PARA EL CAMINO

  • Es el Espíritu

  • junio 12, 2011
  • Rev. Dr. Gregory Seltz
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 7:37-39
    Juan 7, Sermons: 3

  • En ese primer día de Pentecostés, el apóstol Pedro se paró frente a las multitudes, y les dijo: «¡Arrepiéntanse, bautícense en el nombre de Jesús, y reciban su Espíritu!»

  • Palabras poderosas para un día poderoso: Pentecostés. Para los que creemos en Jesús como nuestro Salvador, hoy es un día como ningún otro. Pentecostés es el día en que el Espíritu Santo fue derramado sobre los apóstoles para que, a través de su poder, las personas llegaran a creer en Jesús. En el capítulo dieciséis, versículo catorce del Evangelio de Juan, Jesús dijo: «Él (o sea, el Espíritu Santo) me glorificará porque tomará de lo mío y se lo dará a conocer a ustedes». Hoy conmemoramos, entonces, el día en que Jesucristo derramó su Espíritu Santo sobre su Iglesia para que ella pueda, así, cumplir con su ministerio de llevar sus Buenas Nuevas al mundo.

    ¡Qué alegría es estar llenos del Espíritu de Dios! Quien no cree en Jesús se pierde el gozo de estar conectado a él en fe a través del poder del Espíritu. Cuando recibimos al Espíritu Santo, recibimos fe y esperanza en Jesús. El Espíritu Santo nos da fuerza para superar las dudas, nos ayuda a fortalecer las relaciones con las personas que nos rodean, y nos enseña a dirigirnos a Dios en oración. Cuando tú comprendes que necesitas a Jesús, cuando te das cuenta que Jesús es la provisión de la gracia de Dios para tu vida de fe, es porque el Espíritu Santo te está llamando y Jesús te está ofreciendo su agua viva… bébela toda. Tener fe en Jesús a través del Espíritu es refrescarse con sus palabras: «El que beba del agua que yo le daré, no volverá a tener sed jamás».

    ¿Recuerdas la película ‘Moby Dick’? Se trata del capitán Ahab y su búsqueda incansable de la gran ballena blanca Moby Dick. Dicha búsqueda tiene un final dramático cuando la ballena ataca y destruye el barco del capitán Ahab, y éste muere ahogado. Lo que quizás no sepas es que, la novela en la cual se basó la película, fue inspirada en un acontecimiento real sucedido en el año 1820, en el que el barco ballenero «Essex» terminó hundido. Al igual que el barco en la película «Moby Dick», el Essex fue destruido por una ballena. Antes de hundirse, el capitán y su tripulación lograron abandonar el barco en botes a remo, en los que los sobrevivientes navegaron más de cuatro mil kilómetros durante noventa y tres días, hasta que fueron rescatados en las costas de Sudamérica.

    Es difícil para nosotros hoy imaginar las peripecias, tormentos, y extremas agonías que esos hombres deben haber sufrido al estar constantemente expuestos a los brutales rayos del sol, al viento, al frío, a las tormentas en altamar, y teniendo muy poco para comer y beber. Owen Chase, un oficial, escribió lo siguiente acerca de esas agonías en su diario: «La falta de agua está entre las más terribles miserias de la vida… La violencia de la delirante sed no tiene igual en el catálogo de las calamidades humanas». A los veintitrés días de haberse hundido la nave, Chase escribió: «Nuestra sed ha llegado a ser más intolerable que nuestra hambre; el cuarto de litro de agua que se nos permite beber por día es apenas suficiente para mantener la boca húmeda… Nuestro sufrimiento en estos días casi supera todo sufrimiento humano» (Extraído del libro «In the Heart of the Sea», p. 116).

    En otro libro escrito sobre ese desastre, su autor, Nathaniel Philbrick, escribió: «Los sobrevivientes del Essex habían entrado en la fase de sed conocida como ‘boca de algodón’, en que la saliva se vuelve espesa, no se siente sabor, la lengua se adhiere a los dientes irritándose, y lo mismo le sucede al paladar. Hasta el simple acto de hablar se hace difícil. Los enfermos se quejan constantemente de la sed que tienen, hasta que sus voces se vuelven roncas y no pueden hablar más… Comienzan a tener fuertes dolores en la cabeza y el cuello… Los oídos les zumban, y algunos hasta sufren alucinaciones… Y todavía falta la fase del ‘sudor de sangre’, que incluye una momificación progresiva del cuerpo aún en vida. La lengua se hincha tanto, que aprieta las mandíbulas. Los párpados se agrietan, y de los ojos comienzan a brotar lágrimas de sangre. La garganta se hincha al punto que se hace difícil respirar, por lo que se tiene la aterradora sensación de ahogo» (Extraído del libro «In the midst of one’s thirst», p. 126-127).

    Pregunto: ¿En qué estado espiritual te encuentras en estos momentos? ¿Sientes como si tuvieras la «boca de algodón»? ¿Estás espiritualmente seco o sediento por una relación con el Dios que te creó y te redimió, pero no sabes cómo hacer para que eso suceda? ¿Has destruido una relación con alguien que quieres y no sabes cómo repararla? ¿Has perdido a alguien muy querido, o has perdido tu razón de vivir y no tienes fuerzas o no sabes cómo hacer para enfrentar el mañana? ¿Estás vagando sin rumbo por la vida, probando todo lo que el mundo ofrece, pero sin lograr saciar tu sed?

    Si has respondido que ‘sí’ a alguna de estas preguntas, escucha la invitación que Jesús te hace a que confíes en él; escucha sus palabras de gracia para ti: «¡Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba! De aquel que cree en mí, como dice la Escritura, brotarán ríos de agua viva». Con esto se refería al Espíritu, porque una de las cosas más básicas que el Espíritu Santo hace es hacer que te des cuenta que necesitas a Jesús… antes que sea demasiado tarde.

    Jesús habla del Espíritu en Juan 16. Allí dice: «Y cuando él venga, convencerá al mundo de su error en cuanto al pecado, a la justicia y al juicio; en cuanto al pecado, porque no creen en mí; en cuanto a la justicia, porque voy al Padre y ustedes ya no podrán verme; y en cuanto al juicio, porque el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado». Así que, cuando te sientas sediento de Dios y empieces a darte cuenta que no puedes aplacar esa sed, recuerda: es el Espíritu que te llama a Jesús.

    Desafortunadamente, muchos de nosotros buscamos otras maneras de «aplacar» esa sed, no permitiendo, así, que ella logre el objetivo que tiene. Quizás hayas visto un comercial de televisión que dice: «¡Obedece a tu sed!». Después de mostrar una gran variedad de hazañas atléticas, el comercial muestra músculos bronceados con gotas de sudor, y luego hace la propaganda de una bebida gaseosa que no tiene ningún valor alimenticio para nuestras células, excepto para las células grasas, y por último lanza el imperativo: «¡Obedece a tu sed!». ¡Ese comercial de televisión está equivocado! ¿Obedece a tu sed? ¡NO! ¡Cree en lo que realmente quita la sed! Lo que sucede es que, así como bebemos bebidas que no nos hacen bien al cuerpo, también bebemos bebidas que no nos hacen bien al espíritu.

    Jesús sabe de tu sed; él sabe que tu sed es la enfermedad física y espiritual de la condición humana pecadora. Lo que nos ocupa hoy no es discutir si tienes sed o si obedeces a tu sed. La pregunta para hoy, día de Pentecostés, es qué es lo que en realidad sacia tu sed, y no estoy hablando de la sed de tu cuerpo, ¡sino de la de tu alma!

    Durante uno de los días más importantes de las fiestas religiosas de un israelita, el día de la fiesta de los tabernáculos, Jesús se puso de pié y dijo: «‘¡Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba! De aquel que cree en mí, como dice la Escritura, brotarán ríos de agua viva». Pero, ¿a qué clase de agua se estaba refiriendo? Jesús nos está desafiando a todos, por el poder de su Espíritu, a verlo como la provisión de Dios para nuestra sed espiritual.

    Cuando se trata de encontrar respuesta a las preguntas fundamentales de la vida: quién soy, para qué estoy aquí, qué sentido tiene mi vida, qué sucederá conmigo cuando me muera, etc., hay muchas personas que tratan de aplacar su sed consumiendo bebidas con «calorías vacías» como la del comercial. Por ejemplo, se refugian en sus trabajos, en sus carreras, en alcanzar cierta posición social, en tener una familia que los haga sentirse orgullosos, en mantener un buen estado físico… todo eso en vez de buscar y recibir el agua viva que Jesús ofrece.

    Así que, cuando te des cuenta que todas esas cosas son temporales y no satisfacen tu alma, cuando te des cuenta que tu vida está en desorden por causa del pecado, y que tu alma está reseca y necesita agua viva… cuando te des cuenta que todo eso que «aplaca la sed» no son más que ‘calorías vacías’ que en realidad sólo sirven para drenar tu cuerpo de energía en lugar de renovarla, y cuando la Palabra de Dios llegue a ti, verás que, en realidad, tienes sed de Jesús. Y eso… ¡eso es el Espíritu!

    «Jesús… alzó la voz y dijo: ‘¡Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba! De aquel que cree en mí, como dice la Escritura, brotarán ríos de agua viva’. Esto dijo sobre el Espíritu.»
    Pentecostés es uno de esos días en los que juntos aprendemos algo…. ¡Nuestros cuerpos y almas necesitan el agua viva de Cristo para ser renovados y así recibir y vivir la vida que él tiene preparada para nosotros! En ese primer día de Pentecostés, el apóstol Pedro se paró frente a las multitudes que habían llegado de todas partes y los declaró culpables de su sed, desafiándolos a que vieran que también eran culpables ante Dios, pues habían rechazado a Jesús, que era «la provisión de agua viva de Dios». Entonces, el Espíritu Santo movió a las multitudes a confesar: «¿Qué debemos hacer?»

    ¿Cuál fue la respuesta de Pedro? Él no trató de dar un alivio temporario a sus almas resecas… no les dio de beber la bebida moralista religiosa diciéndoles que se esforzaran por hacer mejor las cosas … no les ofreció un elixir espiritual de auto ayuda que podría poner un buen sabor en el momento pero que al final los dejaría deshidratados… No, todas esas cosas no hubieran sido más que calorías vacías ante Dios. Lo que Pedro hizo fue, por el poder del Espíritu Santo, derramarles agua viva, diciéndoles: «¡Arrepiéntanse, bautícense en el nombre de Jesús, y reciban su Espíritu!»

    Esas mismas palabras son dichas a cada uno de nosotros, a ti y a mí. Así que, cuando te des cuenta que las cosas de Jesús son las cosas que Dios ha dispuesto para satisfacer la sed de tu alma, no las rechaces… ¡es el Espíritu!

    Cualquier médico te dirá que todo cuerpo humano necesita agua. Ellos conocen bien las necesidades fisiológicas de las células y los órganos. El cuerpo humano necesita casi tres litros de agua por día para funcionar bien. El agua ayuda a la buena digestión, ayuda a la sangre a transportar oxígeno y nutrientes a las células, es refrigerante y lubricante. Nadie puede vivir mucho tiempo sin ella.

    Así como el médico sabe que tu cuerpo necesita agua, el Espíritu Santo sabe que para vivir necesitamos a Jesús. Para vivir eternamente con Dios necesitamos su perdón misericordioso. Para vivir en este mundo con nuestro prójimo necesitamos el amor desinteresado y sacrificial de Dios. Para vencer la tentación y las pruebas necesitamos la misericordiosa protección y poder de Dios. Cada célula de nuestro ser necesita de Dios para vivir, pues él fue quien nos creó y redimió.

    El Espíritu Santo es quien nos da las cosas de Jesucristo, es decir, el agua, el pan y el vino, para que podamos ser saciados con el agua viva que no sólo saciará nuestra sed espiritual, sino que también nos convertirá en fuentes de agua viva para otros. Tu cuerpo necesita el refrigerio que sólo el agua pura puede dar. Pero tu alma necesita agua viva, el agua que solamente puede ser provista por el poder de su Espíritu. No somos máquinas que necesitan lubricantes, no somos robots que debemos ser programados para funcionar… somos criaturas vivientes y redimidas del Dios todopoderoso, cuya vida depende de estar conectados con su perdón y su amorosa presencia…. ¡No sólo de pan y agua vive el hombre! Así que, cuando Dios te provea con las cosas temporales y eternas de Jesús, cuando veas que solamente Jesús puede saciar tu sed… ¡es por el Espíritu!

    El Espíritu está obrando en ti hoy. Él no se conforma con hacerte sentir sed espiritual y que veas a Jesús como a quien sacia esa sed. El Espíritu está obrando en ti para desafiarte a que bebas profundamente de las cosas de Jesús.

    Al comienzo de su ministerio, cuando se encontró con la mujer cananea en el pozo de Jacob, Jesús dijo: «El que beba del agua que yo le daré, no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él ese agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna».

    Así es que…

    * En Jesús, y por el poder de su Espíritu, tenemos las promesas de Dios que nos proveen de protección y fortaleza en el mundo en que vivimos: promesas sobre la gracia de Dios y su eterno cuidado, promesas de amparo para nuestra vida de fe en servicio a los demás.

    * En Jesús, y por el poder de su Espíritu, Cristo viene a lavarnos a través de las palabras del Bautismo… palabras que rocían las promesas de Dios sobre nosotros, declarándonos suyos en su nombre.

    * En Jesús, y por el poder de su Espíritu, él literalmente pone en nuestras manos una «Biblia», que es la Palabra que sacia la sed de nuestro espíritu y que apaga el fuego de la culpa en nuestras vidas alimentando, a la vez, la llama de la fe.

    Cuando sientas sed por Jesús y su gracia, y te des cuenta que sólo sus promesas, su presencia y su misericordia pueden saciar esa sed; cuando te des cuenta que su agua de vida no sólo estaba destinada a ti, sino que fue destinada a fluir hacia cualquiera que necesite de ella… ¡es el Espíritu!

    Así que hoy, en este domingo de Pentecostés, el día en que la iglesia cristiana fue investida de poder para llevar a Jesucristo por todo el mundo, bebe hasta saciarte de las buenas nuevas del perdón; bebe hasta saciarte de la vida que nace de las palabras de Cristo y sus promesas. Bebe profundamente del amor de Dios, que hace que las relaciones entre los «pecadores» sean posibles. Bebe de la misión y visión que Cristo tiene para ti en su iglesia… un lugar de paz y perdón, de comunión de hijos pródigos, de personas que han sufrido en el frente de batalla de la vida y que finalmente se vuelven a Dios buscando respuestas. Bebe profundamente.

    RESUMIENDO. Es increíble cómo en estos tiempos, con todo lo que sabemos sobre las necesidades de nuestro cuerpo, inventamos tantos productos que hacen de todo, menos dar a las células de nuestro cuerpo lo que necesitan para funcionar lo más eficientemente posible y para vivir la vida con la energía con que Dios nos creó. ¿Por qué bebemos de todo, menos de lo que realmente necesitamos?

    Una tarde soleada había salido a correr, como era mi costumbre, cuando comencé a sentirme mal. En lo que iba del día ya había bebido cuatro o cinco tazas de café y una o dos gaseosas dietéticas. Cuando le comentaba a un amigo que me sentía apático y cansado, lo primero que me dijo fue: «Greg, ¿te hidrataste antes de salir a correr?» «¿Qué? ¿Hidratarme? ¿De qué estás hablando?», le pregunté. «A lo que me refiero es a si antes de salir a correr bebiste suficiente agua». Lo cierto es que, si bien yo había ingerido líquidos, ninguno de ellos era lo que mi cuerpo necesitaba para funcionar bien, y por eso me había sentido mal.

    Hoy el Espíritu Santo te invita a responder una pregunta muy importante: ¿Estás dispuesto a calmar la sed de tu espíritu con el agua viva de Jesucristo? Jesús te llama a que vayas a él, el agua de vida eterna, para calmar tu sed. Él te invita a beber todo lo que quieras, porque su fuente de agua viva es inagotable…

    No te dejes guiar por lo que hace el mundo, sino cree en el único que puede saciar tu sed de verdad. Y si te das cuenta que tu sed espiritual es aplacada por las buenas nuevas de Jesús, agradécele a Dios, pues… ¡es el Espíritu!

    Feliz día de Pentecostés… Amén.

    Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.