PARA EL CAMINO

  • ¿No le arden las orejas?

  • octubre 17, 2010
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: 2 Timoteo 4:3-5
    2 Timoteo 4, Sermons: 2

  • Si a nosotros nos duele y lastima cuando alguien habla mal de nosotros, ¿cómo se sentirá Dios cuando su misma Creación le hace víctima de insultos?

  • «El que no arriesga no gana», dice un refrán popular, y parece ser un buen consejo. Pero otro refrán dice: «el que mucho abarca, poco aprieta», y también tiene sentido, aún cuando entre sí se contradicen. Así son los dichos. Otro ejemplo: se dice que «las cosas que valen la pena no se compran con dinero», pero también se dice que «por el dinero baila el mono». O, cualquier enamorado sabe que «la distancia hace crecer el amor», pero también decimos que «ojos que no ven, corazón que no siente». Lo que trato de decir es que los dichos o refranes populares, puede contradecirse fácilmente.

    Hace unos años leí una expresión que decía: «Los cheques de tus insultos no tienen fondos en el banco de mi ánimo». Eso me hizo recordar que, cuando estaba en la escuela primaria, a los varones nos gustaba molestar a las niñas poniéndoles apodos. Recuerdo a una niña en particular que bien podría haber ganado un Oscar por su actuación. Cuando alguien le decía algo, en vez de enojarse, esa niña salía corriendo en busca de algún maestro y se ponía a llorar hasta que el maestro venía a reprendernos. Entonces ella, en un acto bien calculado, se escondía detrás del maestro y desde allí esbozaba una sonrisa de satisfacción y picardía.

    Esos son los pequeños detalles de la vida que no olvidamos. Todos los tenemos, así como también tenemos momentos que dejan una huella indeleble en nuestras vidas. He visitado ancianos de 70, 80 y 90 años, que aún recuerdan con completa lucidez el día en que sus madres exclamaron con enojo: «¡Ojalá nunca te hubiera tenido!», o cuando sus padres les dijeron: «No sirves para nada». Esos recuerdos quedan grabados para siempre en la memoria. Estoy seguro que la mayoría de los que escuchan este mensaje han tenido momentos así. Quizás la fiesta de un amigo a la que no fueron invitados, o el día que descubrieron que fueron los únicos que no habían aprobado un examen. O quizás fue el día en que les negaron un ascenso merecido en el trabajo, o la vez en que el cónyuge le dijo una palabra muy hiriente. No sé cuáles son sus experiencias personales, pero es muy probable que usted, al igual que yo, sepa bien que las palabras pueden herir, y mucho. Eso le ocurrió hasta al mismo presidente de los Estados Unidos. Una vez, el Presidente Harry Truman defendió a su hija después que alguien criticó su forma de cantar. Truman escribió: «Acabo de leer su crítica. Si lo tuviera enfrente mío, le rompería la cara».

    Aún así, el dicho popular dice: «Los cheques de tus insultos no tienen fondos en el banco de mi ánimo». En su «Catecismo Mayor», en su comentario sobre el octavo mandamiento, el gran teólogo Martín Lutero escribió acerca de los apodos e insultos. Allí Lutero dice: «… se prohíbe en este mandamiento todo pecado de la lengua mediante el cual se perjudica al prójimo o se le lastima. Pues, decir falso testimonio no es otra cosa que la obra de la boca. Dios quiere prohibir todo aquello que se hace por esta obra de la boca contra el prójimo, ya se trate de falsos predicadores por sus doctrinas y blasfemias o falsos jueces y testigos con su juicio, o de otra forma, fuera de los límites del tribunal por mentiras y maledicencias. Dentro de esto cabe especialmente el detestable y vergonzoso vicio de difamar o calumniar, (pecado) con lo cual el diablo nos gobierna y sobre el cual mucho podría decirse. Porque es una calamidad general y perniciosa que cada uno prefiera oír decir cosas malas que buenas del prójimo. Nosotros no podemos soportar que alguien diga algo malo de nuestra persona, sino que cada cual quisiera con gusto que todo el mundo dijera lo mejor de él y aun así somos tan malos que no podemos oír que se digan del prójimo las mejores cosas».

    Lutero no deja duda: él está totalmente convencido de que los insultos hieren. Y muchos comparten la misma opinión, como por ejemplo: April, Brandon, Cassie, Jared, Corrine, Kristina, Ryan y Julián. ¿Quiénes son ellos? Pues bien, estos ocho jóvenes fueron víctimas de crueles burlas e insultos de parte de sus compañeros de escuela. Tan crueles, que todos ellos terminaron quitándose la vida. Sus tumbas, y el dolor de sus familiares, nos demuestran que las palabras hieren tanto, que hasta pueden matar. Hay palabras que pueden dejar heridas grandes en el corazón y en la mente, como las heridas físicas causadas por una bala o una granada explosiva. No nos gusta que hablen mal de nosotros, aun cuando lo que digan sea verdad. Por eso aconsejamos refrenar la lengua y pensar en el daño que podemos hacer a otros.

    Pero el mensaje de hoy no se trata sobre las cosas malas que otros dicen de nosotros, sino sobre las horribles blasfemias que algunos dicen contra Dios. Si a nosotros nos duele y lastima tanto lo malo que dicen de nosotros, ¿cómo se sentirá Dios cuando su misma creación le hace víctima de insultos? ¿Qué sentirá Dios cuando la gente que él cuida y protege se ríe de él? ¿Qué sentirá Dios, que envió a su Hijo a morir por nosotros, cuando la gente se burla de sus intenciones de bien? Piense en esto por un momento. Criticar a Dios es uno de los pecados más antiguos en la historia de la humanidad. Antes de comer el fruto prohibido, Eva oyó al diablo decir que Dios los trataba a ella y a Adán de manera injusta y nada generosa. El diablo estaba tratando de engañar a Eva, criticando a Dios: «¿Sabes qué, Eva? – decía- en realidad Dios no es tan bueno como tú crees que es. No les deja comer de este árbol, para que ustedes sigan de sirvientes, cuidando el jardín. Seguro que Dios quiere todo lo bueno sólo para Él». Con estas palabras fue plantada la semilla del pecado, y no llevó mucho tiempo para que Eva se olvidara del hermosísimo jardín que le había sido dado como hogar, y comiera el fruto prohibido.

    El día que el pecado entró al mundo, lo hizo de la mano del criticismo verbal de la humanidad hacia su Creador. Lea la Biblia, y se dará cuenta que muchos pecados parecen subir y bajar en popularidad según las épocas. Pero el insultar a Dios nunca pasa de moda. Así vemos que los constructores de la torre de Babel comenzaron su trabajo desafiando verbalmente la autoridad de Dios. Sara, la esposa de Abraham, se rió de Dios cuando Él prometió darles un hijo a pesar de su avanzada edad. Los hijos de Israel se quejaron, criticaron y condenaron a su libertador todo el tiempo que anduvieron por el desierto. Pero por más personajes bíblicos que podamos nombrar que se quejaban de Dios a pesar de la gracia y la paciencia que éste les tenía, es en este siglo y en esta generación que la falta de aprobación y el desprecio hacia Dios se ha convertido en una forma de arte. En otros tiempos y lugares se burlaron de Dios, pero lo hicieron con cierto grado de temor y hasta respeto. Pero es en nuestro tiempo que se ha desarrollado una especie de espíritu vengativo y cínico en contra de la gracia de Dios y su obra divina.

    Esto no debiera sorprendernos. Hace 3.000 años, el director del coro del rey David escribió: «Dice el necio en su corazón: ‘No hay Dios’. Están corrompidos, sus obras son detestables; ¡no hay uno solo que haga lo bueno!» (Salmo 14:1). Ya en esos tiempos había gente que rechazaba a Dios. Sin embargo, aún así, la mayoría de las personas de esos tiempos creía que existía una deidad, una mano divina. Ciertamente esa gente adoraba dioses falsos, como el dios de la cosecha o la fertilidad, o hasta dioses caprichosos y mujeriegos que vivían en el Olimpo; pero la mayoría de las personas no andaban por ahí retando a esos seres súper poderosos.

    Pero hoy es diferente, ahora es aceptable decir que no hay Dios, y se dice sin miedo, con una sonrisa, con orgullo, con presunción. Escuelas fundadas por cristianos con el propósito de educar hombres y mujeres cristianos, ya no se sienten atadas a lo que llaman de «mitos» contenidos en la Biblia. Países fundados en principios cristianos cuya ética, estabilidad, sistema legal y sentido de honestidad están basados en la Biblia, ahora se separan con gusto de cualquier cosa que esté relacionada con el cristianismo o que tenga tendencias religiosas. «Lo que tenemos lo hemos conseguido por nosotros mismos», parece ser el nuevo lema de las multitudes. Muchos son los escritores que se hacen famosos escribiendo ideas contra el Dios trinitario, llevando así el rechazo a Cristo a lugares nuevos y extraños. Todos esperan con impaciencia el próximo libro donde continúe la denuncia contra Dios. Con entusiasmo comentan la crítica más reciente y sus teorías, las cuales llegan incluso a ser aceptadas como verdad contundente. Los revisionistas de la historia escriben con descaro expresando sus dudas, rechazos, especulaciones y conjeturas. Abiertamente expresan completo repudio hacia la Palabra de Dios, y ponen estas ideas en los corazones, mentes y bocas de los fundadores de la nación, los que firmaron la Constitución, presidentes del pasado y grandes generales. Y si esto no fuese suficiente, el número de los que se unen al desfile sigue creciendo con la adición de hombres y mujeres que se supone son personas de fe. Y si algunos historiadores, escritores de libros de texto, son culpables de revisionismo, esto no es nada comparado a aquéllos que se llaman ministros de Dios, pero que continuamente tuercen, cambian, manipulan y mutilan la Palabra de Dios. Y cuando les preguntan: ¿es cierto lo que dice la Biblia?, responden: «No lo sé». Si les preguntan sobre la creación, el diluvio, el éxodo, las épocas de los jueces y los reyes, dicen: «Es posible que estos eventos ni siquiera hayan sucedido».

    Y lo más grave es que, al hablar de Cristo, estos líderes perdidos niegan muchos de los milagros de Cristo y sus enseñanzas, hasta convertir a Jesús en un trabajador social en lugar del Divino Salvador. Hablan de Jesús como si hubiera sido solamente un buen hombre, y no como el divino regalo de gracia de parte de Dios; convierten al Salvador en el dueño de una súper bodega cuyo trabajo se limita a llenar pedidos, y diluyen el Agua de Vida del evangelio hasta convertirla en un refresco sin sabor. Recién entonces, después que todas estas cosas han sucedido, es que los fieles nos damos cuenta que estamos viviendo en los tiempos profetizados. Así como los Salmos hablan de los necios que dicen que no hay Dios, así el apóstol Pablo habla de una futura generación. En su Segunda Carta a Timoteo, Pablo escribió: «Porque llegará el tiempo en que no van a tolerar la sana doctrina, sino que, llevados de sus propios deseos, se rodearán de maestros que les digan las novelerías que quieren oír» (4:3).

    Así como el beso de Judas y su traición hirieron a Jesús, las palabras sin sentido y las acciones de estas personas también hieren al Señor. Las cosas que estas personas dicen hieren al Dios Redentor porque, aunque han tenido acceso a su Palabra y deberían saber lo que están diciendo, no lo saben.

    Al contrario, enseñan cosas que Dios nunca ha dicho, promueven doctrinas que no se encuentran en la Biblia, y no logran distinguir entre lo verdadero y lo falso. Sus palabras hieren a Dios porque Él desea que se predique el sacrificio de Cristo y su maravillosa resurrección para que más y más personas conozcan a Cristo pero, en su lugar, estos líderes religiosos están logrando lo opuesto.

    Quizás algunos que me oyen piensen que soy un amargado, o criticón, o que estoy celoso del éxito de otros. Si alguien piensa esto le pido disculpas. Ciertamente, no me siento ni me creo mejor que nadie, y si mis palabras reflejan algún dejo de superioridad, créanme que ésa no ha sido para nada mi intención. Digo esto porque he sido llamado a proclamar a Cristo, no a juzgar a los demás. Comparto al Salvador porque yo, al igual que usted y que el resto de la humanidad, también necesito el perdón que sólo él puede ofrecer. Es un honor proclamar a este mundo que muere perdido, que en Jesucristo hay salvación. Es un honor proclamar a este mundo que Cristo nació en Belén, así como había sido predicho ya cientos de años antes, y que él es el Hijo de Dios sin pecado que dio su vida para pagar el precio del rescate para salvarnos del pecado, la muerte y el diablo. Durante 33 años Jesús resistió las tentaciones del diablo y vivió sin transgredir ni uno sólo de los mandamientos dados por Dios. Ningún otro hombre, en toda la dolorosa historia del mundo, puede decir que haya hecho lo mismo. Pero todavía hay más: Jesús también cargó con nuestros pecados personales. Él se hizo cargo de nuestros pecados individuales, llevándolos consigo a la cruz del Calvario, donde pagó el precio por todas nuestras transgresiones. Y tres días después, con su gloriosa resurrección, dio prueba de que su sacrificio había sido aceptado, por lo que la muerte ya no tiene dominio sobre quienes tienen fe en él.

    Ese es el mensaje de salvación. Es un gran mensaje que cambia para siempre a todos los que creen. ¿Es acaso una noticia? Dada de esta forma, o sea, sin alteración, sin ajustes, sin cambios y sin adaptaciones, es la mejor noticia que usted y yo podamos escuchar jamás.

    Eso es lo que los ángeles, en aquella primera Navidad, dijeron acerca de Jesús: que él sería una buena noticia de gran gozo para toda la humanidad. Jesús encarnado es la mejor noticia de todos los tiempos. Él es la única noticia que puede rescatar nuestras almas del infierno, y la razón por la cual Dios no quiere que su mensaje sea cambiado o tergiversado. Es la misma razón que inspiró al apóstol Pablo a escribir: «Pero aun si alguno de nosotros o un ángel del cielo les predicara un evangelio distinto del que les hemos predicado, ¡que caiga bajo maldición!» (Gálatas 1:8). Como ven, el Señor ya sabía lo que iba pasar, por lo que quiso advertirnos para que estuviéramos preparados. Para ello inspiró al apóstol para que lo escribiera y diera ánimo a todos los que habrían de nacer en un tiempo como el nuestro.
    Dios quiso que supiéramos que, más allá de las cosas que puedan suceder, o de las cosas extrañas que los demás puedan decir o hacer, quienes hemos sido rescatados por Él, debemos mantenernos fieles a su Palabra y poner toda nuestra confianza en el Cristo que nunca cambia, en Aquél que dio su vida para que todos aquéllos que creen en él sean perdonados y salvados.

    Tengo delante de mí la fotografía de un grafito pintado en un muro en el monte Palatino, perteneciente a la antigua Roma, de hace aproximadamente 1.900 años. En él está representado un hombre parado frente a una cruz, y sobre la cruz la figura de Jesús. Pero en el lugar donde debería estar la cabeza de Jesús, el autor, que indudablemente no era cristiano, dibujó en cambio la cabeza de un asno. La leyenda de este grafito, dice: «Alexamenos adora a su Dios». No sé qué pasó con la persona que pintó ese grafito burlándose de Cristo, pero es mi oración, de todo corazón, que Alexamenos haya adorado con sinceridad al Cristo crucificado y resucitado.

    Y lo mismo oro por usted. En estos tiempos en que Cristo es condenado, censurado, y burlado, es mi sincera y ferviente oración que usted sea fiel hasta la muerte, para que el Salvador le dé la corona de la vida. Y si para ello necesita nuestra ayuda, no dude en comunicarse con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.