PARA EL CAMINO

  • El verdadero tesoro

  • marzo 21, 2010
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Filipenses 3:8
    Filipenses 3, Sermons: 3

  • ¿Está dispuesto a pagar el precio que quizás se le pida por seguir a Cristo el resto de su vida?

  • Patricio Henry, una de las figuras más prominentes en la Revolución americana que llevara a la independencia de los Estados Unidos, es conocido y recordado principalmente por su discurso «Denme libertad, o denme muerte». Pero es una lástima que se recuerde únicamente esa parte de su discurso. ¡Cuánto mejor sería si todo lo que dijo hubiera pasado a la historia! He aquí lo que dijo: «Hay un Dios justo que preside sobre el destino de las naciones. La batalla, señor mío, no le pertenece sólo al más fuerte. ¿Acaso la vida es tan querida o la paz tan dulce, como para ser comprada al precio de cadenas y esclavitud? Que el Dios todopoderoso no lo permita. No sé qué harán los demás, pero a mí denme libertad, o denme la muerte.»

    Es cierto que es demasiado pedir que la gente recuerde todo ese párrafo. Debería estar contento con que se acuerden de las palabras que él consideró de tanta importancia, palabras por las que estuvo dispuesto a sacrificar su vida. Al decir: «Denme libertad, o denme la muerte», Henry dejó bien en claro a todos que la esclavitud a una potencia extranjera es totalmente inaceptable.

    En un nivel más moderno y mundano, hace unos años un tal David Bruno dijo lo mismo, aunque se lo dijo a un adversario diferente. La batalla que Bruno peleaba no era contra la dominación de otro gobierno, sino contra el poder que las cosas materiales tienen sobre nosotros. Cansado de la carga que le imponían sus posesiones, y deprimido por todo el tiempo que gastaba tratando de conseguir las cosas que prometían darle placer pero que nunca lo satisfacían del todo, Bruno decidió probar cuántas cosas no le eran realmente necesarias. Para ello, se desafió a sí mismo a reducir sus posesiones a 100 cosas, y vivir sólo con esas 100 cosas durante un año.

    El proceso de decidir qué dejar y qué vender, regalar, o tirar, fue agotador. Bruno se obligó a darle un valor a las cosas que había heredado, al igual que a las cosas que él mismo había comprado, a veces incluso haciendo mucho sacrificio para ahorrar el dinero necesario. Cada vez que tenía que decidir qué hacer con un objeto, se preguntaba: «Si durante tantos años ni me he acordado que lo tenía, o no lo he usado para nada, ¿tiene realmente tanto valor?» A pesar de las muchas críticas que ha recibido, el experimento de este hombre se ha convertido en algo muy interesante… tan interesante, que muchas otras personas también lo están haciendo.

    Para resumir lo que hemos dicho hasta ahora: a Henry se lo conoce por haber dicho que la esclavitud a una potencia extranjera es inaceptable, y a Bruno por decir que la esclavitud a las cosas materiales es igualmente intolerable. Ellos dos, al igual que muchas otras personas sabias, se han hecho tiempo para separar lo que tiene valor de lo que no tiene valor, ejemplo que toda persona debería seguir, especialmente en lo que se refiere a la salvación y al conocimiento de Jesucristo como Salvador personal. Quiero que usted entienda bien esto último: cuando se trata de seguir a Jesucristo como a su Salvador personal del pecado, la muerte y el diablo, no sólo es prudente sino que es correcto y apropiado, que piense muy bien si está dispuesto a pagar el precio que eso le puede demandar. En otras palabras, ¿está usted dispuesto a pagar el precio que quizás se le pida por seguir a Cristo el resto de su vida?

    Sé que mis palabras pueden sonar raras, porque vivimos en un mundo en el que ni siquiera la iglesia muchas veces llama ‘pecado’ al pecado. Tanto es así, que algunas transgresiones que la Biblia condena abiertamente, hoy en día son aceptadas como preferencias personales o diferentes estilos de vida. Cosas que Dios condenó desde el principio en el corazón humano, y luego las inscribió en tablas de piedra en el Sinaí, están siendo ahora descartadas por predicadores que dicen que esas reglas fueron escritas para personas ignorantes que vivieron muchos siglos atrás. ¡Qué triste!

    Igualmente triste es que en nuestros días el Salvador, que estuvo presente en la creación del mundo y que dio su vida en rescate por la humanidad, ha sido minimizado y modificado. Qué triste es que el Hijo perfecto de Dios, que soportó los insultos y los latigazos, que sufrió la corona de espinas, y que cargó la cruz para morir en nuestro lugar, hoy no es considerado más que un buen hombre y maestro. El mundo ya no recuerda al Salvador que habló con autoridad y que defendió a los pecadores que tan desesperadamente necesitaban su perdón y salvación. El mundo ha borrado de su memoria el poder, la presencia y la persona de Jesús, quien nunca se impone ni exige, sino que simplemente se ofrece. El Salvador que el mundo presenta no es el que la Biblia nos muestra. Cada vez que diluimos a Cristo y su obra para que el mundo lo acepte, le estamos haciendo una gran injusticia. Sería mucho mejor si animáramos a los demás a considerar si están dispuestos y preparados a pagar el costo del discipulado.

    ¿Cuál es ese costo? La tradición dice que, para los primeros seguidores de Jesús, el costo incluyó ser arrastrados a la muerte, atravesados con una lanza, cortados con una espada, apedreados o golpeados hasta la muerte, despellejados en vivo, o crucificados. ¿Cuál es hoy el costo del discipulado? Nadie lo puede decir con exactitud. Para una persona puede ser dar todo lo que tiene; para otra puede ser separarse de su familia y amigos sin poder despedirse. Para algunos, el sacrificio involucrado en seguir a Jesús puede llegar a la humillación pública, persecución, y aislamiento personal y profesional. El costo del discipulado viene en diferentes formas. Pero en su centro, el verdadero discipulo siempre ha tenido una fe inconmovible en Jesucristo crucificado y resucitado. El costo del discipulado es mantener a Jesús en primer lugar, confiar en él, y creer en él. La salvación es un regalo gratis que recibimos a través del sacrificio del Salvador; pero para muchos, tener fe en ese regalo es un costo que no pueden pagar.

    Si bien todo esto es cierto para algunos, también es cierto que hay millones, muchos millones de personas que han llegado a la conclusión que los cristianos somos tontos, fanáticos, demasiado sensibles, emocionalmente inestables, e ingenuos. Estoy de acuerdo en que algunos somos así. ¿Cómo podría ser de otra forma, si somos todos pecadores que desesperadamente necesitamos un Salvador? Pero justamente es esa necesidad, y no la realidad, la que nos lleva a unirnos en una forma muy especial.

    Muchas personas, incluyendo algunas de las más inteligentes que han existido, han creído lo que dicen las Escrituras y recibido fe en la realidad de la resurrección. Miguel Faraday, científico británico que se hizo famoso por sus aportes en el electromagnetismo y la electroquímica, dijo: «Nuestra esperanza está fundada en la fe que es en Cristo Jesús…». El doctor William Harvey, quien fuera el primero en demostrar que el corazón es el órgano que hace circular la sangre por el cuerpo humano, antes de morir dijo: «Ahora entrego mi alma a Aquél que me la dio, y a mi bendito Señor y Salvador Jesucristo». David Brewster, el científico escocés experto en el campo de la óptica, desde su lecho de muerte dijo: «Voy a ver a Jesús… voy a ver a Aquél que creó el mundo».

    Pero así como estos científicos dieron testimonio de su fe en Dios, también hubo otros científicos famosos que opinaron lo contrario. William Halley, el astrónomo que descubrió el cometa que lleva su nombre, fue uno de los que abiertamente hablaron en contra del cristianismo. En respuesta a él, Isaac Newton, quien describió la ley de la gravedad, dijo: «Me gusta mucho escucharle hablar sobre astronomía, porque es lo que ha estudiado… Pero no debería hablar del cristianismo, porque no lo ha estudiado. Estoy seguro que usted no sabe nada acerca de él.»

    Si queremos saber lo que dice alguien que ha estudiado el cristianismo, estando primero en contra y luego a favor, fijémonos en lo que dice el Apóstol Pablo en el capítulo 3 de su carta a los Filipenses, versos 7 y 8: «Sin embargo, todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo. Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por basura, a fin de ganar a Cristo y encontrarme unido a él…». Fíjese bien que Pablo repite tres veces la palabra «todo»: ‘todo aquello que para mí era ganancia… todo lo que alguna vez creí de valor… todo lo que alguna vez tuve… lo considero basura comparado con la felicidad que siento por haber sido perdonado y salvado por Jesucristo’.

    Para que usted entienda un poco mejor lo mucho que estas palabras significan en boca de Pablo, es necesario que sepa que, antes de ser Apóstol, Pablo había sido un rabioso fariseo conocido como Saulo. Y Saulo era un hombre que había dedicado cada minuto de su vida a perseguir y matar a cualquier persona que dijera que Jesús era el Cristo. Pero todavía hay más. También es necesario que usted sepa que Pablo no escribió esas palabras desde la comodidad de un palacio, o mientras tomaba un café, o disfrutaba de la compañía de amigos. No. Pablo escribió su carta a la iglesia en Filipos estando en la cárcel, privado de su libertad, sin saber qué le depararía el mañana -o siquiera si tendría un mañana- con esposas y cadenas en las muñecas. Al reflexionar sobre los acontecimientos recientes de su vida, se da cuenta que no le queda nada de su vida pasada. Atrás había quedado el tiempo en que los fariseos, que en ese entonces eran sus amigos, lo habían condenado. Los líderes religiosos judíos se habían confabulado en su contra, e incluso algunos de sus amigos cristianos lo habían abandonado. Había sido golpeado y apedreado; había pasado frío y hambre, y había naufragado. Esas son las circunstancias bajo las cuales estas palabras fueron escritas… pero aun en medio de esos días tan difíciles, Pablo pudo pensar con claridad.

    Aún en medio de esos días tan difíciles, Pablo pudo dar testimonio de su fe, diciendo: «todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo. Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por basura, a fin de ganar a Cristo y encontrarme unido a él». En otras palabras: ‘si lo único que tengo es a Jesús, soy rico; en cambio, si poseo todo lo que este mundo ofrece pero no tengo al Salvador y la salvación que él me da, mi pobreza es total, mis pecados no son perdonados, mi alma está perdida, y soy un ser humano digno de lástima».

    Ni siquiera encadenado Pablo perdió la claridad de su mente. Si le preguntáramos: ‘Pablo, ¿no te arrepientes, no quieres cambiar de parecer?’, estoy seguro que diría: ‘Tanto los amigos como los enemigos de Jesús concuerdan en que él fue crucificado. También concuerdan en que, cuando lo bajaron de la cruz, estaba muerto. Y yo sé que él está vivo porque lo he visto y lo he escuchado. Jesús está vivo, y porque vive y porque ha pagado el precio por mis pecados y muerto la muerte que yo merecía, sé que soy perdonado y salvado. Ante todos estos hechos, ¿cómo podría, cómo puede cualquiera negar el regalo de Dios que da vida eterna?’ Pablo había entendido lo que era importante, y estaba dispuesto a pagar el costo del discipulado.

    ¿Y usted? ¿Tiene usted en claro que Dios le ofrece la salvación a todos los que creen en Jesucristo como su Salvador? ¿Comprende que cuando el Espíritu Santo lo llama a la fe no hace falta que cierre la mente o que haga oídos sordos? Cuando Dios le llama, le invita a que investigue, examine y evalúe lo que dice la Biblia con la mente y el corazón abiertos. Al hacerlo, encontrará que el Espíritu Santo le llevará al punto en que lo temporal y transitorio será reemplazado por los verdaderos tesoros del Salvador que no se desvanecen ni se marchitan.

    Permítame explicarle. Imagine que es el año 1579, y que usted es un marinero que va navegando con Francis Drake cerca de la costa de Lima, Perú. De pronto, el vigía avisa que a lo lejos se divisa un galeón español. Usted sabe que esas naves generalmente van cargadas de oro, y ésta en especial, llamada Nuestra Señora de la Concepción, lleva 40 kilos de oro, un crucifijo de oro, joyas, 13 baúles llenos de vajilla real, y 25 toneladas de plata. Pero hay un problema: el galeón español es más rápido que la nave bien abastecida en que usted va, por lo que pronto estará fuera de alcance.

    Si Drake le pidiera a cada persona a bordo que ayudara a aligerar la carga de la nave para que pudieran ir más rápido, ¿se pondría a rezongar y a quejarse, o con gusto comenzaría a tirar por la borda las cosas que no fueran absolutamente necesarias? Y si alguien le preguntara por qué está tirando todas esas cosas útiles y en buen estado, ¿no le diría: ‘Todo lo que perdamos ahora será más que recompensado cuando capturemos el gran tesoro’? Eso mismo es lo que San Pablo estaba diciendo cuando escribió: «todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor» (Filipenses 3:8).
    Al comienzo de este mensaje hablamos acerca de las palabras que dijera Henry con respecto a sus prioridades. Antes de finalizar, quiero compartir con ustedes algo más que dijo ese gran hombre, y que quedó registrado en su testamento. Esto es lo que dijo: «Ya le he dado a mi familia todo lo que poseía, pero quisiera poderles dar una cosa más: la fe cristiana. Porque si tienen fe, aún cuando yo no les dé ni un centavo, serán ricos; pero si no tienen fe, por más que yo les dé todo el mundo, seguirán siendo pobres».

    Jesucristo crucificado y resucitado… ése es el tesoro que tanto el Apóstol Pablo como Henry tuvieron como tesoro en sus vidas. Es el tesoro que, a través de este mensaje, Dios quiere regalarle a usted hoy. Si de alguna forma podemos ayudarle a encontrar, descubrir, o recibir ese tesoro, no dude en comunicarse con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.