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PARA EL CAMINO
Sacrificar a su único Hijo para que un mundo que ni lo aprecia ni lo quiere sea perdonado, redimido y salvado, es una cosa increíble. Pero aún más increíble es que, aun cuando todo lo que tenemos y somos proviene de Dios, nos olvidamos de reconocerlo y de darle gracias y glorificarle a Él por ello.
Hoy quiero animar a nuestra nación a que reconozca al Señor. Antes de hacerlo, les invito a hacer juntos un viaje. Las distancias que cubramos van a quedar registradas únicamente en nuestras mentes, pero les pido que sean mis compañeros en un viaje que nos llevará a diferentes puntos del globo. Una advertencia: aún cuando el viaje no es más que un producto de mi imaginación, los lugares a los que iremos y las personas que encontraremos son absolutamente reales y genuinas.
El primer lugar que visitamos es Tondo, un distrito de la ciudad de Manila, en las Filipinas. Tondo tiene menos de un millón de habitantes, pero Manila tiene 20 millones en total. Manila es una ciudad muy grande, una ciudad con tremendos contrastes entre los ricos, y los desesperadamente pobres. Paramos un taxi, pero cuando le decimos que queremos ir a uno de los basureros de la ciudad, el conductor se niega a llevarnos. Finalmente logramos que otro taxi nos lleve, luego de acceder a pagar el doble de la tarifa regular. El lugar al que llegamos es asqueroso. El olor es asfixiante para quienes ya lo conocen, y nauseabundo para quienes nunca lo han sentido antes.
De pronto nos llama la atención ver, en la inmensidad del lugar, un enjambre de niños pequeños que revolotea sobre los deshechos recién descargados por camiones. Uno se pregunta: ¿no deberían estar en la escuela? Sí, deberían estar en la escuela aprendiendo, pero en cambio están revisando la basura juntando vidrios, papeles y cartones para llevar a reciclar, y así hacer dinero. Además, en la basura encuentran su comida. Sí, deberían estar en la escuela, pero lo cierto es que el olor del basurero les impregna la ropa, el cabello, y hasta la piel, por lo que ninguna escuela los quiere, excepto las que están cerca del basurero, y ningún maestro respetable quiere ir a enseñar a esas escuelas.
Nuestra próxima parada es en una granja en Sudán, África, donde viven Samir y su esposa Saiesha. Su hogar está en el sur del país, pero como son obreros migrantes, andan por todos lados. Samir y Saiesha son cristianos, por lo que cuidan mucho su forma de vestir, su forma de hablar, y los lugares que frecuentan. No hace mucho llegaron a su villa unos soldados a saquear, robar, y violar a las mujeres, por lo que tuvieron que huir de allí. Hace poco más de un año vieron cómo azotaban a una niña por violar la ley del islam al vestir pantalones.
Nuestra próxima parada es en la ciudad de Bihar, en India, donde nos encontramos con Hardik. El nombre completo de Hardik significa «lleno de amor», pero desde que su padre le dio unas pocas monedas y le dijo que fuera a la gran ciudad, el pequeño Hardik no ha recibido nada de amor. Habiendo nacido dalita, o sea, un intocable según el sistema de castas de la India, le ha sido muy difícil conseguir trabajo, más allá del que tiene en la fábrica de alfombras. Allí, en un lugar lúgubre, trabaja 12 horas por día por un salario lamentable. Tiene apenas unos minutos libres para comer, y lo que come es mínimo y básico. Como no tiene dónde vivir, Hardik duerme en la calle. Hardik es uno de los 20 a 50 millones de niños en la India que necesitan trabajar.
Nuestra última parada, antes de regresar a casa, es en la ciudad de Belem, en la desembocadura del río Amazonas, en Brasil. Cuando estamos yendo para el hotel se nos acerca Adriana. Adriana tiene 13 años, y trabaja en una de las 5 casas de prostitución de la ciudad. En realidad hay muchos más lugares de prostitución, pero estas 5 casas están dedicadas exclusivamente a la explotación de niñas. Ante la pobreza extenuante, la familia de Adriana no tuvo más remedio que entregar a su hija a la prostitución. La ciudad de Belem es mundialmente famosa por la prostitución infantil. Se dice que es el paraíso sexual en donde en cualquier momento se puede conseguir una niña de cualquier edad. Adriana nos pregunta si puede servirnos. Con vergüenza le respondemos que no, le decimos que vamos a orar por ella, y pedimos que Dios la bendiga. Ella sonríe y se va a ocupar su lugar al lado de la puerta del hotel, en espera de su próximo cliente.
Y bien, amigos, ese ha sido nuestro viaje. No ha sido placentero, pero podría haber sido peor. Espero que haya logrado su propósito, que era mostrar lo que una gran parte de la población del mundo tiene que hacer para sobrevivir. Ahora le pido que se fije un poco en lo que usted tiene alrededor de su casa, de su trabajo, de su escuela. ¿Se fijó en la cantidad de carteles que hay haciendo propaganda de programas para bajar de peso? ¿Vio cuántos gimnasios hay cerca de su casa que le prometen ayudarle a bajar los kilos de más? ¿Vive usted cerca de hospitales, clínicas, farmacias, consultorios médicos, oculistas, dentistas, etc.? ¿Tienen sus hijos acceso a escuelas?
Teniendo en cuenta todas estas cosas, ¿se da cuenta del contraste? Entonces, ¿está conforme con su país, con su comunidad, con sus gobernantes? ¿No? Ya me parecía. Digo que me parecía, porque estamos acostumbrados a no estar conformes con nuestros líderes, y lo podemos decir sin que eso nos cause problemas. Pero hay muchísimas personas alrededor del mundo que darían cualquier cosa, sí, cualquier cosa, por tener al menos una parte de lo mucho que tenemos nosotros. Pregunto: ¿por qué? ¿Por qué tenemos nosotros todas las cosas que tenemos, cuando hay tantas otras personas en el mundo que no las tienen? En otras palabras, ¿por qué nosotros sí, y ellos no?
Sé que estas preguntas tienen muchas respuestas. Muchos dirán que nosotros tenemos todo lo que tenemos porque vivimos en un continente con muchos recursos naturales. Y es cierto. No podemos negar que esta tierra produce en abundancia. Pero hay otras naciones que también son muy bendecidas en este aspecto. No hace mucho fue estimado que Afganistán tiene más de un trillón de dólares en recursos minerales. Pero no tiene nada más.
Otras personas dirán que tenemos todo lo que tenemos porque somos dedicados, devotos, comprometidos, y tenemos una buena ética de trabajo. Ese es el tipo de pensamiento que hace que una persona se sienta bien consigo misma. Pero a mí me costaría mucho decir algo así delante del pequeño Hardik. Mientras que aquí trabajamos 40 horas a la semana, él trabaja más del doble, y no tiene seguro médico, ni vacaciones, ni aportes jubilatorios.
Entonces, ¿por qué tenemos todo lo que tenemos, y otros no? Yo tengo una respuesta. Yo creo que Dios nos ha confiado todas estas bendiciones porque espera que las utilicemos para glorificarle a Él. Yo creo que Dios espera que le demos gracias por la gran misericordia que tiene para con nosotros al darnos todo lo que nos ha dado y por haber enviado a su Hijo para salvarnos. Ambas cosas son bendiciones, ambas son inmerecidas, ambas son fruto de su gracia. Que quede claro: sacrificar al único Hijo para que un mundo que ni lo aprecia ni lo quiere sea perdonado, redimido y salvado, es una cosa totalmente increíble. Ver a Jesucristo vivir toda su vida cumpliendo al pie de la letra todas las leyes que nosotros quebrantamos y resistir las tentaciones ante las cuales nosotros sucumbimos; ver y creer en su victoriosa conquista sobre la muerte, nuestro último enemigo, debe ser motivo de alegría.
Si una persona desconocida se sacrificara para que usted y su familia pudieran vivir, sin lugar a dudas usted le estaría agradecido, eternamente agradecido. Es imposible no sentir un tremendo agradecimiento hacia una persona que hace tal cosa. Y eso es exactamente lo que Jesús hizo con su vida, su sufrimiento, muerte y resurrección. Mírelo clavado a la cruz. ¿Alguna vez pensó en lo que Jesús hizo ese día, en las palabras que dijo en medio del increíble dolor que experimentó? Escúchele perdonando a quienes lo asesinaron… o asegurándole su salvación al malhechor crucificado a su lado. A su madre le prometió que sería protegida y consolada… a su Padre celestial le gritó en medio de su dolor que no lo dejara solo. Jesús dijo todas esas cosas para que el Espíritu Santo pueda obrar la fe en el corazón de cada uno de nosotros, y convertirnos en personas nuevas. Cuando el Señor resucitado reina en nuestros corazones, el Espíritu Santo nos cambia y nos convierte en una nueva creación. La ingratitud se transforma en agradecimiento; el egocentrismo se convierte en altruismo, y dejamos de sentirnos solos y perdidos, pues pasamos a pertenecer a la familia de la fe.
Sí, el Señor nos ha bendecido para que podamos responder con un espíritu nacional de gratitud. Así es como debería ser, y hubo una época en la historia en que así fue. Voy a darles un ejemplo. El 27 de agosto de 1776, apenas 25 días después de la firma de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica, los 8.000 soldados del ejército de Washington se encontraron atrapados en el río de Brooklyn donde 20.000 soldados ingleses experimentados estaban preparados para atacarlos pero, por alguna razón, no lo hicieron. Hay quienes dicen que no atacaron porque estaban esperando por la flota de barcos que aún no había llegado debido a los vientos desfavorables que soplaban. Al oscurecer, utilizando botes pequeños, Washington comenzó a evacuar a sus tropas a través del río. Para tratar de poner a salvo a la mayor cantidad posible de soldados, toda la noche los botes fueron de una orilla a la otra, llevando unos pocos hombres a la vez. Washington sabía que, en cuanto comenzara a aclarar, la situación iba a cambiar, pues los botes iban a ser un blanco fácil para los cañones de los ingleses. Increíblemente, ni bien amaneció, se levantó una niebla densa que hizo que la visibilidad se hiciera casi nula; así permaneció hasta que el último bote, en el que iba el mismo Washington, hizo la travesía. Al levantarse la niebla, los ingleses no pudieron creer que la costa estuviera vacía. Le dispararon tiros al bote de Washington, pero éste ya estaba fuera de alcance, por lo que nadie resultó herido.
Por supuesto que hoy muchos dicen que todo fue pura «coincidencia», o un «golpe del destino», o una simple «jugada de suerte». Les puedo decir que muchos soldados americanos que llevaban diarios personales no estarían de acuerdo con esto. La mayoría de ellos diría que fue Dios quien los protegió… y más de un soldado británico los apoyaría. Pero en nuestra sociedad hoy día hemos dejado de lado nuestro compromiso con Cristo, y nos hemos convencido de que somos nosotros los que mandamos y estamos en control de todo. Hemos dejado de servir a un Señor, para servir a dos señores: Dios y nosotros… y en realidad estamos a punto de deshacernos completamente de Dios.
Y porque cada vez estamos más lejos de Dios, así nos está yendo. El consumo de drogas sigue aumentando a pasos agigantados; los niños crecen en hogares desintegrados; quienes han trabajado y ahorrado toda la vida para poder tener una jubilación decente, de pronto se encuentran en la calle; las familias jóvenes están viviendo con deudas increíbles; la violencia está a la orden del día; los promesas de los políticos duran sólo lo que sus campañas. ¿Cómo nos está yendo sin Dios? Es cierto que hemos avanzado, pero no podemos decir que hayamos hecho ningún progreso. Nos hemos convencido a nosotros mismos de que somos sofisticados, pero esa sofisticación no nos ha traído ni felicidad, ni satisfacción, ni alegría.
En 1776, Edward Gibbon publicó el libro «Historia de la Decadencia y Caída del Imperio Romano». En 1789 publicó el sexto y último volumen. Gibbon no sabía nada acerca del futuro de los Estados Unidos o Canadá. Pero, aún así, al finalizar el último libro había identificado cinco razones que causaron la caída de Roma. La siguiente lista, entonces, fue escrita hace más de doscientos cincuenta años. Presten atención, y juzguen por ustedes mismos.
Primero – la dignidad y santidad del hogar es menoscabada.
Segundo – se aumentan los impuestos y el gobierno gasta más dinero en programas sociales.
Tercero – se vive buscando el placer, y los deportes se vuelven más apasionados y violentos.
Cuarto – se aumenta en gran manera el poder militar para proteger al país cuando, en realidad, las personas necesitaban ser protegidas de su propia decadencia.
Quinto – la religión decae y la fe se desvanece, convirtiéndose en una simple formalidad.
Estoy convencido de que Dios ha sido intencional al bendecir esta tierra, y también estoy completamente convencido que Él nos la ha confiado para que proclamemos y compartamos la historia de salvación de Jesucristo. No me mal interpreten. Con esto no quiero decir que el Estado tenga que tener una religión oficial. No. Lo que quiero decir es que haya respeto por la religión, que la religión no sea atacada como si fuera algo malo o dañino para la persona. Al fijarnos en la historia, tanto la registrada en la Biblia, como la que leemos en los libros de texto, nos queda poca duda que, si continuamos negándonos a serle fiel, el Señor va a hacer lo mismo con nosotros. A Él no le cuesta nada encontrar a otra nación que esté dispuesta a hacer lo que nosotros nos negamos a hacer. El Señor nos ha llamado a servirlo sólo a Él. Y, al hacerlo, nos ha dado un honor… un honor que debería inundar y permear nuestras vidas, nuestros hogares, nuestras acciones de cada día. Un honor que nos permite reconocer que el Hijo de Dios ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido; ha venido a sacar a las personas de la oscuridad, para llevarlas a la luz de Dios; ha venido a rescatar las almas destinadas al infierno, para llevarlas a la vida eterna junto a Él.
El llamado está en pie: sirva a un solo Señor. Reconozca al Señor que le ha dado la vida y le provee cada día con todo lo que necesita. Reconozca al Señor que le ha bendecido no sólo a usted, sino también a su familia, a su comunidad, y a su país. Reconozca al Señor que con gran paciencia espera que nos demos cuenta de cuán grandes son su gracia y el sacrificio de su Hijo, nuestro Salvador, el Redentor crucificado y resucitado.
Reconocer al Señor. Este es el resumen del mensaje de hoy. Es nuestra oración que todos y cada uno de ustedes reconozca en sus vidas al Señor de la Vida. Y si de alguna manera podemos asistirle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.