PARA EL CAMINO

  • Una nueva identidad

  • septiembre 26, 2010
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 3:21-22
    Lucas 3, Sermons: 5

  • Si Jesús era el Hijo sin pecado de Dios, ¿por qué se bautizó? ¿Qué relación tiene el bautismo de Jesús con nuestro bautismo?

  • Hace pocas semanas, el Congreso de la nación Argentina aprobó una ley que legaliza la unión de personas del mismo sexo. De esta manera, la Argentina se ha convertido en el primer país latinoamericano en legalizar lo que se da en llamar el «matrimonio» entre homosexuales. Éste es un paso más de los que ya se han dado en algunos de los estados de los Estados Unidos de América. Después de largos debates, y marchas y contramarchas, estos Estados no han hecho más que hacer oficial lo que ya es una rutina entre los homosexuales: el vivir juntos como si fueran un matrimonio. Los promotores y defensores de esta nueva ley se basan en el supuesto derecho que tienen las personas de elegir su identidad sexual.

    No vamos a discutir hoy el tema de la identidad sexual de los homosexuales. La iglesia cristiana que se atiene a la Palabra de Dios tiene una posición bien definida al respecto. Sí quiero hoy traerles a ustedes el tema de la identidad que Dios quiere darle a cada una de sus criaturas.

    Muchas veces los seres humanos no sólo estamos confundidos con relación a nuestra identidad sexual, sino también con relación a nuestra identidad como seres humanos. A veces no nos entendemos ni siquiera a nosotros mismos, por lo que, con más razón, menos entendemos a otras personas. Hay quienes hasta se hacen arreglos quirúrgicos para mejorar su imagen, como si la identidad dependiera de nuestro aspecto exterior. Hacemos muchas cosas, algunas hasta llegan a ser ridículas, para mejorar nuestra imagen, pensando que ella es esencial para nuestra identidad.

    Por ello es que hoy le invito a que reflexionemos juntos sobre un pasaje bíblico que nos habla de la identidad que Dios tiene pensada para nosotros. El texto del evangelista Lucas, que fuera leído al comienzo de este programa, siempre ha sido para mí un gran enigma. Lo consideré por mucho tiempo uno de esos pasajes difíciles de la Escritura que no tienen una explicación o una aplicación fácil para la vida cristiana. Mi gran pregunta siempre fue: ¿qué significado tiene el bautismo de Jesús? Aunque estudié teología en dos seminarios y leí mucho acerca del contenido de la Biblia, nunca entendí cabalmente por qué Jesús le pidió a Juan el Bautista que lo bautizara.

    Los Evangelios dicen que Juan el Bautista llamaba a las personas al arrepentimiento y a bautizarse para el perdón de sus pecados. Pero, si Jesús era verdaderamente el Hijo sin pecado de Dios, ¿para qué tenía que ser bautizado? Y parece que Juan el Bautista también pensaba así, porque estaba tan confundido como yo. La prueba es que, cuando Jesús se le apareció entre tantos otros que pedían ser bautizados, Juan le cuestionó su petición. Todavía más, también intentó disuadirlo para que no se bautizara. Le dijo Juan a Jesús: «Yo soy el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?» (Mateo 3:14).

    Hace poco tropecé con un libro que comentaba sobre esta escena del capítulo tres de Lucas, específicamente sobre el bautismo de Jesús realizado por Juan el Bautista. El autor del libro decía: «Uno no puede entender los evangelios, ni el evangelio cristiano, si primero no entiende el bautismo de Jesús». Eso significa que la fe de usted, estimado oyente, y la forma en que usted entiende su fe, y los frutos de esa fe, están ligados al bautismo de Jesús que sucedió en el río Jordán hace alrededor de 2000 años.

    Mi curiosidad por este tema aumentó. Seguí leyendo, y así aprendí que los estudiosos de la Biblia dicen que los dos acontecimientos mayores en la vida y el ministerio de Jesús son su bautismo, y su muerte y resurrección. En otras palabras, para entender la obra salvadora de Cristo, los cristianos necesitamos poner el bautismo de Jesús al mismo nivel que su sacrificio en la cruz y su triunfante resurrección.

    Encontré también algunos comentarios muy interesantes acerca del significado del bautismo de Jesús en una nueva Biblia de estudio que, en una nota con respecto a Mateo 3:15, dice: «Jesús se sometió al bautismo de Juan, el mismo que recibían los pecadores, para afirmar su identidad con los pecadores y proveerles con justicia perfecta». Aquí la palabra clave es ‘identidad’. Martín Lutero, el gran reformador de la iglesia del siglo 16, dice al respecto: «Cristo aceptó el bautismo de Juan por la única razón de que él estaba entrando en nuestro lugar, verdaderamente, en nuestra persona, esto es, convirtiéndose en un pecador por nosotros, tomando sobre sí mismo los pecados que él no cometió, y borrándolos y ahogándolos en su santo bautismo». En otras palabras: Jesús fue bautizado para convertirse en pecador, pero sin pecado. Fue bautizado para poder sufrir todo lo que nosotros, pecadores, sufrimos en la vida. Jesús sufrió incluso castigo, y en su caso castigo inmerecido. En definitiva, el bautismo de Jesús lo hizo vulnerable al pecado.

    ¿Qué sucedió después de que Jesús tomó nuestro lugar? San Lucas, en tan sólo 2 breves párrafos, registra la increíble actividad que toma lugar después del bautismo de Jesús. Volvemos a leerlo: «Un día en que todos acudían a Juan para que los bautizara, Jesús fue bautizado también.

    Y mientras oraba, se abrió el cielo, y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma de paloma. Entonces se oyó una voz del cielo que decía: ‘Tú eres mi Hijo amado; estoy muy complacido contigo'» (Lucas 3:21-22). En resumen, después de su bautismo, Jesús oró en público delante de todas las personas que estaban allí para ser bautizadas por Juan; se conectó con su Padre en los cielos, y mientras estaba orando se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió y lo llenó con sabiduría y poder. Y entonces, después de tan extraordinaria actividad, Jesús es guiado al desierto donde pasa cuarenta días ayunando y orando, concentrándose en las cosas de su Padre, y preparándose para el ministerio que se le había encomendado.

    Fue allí, en el desierto de Judea que, después que hubo ayunado, y sintiendo hambre, fue tentado, ¡de una manera extraordinaria! El diablo desafió la identidad de Jesús. Recordemos que Dios el Padre hacía pocos días había señalado públicamente la identidad divina-humana de Jesús, y había proclamado, también públicamente, que Jesús era su Hijo amado y que estaba muy complacido con él. Pero no tardó mucho para que Satanás apareciera en escena y, como siempre hace, desafiara las afirmaciones de Dios. Satanás tentó a Jesús para que dudara de su identidad como Hijo de Dios.

    Pocos días después, Jesús es invitado a una boda donde asistieron él, sus discípulos y su madre, entre otros invitados. Los evangelios nos cuentan que Jesús hizo su primer milagro en esa boda para que los invitados tuvieran todo lo necesario para un buen festejo, pero muy especialmente para que el novio no pasara una vergüenza histórica porque se había acabado el vino para la celebración. Terminada la fiesta, Jesús y sus discípulos retornan a Nazaret, el lugar donde Jesús se crió, y entrando en la sinagoga un día sábado, se pone a leer una porción del libro del profeta Isaías. Al finalizar, les dice a todos los presentes que él había sido ungido para traer buenas noticias a los pobres y a los extranjeros. De esta forma, Jesús les explicó lo que le había sucedido a él durante su bautismo, y cómo había sido ungido y comisionado. Esto enojó mucho a los habitantes de Nazaret, quienes quisieron matarlo ahí mismo, arrojándolo de una colina. En otras palabras, los propios vecinos no aceptaron la identidad de Jesús como el Mesías.

    Estimado oyente, a través de este micrófono puedo llegar a usted en este momento -y le agradezco profundamente que esté dedicando su tiempo para escuchar este mensaje-, pero no puedo verlo ni escuchar sus reacciones. No sé nada respecto de usted y de su identidad como persona. Desconozco todo acerca de su vida. No sé si usted alguna vez fue bautizado en la fe cristiana, y si lo fue, tampoco sé qué significado tiene el bautismo para usted. Conozco a personas que fueron bautizadas de bebés.

    Conozco también a otras personas que después de años, y aunque habían sido bautizadas de bebés, volvieron a bautizarse durante la adolescencia o en su vida adulta. Y también conozco personas que, lamentablemente, nunca han sido bautizadas. La misma iglesia cristiana tiene serias diferencias entre sus denominaciones con respecto al bautismo, a su significado, y a la forma de administrarlo. Pero todas las denominaciones cristianas concuerdan en que el bautismo es algo muy importante.

    Algo digno de notar es que la iglesia cristiana de los primeros siglos utilizaba los evangelios para instruir a los recién convertidos, preparándolos así para el bautismo y para su posterior participación en la Santa Comunión. La iglesia cristiana entendió que el bautismo era uno de los pilares de la fe cristiana, y por eso dedicó mucho tiempo a la preparación del bautizando. Es más, después del bautismo, la instrucción en las cosas de Dios seguía durante toda la vida. La iglesia primitiva se tomó muy en serio las últimas palabras de Jesús que registra el evangelista Mateo: «Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:10-20).
    Pero, ¿es realmente tan importante el bautismo cristiano? ¿Se ha puesto usted alguna vez a pensar qué es lo que sucede después de un bautismo cristiano?

    Permítanme compartir con ustedes una historia muy bonita que sucedió hace unos pocos meses en la ciudad de San Luis, Missouri, donde yo vivo. Doce miembros de una familia de refugiados nepaleses, que arribaron a los Estados Unidos hace poco más de un año, fueron bautizados en la fe cristiana durante un servicio de adoración bilingüe, inglés-nepalés. Unos meses antes de ese acontecimiento, una de las jóvenes de esa familia había pedido ser bautizada, y muy pocas semanas después casi todos los integrantes de esa familia -de entre 6 y 76 años de edad- pidieron ser bautizados. ¡Qué gran fiesta espiritual hubo ese domingo!
    Los líderes cristianos que guiaron a esta familia a la fe estaban bien convencidos de lo que sucede después del Bautismo: el cielo se abre, literalmente, así como se abrió después del bautismo de Jesús. Ahora el cielo está abierto para esos doce refugiados nepaleses, como está abierto también para mí y para usted, si es que alguna vez usted fue bautizado. En la Biblia no hay ningún lugar que diga que Dios les va a cerrar el cielo a los arrepentidos. Dios nunca no les va a cerrar el cielo a sus hijos. Puede ser que nosotros lo cerremos con nuestra incredulidad o nuestra falta de seriedad por las cosas del cielo, pero Dios nunca lo hará. Al Padre amoroso le costó mucho esfuerzo, la vida de su propio Hijo, abrirnos el cielo, y en su amor hará que permanezca abierto tanto para usted como para mí.

    Los doce nuevos cristianos nepaleses de la ciudad de San Luis recibieron una nueva identidad. Ahora ellos son hijos amados de Dios en los cuales Dios se complace grandemente. Lo mismo es cierto para nosotros. Aunque puede ser que hayamos sido bautizados hace muchos años, los beneficios de nuestro bautismo cristiano son renovados cada día, y somos reafirmados por nuestro Padre en el cielo en nuestra nueva identidad. Cada día debemos recordar que nuestro Padre celestial nos adoptó como sus hijos amados, porque cada día somos llevados al desierto para ser tentados con relación a nuestra identidad. El diablo no escatima esfuerzos para tratar de llevarnos a pensar que no es posible que Dios pueda querernos tanto. El diablo aprovecha nuestros desiertos, nuestros momentos de soledad, de hambre espiritual y emocional, y nuestra sed de realización y satisfacción personal, para tentarnos a pedirle a Dios cualquier disparate, como cuando lo tentó a Jesús a convertir piedras en pan, o a arrojarse al vacío desde la parte más alta del templo. El diablo nos tentará a enfocar nuestra atención en nosotros mismos, en nuestra indignidad, en nuestros sentimientos de culpa por todas las cosas malas que hemos hecho, para desintegrar la nueva identidad que Dios nos dio.

    ¿Cuál es esa identidad? ¿Quiénes somos? Si miramos en lo profundo de nuestro corazón, reconoceremos que somos pecadores perdidos que a duras penas podemos hacer algo bueno. Somos pecadores perdidos que desilusionamos a nuestros cónyuges, a nuestros hijos, a nuestros padres, a nuestros maestros, y a nuestros amigos. Piense usted en cuántas veces se sintió ofendido por las palabras de un amigo, o se sintió profundamente desilusionado porque un ser querido no cumplió su promesa. Piense en alguna vez cuando, aún sin tener el propósito, usted hirió con palabras duras a alguien que quiere mucho. O piense en cuántas veces usted fue insensible al dolor de otros, o fue mezquino con su tiempo para ayudar a otros. La lista sería muy larga, y hasta sería deprimente ahondar en todas las cosas que no hacemos bien.

    Resumiendo… si somos sinceros, debemos reconocer que somos pecadores perdidos que frustramos y lastimamos a quienes nos rodean. Somos pecadores perdidos que buscamos en cualquier parte por nuestra identidad… cuando en realidad el cielo está completamente abierto y el Padre desde lo alto proclama fuertemente: «Ustedes son mis hijos amados. ¡Estoy encantado con ustedes!»¿Escuchó bien?

    Desde el cielo, desde su trono de gloria, el Padre todopoderoso, creador de todo lo que existe, el Padre del Señor Jesucristo, y el Padre de todos los que fueron bautizados y que confían en él, nos dice: «Ustedes son mis hijos amados. ¡Estoy encantado con ustedes!»
    Esto es algo muy diferente de lo que el diablo diría de nosotros, porque el diablo es un intruso en nuestra vida. Dios, en cambio, es nuestro Padre que nos ama sin límites, y que nos buscó para darnos una nueva identidad: de hijos perdidos a hijos encontrados; de hijos desesperados a hijos con esperanza; de hijos desobedientes y sordos a sus advertencias y consejos, a hijos que buscan el abrazo del Padre. Ahora somos parte de Jesús, o mejor aún, Jesús es parte de nosotros. La Biblia afirma categóricamente que Dios envió al mundo a su Hijo amado para ocupar nuestro lugar a la hora del castigo. En otras palabras, Jesús ocupó nuestro lugar en el juicio y en la cruz, y sigue intercediendo por nosotros en el cielo. Así es que, cada vez que el Padre celestial nos mira a nosotros, no ve nuestras faltas, sino a Jesús y a su victoria sobre el pecado.

    El bautismo de Jesús, y nuestro propio bautismo, reafirman nuestra identidad como hijos perdonados de Dios. Necesitamos ser reafirmados en esa verdad, para que podamos estar preparados cuando al Señor se le ocurra hacer algún que otro milagro a nuestro alrededor, y para que entendamos que esos milagros son para su gloria. Necesitamos ser reafirmados en esa verdad, para que podamos estar preparados cuando nuestros familiares, amigos y vecinos, no entiendan ni reconozcan que fuimos ungidos con el Espíritu Santo para traer buenas noticias a los pobres y a los extranjeros.

    ¿Qué sucede después del bautismo cristiano? Las palabras de Jesús en Mateo 28 todavía resuenan fuertemente: «Vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes» (vv. 19-20). Hay muchas cosas que la iglesia cristiana tiene para enseñar, y seguramente usted que me está escuchando, todavía tiene mucho para aprender y obedecer. Y es justamente en la obediencia al Señor Jesucristo que los hijos de Dios ejercitamos nuestra nueva identidad.

    Estimado oyente, le invito a que haga una pausa en este día para reflexionar en su propio bautismo. Si no ha sido bautizado, considere la posibilidad de aprender más sobre el tema. Dios tiene mucho para darle. El Padre en el cielo está pronto a darle una nueva identidad que perdurará por toda la eternidad. Él quiere exclamar con voz fuerte que usted es su hijo amado, que él envió a Jesús también por usted, y que abrió el cielo y aún lo mantiene abierto para arrojar sobre usted toda clase de bendiciones espirituales.

    Y si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.