+1 800 972-5442 (en español)
+1 800 876-9880 (en inglés)
PARA EL CAMINO
En esta semana Santa recordamos, junto con los cristianos de todo el mundo, que nuestros pecados públicos y secretos han sido pagados con el sufrimiento y la muerte de nuestro Salvador.
En una ciudad del estado de Florida, la policía estaba a la búsqueda de un ladrón armado. Se trataba de un hombre de entre 30 a 40 años de edad que había entrado a un banco portando una pistola semiautomática, y había exigido que le dieran el dinero que tenían. El rostro lo llevaba cubierto con un pañuelo oscuro, pero los testigos dijeron que tenía ojos azules y físico fuerte, y que iba vestido con pantalón vaquero azul, una sudadera azul, botas y una gorra de béisbol marrón oscura. Lo vieron abandonar el área en una camioneta F-150. Más tarde, luego que el dinero en el banco fuera contado, se publicó que el ladrón huyó con un botín de tres mil seiscientos dólares. Armados con esa información, comenzó una intensa cacería humana.
¿Por qué una INTENSA cacería humana? La respuesta a esta pregunta va más allá del hecho que los bancos quieren recibir su dinero de vuelta, y que las personas en la comunidad quieren sentirse seguras. La verdadera razón para la intensa búsqueda de ese hombre es que, cuando un ladrón armado se sale con la suya con un robo así, comienza a sentirse importante y, al ver que ha logrado evadir el sistema, se siente intocable y cree que puede volver a hacer lo mismo… y lo hace. Cada nuevo golpe que da lo hace un poco más relajado, más tranquilo, con más audacia y valentía. Es claro que no siempre todo le saldrá según lo planeado. Un día alguien hará algo; alguien tratará de ser un héroe o entrará en pánico, o actuará sin pensar y el ladrón se encontrará disparando por todos lados, tratando de controlar la situación, en lugar de simplemente alejarse del lugar.
La mañana siguiente a ese robo, la policía recibió una llamada telefónica de la estación de policía de otro condado, diciéndoles que tenían al asaltante, así que allí fueron y se encontraron con Wayne, el ladrón, quien, por supuesto, no opuso ninguna resistencia en ser arrestado, ya que él mismo se había entregado. Disculpándose y arrepentido, Wayne, les contó su historia a la policía. Empezó diciendo que hacía varios meses que no lograba conseguir trabajo, por lo que estaba desesperado. La desesperación fue el motivo por el cual robó el banco. En cuanto al dinero, le había dado la mayor parte a su compañero de habitación para que pudiera comprar comida, pagar el alquiler atrasado y algunas deudas.
Sí, estaba desesperado… pero en algún momento, la desesperación fue reemplazada por una emoción aún mayor: el sentimiento de culpa. Wayne dijo: «cuanto más pensaba en ello, más me enfermaba y quería entregarme». Fue el sentimiento de culpa que le hizo levantarse temprano al día siguiente y tomar el autobús que lo llevó cerca de la corte del condado de Marion, donde pensaba que podía entregarse. Cuando llegó allí, le dijeron que estaba en el lugar equivocado: debía ir a la cárcel, no a la corte. Quizá muchas personas, en su lugar, hubieran pensado que esa era una señal de que no debía entregarse a la justicia. Pero Wayne anotó la dirección de la cárcel y, bajo el intenso sol de verano caminó los ocho kilómetros hasta el lugar. Al llegar allí le contó a la policía su historia, devolvió los doscientos veinticinco dólares que le quedaban del robo, y les dijo dónde encontrar la ropa, la camioneta y el arma que había utilizado en el atraco.
Al comienzo de la Semana Santa, cuando la iglesia cristiana se prepara para recordar la pasión y muerte del Salvador, quizás usted se esté preguntando por qué pasé tanto tiempo contando la historia de un ladrón que robó un banco en la Florida. Bueno, una cosa es cierta: no fue mi intención dar a entender que alguno de ustedes es un ladrón, aunque, sin embargo, quizá alguno de nosotros lo sea. Así como quizás algunos sean asesinos, codiciosos o mentirosos, a otros quizá les gustan los chismes, otros sean envidiosos, y muchos quizá guardamos rencores en nuestro corazón. Dígame: ¿cuál de estos pecados es suyo? ¿Qué pecados o pecado elige? No sea tímido, no lo niegue, no se haga el santo. Usted mi amigo… usted es un pecador, al igual que yo… y su conciencia le dice que es un pecador. Esa es la similitud entre nosotros y Wayne. Es por eso que conté su historia: porque somos pecadores y porque nuestras conciencias, junto con la ley de Dios que encontramos en las Sagradas Escrituras, nos dicen que hemos hecho algunas cosas malas… muy malas. Peor aún, nuestra conciencia nos dice que probablemente seremos castigados por esas cosas malas que hicimos.
¿He dicho que ‘probablemente’ seremos castigados? Si usted es una persona religiosa, o algo supersticiosa, o si cree que hay algo en el universo que nos indica qué es lo correcto y qué está mal, estará seguro, o al menos de acuerdo, en que la palabra ‘probablemente’ es un eufemismo. Porque todos estamos bastante seguros que, en algún momento, la balanza de la justicia será equilibrada. De hecho, todas las civilizaciones desde el principio de los tiempos han estado seguras que habrá un día de juicio. Los antiguos egipcios también lo sabían, y todos, desde el faraón hasta el último esclavo de nivel más bajo, trataron de hacer de todo para verse bien en ese día. La civilización azteca del nuevo mundo sabía que eran pecadores, por lo que trataban de sobornar a sus dioses y hacer que éstos les sonriesen ofreciéndoles sacrificios humanos, arrancando el corazón, aún latiendo, de sus víctimas. Los «Barones Ladrones» del siglo diecinueve no pudieron escapar a la idea de un juicio final. Mientras que en sus años de juventud habían pasado por encima de cualquiera que se les cruzara en el camino, en sus últimos años establecieron fondos de todo tipo de ayuda humanitaria para dar una buena impresión cuando les llegara el inevitable día de rendir cuentas. Si usted cree que esta afirmación es una exageración, busque en los libros de historia que cuentan por qué el Premio Nobel de la Paz fue creado por el hombre que es considerado el padre de todas las armas de destrucción masiva.
Pero hoy no estoy preocupado por los pecadores del antiguo Egipto, tampoco estoy preocupado por los aztecas, ni por los Barones Ladrones del siglo diecinueve. Hoy estoy pensando en usted y en su pecado. Siendo más específico, hoy estoy hablando sobre ese pecado especial que le molesta; ese pecado que desesperadamente desea mantener en secreto, ese pecado que no quiere que absolutamente nadie se entere. Quizá usted sea la persona más respetada y admirada de su comunidad. Para su familia y amigos más cercanos, usted es la persona más atenta, entregada, amorosa y especial que existe. Incluso las personas a quienes usted no les agrada, dicen: «Es demasiado bueno para ser verdad».
Pero usted se conoce mejor, ¿verdad? Usted conoce el pecado del cual hablo, sabe cuándo ocurrió y quizás se sorprendió que haya ocurrido; no sabía que era capaz de algo así, no sabe cómo sucedió, todo lo que sabe es que sucedió y que se asustó luego de lo ocurrido. Se asustó porque usted no sabía que era capaz de hacer, pensar o decir algo así. Usted no es así, y por lo tanto desea fingir que no sucedió. Puede fingir, pero fingiendo no quiere decir que no sucedió. Las cosas terribles que usted pensó, dijo o hizo, sucedieron. En ese momento, cuando el pecado aún estaba fresco en su mente, usted quizás se prometió algunas cosas a sí mismo. En primer lugar prometió que jamás permitiría que ese pecado reaparezca.
Usted no estaba seguro de cómo, o de si podría ocultar el pecado, pero sabía que lo intentaría. Para ello, se dijo, evitaría todos y cada uno de los desencadenantes que podrían hacerlo salir. Usted evitaría cualquier cosa que podría dejar que se escape. Sería propicio que las personas pensaran que usted se comporta tan bien como lo aparenta, porque usted, por naturaleza, es una persona muy buena. Que piensen lo que quieran, siempre y cuando no se enteren de lo que hizo, porque tiene miedo de que un pequeño error pueda revelar su pasado pecaminoso.
Usted se hizo la promesa de que nadie se enterará de su pecado secreto. Se alejó de las personas que podrían de alguna manera saber de su secreto, ¿no es así?, se tuvo que alejar, no había otra opción. Ellos le recordarían la oscuridad que todavía sigue dentro de usted. Usted hizo promesas. Prometió intentar compensarlo, cambiar, controlarse. Prometió… pero todas esas promesas, en el mejor de los casos, sólo fueron vendajes temporales. No borran lo que hizo, dijo, o pensó. El paso de los años pudo atenuar o disminuir la repulsión que siente hacia usted mismo. El saber que otras personas cometieron pecados peores fue una muleta que le permitió andar cojeando día tras día. Puede que sienta un éxito superficial, pero nada borrará de su conciencia su pecado secreto.
En la primera parte de este mensaje de Semana Santa le pedí que mire dentro de usted para ver algo que no desea. Ahora me gustaría que eche otro vistazo a la oscuridad que está dentro de usted. Lo animo a mirar hacia atrás en la historia, a la cima de una colina que se encuentra fuera de las murallas de la antigua Jerusalén. Si lo hace, verá tres hombres que fueron crucificados. La crucifixión era la sentencia de muerte reservada para los peores criminales, la gente que ocupaba el peldaño más bajo de la sociedad. El objetivo era que, desde el dolor de los clavos hasta el suspiro sofocante, fuera cruel e inhumano.
Mire allá, ¿ve a esa persona en el medio? Su nombre es Jesús. ¿Sabe usted por qué fue crucificado? La acusación oficial fue que conspiró contra el emperador; la no oficial es que agredió los puestos de venta en un lugar religioso. En realidad, ninguna de éstas es la verdadera razón por la cual Jesús de Nazaret está muriendo allí. El real motivo por el cual él está sufriendo en esa cruz es por ese pecado secreto suyo… el pecado del que estamos hablando. No hay duda de que él está muriendo ahí para alejar todos los pecados del mundo… pero ahora estamos hablando de su pecado secreto.
Si, Jesús sabe de ese pecado secreto. A pesar de que él nunca hizo nada malo, a pesar de que él respetó perfectamente todas las leyes de Dios, no es indiferente al pecado. Él lo conoce a usted y a su pecado, porque en este preciso momento él está cargando con ese pecado. Él estuvo cargando ese pecado por un largo tiempo. Usted debería saber que Jesús es un hombre poderoso. Poderoso porque, si bien en su juventud trabajó como aprendiz de carpintero en el taller de su padre adoptivo en Nazaret, Jesús es el Hijo de Dios.
La última noche, cuando estaba orando en el Jardín de Getsemaní, ese pecado secreto que usted cometió, junto con todos los pecados del mundo, fueron puestos sobre él. ¿Desea saber que sucedió? Por supuesto que no. Nadie quiere. Ahora le pregunto: ¿qué pasó con ese pecado con el tiempo? ¿Ha desaparecido? Bueno, ese pecado ha sido puesto sobre Jesús… y lo tumbó al suelo. Así es, él cayó de cara al suelo y se las arregló para levantarse y orar… y ni bien lo hizo el sudor empezó a caer de su rostro. Pero este sudor era diferente, era rojo como la sangre. Era la sangre de Jesús la que brotaba por medio de sus poros. Pregunte a su médico, esa es una condición que solamente sucede con los seres humanos en situaciones de intenso esfuerzo físico, mental y espiritual.
Sí, Jesús lo vio entonces… vio su pecado y lo que éste le había hecho. Vio su pecado y lo que le sucedería a usted si no lo perdonara. Él vio cómo su pecado secreto y todos sus pecados lo estaban llevando a la condenación eterna, un fuego eterno del cual no podría escapar jamás. Jesús lo vio, vio su pecado y vio lo que debía hacer. Él tuvo que tomar su lugar… tuvo que cargar con ese pecado secreto y deshacerse de él por usted. Él estaba cargando ese pecado cuando lo arrestaron, cuando lo acusaron falsamente, y también cuando cambiaron los cargos para asegurarse que la condena sería la muerte. Jesús llevaba sobre su espalda ese pecado tan especialmente secreto para usted cuando lo azotaron, lo torturaron, y se burlaron de él. También lo cargaba cuando le pusieron una corona de espinas, y cuando lo clavaron a una cruz. Él debía cargar los pecados de todo hasta la muerte, por ello aceptó soportar todo eso… sin defenderse.
Ese hombre que está muriendo por usted en esa cruz… ¿lo puede ver?… él está muriendo en su lugar para que su conciencia no lo pueda acusar ni su pecado lo pueda condenar. Él está alejando de usted el castigo que usted merecía por su pecado secreto y por todos sus pecados. ¿Sabe usted qué fue lo primero que dijo cuando fue clavado a la cruz? Él dijo: «Padre, perdónalos». ¿Lo puede creer? A pesar de conocer todos y cada uno de sus pecados y los míos, Jesús nos amó tanto como para pedir perdón por usted y por mí antes de morir… y morir para que tanto usted como yo podamos recibir ese perdón. Seguramente a usted alguna vez le pasó por la mente que, si los demás supieran cómo usted es en realidad, lo despreciarían. Jesús le conoce íntimamente, mejor que nadie, y aún así le ama.
Él pasó toda su vida tomando el lugar que le correspondía a usted. Él se mantuvo firme donde usted hubiera tambaleado. Si usted sucumbió, víctima de la tentación, él no. Todas esas veces que Satanás lo sedujo a caer en el pecado, Jesús respondió con un rotundo «No». Eso no era para él, era para usted y para mí. Jesús sabía que no todos habrían de creer en él… que muchos hasta llegarían a decir que él nunca existió… otros hasta dirían que todo lo que hemos escuchado sobre él fue un invento. Pero yo sé que es verdad. Inclusive el centurión romano que estaba a cargo de su ejecución, a pesar de la dureza creada por las innumerables cicatrices de sus batallas, dijo: «Ciertamente este hombre es el Hijo de Dios».
Espero que usted lo esté mirando. No sólo como un simple espectador, sino que lo esté observando como la imagen más notable de amor inmerecido que este mundo jamás haya visto. Usted ha mirado dentro suyo este día y sabe lo que hay ahí adentro, como yo sé lo que hay dentro mío. Pero a pesar de ello, a pesar de conocernos como nadie más nos conoce, Jesús, voluntariamente ofreció su vida para rescatarnos. No crea que los clavos en las manos y en los pies, o los guardias romanos, fueron los que mantuvieron a Jesús en la cruz, no. Él sólo necesitaba decir una palabra, elevar una oración, e inmediatamente, en un abrir y cerrar de ojos se hubiera aparecido una legión de ángeles a rescatarlo. Pero no, Jesús no pronunció esas palabras. Él se quedó ahí, clavado a la cruz sufriendo y entregando su vida sin pecado y sin mancha por nosotros. Y antes de dar su último respiro, dijo: «Todo se ha cumplido».
¿Entiende usted lo que esto significa? Significa que el precio por nuestros pecados, tantos los públicos como los secretos, ha sido pagado. Usted y yo hemos sido perdonados. Con Jesús como nuestro Salvador, el Señor ya no nos dará el castigo que de otra forma mereceríamos. ¿Cómo podemos estar seguros que todo esto es verdad? Ésta es la mejor parte. Habiendo derrotado al pecado y al diablo, tres días después Jesús derrotó a la muerte con su resurrección.
Si usted está cargando con un pecado secreto y Jesús no es su Salvador, le invitamos a conocer más sobre él y sobre lo que él ha hecho por usted. Si podemos ayudarlo, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.