi familia… y la lista sigue.»

    Sinceramente, le deseo buena suerte con sus promesas. Yo todavía estoy luchando con las mías. Una de mis resoluciones para este año es que no dejaré que los pequeños contratiempos de la vida me molesten. Por ejemplo, en mi lista están las personas que andan por las autopistas manejando a menos del mínimo de velocidad permitida. Este año, sin importar cuán despacio manejen, no me voy a enojar con ellos. Este año tampoco me voy a enojar con las personas que, en vez de devolver los carritos del supermercado al lugar que deben ir, los dejan por cualquier lado, y a veces incluso en el medio de un lugar de estacionamiento.

    Otras de mis promesas para este año es que no me voy a enojar cuando la persona que está sentada detrás mío en el avión o en el cine patee el respaldo de mi asiento. Tampoco me voy a enojar cuando a alguien se le ocurra contarme el final de una película o un libro que aún no he visto o leído. Estas y otras cosas son las que voy a cambiar. Estas son mis promesas para este nuevo año. Todas estas son cosas buenas que parten de mis también buenas intenciones de ser mejor. La parte triste es que, al igual que la mayoría de las personas, no soy bueno para cumplir las promesas que hago.

    De acuerdo a algunas estadísticas que encontré, el 55% de los norteamericanos mantiene sus promesas durante alrededor de un mes, y el 40% lo logra por seis meses. Pero, después de dos años, la cifra queda reducida a un 19%.

    En contraste con nuestra inconsistencia en cumplir nuestras promesas, el capítulo 2 del Evangelio de Mateo nos habla de un rey llamado Herodes que sí supo cumplir las suyas. Herodes venía de una familia políticamente muy poderosa, y había sido educado para hacer grandes cosas. Cuando tenía 25 años, los romanos lo nombraron gobernador de Galilea, un puesto jerárquico para alguien tan joven. Habiendo tenido éxito en el pasado, en el año 40 a.C. el senado romano lo nombró nada menos que «Rey de los Judíos». En poco tiempo, Herodes erradicó bandas de ladrones y logró la paz entre facciones que vivían constantemente en guerra, impresionando favorablemente a sus superiores en Roma, donde era muy querido. Pero no sucedía lo mismo con el resto del mundo, ya que los judíos no lo querían porque no era cien por ciento judío, y los líderes religiosos tampoco lo querían porque a él le gustaba asociarse con idólatras.

    En definitiva, Herodes era odiado. Y como Herodes no era ningún tonto, lo sabía. Y esto nos lleva a su promesa. Cuando Herodes era muy joven, su padre, que también había sido rey, fue envenenado. Al saber que su padre había sido asesinado por alguien de su confianza, Herodes se prometió jamás confiar plenamente en nadie. Y fue una promesa que mantuvo a lo largo de toda su vida. Herodes era rey y quería vivir. El que estaba de acuerdo con él y quería ayudarlo, estaba a salvo. El que no quería ayudarlo, estaba perdido. Si sospechaba que alguien no estaba de su lado, pobre de él.

    Déjeme mostrarle con algunos ejemplos cómo se manejaba. En el año 35 a. C., yendo contra toda ley y tradición, Herodes nombró como Sumo Sacerdote del país a Aristóbulo, un joven de 17 años de edad. Desdichadamente para él, este joven se volvió muy popular. Tan popular, que un día Herodes lo invitó a nadar en su palacio en Jericó… de donde nunca salió con vida.

    Herodes mantuvo su promesa de nunca dejar que nadie interfiriera en su reinado. Cuando creyó que una de sus diez esposas estaba conspirando en su contra, no titubeó en hacerla ejecutar, junto con la mayoría de su familia, culpándola de adulterio. Herodes sabía mantener su promesa. Si sospechaba que uno de sus hijos estaba instigando una rebelión o conspirando en contra de él, no pasaba mucho tiempo antes que ese hijo desapareciera para siempre. Uno por uno, muchos de los hijos de Herodes dejaron de existir. Sin lugar a dudas, Herodes sabía mantener sus promesas.

    Con esos antecedentes, no es de sorprenderse entonces de la reacción que Herodes tuvo ante la pregunta de los sabios de Oriente que se aparecieron en Jerusalén: «¿Dónde está el recién nacido rey de los judíos?»

    Con la bien conocida reputación de Herodes de eliminar a todo el que pudiera competir o ser una amenaza para su trono, la pregunta de los sabios de Oriente difícilmente se puede calificar de «prudente». Cuando Herodes les escuchó preguntar: «¿Dónde está el nuevo rey de los judíos?», todos en su palacio se pusieron en alerta. Ni los ciudadanos de Jerusalén podían escapar al sentimiento de que la visita de los sabios podría terminar mal.

    Tratando de no mostrar mayor asombro, Herodes repitió la pregunta de los magos: «¿Dónde está el recién nacido rey de los judíos? Hummm… déjenme pensar… no lo sé, pero conozco a unos religiosos que quizás puedan responderles.» Entonces juntó a sus líderes religiosos, quienes dijeron: «¿Rey recién nacido? Sabemos que el profeta dijo que habría de nacer en Belén.»

    Usted probablemente sabe el resto de la historia: los sabios partieron hacia la ciudad de David, donde encontraron a Jesús y su familia, y le dieron sus regalos de oro, incienso y mirra. Cuando los reyes magos no volvieron al palacio de Herodes a decirle que habían encontrado al Niño, éste decidió no perder tiempo, y ordenó a sus soldados que mataran a todos los niños menores de dos años. Una vez más, Herodes cumplió su promesa de asegurarse que nadie se interpusiera entre él y su trono.

    Esa matanza fue innecesaria por dos razones. Primero, porque Herodes estaba yendo en contra de Dios. Y, así como muchos otros gobernantes que han ido en contra de Él, Herodes debía haber sabido que uno puede ser grande, fuerte, cauteloso y astuto… pero que si lucha en contra de Dios, nunca va a ganar. En este caso, el Señor ya se había asegurado que José y María partieran con el niño Jesús hacia Egipto, poniéndolo lejos de las garras asesinas de Herodes.

    La segunda razón por la que Herodes no debió haberse molestado en mantener su promesa es porque su tiempo estaba contado, ya que se estaba muriendo. No pasaría mucho antes que Herodes sucumbiera a una nefasta y extraña enfermedad. Sin importar cómo, la muerte es el destino del hombre. De ella nadie se salva. Ni los reyes, ni los potentados, ni aquéllos a quienes la historia llama «grandes». Uno tras otro, gobernantes rebeldes e impenitentes han tratado de matar al Cristo, y uno tras otro, ellos mismos se han sepultado.

    Hemos estado hablando acerca de promesas… promesas humanas… promesas que, a pesar de nuestras buenas intenciones, son frecuentemente quebrantadas y olvidadas. Pero ahora me gustaría hablar de otra promesa, una promesa hecha por Dios cuando la humanidad cayó en pecado, y cumplida en el nacimiento, vida, muerte y resurrección de su Hijo Jesucristo. Esa promesa es que Dios amó tanto a este mundo pecador, que prometió hacer lo que fuera necesario para salvarnos. Para que pudiéramos ser rescatados de la muerte y la condenación eterna, Dios envió a su único Hijo a este mundo. Jesús nació en Belén siendo verdadero hombre para poder tomar nuestro lugar, y es verdadero Dios para poder hacerlo a la perfección. Jesús fue el cumplimiento de la promesa de Dios, y eso es lo que los Magos del Oriente habían ido a ver.

    A través de toda su vida, Jesús fue el cumplimiento de la promesa divina de rescatarnos de quienes nos habían robado al entrar el pecado al mundo. Cada Navidad, el mundo celebra el nacimiento de Jesús lo mejor que puede. Al no tener fe, se dicen cosas como: «El verdadero significado de la Navidad es dar», o «El verdadero propósito de la Navidad es compartir», o «La Navidad es paz», o «amor», o «felicidad»… El mundo es incapaz de descubrir lo que la Navidad realmente es.

    ¿Qué es la Navidad? La Navidad es el comienzo de la vida terrenal de Jesús, es Dios comenzando a cumplir su promesa de salvarnos. Pero como el mundo no comprende, en cuanto el 25 de diciembre se acaba, dejan de mirar y nunca ven cómo Jesús cumple su promesa la cual, una vez terminada, da salvación a todos los que creen en él.

    Qué triste es que los que dudan y los que niegan nunca llegan a ver que Jesús se convirtió en hombre y enseñó como ningún otro hombre ha enseñado jamás. Con historias simples Jesús habló acerca de una perla de gran valor, de un hijo pródigo, de una semilla pequeña, y quienes lo escucharon nunca más pudieron mirar una joya en la ostra, un joven descarriado, o un árbol inmenso, y no pensar en el gran amor y misericordioso sacrificio de Dios.

    Es triste que el mundo no vea cómo Jesús cumplió su promesa sagrada. Es triste que no vea cómo Jesús pone a un lado la sabiduría humana y las viejas tradiciones para enseñar a quienes lo seguirían un camino y una vida nueva y mejor. «Ama a tu enemigo», dijo Jesús. «Haz el bien a quienes te persiguen». Si bien estas palabras venidas de cualquier otro hombre serían tan sólo palabras, en Jesús se convierten en carne.

    Jesús no abofeteó al amigo que lo traicionó con un beso, ni destruyó a quienes fueron a arrestarlo. Cuando lo golpearon, Jesús no se vengó destruyendo la mano de su verdugo; cuando le escupieron, no le cerró la boca a su agresor. Inocente de pecado, Jesús cargó con nuestras transgresiones; libre de todo mal, Jesús fue condenado por cosas que no había hecho. Jesús, el Hijo de Dios, cumplió la promesa divina de nuestra redención al ser crucificado, retenido entre los cielos y la tierra que él había creado.

    Jesús cumplió la promesa de Dios tan perfectamente que, al tercer día, en gloriosa victoria se levantó de la muerte y demostró al mundo que porque él vive, todo el que cree en él también vivirá. ¡Bendito es el día en que la promesa de Dios se volvió realidad! Gracias a Jesús, todos los que creen en él no morirán, sino que tendrán vida eterna. La promesa de Dios ha sido cumplida de una vez y para siempre. Arrepiéntase, crea, y sea salvo.

    Tomás Moore fue un talentoso poeta irlandés. A principios del siglo diecinueve se casó son una atractiva joven irlandesa llamada Bessie. Quienes la conocieron, decían que su belleza era tal, que nadie que la hubiera visto podría olvidar su cabello pelirrojo y el brillo de sus ojos verdes. La pareja era inmensamente feliz. Cuando Tomás se ausentó de su hogar en viaje de negocios, su amada esposa cayó gravemente enferma de viruela. Muchos de ustedes no han visto lo que esa enfermedad le puede hacer al rostro de una persona. Yo he visto fotos. Las cicatrices que deja son tan profundas, que pueden ser espantosas… especialmente para alguien que tiene un rostro hermoso.

    Así sucedió con la esposa de Tomás. Quien había tenido uno de los rostros más bellos, de pronto se había convertido en una persona sombra de lo que había sido. Era pues comprensible que se sintiera angustiada y estuviera temerosa por la reacción que su marido fuera a tener cuando la viera al retornar de su viaje. Debido a eso, se prometió a sí misma que nunca más dejaría que su esposo le viera la cara a la luz del día. Para ello, antes que él regresara se confinó en su dormitorio y ordenó poner cortinas gruesas que bloquearan la luz.

    Así es como Tomás Moore encontró las cosas la noche en que llegó de regreso a su casa. Como en esa época aún no existían ni el telégrafo ni el teléfono, fueron los empleados de servicio quienes le contaron lo que le había ocurrido a su bella esposa en su ausencia. Al enterarse de lo sucedido, Tomás subió las escaleras, abrió la puerta del dormitorio, y caminó hacia su esposa. Al reconocer los pasos, y sin voltearse a verlo, ella le gritó: «¡Tomás, no! No te acerques. He prometido que nunca más verás mi rostro a la luz del día.»

    Entendiendo y respetando su dolor Tomás salió del dormitorio. Desolado, se sentó frente al piano, e hizo, a su vez, una promesa: prometió que su amor vencería. Aquella noche escribió un poema. Cuando lo terminó, lo guardó en el bolsillo de su camisa, subió las escaleras, abrió la puerta del dormitorio, y sin entrar, desde el umbral, se lo leyó a su esposa. Esto es lo que decía: «Créeme que si todos los atractivos encantos que hoy tanto me cautivan desaparecieran en un instante y se escaparan de mis brazos, así como se evaporan los sueños, aún así te adoraría, tal como te adoro en este momento. Permite que tu encanto se evapore cuanto quiera, que alrededor de tu querido rostro, cada latido de mi corazón aún sigue entrelazándose». Cuando terminó de leer el poema, Tomás lo guardó nuevamente en el bolsillo, se acercó a la ventana y abrió las cortinas. Con el sol de la mañana inundando la habitación, se volvió a su esposa y le dio un beso. Había cumplido su promesa.

    Si un hombre puede mantener y cumplir una promesa de amor, cuanto más nuestro divino Dios Trino. Mis queridos amigos, por la gracia y el poder del Espíritu Santo, oro para que cada uno de ustedes pueda ver al Salvador Jesucristo. Él es la promesa divina de redención. Sin importar lo que este mundo pueda hacer o decir acerca de él; sin importar cuánto pueda ser difamado o denigrado, el Señor Jesús crucificado y resucitado sigue siendo el regalo de salvación de Dios para cada uno de ustedes.

    Jesucristo ha visto lo horrible de nuestros pecados. Él conoce nuestros pensamientos y nuestros corazones y, a pesar de todo, se acerca en estos momentos y nos invita a arrepentirnos de lo malo que hemos hecho y a recibir la gracia de Dios para el futuro. Con fe en el Señor crucificado y eterno, cada uno de nosotros podemos ser restaurados, redimidos y salvados.

    Esa es la promesa que Dios hizo al comienzo de los tiempos, y es la promesa que nosotros proclamamos y creemos.

    Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén