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PARA EL CAMINO
Andar por la vida sin rumbo es como andar a oscuras. Y cuando la oscuridad nos rodea, nos invaden los miedos. ¿Quién ilumina el camino de su vida?
Que la gracia del Señor Jesucristo sea derramada abundantemente sobre todos los que oyen este mensaje, para que la luz que disipa toda oscuridad ilumine sus vidas en esta tierra y los reciba en el cielo al fin de los tiempos.
Las Sagradas Escrituras es el libro que trae las buenas noticias del amor de Dios al mundo perdido en el caos de su propia existencia. Las buenas noticias que Dios quiere dar a conocer al mundo es que él envió a su Hijo al mundo para que todo aquel que en el crea no se pierda, sino tenga vida eterna (Juan 3:16). Jesús es la buena noticia de Dios al mundo. Lo curioso es que, mientras Jesús estuvo aquí en la tierra, no siempre recibió buenas noticias. En realidad, Jesús comenzó su ministerio en Palestina a partir de una muy mala noticia.
El incidente al que me refiero tuvo lugar después que Jesús fuera bautizado en el Jordán por Juan el Bautista, y después que fuera tentado en el desierto por Satanás. Inmediatamente Jesús se entera que el más grande de los profetas de todos los tiempos había sido encarcelado por Herodes. Ahora Juan el Bautista estaba fuera de escena. Me resulta significativo que Dios hiciera sacar a Juan el Bautista de esa manera. Juan había denunciado la vida adúltera de Herodes, y por eso el mayor jefe político de los israelitas lo sacó del medio. Dios necesitaba el espacio para que Jesús comenzara su obra de salvación.
Me pregunto por qué Dios simplemente no envió a Juan el Bautista -quien era un extraordinario predicador- a trabajar en otra parte, o por qué no lo jubiló, o le dio al menos una muerte más digna. No. Nada de eso. Juan murió decapitado como resultado de los caprichos de una bailarina adolescente y de su madre. Sin lugar a dudas la muerte de Juan fue algo muy injusto. Pero ésa es mi visión, y yo sólo mido 1 metro y 78 centímetros. Dios es más alto, y tiene una visión mejor de las cosas. Él sabe por qué acomoda a su gente en el tablero de la vida de tal o cual manera. Usando los resultados de acciones malignas, Dios abre el camino para propósitos más grandes. Lo cierto ahora es que Juan está fuera de escena, y Jesús comienza su ministerio.
Piense usted en estas cosas cada vez que hay un reacomodamiento en su vida, sea como resultado de sus propias decisiones, o de los caprichos de otra persona que supuestamente tiene más poder y autoridad que usted. Tal vez Dios esta permitiendo algunos movimientos en su vida para que finalmente Jesús pueda entrar en escena y comenzar un trabajo más profundo con usted y con quienes le rodean.
Jesús entra en escena, y no lo hace en forma descuidada o espontánea, como quien no tiene más remedio. El evangelista Mateo explica que Jesús fue a la región del norte del lago de Galilea… porque así había sido profetizado por Isaías siete siglos antes. Es notable observar que Jesús comienza su ministerio para «cumplir lo que estaba profetizado». Varias veces los evangelistas afirman que Jesús hizo esto o aquello «para que se cumpliese lo que estaba escrito.» Esto significa varias cosas: que Jesús sabía cabalmente cuáles eran los planes de Dios; que Jesús sabía que él tenía que hacer lo que los planes de Dios decían; que Jesús no dudó un instante en seguir el histórico plan de salvación que su Padre celestial había trazado; que Jesús no buscó alternativas más convenientes; y que Dios sabe exactamente lo que está haciendo.
La región del norte del lago de Galilea era un tanto diferente a otras regiones de Palestina, no sólo geográficamente, sino también sociológicamente. Era algo así como un cruce de caminos, transitado por personas de todo tipo, de etnias diferentes, de culturas diferentes, de idiomas diferentes, y de creencias religiosas diferentes. Por eso se la había bautizado con el apodo de «Galilea de los gentiles». Esa porción del territorio israelí no era precisamente el lugar donde brillaba la luz de Dios. El evangelista Mateo, citando a Isaías, afirma que el pueblo en esa región habitaba en la oscuridad. Esto no quiere decir que las otras regiones de Palestina eran mucho mejores. Jerusalén, el centro religioso, plagado de líderes espirituales, también estaba en la oscuridad. Recordemos que las poderosas fuerzas del mal, que obraban desde la oscuridad de los corazones de los fariseos, crucificaron al autor de la vida, apagando la luz que Dios había enviado al mundo. El fuerte simbolismo que traen los acontecimientos del jueves y viernes Santo afirma esta verdad: Judas entregó a Jesús a la noche; la parodia de juicio que se le hizo a Jesús fue a la noche; y a las tres de la tarde, cuando las fuerzas del mal apagaron la vida de Jesús, la tierra se cubrió de oscuras tinieblas.
La oscuridad abunda en todas las regiones y en todas las sociedades. Me imagino que usted ha experimentado momentos de oscuridad. Algunos de los miedos que más me persiguieron a mí en la infancia tenían que ver con la oscuridad. Recuerdo que por las noches, para sentirme seguro, buscaba la luz o la compañía de alguien mayor que yo. Cuando la Biblia dice que las personas del norte del lago de Galilea habitaban en la oscuridad, quiere decir que esas personas tenían miedos, estaban confundidos, andaban por la vida como quien camina en medio de la oscuridad: sin saber dónde está, a dónde va, cuándo llegará, ni siquiera quién está a su alrededor. No es agradable andar en la vida a oscuras y con miedos. Se anda a los sobresaltos, cualquier cosa, aunque sea totalmente inofensiva, asusta, y cuando tenemos miedo, no nos hacen falta más sustos.
Muchos de los que habitaban la tierra de la Galilea de los gentiles no conocían al verdadero Dios. Estaban en la búsqueda, escuchaban historias y cuentos de dioses de todas partes del mundo, pero ninguno de ellos echaba luz sobre su vida. El futuro inmediato era incierto y el futuro eterno también. Todo se veía oscuro.
¿Por cuáles caminos anda usted por la vida? ¿Quién se los ilumina? ¿Cuáles son las historias que usted ha escuchado con relación a Dios y a dioses de todo tipo? ¿Cuáles de esas historias arroja un poco de luz sobre el sombrío futuro que tiene por delante? La buena noticia es que Jesús fue enviado a este mundo a traer luz.
Pero antes de explicar en qué consiste la luz de Jesús, vamos a examinar un poco más el tema de la oscuridad, porque hay más cosas que miedos, incertidumbres, y desorientación. En la oscuridad florecen los malos pensamientos, los planes macabros, aquellas cosas que no queremos que nadie se entere. Oscuridad y cosas secretas son sinónimos. Es en la oscuridad de nuestro corazón donde guardamos los rencores hacia aquellos que alguna vez nos lastimaron, o que pensamos que nos lastimaron. Es en la oscuridad de nuestro corazón que planeamos aquellas cosas que hacemos en secretos, a escondidas de la luz -usted sabe muy bien a qué me refiero. Es en la oscuridad de nuestro corazón donde alimentamos el odio y la desconfianza hacia los que nos rodean. Es en la oscuridad de nuestros pensamientos donde alimentamos nuestro egoísmo y nuestra vanidad.
Hace pocas semanas, en el periódico de la BBC salió publicado un artículo titulado: «El cerebro está hecho para pecar». Las primeras palabras de ese artículo decían textualmente: «Los científicos ahora cuentan con herramientas tecnológicas para revelar la raíz de nuestros impulsos más oscuros, arraigados en lo más profundo de nuestro cerebro. De acuerdo con estudios neurológicos, la evidencia es contundente: la naturaleza nos quiere malos».
Ese artículo, basado en la investigación científica de universidades en los Estados Unidos y Europa, no hizo más que arrancarme una sonrisa cargada de ironía. Finalmente, pensé, esta sociedad está reconociendo lo que la Biblia tan categóricamente y sin tanto estudio afirma: que somos pecadores desde que fuimos engendrados y que, a menos que Dios eche luz en nuestro corazón, estamos en completa oscuridad y sólo maquinamos lo que es malo, dañino, molesto, irritante, y frustrante.
San Pablo resume en pocos versículos la doctrina de la corrupción moral y espiritual de todas las personas cuando les escribe a los creyentes de la iglesia en Roma: «Así está escrito: ‘No hay un solo justo, ni siquiera uno; no hay nadie que entienda, nadie que busque a Dios. Todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo!’ ‘Su garganta es un sepulcro abierto; con su lengua profieren engaños.’ ‘¡Veneno de víbora hay en sus labios! ‘Llena está su boca de maldiciones y de amargura.’ ‘Veloces son sus pies para ir a derramar sangre; dejan ruina y miseria en sus caminos, y no conocen la senda de la paz.’ ‘No hay temor de Dios delante de sus ojos'» (Romanos 3:10-15).
Es porque usted y yo estamos incluidos en esa descripción, que Jesús aparece en escena con esta afirmación: «Yo soy la luz del mundo» (Juan 8:12). Jesús comienza su ministerio de predicación y anuncio con la palabra: ‘arrepiéntanse’. También podría haber dicho: ‘fíjense dónde están parados, miren como están viviendo, vean hacia dónde los conduce la vida que llevan, y dejen de vivir en la negación’. Porque, al final de cuentas, eso es lo que nos sucede a todos: vivimos en negación, no queremos pensar en lo que pasa después de la muerte, siempre pensamos que tendremos tiempo de arreglar nuestras cosas con Dios algún día, y dejamos esas cosas para más adelante. Pero el mensaje de Jesús es categórico: arrepiéntanse.
Cuando Jesús, la luz del mundo, viene a nosotros, comenzamos a ver todo en forma diferente.
Hablando del regreso de Jesús al fin de los tiempos a juzgar a todos los hombres, San Pablo dice: «Esperen hasta que venga el Señor. Él sacará a la luz lo que está oculto en la oscuridad y pondrá al descubierto las intenciones de cada corazón» (1 Corintios 4:5). Cuando Jesús viene a nuestra vida revela todo. Vemos nuestras miserias espirituales y emocionales y nos rendimos a sus pies porque nos vemos a nosotros mismos como totalmente incompetentes para limpiar nuestra vida y hacerla digna a los ojos de Dios.
Pero la luz de Jesús hace otra cosa más: disipa la oscuridad, esa oscuridad que es caldo de cultivo para nuestros miedos, nuestros odios y nuestros rencores. Jesús disipa la oscuridad que nos confunde y que muchas veces nos altera por la incertidumbre que genera. La luz marca un camino nuevo. Con la luz de Jesús vemos el camino por donde vamos, y los obstáculos que pretenden hacernos tropezar en la vida. ¿Cómo hace Jesús esto?
La muerte y resurrección de Jesús lograron que Dios el Padre se reconciliara con nosotros. Porque Jesús cargó sobre la cruz con la negrura de nuestros pecados, Dios lo resucitó victorioso y lo ascendió al trono celestial. Por la muerte y resurrección de Jesús, nuestros pecados fueron perdonados. Fueron perdonados y son perdonados en este mismo momento. Ésa es la luz de Jesús: el perdón de los pecados que nos quita esa pesada carga que nos aplasta, que corta nuestra visión, y que nos condena para siempre. No hay más condenación para nosotros, los perdonados en Cristo Jesús. No hay más tinieblas ni desorientación. Ahora vemos claramente quiénes somos y quién es Dios.
Tal vez usted se esté preguntando si en realidad quiere verse tal cual usted es. Conozco algunas personas que no quieren verse cómo son, sino que prefieren vivir en la negación. Sin embargo, cuando Jesús viene a nuestra vida, ya no vivimos más en negación, aceptamos la realidad tal cual es, aun cuando no nos guste, porque confiamos que Dios, con su luz, nos conduce a la meta final, el cielo, que él tiene preparado para todos sus hijos.
La luz de Dios no nos encandila, no nos alumbra directamente a la cara para enceguecernos. Cuando estamos encandilados no sabemos por dónde andamos. Hay personas que se encandilan con el poder y la fama, andan por la vida como tales, sin rumbo fijo. La luz de Dios ilumina nuestro corazón para desterrar los rencores, las frustraciones, los odios, la envidia, la queja constante, e ilumina el sendero por donde andamos. Ilumina lo que nos rodea. El rey David, en el Antiguo Testamento, autor de muchos salmos, dedicó el salmo más largo a alabar a Dios por su Palabra. En el Salmo 119 expone que la palabra de Dios es una luz. «Tu palabra», dice David, «es una lámpara a mis pies; es una luz en mi sendero» (v. 105).
La luz de Dios nos hace vernos a nosotros mismos como somos, como Dios nos ve, y como Dios nos hace. Es decir, la nueva persona que somos ahora después de recibir el perdón de los pecados. Ahora no sólo me veo yo como un hijo amado de Dios, sino que veo a los que me rodean como personas a las que Dios también quiere sacar de la oscuridad. Eso incluye a los miembros de mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo, y aunque tenga ciertas reservas en lo profundo de mi corazón, también tengo que ver a las personas que no me agradan, con las que no coincido en pensamiento, como personas a las que Dios ama y que quiere que estén en la luz.
La idea de la luz fue una constante en el ministerio de Jesús. El primer sermón que Mateo publica de Jesús incluye estas palabras tan conocidas: «Ustedes son la luz del mundo» (Mateo 5:14). Jesús les está hablando a sus discípulos y a toda la multitud que lo estaba escuchando en la ladera de la montaña. Sigue diciendo Jesús: «Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para cubrirla con un cajón. Por el contrario, se pone en la repisa para que alumbre a todos los que están en la casa» (Mateo 5:14-15).
¡Qué cambio radical! Ahora, los que somos iluminados por Dios, guiamos a otros. No me imagino cómo se puede ocultar la luz. Lo que sí se puede hacer es apagarla, pero ¿quién quiere volver a tener miedos? ¿Quién quiere volver a estar desorientado? ¿Quién quiere que se haga de noche nuevamente a las 9 de la mañana?
¿Cuántas personas hay a su alrededor que necesitan salir de la oscuridad? ¿Hay alguien cerca de usted a quien le vendría bien un destello de luz que le ayude a ver más claramente el propósito de su vida?
La luz de Dios sigue alumbrando aún hoy. Dios sigue viniendo a nosotros hoy por medio de su Santa Palabra para darse a conocer como un Padre amoroso que quiere recibirnos, abrazarnos, caminar con nosotros y servirnos de sostén hasta el fin de nuestros días. Y ahí no termina la compañía de Dios. Al contrario, después de la muerte es cuando veremos a Jesucristo, nuestro Salvador y Señor, cara a cara, y viviremos ante la presencia de la luz por toda la eternidad. No hay que tener ninguna duda sobre esto. La Biblia es enfática en su promesa de la vida en el cielo para todos aquellos que confiesan a Jesús como Salvador.
Cuando el evangelista Juan fue desterrado a la isla de Patmos, recibió una revelación de parte de Dios que él escribió en el libro que hoy llamamos Apocalipsis. Es el libro que trata de los últimos tiempos, y tuvo como propósito principal alentar a los creyentes en Jesús, el Cordero de Dios, a que permanecieran firmes hasta la muerte. Hay dos visiones del cielo que quiero dejarle a usted, estimado oyente, en la esperanza que Dios le hable a su corazón y le permita alegrarse en estas promesas.
En los capítulos 21 y 22 de Apocalipsis Juan describe el cielo de esta forma: «No vi ningún templo en la ciudad, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo. La ciudad no necesita ni sol ni luna que la alumbren, porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera» (Apocalipsis 21:22-23). «Ya no habrá maldición. El trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad. Sus siervos lo adorarán; lo verán cara a cara, y llevarán su nombre en la frente. Ya no habrá noche; no necesitarán luz de lámpara ni de sol, porque el Señor Dios los alumbrará. Y reinarán por los siglos de los siglos» (Apocalipsis 22:3-5).
Si en alguna manera podemos ayudarle a caminar en la luz del Señor Jesús, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.