PARA EL CAMINO

  • ¿Me amas?

  • abril 18, 2010
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 21:15
    Juan 21, Sermons: 1

  • Toda vida es triste cuando está cargada con el recuerdo de errores no perdonados. Si es así como usted está viviendo su vida, este mensaje es para usted.

  • Comienzo con una historia. Era el día antes de San Valentín, y el joven enamorado había planeado cada detalle de lo que iba a hacer. Tenía entradas para ir con su novia al partido de básquet. Ya habían ido tantas veces, que estaba seguro que ella no iba a sospechar nada de lo que tenía planeado. El solo hecho de pensarlo lo hacía sonreír, porque TODO estaba arreglado. En el entretiempo, la mascota del equipo iría a buscarlos a sus asientos y, con las cámaras siguiéndolos, y los llevaría al centro de la cancha donde él se arrodillaría y le pediría a ella que se casara con él. En la pantalla gigante aparecería Cupido tirando flechas, el órgano del estadio tocaría «La Marcha Nupcial», y el público los aplaudiría. No había dejado ningún detalle al azar.

    Todo se iba desarrollando tal como lo había planeado. La novia estaba de muy buen humor. Aun cuando su equipo era uno de los peores, al llegar el entretiempo iban ganando. La mascota logró encontrarlos con facilidad. Cuando les hizo señas para que la siguieran, el novio tomó a su novia de la mano y juntos se dirigieron hacia la cancha. Ella le preguntó qué estaba pasando, él simplemente le sonrió. Muy pronto sabría lo que estaba pasando, y en cuanto dijera «sí», comenzarían a hacer los planes para casarse y vivir felices para siempre.

    Cuando llegaron al centro de la cancha, el público hizo silencio. Mientras las cámaras los mostraban en la pantalla gigante, el novio se arrodilló y, micrófono en mano, le preguntó a su novia: «¿Quieres casarte conmigo?» El silencio era sepulcral. La novia se acercó al joven, le dijo unas palabras al oído, dio la media vuelta, y se marchó. El anillo de compromiso permaneció en su caja, en la pantalla gigante no apareció Cupido con sus flechas, y el órgano no tocó «La Marcha Nupcial».

    Para entonces, los jugadores ya habían regresado a la cancha y sabían lo que había pasado. Algunos habían escuchado a la joven decir que, si bien era cierto que amaba a su novio, no lo amaba tanto como para sacrificar su vida, como pasar toda la vida con él, para superar juntos tristezas, dolores, penas, y problemas.

    Otra historia. 20 siglos antes de la historia que recién conté, Jesús de Nazaret eligió al grupo de personas que se convertirían en sus discípulos. Era un grupo extraño. Había un cobrador de impuestos, un religioso súper patriota, y varios pescadores, entre los cuales se encontraba uno llamado Pedro. Jesús les pidió a todos que lo siguieran, y así lo hicieron. El solo hecho que esos hombres recibieran la invitación de Jesús e inmediatamente dejaran todo para seguirlo, ya fue un verdadero acto de fe. Fue un acto de fe que, durante los tres años siguientes, demostró ser increíblemente interesante, misterioso, y a veces, hasta aterrador. Por ejemplo, una vez estaban en un bote en el Mar de Galilea, cuando les sobrevino una tormenta. Tan fuerte era la tormenta, que hasta los que eran pescadores de profesión tuvieron miedo, porque creyeron que iban a naufragar. Pero no así Jesús. No. Él dormía plácidamente en una punta del bote. ¿Se lo imaginan? Todos temiendo hundirse, y Jesús durmiendo… hasta que, totalmente desesperados, los discípulos decidieron despertarlo. ¿Qué hizo Jesús? Se dirigió a la proa del bote, y ordenó a la tormenta que cesara… y así fue.

    Durante algunos meses, Jesús y sus discípulos disfrutaron de mucha popularidad. Fueron meses en los que grandes multitudes seguían a Jesús, y pasaban horas y horas escuchando con avidez las cosas que él decía. Durante ese tiempo vieron cosas maravillosas. En Caná, donde una fiesta de bodas estuvo a punto de arruinarse, Jesús convirtió agua en vino, evitando así que la familia anfitriona tuviera que sufrir vergüenza y bochorno. Cuando miles de sus seguidores tuvieron hambre porque prefirieron quedarse a escuchar las enseñanzas de Jesús antes que ocuparse de conseguir qué comer, Jesús los alimentó con dos rodajas de pan y unos pocos pescados. Nadie sabía qué esperar de Jesús.

    Por supuesto que también hubo momentos en los que el Maestro no había mostrado, al menos para la forma en que la gente pensaba, mucho sentido común. Cuando Jesús se encontró con un leproso, antes de curarlo hizo algo totalmente inconcebible en esa época… lo tocó. También hubo un día en que parece que a todas las madres se les ocurrió que sus niños necesitaban recibir la bendición de Jesús. Ese día el Señor estaba exhausto, pero esas madres querían que bendijera a sus niños, y lo querían ya. Los discípulos trataron de detenerlas, pero Jesús los hizo a un lado y bendijo a cada uno de sus pequeños.

    Sin lugar a dudas, fueron años muy interesantes para los discípulos. A medida que iba pasando el tiempo, ellos se iban dando cuenta que Jesús se inclinaba más hacia los desechados y marginados de la sociedad. Un día se puso a conversar en un pozo de agua con una mujer samaritana pecadora. Otro día lo hizo con una mujer que había sido sorprendida en adulterio. Estando en el templo, puso como ejemplo a una viuda muy pobre, y no tuvo miedo cuando un hombre poseído por un demonio lo atacó. Indudablemente, Jesús fue interesante, intrigante, e impredecible. A las personas que se arrepentían de sus pecados, él las perdonaba. Muchos encontraron en Jesús la fuerza para renunciar a los pecados del pasado y, por la gracia de Dios, recibieron una nueva vida. El Salmo 51:10 dice: «¡Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí!» Los discípulos vieron esta clase de transformación en las personas a las que Jesús llamó al arrepentimiento y al perdón.

    Pero también es cierto que no todas las personas respondieron a Jesús con entusiasmo, y no todos escucharon sus palabras con avidez. Los soberbios fariseos no tenían muchas cosas buenas para decir sobre Jesús, y Jesús tampoco tenía muchas cosas buenas para decir de ellos. Los sacerdotes tampoco querían a Jesús; los políticos poderosos creían que era peligroso; los comerciantes del templo le tenían miedo (ya los había echado una vez), y los habitantes de Nazaret, su propia ciudad, trataron de matarlo. Pero al final, la mayoría de estos grupos, grupos que usualmente chocaban entre sí, se pusieron de acuerdo y se confabularon para deshacerse de Jesús.

    Si los discípulos hubieran prestado más atención, podrían haber advertido al Señor del complot que estaban haciendo contra él. Pero como estaban demasiado ocupados pensando en sí mismos, no se dieron cuenta. Los discípulos estaban seguros que iban a graduarse de la escuela de discipulado, por lo que tenían que decidir acerca de su futuro. ¿Quién sería el más grande en el reino de Dios? Quizás no siempre sabían lo que Jesús hacía ni por qué lo hacía, pero sí sabían que iban a ser importantes cuando él estableciera su reino. Es cierto que no tenían ni idea de dónde iba a estar el reino de Jesús, o cómo sería, o qué puestos iría a haber, pero esos detalles no frenaban la discusión. Ellos estaban preparados para recibir autoridad y poder. Tan preparados que, cuando Jesús dijo que iba a Jerusalén para morir, Pedro trató de convencerlo de que no lo hiciera. Y si bien es cierto que lo hacía para proteger a su amigo, también es cierto que la muerte de Jesús no entraba en los planes que Pedro tenía para su propia vida.

    Durante todos esos meses, Pedro había hecho muchos planes. Planes que, lamentablemente, rara vez se hicieron realidad. Por ejemplo, una noche oscura y de tormenta, cuando vio a Jesús caminando sobre el agua, Pedro quiso hacer lo mismo. Ése era su plan; pero su plan se desmoronó cuando el miedo fue más fuerte que su fe, y en vez de caminar sobre el agua, tuvo que pedirle socorro a Jesús porque se estaba hundiendo. El día en que celebraron la Última Cena, Pedro no quería que Jesús le lavara los pies… pero terminó pidiéndole que le lavara «no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza» (Juan 13:9). Pedro había prometido mantenerse despierto mientras Jesús oraba… pero el cansancio fue mayor que su voluntad, y terminó durmiéndose. Él había prometido sufrir cualquier cosa, hasta la muerte, antes que abandonar a su Señor… pero cuando llegó el momento de hacerlo, huyó junto con los demás. También había planeado ser valiente seguidor de Jesús… pero después que Jesús había sido arrestado, cuando alguien lo reconoció como uno de sus discípulos, tres veces negó siquiera conocerlo.

    ¿Recuerda la historia que conté al principio de este mensaje acerca del joven que, en medio de un estadio lleno de gente le propuso matrimonio a su novia, y ella lo rechazó? Algo así es lo que Pedro le hizo a Jesús esa noche. Jesús le había pedido a Pedro que fuera su amigo, que se quedara con él, que creyera en él. Esa noche, en el patio de la casa del Sumo Sacerdote, cuando el cielo y la tierra y la historia estaban mirando; cuando la vida de Jesús estaba siendo juzgada, y cuando nadie más estaba a su lado, Pedro tuvo la oportunidad de ponerse al lado de Cristo. Sin embargo, Pedro eligió salvarse a sí mismo. Con otras palabras, Pedro dijo: ‘Jesús, no te amo tanto; no te amo tanto como para sacrificar mi vida. No te amo tanto como para soportar las tristezas, las penas, los dolores, los problemas y las persecuciones. Jesús, estos últimos tres años han sido excepcionales, pero de aquí en más cada uno sigue su propio camino’.

    La historia de la negación de Pedro es bien conocida. ¿Recuerda lo qué sucedió? La Biblia dice: «En el mismo momento en que dijo eso, cantó el gallo. El Señor se volvió y miró directamente a Pedro. Entonces Pedro se acordó de lo que el Señor le había dicho» (Lucas 22:60-61). Una mirada… con esa mirada, todas las palabras y advertencias que Jesús había dicho antes inundaron la mente de Pedro como una ola gigante. Al ver esa mirada, Pedro salió y se puso a llorar amargamente. Al ver esa mirada, Pedro recordó lo que Jesús había dicho; recordó cuán fanfarrón había sido. Al ver esa mirada, Pedro recordó todas las veces que había fallado… y lloró amargamente. Lloró porque supo que, con la inminente condenación y crucifixión de Jesús, no iba a tener oportunidad de pedirle perdón.

    Mientras Pedro lloraba, Jesús se preparaba para morir. Preso como estaba, lo único que Jesús pudo darle a Pedro fue una mirada. En las horas siguientes, el Salvador fue llevado de juicio en juicio. Cada vez que entraba en un nuevo tribunal, le cambiaban los cargos. No tenía esperanza de ser dejado libre, ni forma de escape. Luego de ser azotado, escupido, golpeado y coronado con espinas, Jesús fue llevado a un lugar llamado Gólgota, que significa ‘Lugar de la Calavera’, donde murió clavado a una cruz. Comprendan que Jesús ya había cumplido la ley para que nosotros pudiéramos ser salvos; él ya había resistido toda tentación que el diablo había puesto en su camino, y ahora había llevado todos nuestros pecados a la cruz. En esa cruz, el Hijo perfecto y sin pecado de Dios pagó el precio que la culpa de nuestros pecados exigía. Al final del día, el cuerpo sin vida de Jesús fue llevado a un sepulcro.

    En cuanto a Pedro… el pobre Pedro, al igual que el resto de los discípulos de Jesús, fue a esconderse. Y, al igual que los demás discípulos, se debe haber sentido culpable por haberse dormido cuando Jesús le había pedido que velara en oración, y por haber salido huyendo cuando Jesús había sido arrestado. Pero, a diferencia de los otros discípulos, Pedro también tenía la culpa de la terrible traición que había cometido al negar a Jesús tres veces. La conciencia del pescador debe haberse avergonzado y sufrido cada vez que lo recordaba.

    Qué triste hubiera sido el resto de la vida de Pedro, si hubiera tenido que vivir cada día con las acusaciones de su conciencia. En realidad, toda vida es triste cuando está cargada con los recuerdos de pecados y errores no perdonados. Perdón por la pregunta, pero, ¿es así como usted está viviendo su vida? ¿Hay algún pecado que todavía le molesta en la conciencia? Si es así, quiero que sepa que el Cristo crucificado no permaneció muerto. No. Tres días después de que su cuerpo sin vida fuera enterrado, el Señor viviente salió de la tumba en gloriosa resurrección. Y porque él pagó el precio por nuestros pecados, todos los que creemos en él como el sustituto enviado del cielo para rescatarnos, somos perdonados y salvados.

    Eso es lo que Pedro descubrió. Una mañana, Jesús se encontró con Pedro y algunos de los otros discípulos en el Mar de Galilea. Luego de comer juntos, frente a todos los demás Jesús le preguntó a Pedro si lo amaba. Jesús fue bastante insistente, porque tres veces le hizo a Pedro la misma pregunta, y tres veces Pedro le contestó que sí lo amaba. Por cada una de las veces que Pedro negó a Jesús en público, Jesús le dio ahora la oportunidad de profesar su fe en público. Fue la forma en que el Señor escuchó la confesión de Pedro, y le perdonó los pecados del pasado. Fue la forma del Señor de decirle: ‘Pedro, como me amas, necesito que trabajes para mí’. ¿Recuerda ese pecado que vino a su memoria hace unos minutos? El Señor Jesús murió para borrarlo de su historia. Más aún, el Señor Jesús resucitado le asegura que ese pecado, ese pecado en especial, ya ha sido borrado. Con la fe en Jesús que le da el Espíritu Santo, usted ha sido perdonado del pasado y fortalecido para el futuro. Ese es el regalo de la gracia de Dios para usted que Jesús compró con su sangre.

    Hace unos años, Ogden Nash escribió un pequeño poema que dice: «Sólo hay una manera de lograr la felicidad en esta vida: o se tiene la conciencia limpia, o no se tiene conciencia para nada». El Salvador viviente viene a cada uno de nosotros hoy y nos pregunta: «¿Me amas?» Es mi oración que su respuesta sea «¡Sí!»

    Si Jesús es su Salvador, su conciencia puede estar limpia porque, así como hizo con Pedro, nuestro Salvador perdona y restaura. Si quiere saber más acerca del Salvador y del perdón que ofrece gratuitamente, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Nacines. Amén.