+1 800 972-5442 (en español)
+1 800 876-9880 (en inglés)
PARA EL CAMINO
TEXTO: 1 Corintios 1:22-25
1 Corintios 1, Sermons: 9
Cuando se trata del cristianismo, las personas sólo ven lo que quieren ver y escuchan lo que quieren escuchar, y se pierden lo que Dios quiere darles.
Les voy a contar una historia que comienza con dos hombres que estaban caminando por una calle muy concurrida de una ciudad. Inesperadamente, uno de ellos interrumpió la conversación, diciendo: «¡Escucha!, ¿oyes ese grillo?» Su amigo hizo un esfuerzo por escucharlo, pero por más que lo intentó, no pudo distinguir al grillo entre el ruido de los automóviles, las bocinas, y la gente. Frustrado, le responde: «¿Cómo puedes escuchar un grillo en medio de tantos otros ruidos?». Su amigo, un zoólogo que había entrenado su oído para estar en sintonía con los sonidos de la naturaleza, no dijo nada, sino que buscó en su bolsillo una moneda, y la tiró al piso. Instantáneamente, una docena de personas se detuvieron para buscar la moneda que escucharon caer. El zoólogo, entonces, dijo: «Como puedes ver, las personas sólo escuchan lo que quieren escuchar».
Cuando estaba preparando este mensaje encontré un ejemplo excelente sobre la verdad mencionada por ese profesor. Se trata de un test presentado a través de un pequeño video producido en Inglaterra que muestra a ocho jugadores de baloncesto, cuatro vestidos de blanco y cuatro de negro. El locutor hace la pregunta: «¿Cuántos pases hace el equipo en blanco?», y luego da comienzo al juego. Como es de suponer, me concentré en seguir al equipo vestido de blanco. Cuando terminó el partido, había contado 13 pases en total. Me sentí muy orgulloso de mí mismo cuando anunciaron el resultado, ya que mi conteo fue perfecto. Pero, luego de una pausa, el locutor preguntó: «¿Vieron al oso que bailaba como Michael Jackson?» Yo estaba totalmente seguro que en ningún momento había aparecido un oso bailando. Pasaron el video nuevamente… y allí se veía, bien clarito, un joven vestido de oso que entró caminando, se detuvo en el medio de la pantalla, y se puso a bailar Michael Jackson, desapareciendo luego de la pantalla. A esa altura yo estaba seguro que era una broma, que lo habían insertado ahí. Pero no, el oso había estado ahí todo el tiempo. Eso demuestra que vemos y escuchamos lo que queremos ver y escuchar… y por hacer eso, muchas veces nos perdemos muchas cosas.
La observación del zoólogo se aplica también a lo que las personas observan del cristianismo. La gente solamente ve en la historia de la salvación lo que quiere ver, y escucha lo que quiere escuchar, por lo que a menudo se pierde muchas cosas. Eso es lo que San Pablo dijo cuando escribió a la iglesia en Corinto. En su primera carta a esa iglesia, Pablo dijo: «Los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría…». Hoy en día no hablamos de judíos y griegos, sino más bien podríamos definir esos dos grupos como las personas que enfocan la vida desde una perspectiva espiritual, y las que la enfocan desde una perspectiva lógica.
Sin duda usted conoce representantes de ambas partes. Quizás hasta conozca a alguien que es abierta y hasta excesivamente espiritual. Ese es el tipo de personas que ven lo sobrenatural en todo, que para poder creer exigen milagros visibles y palpables. Entre ellas se encuentran quienes dicen haber visto el rostro de Jesús en una tortilla o en una papa frita, o quienes aseguran haber visto la imagen del Cristo crucificado en una puerta metálica oxidada, o quienes han encontrado pruebas de la Palabra de Dios en las estatuas que parecen llorar, o en enfermedades que desaparecen sin explicación científica.
Y luego está el otro grupo, el grupo formado por quienes se enorgullecen de su propia lógica. Estos son los que rechazan todo lo que esté relacionado con las emociones, y buscan lo que es comprobable, repetible y científico. Antes de conceder ningún mérito a un Creador divino, antes de recibir la fe en nuestro Redentor resucitado y que el Espíritu Santo pueda entrar en sus corazones, quieren tener hechos sólidos, verificables e indiscutibles. Estas personas son las que se identifican con el discípulo Tomás, quien el Domingo de Resurrección dijo: «Mientras no vea la marca de los clavos en sus manos, y meta mi dedo en las marcas y mi mano en su costado, no lo creeré». Estas almas ‘lógicas’ buscan la «verdad absoluta», de la misma forma en que Poncio Pilatos también buscaba la «verdad absoluta» durante el juicio de Jesús. Las personas ven y escuchan de los cristianos sólo lo que quieren ver y escuchar, y se pierden el resto.
Hay muchas personas que creen que el cristianismo les va a dar todas las normas y reglas que necesitan para la vida. Ellas piensan que Dios tiene una ley ya establecida para cada decisión, suceso y circunstancia de sus vidas. Esa clase de personas, que están absolutamente seguras que la ley de Dios lo maneja todo, incluso las pequeñeces del momento, se vuelven locas cuando encuentran que la Biblia es indiferente con respecto a ciertos temas, cuando descubren que Dios dejó algunas cosas a nuestra propia decisión y libertad cristiana. Ellas son las que les dicen a sus hijos: «Limpia tu habitación, porque la Biblia dice: la limpieza se acerca a la divinidad», cuando en realidad la Biblia no dice tal cosa, así como tampoco dice que las ‘manos ociosas son el taller del diablo’, o que ‘el dinero es la raíz de todo mal’.
Mis amigos, el Padre no envió a su Hijo para condenar al mundo, o para darles a los creyentes en Jesús un compendio de normas imposibles de cumplir. Creer en eso es no comprender el motivo real por el que Jesús nació, sufrió y murió. Jesús vino al mundo para perdonar nuestros pecados, para salvar nuestro espíritu del infierno, y para que vivamos una vida de agradecimiento al misericordioso Dios que nos ha redimido.
Cuando se trata del cristianismo, las personas ven lo que quieren ver y escuchan lo que quieren escuchar, y se pierden lo demás. Conozco más de una persona que se convirtió al cristianismo con una actitud triste, sombría y afligida. Cuando servía en una parroquia visitaba regularmente a una señora. Si bien ella gozaba de salud física, su actitud mental la mantenía postrada. Todas las veces que la visitaba me contaba sobre el día que su hijo había muerto, y luego sobre el pasado trágico de su esposo. No voy a decir que tales eventos traumáticos no tocan una persona. Pero a pesar de que ya habían pasado más de 15 años desde la muerte de sus seres queridos, esos días oscurecidos por la muerte aún no habían sido aliviados con ningún rayo de luz. En otras palabras, esa señora no había permitido que nada le quitara su dolor, ni estaba dispuesta a recibir el consuelo que nos da el saber que Cristo venció la muerte y que, los que creemos en él, vamos a reencontrarnos en el cielo. Lamentablemente, esa señora no es la única que vive así. Hay otros que, como ella, han olvidado que el Salvador ofrece una fe que da esperanza a los desesperados, y que abre el cielo a los que antes estaban condenados.
En la primera Navidad, los ángeles proclamaron el nacimiento del Salvador y anunciaron que Jesús es Dios. Estos ángeles trajeron «buenas nuevas de gran gozo y alegría para todos». Treinta y tres años después que los ángeles hicieran ese anuncio a los pastores de Belén, después que Jesús hubiera cumplido los mandamientos por nosotros, que hubiera cargado nuestros pecados, que hubiera sido crucificado y muerto por nosotros, la Biblia nos dice que las mujeres fueron a terminar de preparar su cuerpo. Muy temprano a la mañana ellas fueron a su tumba para cumplir con esa penosa tarea, llenas de dolor y tristeza. Pero no se quedaron así. En lugar de ver el cuerpo sin vida de Jesús, tuvieron la oportunidad de conversar con su Señor resucitado, el Cristo, quien había conquistado hasta la mismísima muerte. Las Escrituras nos dicen que ese encuentro las transformó: su dolor fue cambiado en gozo. ¡Y no podría haber sido de otra forma! Ellas sabían que el Padre, que nos había creado, había enviado a su Hijo para vivir y morir por nosotros. Y ahora, a través del sacrificio de Jesús, Él nos sigue bendiciendo por medio del Espíritu Santo que nos llama a la fe en Cristo.
En el cristianismo las personas encuentran lo que están buscando, pero es una pena que muchos no encuentren lo que Dios quiere darles. Clara era enfermera, pero sobre todas las cosas, era cristiana. Algo que siempre sorprendía a las personas era que ella nunca guardaba rencor. Una vez, un amigo trató de recordarle a Clara algo cruel que alguna vez se había dicho sobre ella. Ella lo escuchó con atención, y luego le confesó que no recordaba ese incidente. Exasperado, el amigo le dijo: «Clara, ¿no puedes recordar semejante calumnia dicha contra ti?» «No», contestó tranquilamente Clara, «lo que sí recuerdo claramente es haber olvidado esa calumnia». Lo mismo sucede con Dios. Gracias a lo que Jesús hizo por nosotros en la cruz, gracias al llamado del Espíritu Santo, Dios deliberadamente olvida, borra, elimina, destruye nuestros pecados. Más que eso, a través del poder del Espíritu Santo, Dios nos dice que ya no somos más condenados, y por eso nos alegramos.
Cuando se trata del cristianismo, las personas ven lo que quieren ver y escuchan sólo lo que quieren escuchar. Algunos quieren re-escribir el plan de salvación de Dios para adaptarlo a su estilo de vida, quieren crear a Dios a su propia imagen, una deidad que los acepte tal como son. A diferencia de las personas que quieren que Dios les dé normas para todo, estas personas quieren que Dios no les dé absolutamente ninguna regla. Son las personas que dicen: «Dios es un Dios de amor. Jamás enviaría a alguien al infierno». Son los que quieren que Dios se olvide de su justicia, que se olvide de Jesús, de su sufrimiento, su sacrificio, su muerte. Ellos no quieren un Salvador, sino un Dios que les ponga un sello diciéndoles que sus pecados son ACEPTABLES. Y eso, mis amigos, es algo que Dios no puede hacer. Si estas personas quieren que Dios las acepte como los pecadores no redimidos que son, lo hará. Pero tienen que saber que Dios ha dicho que si no se arrepienten y no son redimidos, irán al infierno.
¿Es usted uno de los que se acerca al Dios Trino solamente cuando ya no le queda otra opción? ¿Es usted uno de los que dice: «Señor, tú sabes que no he orado en años, y que no te he adorado ni escuchado; sé que estuve muy mal, pero necesito tu ayuda y necesito que me ayudes de esta manera… y si no me puedes ayudar me alejaré y no regresaré ni volveré a creer en ti nuevamente»? Dios no funciona como el genio de la lámpara de Aladino que dice: «Tus deseos son órdenes para mí». No, la realidad de Dios es esta: usted puede tener acceso a su poder y su ayuda, o usted puede crear su propio poder y arreglárselas solo… pero no puede tener ambas cosas a la vez.
Cuando se trata del cristianismo, las personas ven lo que quieren ver y escuchan sólo lo que quieren escuchar. Hay otro grupo del que quiero hablarles en este día del Señor. Se trata de los incrédulos, los estudiosos que disecan a Jesús como si estuvieran en una clase de biología. Son los que se burlan de sus palabras, sus milagros, y su resurrección. Amigos, para resumir una historia larga, puedo decirles que, cuando a estas personas les llegue el día del juicio final, conseguirán lo que están buscando: comprobarán la realidad de Jesús. Ese es el motivo por el cual les animo a que no entren en pánico ni se alarmen cuando escuchen a la gente considerada ‘inteligente’ decir: «Jesús no hizo milagros, no dijo lo que dice la Biblia, y no resucitó al tercer día». No tengan miedo cuando desestimen el cielo y el infierno, ni se horroricen cuando digan que no existe el pecado. El pecado existe. Una prueba de él es el menoscabo que ellos hacen de la obra del Hijo de Dios.
Cuando se trata del cristianismo, las personas ven lo que quieren ver, escuchan lo que quieren escuchar, y creen lo que quieren creer. Creer, como tantos creen, que Dios creó la humanidad, no es más que un simple reconocimiento de su acto de creación, pero no es la fe de la que estamos hablando. En contraste con esa creencia nosotros, los cristianos, tenemos la fe que Dios tan generosamente nos extiende, la salvación comprada con sangre por medio de la victoria de su Hijo. Sabemos que, para los incrédulos, nuestra fe es estupidez y escándalo, pero para nosotros tal fe en Jesucristo crucificado y resucitado es vida, luz, y salvación. Esto es lo que Dios quiere que veamos, escuchemos, y creamos. Ese es el plan de Dios que no nos debemos perder.
Hace más de un siglo y medio, un velero se dirigía a Australia cuando se desató una tormenta muy violenta que le abrió un boquete por donde comenzó a filtrarse agua. La tormenta pasó, y los marineros comenzaron a reparar el boquete. Mientras lo hacían, se desató una segunda tormenta. Un hombre nervioso que hablaba muy fuerte se aproximó al Capitán, y le dijo: «Esta es una tormenta terrible y con el boquete que ya tiene el velero, seguramente nos hará naufragar». El capitán se le acercó y, en un susurro, le dijo: «Tienes razón, has hecho un análisis correcto de la situación. Como tú ya lo sabes, y los demás no, quiero pedirte tu ayuda: a babor hay una cuerda floja; ¿podrías por favor sujetarla y estirarla con fuerza para que se mantenga firme hasta que te diga que lo peor ha pasado y el barco está a salvo?» El hombre aceptó, por lo que fue tambaleándose por la cubierta hasta alcanzar la soga y la estiró lo máximo que pudo, asegurándose que estuviera bien firme. Pasaron dos horas y él seguía firme; tres horas, y seguía igual; a la cuarta hora la tormenta cedió, y el capitán lo liberó de su deber.
Seguro que había sido instrumental en superar la tormenta sin pérdidas, el hombre esperó un agradecimiento de parte de la tripulación y de los pasajeros. Pero, para su sorpresa, nadie parecía saber lo que había hecho para salvar al barco. Algo molesto, fue a hablarle al capitán y le insinuó que esperaba reconocimiento por haber hecho bien su tarea. Grande fue su sorpresa cuando el capitán le dijo: «¿Realmente crees que nos salvaste? Lo único que hiciste fue sujetar una soga que no estaba atada a nada importante». En medio de la tormenta, ese hombre vio lo que quiso ver, y se negó a creer que el capitán tenía todo bajo control.
Estimado oyente, no deje que eso le suceda a usted. Cuando se trata de la salvación, usted debe escuchar lo que Dios quiere que escuche, y recibir lo que Él quiere darle. Crea que Él tiene el control, y que su Hijo Jesucristo le salvará. Y si para ello podemos ayudarlo, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.