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PARA EL CAMINO
El verdadero Mesías viene a liberarnos de los poderes opresores que nos hunden en el fatalismo, en el conformismo, en el egoísmo, en una vida sin propósito, y en una vida de violencia. El verdadero Mesías viene a traer luz a nuestra oscuridad.
El evangelista Juan nos presenta a nuestro Señor y Salvador Jesucristo transitando por el templo, un día invernal, preparándose para celebrar la fiesta de la Dedicación.
I. Un festival tradicional
La fiesta de la Dedicación es una celebración tradicional e histórica en la que los judíos conmemoran la protección y el cuidado de Dios para con su pueblo.
Esta fiesta, conocida en hebreo como Hanukkah, o fiesta de las luces, es la celebración de un gran milagro de liberación efectuado por Dios a favor de su pueblo escogido.
Los eventos conmemorados en esta celebración ocurrieron durante el periodo ínter testamentario, o sea los 400 años transcurridos entre los escritos de Malaquías, el último profeta del Antiguo Testamento, y el nacimiento del Señor Jesucristo, y están registrados en los libros apócrifos primera y segunda de Macabeos.
Estos acontecimientos ocurrieron en una de las épocas más sublimes de sufrimiento en la historia del pueblo judío. Durante el año 167 antes de Cristo, Israel sufrió la ocupación de los sirios, gobernados por el rey Antíoco Epífanes, quien era gran amante y venerador de la cultura griega. Su devoción por todo lo griego era tal, que trató de eliminar la religión judía. Para ello, introdujo en Palestina las costumbres, las ideas, la religión, y los dioses griegos.
La cultura griega era politeísta, o sea, reconocía a muchos dioses. Por lo tanto, Antíoco Epífanes se declaró a sí mismo dios. Su segundo nombre, Epífanes, significa: «la manifestación de Dios». Por supuesto que esto provocó la ira del pueblo judío, que creía en un solo Dios. Pero este rechazo por parte de los judíos de la divinidad del rey sirio provocó, a su vez, la ira del rey quien, para desquitarse, tomó medidas opresivas y violentas que aumentaron aún más el descontento de los judíos.
A tal extremo llegó el rey en su desquicio, que hasta hizo colocar estatuas de sí mismo en los pueblos y las ciudades, obligando a las personas a arrodillarse delante de ellas. Finalmente, tuvo la osadía de poner un ídolo en el templo, y sacrificar sobre el altar de Dios una puerca para desacrar el templo y evitar así que el pueblo adorara al Dios verdadero.
Fue entonces cuando Matatías, uno de los sacerdotes del templo, se rebeló contra tal abominación, comenzando una gran rebelión en la que él y su hijo Judas, más conocido como Judas Macabeo, pelearon en contra de los usurpadores.
Judas fue apodado Macabeos, que significa martillo, porque el pueblo lo reconoció como «el martillo de Dios». De hecho, muchos de sus seguidores pensaron que él era el Mesías prometido por Dios.
II. La lucha por la libertad
En esta contienda liberadora, el pueblo entendió que Dios estaba con ellos y, a pesar de la escasa preparación militar y los limitados recursos para la guerra que tenían, los judíos lograron derrotar a los sirios. Esa victoria fue causa de gran júbilo, porque pudieron ver con toda claridad la mano poderosa de Dios librando la batalla por su pueblo.
Así es el Señor: cuando ponemos nuestra confianza en él, podemos estar seguros que él libra nuestras batallas por nosotros.
Como consecuencia de esa victoria, el templo fue purificado, el altar fue re-consagrado, y la adoración a Dios restaurada.
Esta fiesta que Jesús está celebrando junto a sus paisanos es un gran recordatorio de la intervención poderosa de Dios a favor de su pueblo.
Doscientos años después, nos unimos a Jesús imaginariamente para recordar este gran milagro de liberación.
El templo está de pie y los candelabros están encendidos, pero Israel no es libre, pues los romanos controlan ahora Palestina. Los deseos de liberación e independencia que corren por la sangre del pueblo pueden ser los motivadores de que los judíos, que han oído las enseñanzas y han sido testigos de los milagros de Jesús, se le acerquen con la pregunta que él ya ha contestado positivamente: ‘¿Hasta cuándo vas a tenernos en suspenso? Si tú eres el Cristo, dínoslo con franqueza.’
III. El Mesías vendrá
A través de los tiempos, el pueblo de Dios añoraba y esperaba la llegada del Mesías. Hacía siglos que estaban prontos para seguir a aquél que les iba a dar la victoria. Pero fallaron en reconocer al enemigo real al cual tendrían que vencer. De manera errónea, el pueblo de Dios entendió su liberación como la liberación de un enemigo físico, y no se dieron cuenta que la liberación de ese enemigo físico sería sólo temporal, ya que un nuevo conquistador oscurecería el horizonte.
En cambio Dios deseaba que su pueblo fuera liberado del enemigo para siempre. Dios no pensaba en un enemigo físico, sino en un enemigo espiritual. Dios pensaba en el Diablo. Dios sabía que a ese enemigo no se lo podía derrotar por medio de guerras o maniobras políticas, sino solamente a través de un acto de servicio. Es por eso que la humildad y el sacrificio habrían de ser las armas usadas por Dios para lograr la liberación de su pueblo.
Sólo Uno da la victoria sobre el Diablo, y sólo Uno promete vida eterna y verdadera liberación. Ese Uno es el Mesías, el Hijo único de Dios, Cristo Jesús. Jesucristo dejó su morada celestial para venir a nuestro mundo a vivir como nosotros. Él se humilló sufriendo y entregando su vida en la cruz del Calvario, para que nosotros podamos tener vida para siempre.
IV. El Mesías ha llegado
La verdad puede ser vista en esta tradición del pueblo de Dios. El servicio es un concepto central en la historia de la fiesta de la Dedicación. Y para celebrarla, el pueblo judío utiliza un nuevo candelabro con nueve velas, llamado menorah. Ocho velas conmemoran el milagro del aceite que no se agota, cuya historia encontramos en el libro de 1 Reyes capítulo 17 versos 8 a 16, donde dice:
«Entonces la palabra del Señor vino a Elías y le dio este mensaje: «Ve ahora a Sarepta de Sidón, y permanece allí. A una viuda de ese lugar le he ordenado darte de comer.» Así que Elías se fue a Sarepta. Al llegar a la puerta de la ciudad, encontró a una viuda que recogía leña. La llamó y le dijo: -Por favor, tráeme una vasija con un poco de agua para beber. Mientras ella iba por el agua, él volvió a llamarla y le pidió: -Tráeme también, por favor, un pedazo de pan. -Tan cierto como que vive el Señor tu Dios -respondió ella-, no me queda ni un pedazo de pan; sólo tengo un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en el jarro. Precisamente estaba recogiendo unos leños para llevármelos a casa y hacer una comida para mi hijo y para mí. ¡Será nuestra última comida antes de morirnos de hambre! -No temas -le dijo Elías-. Vuelve a casa y haz lo que pensabas hacer. Pero antes prepárame un panecillo con lo que tienes, y tráemelo; luego haz algo para ti y para tu hijo. Porque así dice el Señor, Dios de Israel: «No se agotará la harina de la tinaja ni se acabará el aceite del jarro, hasta el día en que el Señor haga llover sobre la tierra.» Ella fue e hizo lo que le había dicho Elías, de modo que cada día hubo comida para ella y su hijo, como también para Elías. Y tal como la palabra del Señor lo había anunciado por medio de Elías, no se agotó la harina de la tinaja ni se acabó el aceite del jarro.»
Volviendo a la menorah, dijimos que ocho velas conmemoran el milagro del aceite que no se agota, pero la novena es un misterio. Es llamada shammes, y es usada para encender las otras velas.
De la misma forma Cristo, el Siervo, trae luz a nuestro mundo, a nuestras vidas, a nuestra oscuridad. El mensaje de la menorah es el mismo mensaje de Cristo. Síguelo, y él traerá luz a tu vida… la luz de la vida eterna.
El pecado hace necesaria la luz de Cristo quien, por medio de su Palabra, nos anuncia la victoria sobre el pecado, la muerte, y ese gran enemigo que es el Diablo. Jesús usa aquí la metáfora de él como el pastor, y nosotros, quienes lo seguimos, como sus ovejas. Como pastor, Jesús es un servidor. Él es el pastor que guía, alimenta y enseña a las ovejas. Si el enemigo entra al corral, este pastor, el ‘Gran Pastor de las ovejas’, por la sangre del pacto eterno, sacrificará su vida por el bienestar de ellas. Requiere mucha humildad servir a las ovejas de esta manera, porque muchas veces ellas ni siquiera se dan cuenta de la protección que reciben. Pero si ellas conocen la voz de su pastor, la siguen, y esa es la voz que las lleva hacia la luz.
Ahora regresamos a Jesús quien, rodeado por los judíos, es desafiado a declarar quién es él realmente. ‘-¿Hasta cuándo vas a tenernos en suspenso? Si tú eres el Cristo, dínoslo con franqueza.’ Le preguntan estos hombres, curiosos, tal vez ansiosos y cansados de vivir bajo un yugo opresor extranjero.
Jesús comienza a despejar las dudas y la aprehensión de las multitudes. Afirma que sus obras y enseñanzas hablan por sí mismo. Reafirma su capacidad de dar vida eterna, enfatizando su unidad con el Dios Padre. Pero este es un Mesías diferente. Este Mesías no va a ser el líder político y militar que va a destruir el yugo opresor romano, ni tampoco quien va a restaurar a Israel a la gloria de la época de Salomón.
Este Mesías, que entró en Jerusalén cabalgando sobre un asno humilde, viene a traer el goce y la gloria de una liberación más importante que la política y la militar. Este Mesías, por medio de su muerte angustiosa, cruel y despiadada en la cruz del Gólgota, viene a liberarnos de los poderes opresores que nos hunden en el fatalismo, en el conformismo, en la vida sin propósito, en el egoísmo personal, en la actitud violenta frente a nuestro prójimo. Este Mesías viene a liberarnos de los poderes opresores que impiden que seamos más humanos en nuestros tratos con quienes nos rodean en la vida familiar, comunitaria y social. Este Mesías, el verdadero Mesías de Dios, murió para con su muerte destruir el poder de la muerte.
Alguien dijo: «la muerte de Jesús, es la muerte de la muerte». Con su muerte, y por medio de su sangre derramada, las consecuencias deshumanizantes del pecado son también destruidas. Finalmente, la muerte de Jesús destruye el poder del Diablo y sus demonios.
Jesús, el verdadero Mesías de Dios, murió para darnos la verdadera libertad: la libertad de la conciencia que nos permite vivir en paz con Dios y con nuestros semejantes. La muerte de Jesús es sólo la antesala de la liberación integral que nos ofrece, puesto que al levantarse vencedor de la muerte, al resucitar al tercer día, nos liberó para siempre de la muerte, del pecado y de los poderes demoníacos. Su muerte y resurrección hacen posible que seamos una nueva creación. Como afirma San Pablo: «En Cristo Jesús todo es hecho nuevo».
Por eso, cuando nuestra carga presente se hace muy pesada, cuando estamos atravesando por los inviernos de nuestras vidas, la luz de la menorah de la fiesta de Dedicación nos recuerda con mucha claridad que Jesús, el verdadero Mesías de Dios, nos trae la luz gloriosa de la vida eterna por medio del Espíritu Santo que nos guía.
De la misma manera que la luz del templo era apreciada y vista como la presencia protectora de Dios en medio de su pueblo, el Espíritu Santo del Dios viviente viene a vivir en nosotros. San Pablo nos recuerda que somos templo del Espíritu de Dios para su honra y gloria.
Hoy es un día nuevo de restauración, de liberación, de sanidad en tu vida, porque Jesús de Nazaret, el verdadero Mesías de Dios, ya ha venido para darte salvación, vida eterna, y la seguridad de que en tu diario caminar la voz y la mano firme de nuestro Pastor te guía por sus sendas de paz y misericordia. Amén.
Si de alguna forma podemos ayudarte, no dudes en comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.