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PARA EL CAMINO
TEXTO: 2 Crónicas 7:14
2 Crónicas 7, Sermons: 1
En esta semana de Acción de Gracias, cuando nos aqueja la crisis económica, y el sueño americano se ve opacado, es cuando más debemos recordar y dar gracias al Señor por enviar a su Hijo para salvarnos.
Hace muchos años que fui por primera vez a una ciudad en Dakota del Sur. En aquel entonces era un predicador impaciente, y no imperturbable como lo soy ahora. Un día en que iba conduciendo mi auto en compañía de mi familia, me encontré paralizado en una esquina por causa de una caravana interminable de automóviles. Frustrado ante el retraso, de a poquito me fui metiendo hasta lograr introducirme en medio de la caravana. Luego de haberme tranquilizado pude notar que, como a una cuadra de distancia, un policía hacía señas de seguir avanzando, aun cuando la luz del semáforo estaba en rojo. Recién entonces me di cuenta que algo ocurría: al mirar en el espejo retrovisor pude ver que el auto que me seguía tenía las luces encendidas, al igual que todos los demás autos… y como a una cuadra más adelante iba una carroza fúnebre. Con ello, mis sospechas fueron confirmadas: me había introducido en medio de un cortejo fúnebre. Avergonzado, comencé a buscar la forma de salir sin causar un gran disturbio. De pronto vi que estábamos por pasar por delante de un restaurante de comida rápida, así que, después de decirle a mi familia que se sostuvieran fuerte, pegué un brusco giro de noventa grados hacia el estacionamiento. Pensé haberme liberado de la caravana, pero cuando estacioné, me encontré con que el auto que iba detrás de mí me había seguido… al igual que el resto del cortejo. No me quedó más remedio que bajarme de mi automóvil y acercarme al conductor del siguiente auto en fila para explicarle que, en realidad, yo no tenía nada que ver con el funeral, por lo que era mejor que no me siguiera.
Dado que esta semana celebramos el Día de Acción de Gracias, ustedes se estarán preguntando qué tiene que ver esta historia con el dar gracias. Mi respuesta es «bastante», pues esa historia es una sinopsis de los Estados Unidos en este Día de Acción de Gracias. Permítame que le explique. Los líderes que deben dirigirnos en ‘dar gracias’, no están muy convencidos de a dónde se dirigen, y aquellos de nosotros que estamos ‘siguiendo’ nos sorprenderíamos si supiéramos en dónde podremos terminar. Debemos recordar que hubo una vez en nuestra historia, y con ello quiero decir ‘la mayor parte’ de nuestra historia, en que la abuela, el abuelo, mamá y papá, cada uno instruyó a sus hijos sobre cómo dar gracias al Señor por las bendiciones recibidas en este mundo y por la salvación que Jesús ganó para ellos en la cruz del calvario y en la tumba vacía.
Pero, lamentablemente, para muchos ese ya no es el caso. Hoy en día es muy alto el porcentaje de niños que crece con un solo padre, o sin padres, en situaciones muy inestables, niños para los cuales es sumamente difícil tener un concepto de familia, y más aún de Dios como Creador, Padre y Señor. ¡Cómo podemos esperar que esos niños le den gracias a Dios, cuando sus propios padres los ponen al final de sus prioridades, y para sus madres no son más que una molestia!
Hubo un tiempo en nuestra historia, una gran parte de nuestra historia como nación, en que nuestras escuelas no sólo enseñaron a leer, escribir y sumar, sino que también enseñaron la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, enseñaron responsabilidad, compromiso, fiabilidad y gratitud… gratitud a Dios por guiar y bendecir a nuestro país. Pero ahora el Señor ha sido exiliado de los salones de clase, y los maestros y profesores cristianos tienen las manos y corazones atados por las nuevas leyes de las cortes judiciales. ¿Quién nos dirigirá en dar gracias al Señor por haber sacrificado a su Hijo para que podamos ser salvos, y por bendecirnos grandemente? Es muy triste saber que, en este Día de Acción de Gracias, las escuelas de nuestra nación sólo podrán hacerlo con gran dificultad.
El resultado de todo esto lo ilustra bien una historia que ha estado circulando en los últimos años acerca del trabajo presentado por un alumno de tercer grado sobre el Día de Acción de Gracias. Como tuvo que restringir su redacción a las expresiones permitidas en una escuela pública, escribió: «Cuando los primeros colonos que inmigraron aquí en busca de ‘ustedes ya saben qué’ desembarcaron en estas tierras, dieron gracias a ‘ustedes ya saben quién’. Gracias a ellos es que cada domingo vamos a ‘donde ustedes ya saben’, a rendir culto». Si bien esto nos puede resultar cómico, en realidad es muy triste. También es muy triste el hecho que nuestros niños están siendo instruidos con una historia que se está volviendo a escribir, en la cual los colonos les dan gracias a los indios americanos. ¿Y Dios? ¿Dónde quedó Dios? En esta ‘historia revisada’, Dios no figura por ningún lado.
¿Quién nos dirigirá en dar gracias? ¿Quién nos recordará que el mismo Señor, que envió a su Hijo a vivir, sufrir, morir y resucitar para que nuestros pecados fueran perdonados y nuestra eternidad sea bendecida, es el mismo Dios que ha llamado este país a Su propósito divino? La crisis económica, la alta tasa de desempleo, los embargos, el sueño americano opacado, la corrupción y el subsecuente colapso de las grandes empresas, han hecho que muchos se pregunten qué nos ha sucedido. La idea de conseguir un puesto de trabajo en una buena compañía y hacer carrera dentro de ella, ya no existe. Las empresas ya no sienten más la responsabilidad de ser leales con los empleados fieles y comprometidos.
Muchos han concluido que vivimos en un mundo implacable en el que sobrevive el más fuerte, y donde las personas buenas llegan últimas… si es que logran llegar. En este nuevo mundo, en donde el sacrificio del Salvador pasa totalmente desapercibido, si una persona tiene éxito no es gracias a Dios, sino porque ha demostrado ser más despiadado, cruel e inhumano que sus competidores. ¿Y qué del agradecimiento? Los que han arañado para llegar arriba tratan de mantenerse allí, por lo que no tienen tiempo para agradecimientos, ni deseos de dar gracias al Señor por los éxitos que creen haber obtenido por sí mismos. Mientras tanto, los que observan desde abajo se sienten frustrados por las injusticias de la vida, por lo que tampoco dan gracias al Señor, porque creen que Él es quien no les permite ascender.
¿Quién nos dirigirá en dar gracias? ¿Quién nos dirigirá en reconocer que el Señor cuida de nosotros? ¿Serán nuestros gobernantes? No podemos negar que muchos de ellos son personas de principios que han dedicado sus vidas al bien común. Pero aún así, su muy bien fundada fe debe hoy ser relegada a un segundo lugar para servir al nuevo dios de esta nación que exigen que todo sea ‘políticamente correcto’. Todo representante oficial debe arrodillarse ante el altar de lo ‘políticamente correcto’, pues sólo así logrará sobrevivir. No importa si esa persona sirve en una oficina pública en un condado y fue elegido por una diferencia mínima de votos, o si vive en la Casa Blanca. Ambos deben rendirse ante lo que es ‘políticamente correcto’.
Se espera que todo funcionario diga algo bueno acerca de un dios insignificante e insulso. También se espera que afirmen que una fuerza superior de alguna forma estuvo involucrada en la historia de nuestro país. Pero más vale que no se atrevan a decir qué dios fue, o lo que sus manos hicieron. Se espera que expresen gratitud por su benevolencia, pero que no se les ocurra identificar con precisión quién es esa deidad que ha sido tan buena. El resultado final de tan tonta y triste malicia es que la conciencia del líder político siente que ha sido forzada a vender y comprometer su fe, mientras el pueblo cree que la ‘acción’ de gracias se limita al Presidente perdonando al pavo de la Casa Blanca.
¿A quién seguir? ¿Quién dirigirá esta nación en el Día de Acción de Gracias? La cuestión es más que retórica. Aquí no se trata de lanzar al aire demandas sin respuestas. Con gran tristeza debo confesar que no hay una sola persona en los Estados Unidos que tenga la capacidad, la autoridad, el compromiso y el carisma necesarios para revertir la creencia que tenemos como nación de que somos dueños de nuestro destino y amos de nuestras almas. Tampoco hay abogado que tenga palabras suficientemente profundas y poderosas como para lograr que las cortes reviertan las tendencias judiciales que han destituido y devaluado al Dios Trino, ni partido político que siquiera considere llevar adelante la causa de Cristo, o reconocer las bendiciones del Creador.
¿A quién seguir? ¿Quién nos dirigirá en dar gracias? La respuesta, provista por el mismo Dios Trino, la encontramos en el Antiguo Testamento, en el capítulo 7 del Segundo Libro de Crónicas. Los versículos que dan inicio al capítulo hablan acerca de la dedicación del templo del Señor en la ciudad de Jerusalén, llevada a cabo por el Rey Salomón. Luego de concluidos los sacrificios y las celebraciones, cuando Salomón ya estaba a solas, el Señor vino a él una noche. En parte, esto es lo que Dios le dijo a Salomón: «Si mi pueblo, que lleva mi nombre, se humilla y ora, y me busca y abandona su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré su pecado y restauraré su tierra» (v. 14). Si bien nosotros no vivimos en una teocracia -gobierno ejercido por Dios, en que Dios habla directamente a sus líderes elegidos- esas palabras de Dios, y la promesa de su pacto, siguen siendo para nosotros hoy. En ese versículo, el Señor pide tres cosas de su pueblo, y promete bendecirlos con tres cosas también.
Veamos las cosas que le pide a su pueblo. Primero: QUE SE HUMILLE. Sería bueno que nuestra nación reconociera que el Padre celestial, y no nosotros, es responsable por las bendiciones y abundancia que disfrutamos. Pretender algo diferente es ignorar los libros de historia. Muchos que recuerdan la Segunda Guerra Mundial, también recuerdan al General George Patton. El Capellán Principal del 3er. Ejército recuerda las palabras que dijo el general: «Dios tiene su parte o margen en todo. Allí es donde entra la oración. Hasta ahora Dios ha sido muy bueno con nosotros. Nunca hemos tenido que replegarnos; no hemos sufrido derrotas, ni hambre, ni epidemias. Todo esto se debe a que muchas personas en nuestro país están orando por nosotros. Tuvimos suerte en África, en Sicilia, y en Italia, y todo gracias a las oraciones de muchos. Pero nosotros también tenemos que orar por nosotros mismos». El General Patton comprendía que quien bendice es Dios. Si usted lee nuestra historia, verá con cuánta frecuencia lo que parece ser un accidente o una noticia inesperada, nos permite lograr una victoria en el campo de batalla. ¿Suerte, casualidad, destino? Sí, tales acontecimientos pueden ser explicados de esa forma… o pueden ser explicados reconociendo que Dios nos ha bendecido.
La segunda cosa que el Señor nos pide es que OREMOS y LE BUSQUEMOS. En la televisión se acostumbraba mostrar familias perfectas sentadas a la mesa celebrando el Día de Acción de Gracias. Pero ahora prefieren mostrar personas compartiendo una comida sin dar gracias a quien la ha provisto. No permita que eso ocurra en su hogar. Asuma el rol de guía espiritual de su familia y diríjase al Señor en oración para darle gracias por proveerles con todo lo necesario para la vida en este mundo, y con la salvación eterna a través de su Hijo. Si está compartiendo su mesa con familiares y amigos, aliéntelos a que también ellos den gracias con corazón honesto. No acepte excusas. Nadie puede decir que no tiene razones por las que estar agradecido. Todos tenemos problemas y pasamos por circunstancias difíciles que no podemos ignorar, pero pensemos en cuántas otras bendiciones el Señor ha derramado sobre nosotros. Y si alguien no lograr encontrar nada por lo cual dar gracias, recuerde al Salvador. Su vida, ofrecida como pago por nuestro destino eterno, es un regalo que vale más que todos los regalos juntos.
La tercera cosa que el Señor le pide al pueblo que lleva su nombre, es que ABANDONEMOS NUESTRA MALA CONDUCTA. Es imposible e impropio acercarse al Señor y pedirle su favor cuando, al mismo tiempo, el resto de nuestra vida muestra un desdeño total por Él. Tal hipocresía es desagradable para cualquiera, pero para el Señor, que viene a nosotros sinceramente y que ofrece a su Hijo como nuestro Redentor, es una ofensa mayor. Usted notará que el Señor no pide a los gobernantes que creen leyes sobre estas cosas. Él no espera que los grandes empresarios desarrollen planes para lograrlas, ni que las escuelas de nuestra nación las enseñen a nuestros niños y jóvenes. No. En este texto, Dios está hablándonos a cada uno de nosotros como individuos. Les habla a las personas de edad avanzada que pasaron sus vidas tratando de sobrevivir con un ingreso mínimo, como también a las familias jóvenes que están dispuestas sacrificar lo que sea necesario por el bienestar de sus niños. Les habla a los padres que se quedaron solos y que aún sueñan con un mundo que podría ser, un mundo mucho mejor que el que se reporta en las noticias, y también les habla a los jóvenes adolescentes que han recibido muchas cosas, pero que nunca conocieron a Jesús, la única persona que verdaderamente puede transformar sus vidas. Hoy el Señor nos habla a cada uno de nosotros. Él viene a nosotros en nuestros hogares, porque es allí donde se debe dar el cambio. El Señor ha colocado su pacto en nuestros corazones, porque es en el día a día de la vida de cada persona que se comienza a producir y concretar una bendita y maravillosa transformación. Quienes se acogen al pacto de Dios serán recompensados por las promesas de ese pacto.
¿Cuáles son esas promesas? Primero, el Señor dice que si nos acercamos a Él, Él ESCUCHARÁ NUESTRA ORACIÓN. Las puertas de los ricos y poderosos de este mundo quizás nunca se nos abran.
Pero ¿cuánto importa eso, si sabemos que el Dios todopoderoso se inclina a escuchar nuestras oraciones humildes y sinceras?
Segundo, si nos arrepentimos del mal que hemos hecho y que ha perturbado nuestras vidas y las vidas de quienes nos rodean, el Señor PERDONARÁ NUESTRO PECADO… completamente, totalmente, absolutamente. El Señor se hará cargo para siempre de ese pecado, para que ya no pueda lastimarnos, acusarnos, ni molestarnos nunca más. ¿Hay algún pecado que lo tiene encadenado al pasado y preso en la culpa? Dios promete que su arrepentimiento será seguido por perdón.
Y aún hay una cosa más que el Señor promete a su pueblo. Dios dice: RESTAURARÉ SU TIERRA. Mientras que las promesas anteriores son dadas a cada uno de nosotros como individuos, esta última es dada a una nación agradecida. El Señor da su palabra que él sanará nuestra nación. Él hará lo que ningún gobernante puede hacer: restaurará la armonía y la paz. ¿Puede imaginar lo que eso significaría para usted, para sus hijos, sus nietos, su familia, sus amigos? El mismo Señor de la vida, que curó a los leprosos, a los ciegos, los paralíticos y los endemoniados; el mismo Padre que dio a su Hijo como el único rescate posible para pagar por nuestra salvación, ha prometido bendecir nuestra tierra con una transformación sanadora.
No soy profeta, por lo que no puedo decir cuánta grandeza el Señor tiene reservada para nosotros. Lo que sí sé es que, para que nuestra nación disfrute plenamente de esas bendiciones, deberá acogerse al pacto de Dios con un espíritu de gratitud. Para que el Señor pueda utilizarnos, debemos humillarnos, orar y volvernos a Él, dejando de lado nuestra mala conducta. Si hacemos lo que Dios pide, Él va a hacer lo que prometió: sanar nuestro país y bendecirnos.
Si estos regalos son los que usted busca en esta celebración del Día de Acción de Gracias, le extiendo la invitación a que comuníque con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.