PARA EL CAMINO

  • ¿Y quién más?

  • mayo 2, 2010
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Apocalipsis 21:4-7
    Apocalipsis 21, Sermons: 1

  • Si el futuro que en algún momento imaginaba que iba a ser ‘brillante’, ha sido empañado por una realidad oscura, triste, y aparentemente sin esperanza, Dios tiene algo muy importante para decirle… ‘algo que hará nuevas todas las cosas’, incluyendo su vida.

  • El famoso Mark Twain fue un brillante escritor, humorista, orador, y observador de la condición humana. Desafortunadamente, Twain creía que su habilidad para descubrir las debilidades del ser humano y para hacernos reír de nuestras inseguridades, inconsistencias y contradicciones, de alguna manera lo habilitaban para criticar y juzgar también a Dios. La muerte de su hermano en un accidente, su participación en la Guerra Civil, la actitud hipócrita de algunos cristianos, y la muerte trágica de su único hijo, lo convencieron de que el concepto de un Dios amoroso y lleno de gracia no era más que un cuento. Por supuesto que cuando Mark Twain estaba frente al público, no decía nada de todo esto; pero cuando estaba con su esposa Olivia, sus críticas a la religión en general, y a Cristo y los cristianos, eran totalmente despiadadas.

    Por más que, según él, no era su intención interferir con las creencias religiosas de las personas, la verdad es que sus constantes críticas fueron poco a poco dañando la fe de su esposa, hasta que llegó al punto en que ya no pudo creer más en su amoroso Dios. De acuerdo al biógrafo de Mark Twain, en el año 1876 su esposa Olivia sufrió trastornos mentales. Muy preocupado por la salud de su esposa, Mark Twain decidió tragarse su orgullo y preguntarle a ella si no podía encontrar consuelo y alivio en su fe cristiana, a lo que ella, con gran tristeza, le contestó: «No, no puedo, porque ya no tengo fe». Un tiempo más tarde, recordando esa conversación, Mark Twain confesó la gran culpa que sintió por haber sido él quien plantara las semillas de la duda en el corazón de su esposa, haciendo que finalmente perdiera la fe, y con ella la esperanza terrenal y eterna. Tanto lo lamentaba, que hasta admitió que, si hubiera tenido la oportunidad, habría hecho las cosas de otra manera. Pero lamentablemente, no tuvo otra oportunidad.

    De eso ya hace más de 125 años. En todo este tiempo hemos visto muchísimos cambios. Imperios y filosofías políticas han surgido, han dominado por un tiempo, y luego han caído, desapareciendo no sólo de la realidad, sino también de la memoria. Enfermedades que una vez fueron terribles, han sido conquistadas, pero han aparecido otras nuevas que causan tantos estragos como las de antes. Los combates hombre a hombre han sido sustituidos por bombas que pueden aniquilar miles de personas en un segundo. Hemos creado leyes para defender la justicia social, pero el prejuicio, la discriminación y el odio siguen siendo parte de la vida de todos los días. Hay organizaciones que con vehemencia promueven el derecho de los animales, pero el aborto sigue estando a la orden del día. La 1er. Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, que ha sido manipulada con éxito por la pornografía, es utilizada para hacer callar al sacerdote y al pastor cuando se suben a sus púlpitos para predicar. La palabra familia ha sido definida y re-definida de tal forma, que ahora incluye toda posible variante de relación humana. Los niños de hoy sienten que no son queridos ni tomados en serio, y los ancianos ya tienen asumido que la sociedad no los respeta ni se interesa por ellos.

    Nuestros padres y abuelos creían que sus hijos y nietos iban a vivir en un mundo mejor, en un mundo donde reinarían la paz y la armonía. Pero no sucedió así. Las economías de los países están tambaleándose, la pobreza sigue existiendo, el terrorismo es una amenaza constante, los desastres naturales están a la orden del día, y los ataques a la religión son cada vez más fuertes. Desdichadamente, el futuro que nuestros padres y abuelos vislumbraban e imaginaban como «brillante», ha sido empañado por una realidad muy diferente, una realidad oscura, triste, y aparentemente sin esperanza.

    Si es así como usted ve su presente y su futuro, le invito a escuchar las palabras que el Apóstol Juan escribió en el libro de Apocalipsis, palabras inspiradas por Dios que contienen un mensaje de esperanza para todas las personas de todos los tiempos. Allí dice: «Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir. El que estaba sentado en el trono dijo: «¡Yo hago nuevas todas las cosas!» Y añadió: «Escribe, porque estas palabras son verdaderas y dignas de confianza.» También me dijo: «Ya todo está hecho. Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Al que tenga sed le daré a beber gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que salga vencedor heredará todo esto, y yo seré su Dios y él será mi hijo» (Ap. 21:4-7).

    ¿Escuchó bien? ¿Entendió bien lo que el Señor nos está diciendo a cada uno de nosotros que nos sentimos agobiados por los problemas de la vida? Dios promete que las cosas van a cambiar, que van a ser mejor, que todas las cosas van a ser nuevas. Todo lo feo, lo malo, lo negativo, lo desalentador, y lo oscuro de esta vida va a ser eliminado y reemplazado por las buenas noticias de Dios. Quienes añoramos algo mejor, quienes ansiamos y clamamos por el agua de vida, vamos a encontrar que el Señor está dispuesto a proveer en forma absolutamente gratis, y en gran abundancia, exactamente lo que necesitamos. Para que tuviéramos lo que necesitamos, y para que bebiéramos del agua viva, es que Jesús vino a este mundo triste y pecador.

    Al nacer en Belén, Jesús se convirtió en uno de nosotros. Siendo verdadero hombre, el Salvador fue tentado por el diablo y el mundo en la misma forma en que nosotros somos tentados. Siendo el Hijo perfecto, sin pecado, de Dios, Jesús resistió con éxito todas esas tentaciones. Siendo verdadero hombre, Jesús fue confrontado por las leyes de Dios; pero mientras que todos nosotros fallamos en cumplir con los Mandamientos de Dios, Jesús triunfó, viviendo su vida en obediencia perfecta, y haciendo suya la voluntad de su Padre. Jesús vivió cada día de su vida sin tropezar o caer. Jesús vivió la vida perfecta que nosotros no podemos vivir, para que todas las cosas puedan ser hechas nuevas para cada uno de nosotros. Como verdadero hombre, Jesús sabía que iba a tener que enfrentar la muerte. No se sorprendió cuando quienes lo odiaban lograron falsificar la evidencia y manipular las circunstancias de tal forma que el Hijo de Dios fuera condenado y crucificado en la cruz del Calvario. Y así, en el día más oscuro de la historia de la humanidad, murió el Hijo de Dios. Jesús murió la muerte que nos correspondía a nosotros, los pecadores. Él se convirtió en el sacrificio humano necesario para que el Padre pudiera hacer todas las cosas nuevas.

    Y entonces, tres días después de haber muerto, el mundo entero pudo tener un anticipo de lo que Dios quiere decir cuando dice que va a hacer todas las cosas nuevas. Las mujeres amigas y familiares de Jesús se dirigieron al sepulcro a terminar de ungir su cuerpo muerto. Iban llorando, tristes, y apenadas. Así es como fueron al sepulcro, pero no como regresaron de él. Luego de escuchar que Jesús había resucitado de los muertos, emprendieron el regreso un tanto confusas y con miedo, pero llenas de alegría. En un abrir y cerrar de ojos, el Señor viviente había enjugado sus lágrimas y acabado con su duelo, su llanto, y su dolor.

    El Salvador resucitado había hecho nuevas las cosas. Pedro y Juan, dos de los discípulos de Jesús, recibieron la noticia de que Jesús estaba vivo, pero la idea era simplemente demasiado imposible de creer. Queriendo verlo con sus propios ojos, ambos salieron corriendo hacia la tumba de Jesús. Y allí, al ver la tumba vacía, tuvieron la prueba de que Jesús estaba vivo. Pero aún así, el Señor viviente tuvo que aparecérseles personalmente antes de que pudieran creer que el Redentor resucitado había hecho nuevas todas las cosas. Eso sí, una vez que lo creyeron, nada los detuvo y, con el poder del Espíritu Santo, dieron vuelta el mundo.

    La tarde del día de su resurrección, dos discípulos se dirigían por un camino polvoriento hacia una pequeña aldea de Judea llamada Emaús. Estaba haciéndose de noche, por lo que las sombras, que cada vez eran mayores, complementaban bien lo sombrío de su conversación… una conversación que, a pesar de los rumores, se centraba en la muerte de Jesús. ‘Pensábamos que iba a hacer grandes cosas; pensábamos que él iba a restaurar Israel.’ Esas eran las cosas de las que hablaban. Pero esa conversación larga y pesimista sobre la muerte fue de pronto interrumpida por la presencia del Salvador resucitado, quien enjugó sus lágrimas y les mostró una nueva forma de vida. Sus dudas y falta de fe fueron reemplazadas por confianza y certeza en el amor de Dios.

    Todas esas personas fueron las primeras en comprender, las primeras en las cuales el Espíritu Santo reemplazó el miedo con fe. Pronto habría más. Estarían los que recordaban que Jesús había predicho su muerte y prometido que al tercer día iba a resucitar. Estarían los privilegiados que habrían de ver a Jesús en persona, y los que hasta podrían tocarlo y ver la nueva realidad de Dios. Muy pronto, la oscuridad del viernes fue reemplazada por el brillo del amanecer de la resurrección. Jesucristo había resucitado, y todos los que creyeron en él como su sustituto, todos los que, a través del Espíritu Santo recibieron fe en Jesús como el puente cuyo sacrificio había unido el abismo que separaba la tierra del cielo, fueron transformados. Todos ellos bebieron del agua de vida que les calmó la sed para siempre. Sus lágrimas fueron enjugadas, y su duelo fue quitado. El llanto terminó. El dolor se fue. La muerte dejó de ser. Jesús hizo nuevas todas las cosas, especialmente las cosas importantes.

    ¿Y cómo ha recibido el mundo este regalo inmenso, gratuito y transformador de Dios? ¿Acaso el mundo le agradece a Dios por haber sacrificado a su Hijo, pudiendo así enjugar las lágrimas de los padres que con total impotencia ven morir a sus propios hijos, pues saben que van a volver a vivir en un lugar donde ya no habrá más sufrimiento, ni dolor, ni tristeza? ¿Acaso el mundo le da gracias a Dios por todas las personas que encuentran consuelo en él ante la pérdida de un ser querido porque saben que la separación es sólo temporaria? ¿Acaso el mundo le ha agradecido a Dios por haberlo rescatado de sus pecados y por haberle regalado una esperanza eterna?

    Sabemos bien cuál es la respuesta. El mundo ha hecho todo lo posible para deshacerse de la historia del Salvador y de la salvación que su sacrificio obtuvo para nosotros. Fijémonos en la antigua Roma y veremos las horribles persecuciones que sufrieron los cristianos por creer en un Redentor que hacía nuevas todas las cosas. No es demasiado diferente de lo que hacen las naciones musulmanas de hoy en día que consideran un crimen, e incluso lo llegan a castigar con la pena de muerte, si uno de sus ciudadanos se convierte al cristianismo. En los comienzos de la iglesia cristiana se decían muchas mentiras acerca de ella. Por ejemplo: si una congregación ofrecía el Sacramento de la Comunión, los críticos decían que los cristianos eran caníbales, y si una iglesia bautizaba a alguien, decían que los seguidores de Jesús eran asesinos que ahogaban a víctimas inocentes. Hoy no es muy diferente: hay libros que se convierten en best-sellers porque dicen que, durante 2.000 años, el cristianismo ha estado manteniendo secretos heréticos, y promoviendo mentiras a un público que se las cree.

    No ha habido ningún momento en la historia de la humanidad en que la fe del pueblo de Dios no haya sido puesta a prueba, criticada, o condenada. Todavía hoy los gobernantes tratan de callar el mensaje de Dios, y los eruditos se esfuerzan por mejorar su reputación tratando de encontrar una explicación a cada detalle del plan de salvación del Señor. La Escritura lo dice bien claro: «la luz vino al mundo, pero la humanidad prefirió las tinieblas a la luz, porque sus hechos eran perversos» (Juan 3:19b). Y lo más increíble de todo esto es que el mundo hace todas estas cosas sin tener ni poder ofrecer nada que reemplace la paz, la esperanza y el perdón que el Señor Jesús resucitado nos ofrece. Mark Twain se burló del cielo describiéndolo como el lugar donde todo lo que se hace es tocar el harpa y cantar eternamente. Pero esa es la idea del cielo de Mark Twain, no de Dios. El mundo puede reírse y burlarse del Salvador; puede tratar de desecharlo e ignorarlo… pero él es el único que puede enjugar toda lágrima de nuestros ojos. Jesucristo es el único que puede derrotar la muerte, el único que puede quitar el sufrimiento, el llanto, y el dolor. Él es el único que hace nuevas todas las cosas.

    Si usted conoce al Salvador comprende bien lo que estoy diciendo, porque ya ha experimentado su amor y su paz. Pero ahora les hablo a aquellos de entre ustedes que hasta ahora sólo se han burlado de Jesús, que lo han ignorado y dejado de lado. Una vez más quiero compartir con ustedes algo que dijo el escritor Mark Twain. Él dijo: «Cuando se trata de religión y de política, las personas no se toman el tiempo de examinar las cosas como corresponde, sino que casi siempre basan sus creencias y convicciones en lo que han dicho otras personas, que a su vez se han basado en lo que han dicho otras personas, sin tomarse tampoco el tiempo de examinar las cosas como corresponde».

    En esto estoy de acuerdo con Mark Twain. Por eso le pido que no tome como ciertas mis palabras… ni las de cualquiera que se oponga al Salvador. Por el contrario, lo aliento a que investigue las cosas por usted mismo. Busque en la Biblia; lea los Evangelios; conozca al Salvador. Le aseguro que el Hombre que va a descubrir lo va a sorprender, que las cosas que él hace lo van a conmover, y que el sacrificio que él hizo lo va a salvar.

    Si de alguna forma podemos ayudarle a descubrir al Salvador de su vida, comuníquese con nosotros a Cristo Para Todas Las Naciones. Amén