PARA EL CAMINO

  • El mayor

  • septiembre 4, 2011
  • Rev. Dr. Gregory Seltz
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Mateo 18:1-4
    Mateo 18, Sermons: 3

  • ¿Quién tiene control sobre tu vida? ¿Crees tener el derecho de hacer lo que tienes ganas, e incluso de decirle a los demás lo que deben hacer? Los discípulos de Jesús tenían las mismas preguntas, por lo que se acercaron a su Maestro, y le preguntaron: «¿Quién es el mayor?».

  • El gran boxeador Mohammed Alí, más conocido como Cassius Clay, una vez dijo: «Floto como una mariposa, y pico como una abeja». Para muchas personas, Cassius Clay fue el mejor boxeador de peso pesado de la historia. Para otras fue una figura política controversial, un ‘pararrayos’ en medio de la política de Vietnam y del movimiento de los derechos civiles. Pero hoy no voy a hablar de su postura política o de su religión, ni tampoco voy a dar mi opinión sobre quién haya sido el mejor boxeador. No, hoy voy a hablar sobre su fanfarronería.

    Antes de su pelea con el inglés Henry Cooper, Alí dijo: «No sólo soy el mejor, sino que soy el mejor de los mejores. Soy el boxeador más audaz, más buen mozo, y más habilidoso que existe hoy en un ring». Y, a pesar de tanta fanfarronería, las multitudes lo aclamaban.

    ¿Qué es lo que nos atrae de los héroes que se alardean? ¿Por qué será que los consideramos tan grandes, cuando es tan evidente que sus pies están hechos de barro? ¿Por qué son tan populares las revistas que sólo se ocupan de ver quién es el mejor o el más poderoso, o quién tiene más dinero o más belleza, cuando todas esas cosas no son más que pasajeras?

    A veces esa fanfarronería nos atrae porque creemos que, si logramos copiar o reproducir algunas de las cosas que esas personas aparentemente exitosas hacen, quizás nosotros también logremos alcanzar cierto éxito. Y el éxito viene acompañado de poder, prestigio, estatus… y control. ¿Y acaso no es eso, en definitiva, lo que queremos lograr?

    Eso es también lo que los discípulos de Jesús querían obtener de él ese día. Después de todo, eran amigos del gran maestro. Ellos habían presenciado sus milagros: lo habían visto sanar enfermos y alimentar multitudes, y habían experimentado su brillo divino en el Monte de la Transfiguración. Pedro había caminado sobre el agua, y hasta demonios habían sido espantados en su presencia. Este Jesús era alguien muy especial, y ellos eran sus amigos más íntimos. Seguramente tenían que tener prioridad en su nuevo reino. Pero, ¿qué significaba eso en realidad?, se preguntaban, y querían saber.

    Con todo eso dándoles vuelta en la cabeza, es que le preguntan a Jesús: «¿Quién es el mayor?» Pero, ¿por qué? ¿Será que realmente quieren saber si Jesús está orgulloso de ellos? ¿Será que realmente quieren saber si el liderazgo y servicio que han realizado hasta ese momento ha estado a la altura de las expectativas de Jesús? No lo creo. No creo que estuvieran preocupados por su desempeño, por su santidad, o por su fidelidad a Dios.

    Más bien creo que lo que les motivó a hacer esa pregunta es lo mismo que nos motiva a nosotros: querían saber cuál de ellos era el mejor, e íntimamente cada uno esperaba que Jesús lo eligiera a él para poder tener, de una vez por todas, el estatus y la influencia que creía merecer. Santiago y Juan querían ocupar puestos de poder en el reino de Jesús. Pedro habla de parte del grupo como si ya estuviera a cargo (anteriormente hasta había desafiado la supremacía del reino, reprendiendo a Jesús cuando este habló sobre el sufrimiento y las cruces de su reino).

    La pregunta que tanto ellos como nosotros a menudo hacemos, es: ‘¿Quién está a cargo, quién tiene el poder para hacer lo que quiere?’ Es claro que no la hicieron tan abiertamente, sino que dijeron: ‘¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?’ Y Jesús les respondió: ‘De cierto les digo que, si ustedes no cambian y se vuelven como niños, no entrarán en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humilla como este niño, es el mayor en el reino de los cielos’.

    Jesús es muy claro: el mayor no es aquél cuyo objetivo en la vida es ser más que los demás. Ahora, no quiero que me mal interpreten. Dios sí quiere que nos esforcemos por ser lo mejor que podemos ser de acuerdo a las capacidades y dones que él nos ha dado. Pero lo que los discípulos estaban hablando era acerca de quién tenía el control completo, quién tenía el derecho de decirles a todos los demás lo que tenían que hacer. Eso es lo que ellos querían saber. Imagínense la osadía que hay que tener para hacerle una pregunta así ¡al Hijo de Dios!

    El problema con tener tal osadía, es que afirma, y confirma, nuestra independencia completa y total de Dios. El primer pecado cometido por la humanidad en el jardín del Edén fue cuando Adán y Eva dijeron: ‘Querido Padre, nos vamos a arreglar solos’. La rebelión de la humanidad, la condición pecadora en la que nos encontramos hoy, no se traduce sólo en el hecho de que cometemos pecados, sino también en que queremos hacer todo a nuestra manera, sin tomar en cuenta a Aquél en quien vivimos, nos movemos, y somos.

    Ser el ‘mayor’ en estos términos, es afirmar tontamente que nos podemos defender solos, que las cosas que logramos con nuestros propios medios son suficientes, que no necesitamos depender de nadie más que de nosotros mismos, porque tenemos todo bajo control. Si tú piensas así, tarde o temprano vas a descubrir cuán frágil es el control que tienes de tu vida, pues el orgullo y la auto-confianza preceden a la caída. Semejante orgullo puede llegar a matarnos.

    La historia de la humanidad está llena de auto-destrucción, pero aún así parece que nunca aprendemos. Corría el año 1923. Durante un ejercicio de entrenamiento, un destructor de bandera estadounidense, bajo el mando del Capitán Hunter, un experimentado oficial e instructor de la Academia Naval, guiaba una flotilla de siete naves por la costa de California. A mitad de camino, y sin previo aviso, de pronto descendió sobre los buques una densa cortina de niebla que no permitía ver la costa. En medio de la niebla (que Hunter dijo parecía como sopa de arvejas), Hunter no podía hacer una evaluación precisa de su ubicación por lo que, sin saberlo, la nave guía iba derecho hacia la costa. Hunter era conocido por ser una persona decidida, y por la infalibilidad casi mágica con que dirigía su barco.

    Viajando a 20 nudos por hora, de pronto su nave chocó contra las rocas de la costa. La fuerza del choque fue tal, que partió su casco por la mitad. Una a una, las otras naves siguieron el mismo camino, y también se chocaron contra las rocas. Veintidós marinos murieron, y las siete naves se perdieron. Todavía hoy sigue siendo uno de los peores desastres navales en tiempo de paz de la historia.

    Este no es más que un ejemplo de seres humanos que no reconocen sus limitaciones y su dependencia, ni siquiera para hacer las cosas mejor. El exceso de osadía y auto-confianza, sumado a la falibilidad, nos está diciendo que las preguntas de la vida necesitan respuestas más grandes que las que nosotros podemos proveer. Nuestra grandeza no va a ser suficiente ni siquiera para algunas de las cosas que podemos controlar. Pero tal osadía es mortal cuando abarca también nuestra vida espiritual. Nuestro egoísmo y egocentrismo nos desconectan literalmente de Aquél que nos creó y redimió para vivir una vida abundante en su Nombre.

    Va a llegar el día en que todos nosotros, por más poderosos que seamos o nos sintamos hoy, vamos a volver a ser vulnerables y dependientes. Cassius Clay ya no puede «flotar como una mariposa y picar como una abeja», Frank Sinatra ya no puede hacer las cosas «a su manera», y el famoso General McArthur ya «no va a regresar de la guerra».

    Jesús dijo: ‘De cierto les digo que, si ustedes no cambian y se vuelven como niños, no entrarán en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humilla como este niño, es el mayor en el reino de los cielos’.

    Entonces, ¿quién es el mayor en el reino de los cielos? Aquél cuya vida depende totalmente de Dios; aquél para quien Dios es su fuente de vida y fortaleza. Para explicar su respuesta, Jesús llama a un niño, y lo pone como ejemplo de grandeza. Pero Jesús NO dice: ‘sean como este niño’, como si el niño fuera perfecto y santo. Estoy seguro que los niños en la época de Jesús eran muy parecidos a los niños de hoy día: seguramente tenían las mismas osadías que tienen hoy.

    Hace poco tuve que pasar unas cuantas horas en un aeropuerto esperando para hacer una conexión. Así es que pude observar a varios niños jugando cerca de la puerta de embarque. No sé a qué jugaban, pero una y otra vez los escuchaba decir: «Juan, mírame; mami, mírame; papi, mira lo que estoy haciendo; ¿me viste, viste lo que hice?» Y así estuvieron por lo menos una hora. Las mismas preguntas: «¿Soy el mejor? ¿Soy mejor que tú? ¿Vamos a jugar el juego que yo quiero con las reglas que yo pongo?» Ya desde niños hacemos esas preguntas, ¿no es cierto?

    Entonces, Jesús NO pone al niño como ejemplo de comportamiento, sino para mostrarles a los discípulos que la única grandeza válida, es la que viene de Dios. Sólo somos grandes cuando confiamos y dependemos de Dios para todas las cosas… así como los niños confían y dependen de sus padres para todas las cosas. Jesús es muy claro: debemos ser como el niño que pone toda su confianza en él, y no como el adulto que sólo confía en sí mismo, porque el niño confía en aquél que le ama con amor eterno, y que le provee todo lo que necesita para la vida. Desde que nacen, los niños dependen de sus padres para ser alimentados y protegidos. En la medida en que ven actuar e imitan a sus padres, van creciendo en sabiduría y su confianza va creciendo como para enfrentar cada vez desafíos mayores, pero siempre bajo el ojo vigilante y el consejo y aliento de sus padres.

    Esa es una razón por la cual los cristianos somos llamados «hijos de Dios». No porque seamos jóvenes e ingenuos, ni porque tratemos de evitar enfrentar los problemas o momentos difíciles de la vida adulta. No. El ser hijo de Dios significa que nunca nos olvidamos que la razón de nuestra fortaleza, nuestro perdón, nuestra sabiduría, nuestra vida, hasta nuestra paz en este mundo tenso, procede de confiar en el único Dios que puede proveernos todas estas cosas.

    Karl Barth, un muy famoso teólogo y brillante pensador del siglo 20, una vez fue entrevistado por un grupo de estudiantes de un seminario, que le preguntaron: «¿Cuál es el pensamiento más profundo que alguna vez ocupó su mente?» Al hacerle esa pregunta, los estudiantes pensaban que el teólogo se iba a explayar sobre la teología existencialista, y que le escucharían hablar sobre el poder de la fe para hacer frente al mal del nazismo y del secularismo. Sin embargo, y para desilusión de ellos, luego de pensar un momento, Barth contestó: «Que Jesús me ama, pues así lo dice la Biblia».

    Confiar como confían los niños en aquél que murió en la cruz por ti y resucitó de la tumba por ti. Confiar como confían los niños en aquél que te ama con un amor eterno y que quiere ser tu justicia, tu santidad y tu sabiduría. Esto no es un juego de niños… esto es el comienzo de una vida poderosa de fe en Jesús ahora y para siempre.

    En un programa que vi en la televisión, un barco de pesca estaba navegando por el Mar de Bering cuando quedó atrapado por el hielo que literalmente comenzó a aplastarlo, mientras inmensas olas de agua salada helada amenazaban con lanzar por la borda a la tripulación. El capitán trató en vano de llevar el barco a un lugar seguro, pero no lo logró. Finalmente llegó un helicóptero y, uno a uno, fue evacuando a los tripulantes. La última persona en el barco era el capitán. El tiempo había empeorado, por lo que la operación de rescate se había vuelto muy difícil. De pronto una ola tiró al capitán por la borda, haciéndolo caer, totalmente exhausto, sin fuerzas, y sin más ánimo para luchar por su vida, sobre un trozo de hielo. Afortunadamente, lograron subirlo al helicóptero y él también fue llevado a salvo.

    No me quedan dudas que, en esos momentos, el capitán se sintió tan indefenso como un niño. Tampoco me quedan dudas que trató de hacer todo lo que pudo para controlar la situación, pero, al final, lo más importante que pudo hacer fue reconocer que necesitaba ayuda y permitir que otros lo salvaran.

    Nosotros nos preocupamos por ver quién es el mejor, o el más grande o más importante entre nosotros. Pero la lección para hoy nos habla sobre quién es el mayor de todos los tiempos. Los discípulos están literalmente parados frente a él. Su grandeza no está definida por su estatus personal, aún cuando bien podría ser así, ya que no hay ningún otro igual a él. Pero su verdadera grandeza se encuentra en que él dejo su estatus de lado por ti y por mí. Su verdadera grandeza está definida por lo que él nos da a ti y a mí, y a todos los que confían en él. Jesús nos muestra al niño, porque el niño lo muestra a él.

    Así es que debemos tener cuidado con la manera en que definimos grandeza y poder. Soren Kierkegaard, un gran teólogo dinamarqués, cuenta la historia de un príncipe que un día había ido a la villa cercana a hacer un mandado para su padre. En su camino pasó por una parte muy pobre del pueblo. A través de la ventanilla de su carruaje, vio una bella joven campesina caminando por la calle. Su imagen quedó grabada en su corazón. Tanto, que el príncipe siguió yendo a esa villa día tras día, sólo para verla.

    Su corazón la añoraba, pero había un problema. ¿Cómo iba a hacer para conocerla? Con el poder que tenía, bien podía obligarla a casarse con él. Podía ponerse sus vestimentas reales para impresionarla, y llegar al frente de su casa con la guardia y el carruaje real tirado por seis caballos. Pero él quería que ella lo amara de corazón, no a la fuerza. Entonces, ¿cómo hacer para estar seguro que ella lo amara a él, y no a su poder, posición, o riqueza?

    Finalmente, y luego de darle muchas vueltas al asunto, el príncipe encontró la solución: se despojó de su manto real y de todos los símbolos de poder y privilegio que le correspondían, y se mudó a la villa vestido de campesino. Allí vivió como si fuera uno más del pueblo, compartió sus intereses y preocupaciones, y habló el mismo lenguaje de ellos. Con el tiempo, la joven campesina llegó a conocerlo bien y luego a amarlo, y pronto todo lo que le pertenecía a él, pasó a pertenecerle también a ella.

    Si tú quieres definir la palabra ‘grandeza’, simplemente mira a Jesús. Fíjate en lo que él es y en lo que ha hecho por ti. Cuando Jesús se te presente y te ofrezca como regalo su vida y salvación y te bendiga con su paz, no dejes que tu terquedad te haga despreciarlo. Al contrario, sé como el niño confiado, y sonríe de oreja a oreja por estar en la presencia de aquél que te ama y que hace posible que tengas vida abundante aquí, y vida eterna en el cielo.

    El ‘mayor’ en el reino de los cielos, es aquél que recibe con la confianza de un niño todo lo que Jesús es y ha hecho por él… el ‘mayor’ en el reino de los cielos, es aquél que vive la vida en agradecimiento a Dios por todo lo que él le ha dado y en servicio a los demás, sin importarle cómo se compara con lo que los demás hermanos en la fe tienen. Esa es la verdadera ‘grandeza’ del reino de los cielos.

    Que el Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sea tu GRANDEZA ahora y siempre. Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.