+1 800 972-5442 (en español)
+1 800 876-9880 (en inglés)
PARA EL CAMINO
Cuando nos encontramos al borde del abismo, pensamos que nada ni nadie en el mundo se interesa por nosotros. ¿A quién recurrimos?
Puedes contar con Jesús en todo momento: cuando crees que no te escucha, cuando te parece difícil comprender su Palabra, e incluso cuando crees que no lo necesitas.
Ese es el mensaje que nos trae el texto bíblico elegido para hoy. Allí vemos a una mujer que se encuentra al borde de la desesperación porque su hija, a quien tanto ama, está muy enferma. La Biblia dice que «su hija estaba poseída por un demonio». En nuestros días casi no utilizamos ese tipo de lenguaje, por lo que nos parece extraño escuchar algo así. Sin embargo, esa clase de problemas sigue estando bien vigente.
La maldad, el pecado y la culpa siguen existiendo en el mundo. Satanás es un enemigo real, y cuando uno se mete con él, sufre terribles consecuencias. La madre de nuestro texto las había visto con sus propios ojos. Por eso estaba buscando ayuda para su pequeña niña. Con toda seguridad ya había intentado de todo, pero no lo había logrado. Su amor incondicional de madre era tan inmenso como este mundo… pero, aún así, no era suficiente.
Sin embargo, todavía había esperanza pues Jesús estaba cerca. Ella había escuchado sobre sus milagros, su gracia y su compasión, y sabía que él era el «Hijo de David», aquél que traería misericordia y paz a este mundo. Por todo eso fue que, sin dudarlo, decidió ir a pedirle ayuda para su hija. Pero, cuando finalmente llegó hasta él, Jesús le respondió con silencio y los discípulos con reproches. ¿Qué hacer?
¿Recuerdas algún momento en tu vida en que te sentiste al borde del abismo y sin fuerzas para seguir adelante, o algún momento en que ni lo mejor de ti mismo fue suficiente para solucionar un problema? ¿Te sucedió alguna vez que un error que cometiste se hizo público, y hasta tus amigos se burlaron de ti y te dejaron solo? Cuando nos suceden cosas como estas, nos cuesta creer que Dios realmente se interese por nosotros. Entonces, ¿a quién recurrimos? Si seguimos el ejemplo de esta madre con su hija enferma, la respuesta es que, es especialmente en esos momentos, cuando más debemos acercarnos a Jesús. Veamos qué podemos aprender de su ejemplo.
En primer lugar, vemos que una de las fuerzas más poderosas en el mundo es el amor de la madre. El amor de una madre es muy especial: es un amor que puede, literalmente, cambiar las cosas para bien. El niño que es amado por su madre tiene la certeza de que hay al menos una persona en el mundo que nunca le abandonará, que le dará ánimo cuando esté decaído, y que sentirá orgullo por él cuando triunfe…
George Washington, el gran líder de la revolución americana y primer Presidente de los Estados Unidos de América, conocido por su valentía, su liderazgo, y su fe, en una oportunidad dijo: «Todo lo que soy se lo debo a mi madre».
Se dice que ‘Las madres escriben en los corazones de sus hijos lo que la mano cruel del mundo no puede borrar’. Se ha estimado que, para cuando un joven cumple dieciocho años de edad, la madre habrá invertido aproximadamente dieciocho mil horas en su crianza… y todo por amor. Eso es lo que hacen las madres.
Una maestra de segundo grado estaba enseñando algunos principios básicos de física a sus niños. En una de las lecciones tenía que explicar el principio de la atracción magnética. Para ello, utilizó un magneto (o imán), con el que levantó pequeños objetos de metal. Cuando llegó el día de la prueba, una de las preguntas decía: «Mi nombre empieza con ‘M’ y levanto cosas. ¿Qué soy?». Grande fue la sorpresa de la maestra, cuando más de la mitad de la clase respondió: «Mamá».
En el texto para hoy vemos claramente cuánto amaba esa mujer cananea a su hija… tanto, que estaba dispuesta a hacer lo que fuera para que su hija se sanara. La Biblia no nos dice exactamente qué cosas había hecho ni a qué lugares había ido en busca de ayuda y sanidad para su hija enferma, pero estoy seguro que ya había intentado todo lo que estaba a su alcance, sin dejarse intimidar por las críticas y reproches que seguramente le habían hecho.
La pregunta que surge, entonces, es si puede existir un amor más grande que ése. La respuesta es ‘sí’, y ese es el próximo punto de nuestro texto. Porque el amor de esa madre, aún siendo tan grande como era, no fue suficiente. Su hija estaba sufriendo y ella no podía hacer nada para cambiar esa situación. La sanidad de su hija estaba más allá de su poder, y escapaba a su control. Veamos qué podemos aprender de esta historia.
En primer lugar, de todo esto aprendemos que, para los problemas espirituales, físicos y emocionales de la vida, necesitamos algo mayor que el amor de una madre. La Biblia dice que vivimos en un mundo pecador. El pecado no es un hecho meramente ocasional, como algo que se dijo sin pensar, sino que es una condición de rebeldía y egocentrismo que nos lleva a la separación de Dios. Los dolores que sufrimos a causa de una enfermedad, la lucha por sobrevivir, y hasta la misma muerte, no son más que sombras del pecado. Creemos saber cómo amar, pero aún a nuestros propios familiares y seres queridos los tratamos muchas veces con desprecio, y muchas de nuestras relaciones son tan desechables como el mundo en el que vivimos. El pecado está presente en cada cosa que hacemos y en cada minuto de nuestra vida. Es por todo esto que hasta la persona más amorosa necesita del arrepentimiento y el perdón.
Una vez un joven enamorado va a un estudio fotográfico con la foto de su novia para que se la dupliquen. El dueño del estudio, al leer la inscripción al dorso de la foto, le pregunta: «¿Quieres una copia de esto también?», a lo que el joven le contesta que sí. «¿Estás seguro?», le vuelve a preguntar el empleado. Porque la inscripción decía: «Mi querido Carlos, te amo con todo mi corazón… te amo cada día más… siempre te amaré… «. Estaba firmado por Estela, y luego había una nota que decía: «Si algún día terminamos, quiero que me devuelvas esta foto…».
Es que ni siquiera en toda su plenitud o en su mayor expresión, el amor de nosotros, pecadores, es suficiente para soportar los daños del pecado, la muerte y las fuerzas del mal que existen en el mundo en que vivimos.
Antes que me acuses de dudar del poder del amor de una madre, déjame decir que no soy el único que dice eso. La mujer de nuestro texto también lo dijo, y a gritos para que todos lo pudieran escuchar. Primero dijo: «Hijo de David, ten compasión de mí». Pero cuando se acerca a Jesús, se arrodilla ante él y cambia su pedido de un momentáneo… «ten compasión de mí»… a algo más duradero: «Señor, ¡ayúdame!»
¿Qué aprendemos del ejemplo de esta mujer que sacrificó todo por su hija, que nunca se acostó a dormir o se levantó sin preocupaciones en su corazón y en su mente? Ella no necesitó ser convencida de que necesitaba algo más de lo que ella podía dar. Fijémonos que ella no necesitó que alguien le hablara acerca del pecado y el mal que existen en el mundo: ella sabía que necesitaba la atención y la compasión de Dios. Ella sabía que sólo el amor de Dios podía revertir la situación de su hija. Porque el amor de Dios es el único amor que puede sanar y perdonar, que puede alejar al demonio, que puede animarnos en los momentos difíciles, ¡y que hasta puede resucitar a los muertos!
La mujer de nuestro texto nos señala un recurso mayor que el amor humano: la infinita misericordia de Dios demostrada en la persona y obra de Jesucristo… el amor de Dios en acción por ella y por nosotros. Cuando esa mujer lloró ante Jesús, lo hizo porque sabía quién era él, y lo que podía hacer. Ella no estaba buscando una nueva filosofía de vida, o un nuevo gurú, o un vidente que la ayudara, o una solución temporal. Ella estaba buscando a Jesús, el Hijo de David, quien vino a salvar a los perdidos.
Vivimos en un mundo que todavía hoy necesita un Salvador. Y esa madre nos dirige a una fuente mucho más grande que todo amor humano. Ella nos dirige a la misericordia infinita de Dios demostrada en la persona y obra de Jesucristo, quien es el amor y la acción de Dios por ella y por nosotros.
El texto que se encuentra en el capítulo trece de la primera carta de San Pablo a los Corintios, donde habla sobre el carácter del amor es, para muchas personas, su pasaje bíblico favorito. Lo que muchos no saben, es que aquí Pablo no está hablando sobre el amor humano, sino sobre el amor de Dios por el mundo.
Los versículos cinco a ocho dicen: «El amor (de Dios) es paciente, es bondadoso. El amor (de Dios) no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor (de Dios) no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. (Su) amor jamás se extingue».
La mujer de nuestro texto sabía que el misericordioso amor de Dios estaba delante de ella.
Volvemos ahora al texto de nuestra meditación. En el capítulo 15 del Evangelio de Mateo, a partir del versículo 25, dice: «La mujer se acercó y, arrodillándose delante de él, le suplicó: ¡Señor, ayúdame! (Pero) Él le respondió: No está bien quitarles el pan a los hijos y echárselo a los perros. Sí, Señor (dijo ella); pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos. (Entonces Jesús respondió)¡Mujer, qué grande es tu fe!»
¿Qué podemos aprender de esto? Que el amor misericordioso de Dios en Jesús, está presente y a disposición de cada uno de nosotros aquí y ahora.
Pensemos un poco… Allí estaba esa mujer que para muchos venía del lado equivocado de la ciudad, para otros era del sexo equivocado, y para otros era de la raza equivocada y no formaba parte del pueblo elegido… Sin embargo, y a pesar de todas esas contras, esa mujer estaba convencida que Jesús la iba escuchar y contestar su súplica. Pero la primera reacción de Jesús no fue la que ella esperaba. Al contrario, él trato de alejarla. ¿Por qué haría algo así? Algunos dicen que lo hizo para «profundizar su fe y su confianza en él». A mí se me ocurre que fue para que los demás pudieran apreciar la profundidad de su fe. Vale notar que sólo dos veces Jesús alaba públicamente a alguien por su fe, y las dos veces se trata de personas no judías.
La fe de esta mujer cananea fue un brillante ejemplo para los presentes en ese momento y lo es para nosotros hoy día. En esencia, ella decía: «Sé que lo que tú hagas por mí, Jesús, será lo mejor, así que te confío mi vida, y la vida de mi hija». Esto contrasta en gran manera con los fariseos, los líderes religiosos con los que Jesús se reunió a comienzos de la semana, quienes trataban de socavar sus acciones en todo momento. Incluso contrasta con la actitud de los propios discípulos, que en ocasiones trataron de aprovechar las bendiciones de Jesús para sus propios fines y objetivos.
Tener fe es tener confianza plena en Jesucristo, sin importar cómo se ven las cosas en un determinado momento. Como decíamos al comienzo de este mensaje, nosotros podemos contar con él en todo momento.
La fe humilde de esta mujer cananea demostró su confianza en que Jesús haría lo mejor por ella, ¡fuera lo que fuera!
Hay quienes piensan que lo que hizo que Jesús actuara fue la fe de la mujer. Pero no es así. Ella sabía del tamaño de la misericordia de este Jesús que estaba parado frente a ella. Él era aquél a quien David había deseado ver. Él era aquél a quien Abraham, Isaac y Jacob esperaban. Él era el Señor, el Maestro… Aquél que trae la misericordia de Dios para ella y para todos…
Fue audaz en su respuesta… Ella dijo: «¡Tengo un maestro… que me trata con misericordia!» Jesús, si tú me dices que soy el perro de la casa, está bien; quiere decir que soy parte de tu casa. Tú eres mi Señor, estoy contigo, no estoy abandonada. Eso ya es suficiente.
Todos en el mundo tenemos un Maestro. Pero muchos buscan el amor, la paz, y la felicidad en otras personas o en otras cosas. Creen que pueden encontrarlos solos, pero no se dan cuenta que las migas de Jesús son mucho mejor que cualquier manjar o banquete que el mundo ofrece.
Señor, aún tus migajas son suficientes para mí.
Señor, con un simple toque de tu amor descansaré seguro.
Señor, con una sola palabra tuya estaré satisfecho.
¡Cómo me hubiera gustado ver el rostro de Jesús! Seguramente no podía esperar para bendecir la fe de esa mujer. ¡Cuánto gozo debía haber en su corazón! Es que Jesús quiere ayudarnos, perdonarnos, restaurarnos y, a través de nuestras vidas, quiere hacer saber al mundo que él no viene con una solución más entre tantas otras. No. Jesús viene con compasión en sus manos y vida eterna en sus alas para todos nosotros.
RESUMIENDO: Es difícil creer que pudiera existir un amor más grande que el de la mujer de nuestro texto, que pasó años dedicándose a las necesidades de su hija y agotó todos los recursos para tratar de hallar una cura para su enfermedad.
Sin embargo, la Biblia habla de un amor infinitamente más grande… un amor que no sólo ama a sus seres queridos, sino también a los pecadores y enemigos. Un amor que vive, muere y resucita, para que otros tengan vida y salvación. Es el amor de Dios en Jesucristo, el amor por excelencia hace que todos los demás amores sean posibles.
Su amor es un amor misericordioso que abandonó la comodidad del cielo por nosotros. Un amor perseverante que caminó por esta tierra para vivir nuestra vida y sufrir en nuestro lugar la pena por nuestros pecados. Un amor que soportó las burlas de sus enemigos y el rechazo de sus amigos para sufrir literalmente las penas del infierno en la cruz del calvario. Ahora, luego que el precio de la culpa de nuestros pecados fuera pagado, estamos nuevamente reconciliados con Dios, y podemos tener vida y salvación en él para siempre.
La cruz y la resurrección de Jesucristo son la respuesta final de Dios a las luchas que todos enfrentamos en esta vida.
En su libro Misericordia Indignante, William Farley escribió: «La cruz es nuestro maestro. La cruz es una ventana por la cual podemos aprender todo lo que necesitamos saber sobre Dios, la humanidad, la sabiduría, la adoración, el propósito del sufrimiento, el propósito de la vida, y muchas cosas más. Si no conoces nada más que la cruz, pero la conoces bien, ya sabes todo lo necesario para esta vida y la siguiente».
Gracias a la obra de Jesús en la cruz y su resurrección de los muertos por nosotros…
* Podemos contar con Jesús aún cuando él parezca estar en silencio.
* Podemos contar con él cuando el mundo se burla de nosotros.
* Podemos contar con él aún en los momentos en que nos parezca difícil comprender su palabra.
¿Cómo crees que se habrá sentido la niña del texto de hoy cuando supo todo lo que su madre hizo por ella? ¿Crees que el testimonio de su madre le habrá cambiado la vida? ¿Qué crees que habrán sentido ambas cuando escucharon que la vida, muerte y resurrección de Jesús eran también para ellas?
Por medio de estas palabras y el poder de su Espíritu, Jesucristo te está invitando hoy a que tengas la misma fe que esa mujer cananea. No importa de dónde eres o dónde has estado; él te está llamando. Pon tu fe en él y ven a su mesa para recibir lo mejor: su perdón, su vida y su salvación. Así vivirás con la fortaleza y la esperanza que solamente él nos puede dar.
El amor de los padres es importante, pero necesitamos más: la misericordia de Dios, su amor en acción por ti y por mí. Escúchalo claramente en las palabras de fe de la mujer cananea y su hija sanada.
En el nombre de Jesús, con fe y esperanza solamente en él. Amén.
Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.