PARA EL CAMINO

  • El segundo violín

  • abril 4, 2010
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 24:11-12
    Lucas 24, Sermons: 4

  • ¡Jesucristo ha resucitado! Estas palabras cambian la vida de todos los que las creen. Ni las mentes más brillantes del mundo son capaces de salvarnos, pero la Escritura es clara: «la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado».

  • Cada domingo, durante casi 80 años, este programa radial ha estado compartiendo con un mundo agonizante el perdón y la salvación que han sido ganados para todos nosotros a través de la vida y muerte, la crucifixión y la resurrección del Hijo de Dios, nuestro Salvador Jesucristo. El día de hoy, que está dedicado a recordar la conquista del Señor de la tumba y de la muerte, no es para nada diferente. Pero les pido que me tengan paciencia, porque este mensaje es muy personal: es un mensaje de fe que habla de una mujer cristiana; es un mensaje de mi madre.

    «Mijito», me dijo mi madre, desde su sillón, «quiero que seas tú quien dé el mensaje en mi funeral». Esta conversación tuvo lugar en enero de este año, dos días después que el médico le dijera que tenía cáncer agresivo de páncreas, hígado, y otros órganos. A pesar de no dar un pronóstico, el médico dijo que el cáncer estaba demasiado avanzado como para hacer radiación o cirugía, y que quimioterapia podía servir sólo para aplacar el dolor, pero no para cambiar los resultados.

    La palabra «morir» nunca fue utilizada, pero cuando mi madre y mi hermana salieron del consultorio, sabían muy bien que lo que el médico había dicho era: «Jeanette (ése es el nombre de mi madre), le queda poco tiempo de vida, así que ponga sus cosas en orden. Comience a despedirse de sus familiares y amigos, y haga lo que necesite hacer antes de morir». Eso es lo que el médico había dicho sin palabras. ¿Y mi madre? A pesar de haber recibido la noticia de que no iba a celebrar otra Navidad, antes de irse consoló al médico, diciéndole: «No se preocupe, doctor, que yo estoy bien. Soy cristiana; Jesús es mi Salvador. Para mí la muerte no es el fin del camino». Fue la primera vez que mi madre dijo algo así… y no sería la última. Otros médicos, en días sucesivos, la escucharían decir lo mismo: «Jesucristo es mi Salvador. Voy a ir al hogar que él tiene preparado para mí».

    A mi hermana le tocó la tarea de comunicar al resto de la familia el diagnóstico de mamá. Dos días después estábamos conversando en su casa, cuando me dijo: «»Mijito, quiero que seas tú quien dé el mensaje en mi funeral». No era la primera vez que alguien me hacía ese pedido. Veinte años atrás, después que murió mi padre, entre sus papeles encontramos el mismo pedido. Papá había escrito: «Pídanle a Kenny que dé el mensaje en mi funeral, si es que puede. Y más abajo una nota que decía: No le paguen nada.» Predicar en el funeral de mi padre no fue fácil, pero tampoco imposible. Papá fue un ser único… herrero de oficio, su personalidad e integridad lo hicieron amigo de autores, compositores, profesores, doctores, y prácticamente toda persona que se cruzaba en su camino.

    En el funeral de papá pude predicar. Pero este pedido era diferente. «Mijito, quiero que seas tú quien dé el mensaje en mi funeral». Para que sepan, tengo 60 años; pero para mi madre sigo siendo su hijito. Por supuesto que sabía que tenía que aceptar, pero, ¿de qué iba a hablar? Esa noche pensé y recé mucho. Finalmente, me vino a la memoria una historia que mamá me había contado hacía más de 40 años. Gran amante de la música clásica, mi madre me había contado algo que había dicho el gran director y compositor Leonard Bernstein. Cuando un periodista le preguntó: «¿Cuál es el instrumento más difícil de tocar en una orquesta?», sin siquiera pensarlo, Bernstein contestó: «El segundo violín». Al ver la expresión confundida del periodista, el director explicó: «Es muy fácil encontrar primer violinistas; pero encontrar a alguien que quiera tocar el segundo violín con el entusiasmo del primer violinista es muy difícil. Y, sin embargo, si nadie tocara el segundo violín, el mundo no tendría armonía».

    Al día siguiente conversé otra vez con mi madre. Con cierta vacilación le pregunté algo que nunca pensé le iría a preguntar. Le dije: «Mamá, ya tengo el bosquejo para el sermón de tu funeral. ¿Te gustaría escucharlo?» «Sí», me dijo. Y luego escuchó sin interrumpir hasta que terminé. Luego sonrió, y me dijo: «Está muy bien, Kenny. Me describe así como soy. Puedes decir que yo toqué el segundo violín». ¿Le resulta extraño que en este Domingo de la Pascua de Resurrección (porque no me he olvidado que hoy es el Domingo de Pascua) hable de mi madre como de un segundo violinista? Si es así, déjeme explicarle.

    Mi madre siempre fue inteligente, muy inteligente. Nunca se le escapaba un detalle. A todos nos hacía quedar bien, especialmente a mi padre, pero de eso nadie se daba cuenta. Lo único que los demás veían era a una mujer cristiana que con mucha alegría hacía de segundo violín para el hombre que amaba, y a quien veía como el líder espiritual de nuestro hogar. Mi padre, a su vez, la amaba por su fidelidad, su amor, y su honor; y, como resultado, en nuestro hogar se escuchaba una hermosa armonía.

    Mamá tocó el segundo violín no solamente para papá. También lo hizo para sus tres hijos. En las fotos tomadas cuando mi hermano Tom estaba en primero, segundo, y tercer grado, a mi mamá se la puede ver luciendo siempre el mismo vestido. La ropa de Tom es diferente, la ropa de mi hermana es diferente, mi ropa es diferente; pero la de mamá es siempre la misma. Había que pagar por clases de música, se pagaba. Necesitábamos dinero para un paseo escolar, lo teníamos. Ella se sacrificaba para que nosotros no tuviéramos que hacerlo. Ninguno de nosotros apreció sus sacrificios en ese entonces, pero hoy nos damos cuenta de la gran bendición que tuvimos al tener una madre cristiana que sirvió al Salvador y que, siguiendo su ejemplo, se sacrificó a sí misma por sus hijos y se contentó siempre en tocar el segundo violín.

    Sí, Jeanette Klaus vivió su vida tocando el segundo violín. Mamá pasó años limpiando, cocinando y atendiendo a su suegra enferma. Mamá pasó casi todos los sábados horneando pasteles para las clases bíblicas dominicales. Cuando se aproximaba el día del maestro, ella se encargaba de hacer panes especiales para cada uno de ellos. En nombre de Jesús, mamá tocó el segundo violín para todos nosotros. Y quiero decir para todos, aun para quienes nunca la conocieron, porque cada mes, al igual que tantos otros miles de fieles oyentes, mi madre envió un cheque a este programa. No me mal interprete; no estoy pidiendo contribuciones. Al contrario, la razón de este programa es compartir algo magnífico, algo increíble, único, y salvador. Lo que le quiero decir es que este programa sale al aire porque hay muchísimas personas que conocen a Jesús, personas como mi madre, que comparten de lo que tienen para que yo pueda hablarle a usted del amor de Jesús.

    Si terminara aquí el mensaje, mi madre me mataría. La puedo oír diciéndome: «Kenny, sé que has estado hablando de mí porque todas las personas que están oyendo, y todas las personas del mundo, al igual que yo, un día van a morir. Sus padres, sus hijos, sus nietos, y sus amigos, todos van a morir. La muerte les puede llegar a través de una enfermedad, como a mí, o en un accidente, o simplemente por vejez. Kenny, diles que la muerte les va a llegar… y asegúrate de hablarles de Jesús. Cuando el doctor me dijo que no podía hacer nada para ayudarme; cuando ni siquiera el amor de mis hijos podía curarme, el amor de Jesús me ayudó. Y Jesús es el único que podrá ayudarles cuando el médico les diga: «le queda poco tiempo». Kenny, diles que el programa es acerca del Salvador. Por eso he estado enviando dinero… para que puedas hablarles de Jesucristo».

    Estimado oyente, hay muchas personas que se burlan de Jesús, muchos que se ríen de él, y muchos que son incapaces de decir una frase sin tomar su nombre en vano. Jesús vino al mundo a traernos paz, pero hay religiones que lo odian tanto, que le han declarado la guerra a todo el que diga que Jesús es su Salvador. Hay autores que dicen que Jesús nunca murió, y ciertamente nunca resucitó. Hay eruditos que nos quieren hacer creer que la iglesia ha estado mintiendo y encubriendo la verdad.

    No tengo tiempo ni voy a discutir todas las críticas y argumentos que andan dando vueltas en contra Jesús. Pero sí quiero que usted se auto-examine. ¿Ve las cosas que ha hecho mal y los males que ha hecho, tanto grandes como pequeños? ¿Ve las veces que ha sido avaro, envidioso, hiriente, o que incluso ha llegado a odiar a alguien? ¿Se da cuenta que es pecador? Todos lo somos. Todos hemos hecho, y hacemos, cosas que no están bien. Y Dios no se alegra para nada con nuestras malas acciones. De la misma manera en que un relojero construye un reloj y lo hace andar con toda precisión, así nos creó Dios a nosotros. Pero nosotros fallamos… y fallamos… y fallamos. Y los errores que cometemos van empastando el mecanismo de nuestra vida cada vez más y, por más que tratamos, no nos podemos arreglar a nosotros mismos. Una prueba evidente es el mundo, que ha estado tratando de solucionar sus problemas por sí mismo durante miles de años, pero todavía seguimos teniendo guerras, odio, prejuicios, asesinatos, violaciones, robos, adicciones, etc.

    Dios, nuestro Creador, quiere arreglarnos, quitándonos nuestros pecados y limpiando el mecanismo de nuestras vidas. Para eso envió a su Hijo Jesús. Jesucristo fue el Hijo de Dios, pero también nació de un ser humano, una virgen llamada María. Jesús vino al mundo para tomar nuestro lugar. Jesús vino a tocar el segundo violín. En los Evangelios usted puede leer la historia de su vida. Allí puede verlo tocando el segundo violín mientras hacía todas las cosas que nosotros no podíamos hacer por nuestros propios medios. Cuando el diablo lo tentó, Jesús le dijo: «NO». Y se lo dijo cada vez que se le apareció. Aun cuando le hubiera sido más fácil y más seguro pecar, Jesús se mantuvo en el camino que Dios quería que transitara. Quiero que usted comprenda que Jesús hizo todo eso por usted. Todo. Jesús pasó toda su vida tocando el segundo violín para usted.

    Es probable que usted haya sido, y sea, amado por alguien, pero nadie lo ha amado como Jesús… ni siquiera su madre. Jesús lo ama todo el tiempo, día tras día, año tras año, década tras década, de la misma forma que ha amado al mundo. ¿Y cómo le agradeció el mundo? Fíjese en los Evangelios. En ellos se nos dice que el mundo lo odió tanto, que lo arrestaron y lo llevaron a juicio, pero a un juicio injusto con testigos falsos previamente sobornados. Porque Jesús nos amó, lo golpearon, le dieron latigazos, le pusieron una corona de espinas en la cabeza, lo crucificaron, y lo mataron. Y si usted escucha a alguien decir que Jesús no murió, no le crea. Los soldados romanos que crucificaron a Jesús habrían perdido la vida si hubieran permitido que alguien bajara a Jesús de la cruz cuando todavía estaba vivo.

    El día que Jesús murió fue un día oscuro… un día negro… el peor día en la historia de la humanidad. El día en que Jesús fue puesto en una tumba prestada, parecía que todos estábamos perdidos, y que el diablo, el pecado y la muerte… la repugnante muerte, habían vencido. Si las cosas hubieran permanecido así, cuando el médico le dijo a mi madre: «Lo siento, pero no hay nada que yo pueda hacer», el tiempo de vida que le quedaba habría sido un tiempo de desesperación, y quienes la amamos nos quedaríamos sólo con momentos y memorias que de a poco se irán desvaneciendo. Si las cosas hubieran permanecido así, los padres que han perdido hijos, los cónyuges, hermanos, o amigos que han sido separados por la muerte, pasarían el resto de sus días tratando de aliviar el dolor de la separación, e inventando nuevas maneras de recordar aquello que se está olvidando.

    Si las cosas hubieran permanecido así… Pero las cosas no permanecieron así. Tres días después que el cuerpo sin vida de Jesús había sido puesto en la tumba; tres días después que este mundo pecador había perdido la esperanza, la mano de Dios sacudió a la humanidad y cambió nuestro futuro eterno. En ese tercer día, el día que recordamos hoy, Jesucristo, un Jesucristo vivo, con cuerpo físico, salió de esa tumba. Sí, era imposible. Y por supuesto que era increíble. Pero aún así, sucedió. Y porque sucedió, las cosas cambiaron. Jesús había vivido nuestra vida y muerto nuestra muerte, mostrándonos que la muerte había perdido su aguijón, y que la tumba ya no tenía más la última palabra.

    ¡Jesucristo ha resucitado! ¡Sí, él ha resucitado! Estas palabras cambian la vida de todos los que las creen. El médico no pudo ayudar a Jeanette Klaus, y la sabiduría de las mentes más brillantes del mundo no son capaces de salvarnos, pero la Escritura es clara: «la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado».

    ¡Jesucristo ha resucitado! Porque mi Redentor vive, sé que todos los sufrimientos que pasamos en este mundo, van a llegar a su fin. Porque Jesucristo ha resucitado, las cadenas del sepulcro han sido rotas. Porque Jesucristo ha resucitado, nuestras despedidas ya no son para siempre. Porque Jesucristo ha resucitado, hasta las enfermedades más graves un día serán destruidas, los dolores dejarán de existir, las lágrimas serán secadas, y quienes tienen fe en Jesús escucharán los cánticos y verán las sonrisas de las almas que han sido salvadas por él.

    ¡Jesucristo ha resucitado! Ése es el mensaje que mi madre me encomendó que compartiera con ustedes. Y es el mensaje que innumerables cristianos, vivos y muertos, esperan que yo predique. Es también el mensaje que mi Salvador crucificado y victorioso me ha encomendado a que comparta con ustedes. ¿Por qué? Porque va a llegar el día, tanto para usted como para sus seres queridos, en que tendrá que enfrentar la muerte. Va a llegar el día en que Satanás le susurrará en medio del dolor: «No hay esperanza; no hay consuelo; no hay un más allá; no hay nada más que un ataúd y una tumba helada». Va a llegar el día en que la oscuridad, la depresión, y la soledad, tratarán de confundir su fe y su confianza, y de empañar su futuro. Cuando le llegue ese día, y le aseguro que llegará, pido que por la gracia de Dios usted tenga fe para decirle: «¡Cállate, Satanás! Tú no tienes autoridad en mi corazón».

    Si esa es su fe, querido amigo, cuando llegue el momento de su funeral, el mensaje a ser predicado será uno de alegría y esperanza.

    Si de alguna manera podemos ayudarle a fortalecer la esperanza que tenemos en el Cristo resucitado, por favor comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.