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PARA EL CAMINO
En las películas del oeste, a los ‘buenos’ se los distinguía de los malos porque siempre llevaban un sombrero blanco. ¿Qué color de sombrero llevamos nosotros?
El 12 de octubre de 1940, los periódicos informaron que el actor Tom Mix había fallecido en un accidente automovilístico. Mix, que había actuado en 370 películas, iba conduciendo a toda velocidad su llamativo descapotable con largos cuernos montados sobre el capot cuando, al llegar a la cima de una colina vio justo frente a él un grupo de obreros que estaba reparando un puente. Haciendo lo imposible para evitar atropellar a los trabajadores, su automóvil terminó deslizándose por un barranco. Una maleta de aluminio que llevaba en el asiento de atrás voló hacia adelante y lo golpeó en la cabeza, rompiéndole el cuello. El actor murió casi instantáneamente. Al informar sobre su muerte, los periódicos también sintieron que era su deber decir que, en el momento de su muerte, el actor llevaba puesto su sombrero blanco de vaquero.
Explico el por qué de ese detalle. Mix era un actor de películas de vaqueros… y todas las películas de vaqueros tienen ciertas reglas. Por ejemplo, en una película de vaqueros, si uno es ganadero, se supone que es rico, independiente, y que odia a los vecinos que viven muy cerca de sus propiedades. Si es comerciante, la regla es que debe ser cobarde, y que siempre les debe dar crédito a los agricultores recién llegados al lugar. Si uno ve que las madres salen corriendo a buscar a sus niños y se los llevan para adentro de sus casas, puede estar seguro que habrá un tiroteo. Y por último, la regla que no puede faltar jamás en una película de vaqueros es que el «bueno» de la película debe usar un sombrero blanco. En algunos casos su compañero puede usar un sombrero sucio, gris y con algunos agujeros, pero el héroe de la película sí o sí debe llevar un sombrero blanco impecable.
Todos estos simbolismos tienen una razón de ser. Las primeras películas de vaqueros que se hicieron fueron mudas, pero de vez en cuando aparecían en la pantalla cuadros con texto que explicaban lo que estaba sucediendo. A los jóvenes, que formaban parte de la fiel audiencia de estas películas, les costaba leer dichos, por lo que los productores decidieron inventar otras formas de transmitir información en forma fácil a la audiencia. De a poco el público aprendió a diferenciar quién era el bueno, quién era el malo, quién era el agricultor cuya granja estaba siendo robada por un banquero deshonesto y sin escrúpulos, quién era la chica del salón de baile que aparentaba ser ruda pero que en realidad tenía un buen corazón, y que al final se enamoraría del bueno, etcétera. Así fue que surgió la idea que el vaquero bueno tenía que usar un sombrero blanco para que el público supiera que él era el bueno.
Hay veces que, cuando leo la Biblia, desearía que Dios tuviera algún método que me ayudara a identificar a los personajes. Sería de mucha ayuda si los «buenos» utilizaran un sombrero blanco, los «más o menos buenos» uno gris, y los «malos» obligatoriamente tuvieran uno negro. Quizás usted crea que no es necesario, pero hay momentos en los que es fácil confundirse. Por ejemplo, pensemos en Noé. ¿Le parece que fue lo suficientemente bueno como para merecer llevar un sombrero blanco? Es cierto que Noé advirtió sobre la condenación del mundo, y que construyó el arca siguiendo las instrucciones de Dios. Pero también es cierto que, después que pasó el diluvio, se emborrachó. Otro ejemplo es Abraham, a quien Dios había elegido para que fuera el padre de muchas naciones. ¿Cree que deberíamos darle a él un sombrero blanco? Porque si bien fue el escogido por Dios para dar origen a muchas naciones, Abraham también tuvo un hijo con su esclava, dejó que su mujer entrara en casas de hombres que la encontraban atractiva, y casi amó más a su hijo que a Dios. ¿Y qué me dice del Rey David? Quizás David sí sea merecedor de un sombrero blanco. Siendo muy joven, con la ayuda de Dios David mató al gigante Goliat. Luego Dios lo eligió como rey para su pueblo escogido. Y a él debemos muchos de los salmos que hoy tenemos en nuestra Biblia. Pero, por otro lado, ese mismo rey David cometió adulterio e hizo asesinar a un hombre inocente. ¿Cree que merece un sombrero blanco?
Si pensamos ahora en los tiempos de Jesús, el primero que viene a la mente para recibir un sombrero blanco es su discípulo Pedro. Pedro hizo una tremenda confesión de fe al decir que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios, y que ‘Jesús era el Hijo de Dios quien tiene las palabras que dan vida eterna’. Por otra parte, ese mismo Pedro fue quien se quedó dormido cuando Jesús le pidió que vigilara y orara, quien negó a Jesús en el patio del palacio del sumo sacerdote, y quien desapareció cuando Jesús, fue arrestado. ¿Merece Pedro, entonces, lucir un sombrero blanco?
O quizás pueda ser Nicodemo. Nicodemo pertenecía al grupo de los fariseos, que eran quienes interpretaban las leyes. Aclaremos que no estamos hablando solamente de los diez mandamientos. No. Si bien ellos seguían los mandamientos que Dios les había dado en el monte Sinaí, en realidad ellos se preocupaban más por las 633 leyes que ellos mismos les habían añadido, cada una de las cuales debía ser interpretada correctamente. Aparentemente, Nicodemo sabía interpretarlas y cumplirlas bien, por lo que era muy respetado. Tan respetado, que era uno de los setenta ancianos de la nación judía, y miembro activo del Sanedrín, el equivalente a nuestra Corte Suprema de Justicia. Además, era un maestro de Israel, lo que significaba que tenía autoridad para interpretar y enseñar a otros las Sagradas Escrituras. Teniendo en cuenta todos estos méritos podemos decir que, si alguien estaba calificado para lucir un sombrero blanco, era él.
Por eso es extraño que, cuando fue a visitar a Jesús, lo hiciera en medio de la noche, amparado por la oscuridad. El capítulo tres del Evangelio de Juan dice: «Había entre los fariseos un dirigente de los judíos llamado Nicodemo. Éste fue de noche a visitar a Jesús…». ¿Será que estaba tan ocupado durante el día, que el único momento libre que disponía para reunirse con Jesús era en medio de la noche? ¿O será que estaba durmiendo y de pronto se acordó de algo que quería preguntarle, algo tan importante que no podía esperar hasta el amanecer? ¿O quizás sabía qué Jesús no podría hablar libremente durante el día? ¿O tendría miedo de lo que pensarían sus compañeros fariseos si se enteraban que había ido a ver a Jesús? Porque la mayoría de los fariseos veían a Jesús como una mala influencia, un corruptor, una molestia, y si lo veían tratar con el enemigo quizás tratarían de expulsarlo de su fraternidad…
El apóstol Juan no nos da ninguna pista sobre el corazón de Nicodemo, por lo que no podemos ver su motivación. Todo lo que sabemos es que él fue a ver al Salvador en medio de la noche, y que, cuando llegó ante Jesús, le hizo una pregunta. Él podría haber comenzado diciendo: ‘Jesús, nos enteramos que convertiste el agua en vino cuando estuviste en Caná, lo cual fue realmente impresionante. También vimos cómo echaste a los que estaban haciendo negocios en el patio del templo. Muchos de nosotros esperábamos que alguien, algún día, hiciera eso…’. Pero no, en vez de adular o halagar al Señor, Nicodemo le habló con palabras sinceras y de manera respetuosa. Le dijo: «Rabí, sabemos que eres un maestro que ha venido de parte de Dios, porque nadie podría hacer las señales que tú haces si Dios no estuviera con él». Es obvio que Nicodemo se sentía muy seguro al hacer tales afirmaciones sobre Jesús… y sobre Dios. ¿Y por qué no habría de estarlo? Nicodemo era un hombre bueno, un hombre que llevaba un sombrero blanco. Él y sus amigos sabían todo lo que necesitaban saber acerca de Dios y de cómo llevar una vida buena y aceptable.
Después de todo, ¿no eran ellos los que iban al templo todos los días, los que ayunaban, estudiaban las Escrituras, y daban el diez por ciento de sus ingresos? Sí, sin lugar a dudas, Nicodemo merecía llevar un sombrero blanco y también merecía hacerle ciertas preguntas a Jesús… pero esas preguntas nunca fueron hechas, porque Jesús lo interrumpió, diciéndole algo así como: ‘Nicodemo, tienes toda la razón al decir que las cosas que hago apuntan al hecho que vengo de Dios. Ahora, como alguien que representa al Señor, quiero que sepas lo siguiente: te aseguro que quien no nazca de nuevo no podrá ver el reino de Dios». A lo que el sabio Nicodemo, totalmente desconcertado, le respondió con otra pregunta: ‘¿Cómo puede uno nacer de nuevo siendo ya viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y volver a nacer?’
A Nicodemo le llevó un tiempo comprender lo que Jesús estaba diciendo. Muchas personas, aún hoy día, siguen sin entender el mensaje del Salvador. Es que la idea de Jesús sobre «nacer de nuevo», es algo extraña y contraria a la manera en que pensamos. La mayoría de nosotros queremos creer que somos lo suficientemente buenos por nosotros mismos como para merecer lucir el sombrero blanco, y que no necesitamos a Dios para llegar al cielo. Y si usted está pensando que nunca conoció a alguien que pensara así, lamento decirle que está equivocado. Casi todas las religiones del mundo dicen que uno tiene que hacer algo para llegar a Dios. ¿Sabe qué hacen los hindúes? Se perforan la piel para mostrar a su dios que están tristes por los errores que cometieron. A los musulmanes su religión les ordena obedecer los «cinco pilares de la fe» para poder ser aceptados por su dios. Yo he estado en diferentes templos alrededor del mundo, y he visto los sacrificios y ofrendas que realizan los peregrinos que intentan ganarse la aprobación de su dios… todos en busca de su sombrero blanco.
Si usted no es un seguidor de estas religiones, o de ninguna religión, lo más probable es que crea en un karma cósmico en donde, cuando una persona hace el bien, recibe el bien, y cuando hace algo malo, recibe algo malo. Lo vemos a menudo en la televisión, en las personas que son entrevistadas después de alguna tragedia. La mayoría de ellos dicen cosas como: «No sé por qué me tuvo que suceder a mí. Yo no molesto a nadie ni le hago mal a nadie. No sé. No lo entiendo. No es justo.» Quienes así piensan creen que se han ganado un sombrero blanco, por lo que merecen cosas buenas.
Es por eso que cada uno de nosotros necesita ponerse junto a Nicodemo y escuchar lo que dice Jesús: ‘No importa cuán bueno eres; no eres lo suficientemente bueno como para entrar al reino de Dios. No importa cuánto te esfuerces; no puedes esforzarte lo suficiente como para ser aceptable ante el Señor’. ¿Le da miedo? ¡Por supuesto! Sin embargo, en Eclesiastés 7:20, la Escritura nos enseña que «no hay en la tierra nadie tan justo que haga el bien y nunca peque». Y en Romanos 3:12 dice: «Todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo!», y más adelante agrega: «pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios».
Eso era lo que Jesús quería hacerle ver a Nicodemo: que no estaba calificado para utilizar un sombrero blanco, ni siquiera un sombrero gris. El sombrero de Nicodemo, al igual que mi sombrero y el suyo, son de color negro. ¡Y sabemos lo que le sucede a los que utilizan sombrero negro! La Biblia nos dice en Romanos 6:23: «la paga del pecado es muerte». ¿Le parece muy duro? Por más que nos parezca duro, en realidad es justo, porque Santiago 2:10 nos dice: «Porque el que cumple con toda la ley pero falla en un solo punto ya es culpable de haberla quebrantado toda». Resumiendo: somos pecadores y no podemos llegar al cielo por nuestro propio esfuerzo.
Hace algunos años, mi esposa y yo viajamos con nuestros nietos a Disneylandia, donde nos divertimos mucho… por lo menos la mayoría de nosotros. Resulta que nuestro nieto menor, en esa época medía como un metro de alto y en el Reino Mágico, donde estaban algunos de los mejores juegos, para poder entrar había que medir por lo menos un metro diez. Nuestro nieto intentó pararse en puntas de pié, preguntó si podía ponerse sus botas de vaquero para añadir algunos centímetros a su estatura, y hasta le rogó al encargado del juego que hiciera una excepción. Pero, por más esfuerzos que hizo, la respuesta que obtuvo fue siempre que no, por lo que tuvo que quedarse con el abuelo y mirar desde abajo cómo los demás se divertían.
Así como le sucedió a mi nieto, cuando se trata de entrar al reino de los cielos ninguno de nosotros cumple con los requisitos necesarios para hacerlo, lo cual es muy triste… triste para nosotros, y triste para el Señor que nos ama de verdad y que no quiere que nadie quede fuera de su reino celestial. Es tan triste, que el Señor decidió poner en marcha un plan que nos permitiera nacer de nuevo. Jesús lo llamó ‘un renacimiento espiritual’. ¿Qué puede hacer una persona para nacer de nuevo? ¡Absolutamente nada! Cuando nacimos por primera vez, tampoco hicimos nada; no éramos más que simples e indefensos espectadores. Otros hicieron todo el trabajo para que nosotros pudiéramos nacer. Lo mismo sucede con nuestro renacimiento espiritual: alguien tuvo que hacer el trabajo por nosotros.
Jesús es ese «alguien» a quien se le encomendó esa tarea. Él es la única Persona que podía hacer el trabajo. Así que, para que pudiéramos nacer de nuevo, él vino al mundo como uno de nosotros. Durante toda su vida, de principio a fin, Jesús estuvo haciendo lo que nosotros no podemos hacer por nosotros mismos. Ninguno de nosotros puede resistir todas las tentaciones del diablo y de este mundo pecaminoso, pero Jesús sí lo hizo. Nosotros no tendríamos ni la fuerza ni el poder para derrotar a la muerte, pero Jesús lo hizo. Tres días después de haber dado su vida por nosotros en la cruz, Jesús se levantó y salió de su tumba prestada por lo que ahora, todo el que cree que Jesús hizo el trabajo para darnos un nuevo nacimiento, está seguro que Cristo le ha dado un sombrero blanco y la bendición de la vida eterna.
Quiero explicarle en términos prácticos lo que esto significa. Hace algunos años fui a acompañar a una familia cuya niña se estaba muriendo. El médico que la atendía, que era una eminencia en esa especialidad, admitió a regañadientes que no podía hacer nada para curarla. La tristeza de los padres, abuelos y amigos eran tan grande, que casi se podía palpar. Todos ellos estaban allí despidiéndose, con mucho dolor, de su princesita, del bebé de la familia. Sin embargo, aun en medio de tan grande dolor no había desesperación, porque todos los que estaban allí sabían que esa pequeña también era una hija del Padre celestial. Ellos sabían que por medio del agua y la Palabra, por medio del llamado del Espíritu Santo, esa pequeña había nacido de nuevo como hija de Dios. Sabían que Jesús había cargado a la cruz los pecados de esa niña y que, gracias a su muerte y resurrección, ella había sido declarada inocente de toda culpa y pecado y llevaba un sombrero blanco. Ese nuevo nacimiento fue lo que permitió que, aún ante su propia muerte, esa pequeña niña pudiera decir: «no tengo miedo». En vez de nosotros consolarla a ella, ella nos consoló a nosotros diciéndonos que no debíamos llorar porque ella sabía que su Salvador estaba viniendo y que no la llevaría hasta que toda la familia estuviera reunida. Lloramos cuando dijo eso… pero las lágrimas de tristeza se mezclaron con las de esperanza y alegría por saber que esa pequeña estaba salvada pues había nacido de nuevo. Ése fue nuestro consuelo… y es el que aún tenemos hoy.
Ese mismo consuelo fue el que inspiró a San Pablo a escribir: «Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Romanos 6:23).
Ése es el consuelo que Dios quiere darle a usted para hoy y para la eternidad. Y si para ello podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.