PARA EL CAMINO

  • La importancia del nombre

  • junio 5, 2011
  • Rev. Dr. Gregory Seltz
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 17:10-11
    Juan 17, Sermons: 5

  • Por lo general llevamos nuestro nombre con orgullo. Pero, ¿qué sucede cuando nuestro nombre nos recuerda los sueños nunca realizados o, peor aún, los fracasos ante los desafíos de la vida?

  • ¿Por qué es tan importante un nombre? En las culturas antiguas nombrar a un niño era algo muy serio. Hasta había reglas que decían cómo se debía hacer para hacerlo correctamente. Hoy las cosas son un poco diferentes, ¿no es cierto? Aunque todavía hay personas que siguen tomando muy en serio el proceso de ‘nombrar’ a alguien, para la mayoría no es más que una oportunidad de ponerle a su hijo o hija el nombre de su actor de cine o cantante favorito, o el nombre más popular del momento que suena bien a los oídos.

    En tiempos de Jesús, en cambio, el nombrar a una persona era algo muy importante. Era algo vital para la persona, iba mucho más allá de que simplemente sonara bien al oído. En muchos casos el nombre hasta significaba más que cualquier título que la persona pudiera tener. Los nombres proveían identidad y ubicaban a la persona en una larga línea de nombres de familia. El nombre a menudo correspondía con el carácter de la persona, y a veces hasta definía su propósito en la vida. En algunas culturas esperaban para ponerles nombre a los niños hasta que ‘veían’ cómo actuaban o respondían a los desafíos de la vida. En resumen, los nombres eran, y son, muy importantes.

    Jerome Bettis fue la estrella del equipo de fútbol americano de Pittsburgh que, en el 2006 ganó el campeonato por primera vez desde los años 70. Jerome mide un metro ochenta de altura y pesa 114 kilos… 114 kilos de puro músculo. Lo llaman el ‘autobús’, porque es capaz de cargar a dos o tres defensores en su espalda y pasearlos alrededor de la cancha. Ese apodo también provee una descripción vívida de lo que les sucede a quienes tratan de taclearlo. Seguro que esos defensores se sienten como si les hubiera pasado un autobús por encima. Pero lo que más me impresionó de Jerome no fueron sus proezas atléticas, sino el aprecio que tiene por su nombre. En una entrevista que le hicieron, le preguntaron qué había sido lo más especial de esa victoria. Su respuesta se centró en su nombre de familia. Jerome habló acerca de cómo la victoria le permitió honrar el nombre de su padre. Habló de lo que su padre y su familia le habían dado. Dijo que su padre siempre le había dicho, tanto cuando era niño como cuando fue a la universidad, y cuando luego se convirtió en jugador profesional que, si bien no había podido darle muchas cosas materiales, sí le había dado un nombre bueno y honesto, un nombre del que podía estar orgulloso, un nombre con el cual siempre podría contar. Y la victoria de su equipo le dio una oportunidad para honrar el legado del nombre de su padre.

    Pero, ¿qué sucede cuando uno no cumple con las expectativas de su nombre? ¿Qué sucede cuando el nombre que uno lleva es más una carga que un honor? ¿Qué pasa cuando tu nombre te recuerda una y otra vez los sueños nunca realizados o, peor aún, los fracasos ante los desafíos de la vida? A todos ustedes que saben que, aún en el mejor de los casos, su nombre produce decepción, pecado, culpa, y problemas, les pido que escuchen lo que voy a decirles.

    En el texto para hoy se nos habla de otro nombre. También es un nombre conocido y bueno. Pero es más que un nombre bueno… es un nombre PERFECTO, un nombre SANTO: es el nombre de Dios, el nombre de Aquél que se hizo carne por todos nosotros. Este NOMBRE está por encima de todo otro nombre. Este NOMBRE está lleno de la vida, del perdón, de la paz, del poder, de la bendición, y de la protección eterna de Dios.

    Ese nombre de la gracia de Dios para un mundo pecador es Jesús. Él es quien salva, él es el ‘Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz» (Isaías 9:6). Él es el nombre dado de entre todos los pueblos del mundo para que tú y yo podamos ser salvos, para rescatarnos e invitarnos a ser parte de su familia… y todo eso gracias a su inmensa misericordia. Él es quien ora intercediendo por nosotros ante al Padre en el texto para hoy, y en su oración pide que el Padre nos ayude en nuestra fe. Jesús dice: «Padre santo, protégelos con el poder de tu nombre, el nombre que me diste, para que sean uno, lo mismo que nosotros».

    La importancia del nombre… en el nombre de Jesús se encuentra nada más y nada menos que la santidad y la salvación de Dios para ti y para mí. Lo que Jesús le pide a su Padre santo en oración, es que el nombre santo que él lleva nos bendiga a ti y a mí y a todos los que creen en él. En su nombre se encuentra la santidad misma de Dios para nosotros.

    Y eso es exactamente lo que necesitamos. Pero cuando hablamos de santidad, no estamos diciendo que debemos cubrirnos con una piedad hipócrita para mostrar que somos personas religiosas o espirituales. No. La santidad de la que hablamos es la esencia del carácter de Dios. Su esencia es una perfección absoluta que motiva y da forma a todo lo que él es y hace. Su misericordia es una misericordia divina. Su amor es un amor divino. Su juicio es un juicio divino. Necesitamos su santidad para poder vivir la vida real para la cual fuimos creados y redimidos.

    Lo que sucede es que la primera inclinación que tenemos como pecadores que somos, es de rechazar la oferta de Dios. Tratamos de crear nuestra propia ‘santidad’, de ser perfectos a nuestra manera, de crearnos un buen nombre o reputación. Pero tal ‘santidad’ no sólo es falsa, sino que además es una fachada que destruye nuestra relación con Dios y con los demás. Una vez Jesús contó una historia acerca de las personas que se creían justas y despreciaban a los demás (esta historia, conocida como la parábola del fariseo y del recaudador de impuestos, la puedes leer en el capítulo 18 del Evangelio de Lucas). La santidad falsa y la confianza en uno mismo a menudo son tan destructivas como el pecado descontrolado.

    Dios juzga la santidad falsa porque nos ama. Dios nos hace responsables de nuestro nombre y de la forma en que vivimos delante de él. En definitiva, delante de Dios somos rechazados por nuestro nombre. ¿Por qué? Porque todos somos descendientes del nombre de nuestros primeros padres Adán y Eva, por lo que su rebelión es nuestra rebelión; su falsa piedad es nuestra falsa piedad, y su tradición familiar es nuestra tradición familiar. Hagamos lo que hagamos, ¡no podemos escapar del poder de ese nombre! Cuánto poder hay en los nombres.

    En la ciudad de Fontana, en el estado de California, vivía un hombre llamado Richard Nixon. Tal nombre le ha causado un sinfín de problemas. Para quienes no lo saben, Richard Nixon fue el Presidente de los Estados Unidos que tuvo que renunciar a su cargo debido al escándalo de Watergate en los años ’70. Luego que esto sucediera, Nixon pasó el resto de su vida tratando de limpiar su reputación y su nombre.

    Pero el Richard Nixon de Fontana, California, no tenía nada que ver con todo eso. Él simplemente llevaba el mismo nombre que el ex Presidente. Pero eso no importaba, como tampoco importaba que su segundo nombre fuera diferente, ni que fuera demócrata y no republicano, ni que fuera mucho más joven. Las burlas abundaban. En el trabajo a menudo lo saludaban con un: ‘Buenos días, Señor Presidente, ¿cómo están las cosas hoy en la Casa Blanca?’.

    Una vez fue detenido por un policía por conducir a demasiada velocidad. Como no tenía consigo su licencia de conducir, le dijo su nombre al policía, a lo que éste le respondió: ‘No se haga el gracioso y salga del automóvil’. Sólo después de chequear la licencia el policía comprobó que Richard Nixon estaba diciendo la verdad.

    La importancia del nombre. En el mejor de los casos, los nombres no nos dan más que una breve notoriedad o un reconocimiento público pasajero. En el peor de los casos, nos causan problemas incluso de este lado del cielo. Pero, sea para bien o para mal, no existe ningún nombre humano que pueda siquiera compararse con el nombre santo de Dios. Es por ello que la oración de Jesús por nosotros es tan importante. Porque sólo Dios puede darnos el nombre que nos salvará de nuestros pecados, el nombre que nos va a salvar a ti y a mí del legado pecaminoso que envuelve a cada ser humano sobre la tierra.

    ¡El nombre de Dios es santo, y es santo también para nosotros en Jesús! La Biblia dice cosas increíbles acerca del nombre de Jesús. ‘Donde dos o tres están reunidos en su nombre, allí está él bendiciéndoles.’ Su nombre literalmente significa ‘Jehová salva’. Él es la salvación de Dios en acción por nosotros… porque aquél llamado ‘Jesús’, literalmente tomó nuestro lugar delante del trono del juicio de Dios pagando la pena por el legado que heredamos de nuestros primeros padres, y asumiendo la responsabilidad por nuestros pecados. Como dice la Biblia en el capítulo cuatro versículo doce del libro de los Hechos de los Apóstoles: «… En ningún otro hay salvación, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos».

    La buena noticia en este texto es que el nombre de Jesús nos trae el cumplimiento de la promesa eterna de Dios de bendición y salvación para todos. El Dios verdadero de la Biblia ha puesto a disposición su nombre salvífico desde el principio. En el jardín del Edén, luego que Adán y Eva cayeran en tentación, y aún en medio de su rebelión y desobediencia, Dios dio la promesa de salvación para toda la humanidad. Esa promesa fue sinónimo de su nombre. Ese nombre haría un ‘nombre’ de una persona llamada Abraham, quien llevaría el nombre y las promesas de Dios a todo el mundo, para que todo el mundo fuera bendecido por él. Cuando Moisés confrontó al Faraón, el dios de Egipto, no lo hizo solamente para liberar a los israelitas, sino para proclamar el nombre de Jehová, el nombre propio de Dios, el nombre redentor y liberador del mundo. Más importante todavía, el nombre de Dios fue dado como una provisión de bendición para todos los que habrían de confiar la salvación de sus vidas en ese nombre.

    La pregunta que queda por hacernos hoy, es: ¿qué vamos a hacer con ese nombre? ¿Qué vamos a hacer con ese nombre que es parte de la historia de la humanidad como ningún otro, que está lleno de perdón y de vida, que nos ofrece lo mejor de Dios para nosotros? En un mundo en que los ‘robos de identidad’ son cada vez más frecuentes, cuán importante es saber que Dios nos regala su identidad. En un mundo que deshumaniza a las personas y las transforma en simples números, expedientes, o casos, cuánto consuelo trae saber que Dios nos cubre con su nombre. Confía en su nombre, y recibe por fe la santidad, vida y salvación que ese nombre regala.

    En él no sólo hay salvación para la vida después de la muerte, sino también poder y protección para la vida aquí en la tierra. Poco antes de elevar esa oración a su Padre por nosotros, Jesús les había explicado a sus discípulos que en el mundo iban a tener problemas pero que, aún así, no debían tener miedo porque él había vencido al mundo. El nombre de Dios no sólo nos provee lo que necesitamos para nuestra vida espiritual, sino que también trae consigo la promesa del cuidado y la protección constante de Dios. El Salmo 121 dice: «No permitirá que tu pie resbale; jamás duerme el que te cuida… El Señor es quien te cuida, el Señor es tu sombra protectora… El Señor te protegerá; de todo mal él protegerá tu vida».

    Los primeros indios americanos tenían un sistema muy interesante para entrenar a los jóvenes a no tener miedo. La noche en que un joven cumplía trece años de edad, luego de haber adquirido ya los conocimientos necesarios para explorar, cazar y pescar, se le daba la última prueba: se lo dejaba en medio de un bosque bien denso donde debía pasar solo toda la noche. Hasta ese momento, ese joven nunca había estado separado de la seguridad de su familia y su tribu. Pero esa noche le tapaban los ojos y lo llevaban a varios kilómetros de distancia de todo lo que conocía. Cuando finalmente podía destaparse los ojos, se daba cuenta que estaba en medio de un bosque totalmente desconocido, y lo invadía el terror. Cada vez que crujía una rama, imaginaba que había una bestia salvaje pronta para devorarlo. Luego de lo que para él había sido una eternidad, comenzaban a aparecer los primeros rayos de sol. Al mirar a su alrededor, el joven descubría que estaba rodeado de flores, árboles, y un camino. Y luego, para su gran asombro, a tan sólo unos pocos pasos de donde él estaba, descubría la figura de un hombre armado con un arco y una flecha… no era nada más ni nada menos que su padre, que había estado allí toda la noche haciendo guardia, cuidando y protegiendo a su hijo.

    El padre haciendo guardia… así es como nuestro Padre celestial nos protege a nosotros. Sólo que su protección es mucho mayor. El nombre de Dios nos guarda y protege aún cuando la batalla supera nuestras fuerzas. La Biblia nos recuerda en la carta de San Pablo a los Efesios capítulo 6 versículo 12, que las batallas que libramos son «contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales». Y San Pedro nos dice que nuestro enemigo el diablo «ronda como león rugiente, buscando a quién devorar» (1 Pedro 5:8). Pero la Biblia también nos dice que, a través de su Hijo Jesús, Dios nos ha dado su nombre para que podamos vivir por fe sin temor. Él es nuestro castillo fuerte. Él es quien dice: «Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20). Cuando el Dios del cielo y de la tierra, el Dios de la cruz y la resurrección está con nosotros, tenemos protección real en el nombre de Jesús.

    Volviendo a la oración de Jesús en el texto para hoy, Jesús dice: «Padre santo, protégelos con el poder de tu nombre, el nombre que me diste, para que sean uno, lo mismo que nosotros». En el nombre de Jesús el creyente recibe santidad y salvación, protección y poder, unidad y paz. ¿No es increíble? En el mundo quebrantado en que vivimos, todo eso es más necesario que nunca. Cuando pensamos en el poder necesario para mantener o extender la unidad verdadera y real, la pregunta que surge es, ¿qué puede unir y mantener juntos a los pecadores?

    La historia es un testigo implacable de las discordias, rebeliones y peleas entre las personas. Las guerras y la violencia acosan tanto a nuestro mundo hoy, como lo hicieron en el pasado. ¿Cómo lograr vencer tanto odio? No va a ser ni con negociaciones políticas ni con despliegues militares. Sólo el nombre y la obra de Jesús pueden dar a los pecadores la oportunidad de ser redimidos y de vivir nuevamente en armonía. Sólo la justicia de Cristo, que nos llama al arrepentimiento, sólo la misericordia de Jesús, que nos regala todo con una gracia que no merecemos, sólo la obra de Jesucristo, pueden hacer que quienes eran enemigos vuelvan a ser hermanos. La oración de Jesús es bien explícita. Su nombre, el nombre de Dios, y la palabra que fluye de ese nombre en acción, es lo único que nos puede unir.

    Resumiendo

    ¿Cuán importante es un nombre? No demasiado para nuestro mundo actual. A menudo valoramos muy poco los nombres, aún cuando nos digan mucho. Te invito a que, a partir de ahora, tú seas diferente. Te invito a que valores a Jesús como el Señor y Salvador de tu vida. Escúchale orar por ti ante el Padre. Él te valora mucho y quiere que tu nombre sea de bendición para muchos más. Porque en su nombre hay…

    * Santidad y salvación

    * Poder y protección

    Unidad y paz

    ¡Déjate cubrir por su nombre y confía en él! Vive cada día con el poder, la protección, la salvación, la alegría y la paz de su nombre. Amén.

    Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.