PARA EL CAMINO

  • Sólo para incrédulos

  • octubre 16, 2011
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Mateo 21:28-32
    Mateo 21, Sermons: 4

  • Con todas las religiones y creencias que andan dando vueltas por el mundo, ¿cómo hace una persona para decidir cuál de ellas es la correcta? ¿Acaso es posible saberlo? ¿Cuál de todas las denominaciones, si alguna, tiene la verdad?

  • En el año 1917, Francisca, quien en ese entonces tenía 10 años de edad, y Elsa, de 16 años, produjeron fotos de sí mismas junto con hadas, como las de los cuentos y películas. De más está decir que tal fotografía causó sensación. Su notoriedad aumentó aún más cuando, en 1920, Conan Doyle, el autor que inmortalizó al famoso inspector Sherlock Holmes, utilizó esas fotografías para ilustrar un artículo que había escrito para la edición navideña de una conocida revista británica. Pasaron más de 60 años antes que las autoras de esa fotografía admitieran que la foto no era verdadera sino que habían hecho trampa, engañando así a muchísimas personas.

    El 21 de abril de 1934, un renombrado periódico británico publicó una de las primeras fotografías conocidas del monstruo del Lago Ness. La misma, tomada por el Dr. Wilson, un médico londinense, mostraba en forma borrosa una cabeza y un cuello que supuestamente pertenecían a una bestia marina desconocida hasta el momento. La fotografía circuló por todo el mundo y fue publicada en la página principal de todos los periódicos de las grandes capitales. Como era tan convincente, millones de personas creyeron en la existencia del monstruo del Lago Ness. En este caso también tuvieron que pasar más de 60 años hasta que una de las personas involucradas confesó que la foto publicada no era de un monstruo, sino de un pequeño submarino con «cabeza de monstruo» que habían hecho para engañar al público general.

    Es claro que esas bromas de mal gusto sucedieron hace mucho tiempo, cuando tanto la vida como las personas eran más simples, más confiadas, y más fácilmente engañadas. Hoy en día, las cosas son diferentes. Hoy no nos dejamos engañar como antes. Quizás no seamos las personas más educadas o más inteligentes del mundo, pero de una cosa podemos jactarnos, y es que no nos dejamos engañar fácilmente. Somos igual que Tomás, el discípulo de Jesús que tenía que «ver para creer». Y así encaramos todos los aspectos de nuestra vida: con escepticismo. Es por ello que las cosas que engañaron a nuestros antepasados, no nos engañan hoy a nosotros.

    Pero, ¿será que es tan así? Hace menos de dos años, el 15 de octubre del 2009, el matrimonio Heene dijo que un globo de helio se había soltado y alzado vuelo llevando dentro a su hijo Falcon, de 6 años. ¿Recuerdan todo lo que la prensa hizo para seguir de cerca la trayectoria de ese globo? Los informes sobre el peligro que corría el niño ocupaban las noticias día y noche. ¿Cómo se sintió usted cuando se enteró que en realidad el niño no estaba dentro del globo, sino que todo ese tiempo había estado sano y salvo en su propia casa, y que todo no había sido más que un engaño? ¿Engañado, violado, frustrado? Los periodistas también se sintieron frustrados, y tuvieron que admitir que habían sido engañados.

    Todo esto prueba que debemos ser muy cuidadosos con las cosas que creemos. Hemos tenido presidentes y políticos que han jurado ser honestos y trabajar para el bien del país y sus ciudadanos, y en realidad no lo han sido. Se nos promete que tal o cual dentífrico o desodorante o perfume nos va a cambiar la vida haciéndonos lucir mucho mejor, pero no es así. Miles de miles de personas invirtieron sus ahorros en compañías que les aseguraron ser totalmente confiables, sólo para ver cómo los ahorros de toda una vida se perdieron junto con la compañía.

    Esos ejemplos, y muchísimos más, nos han convencido que hoy, más que nunca, debemos ser selectivos en lo que creemos y en quién confiamos. Las historias tristes de quienes han terminado con el corazón destrozado, de quienes han perdido los ahorros de toda su vida, de aquéllos cuyos espíritus han sido quebrantados, nos recuerdan que debemos ser cautelosos cuando invertimos nuestra esperanza, nuestra confianza, nuestro amor, nuestro dinero, en algo.

    Y esa reticencia se transfiere también a las cosas religiosas. Quizás incluye especialmente las cosas religiosas. Porque, ¿cómo hace una persona para decidir en qué creer, con todas las religiones y creencias que andan dando vueltas por el mundo? ¿Cómo hace una persona para decidir cuál de ellas es la correcta? ¿Acaso es posible saberlo? Dentro de cada religión hay varias subdivisiones. ¿Cuál de esas denominaciones, si alguna, tiene la verdad? ¿Cómo hacer para saber? Casi toda religión tiene algunos representantes prominentes. A menudo nos parece que ellos han sido apartados por Dios y que, al igual que su mensaje, son totalmente confiables. Pero, con el correr del tiempo, o en la medida en que los vamos conociendo mejor, nos damos cuenta que son tan pecadores como nosotros… y a veces hasta peor que nosotros. Entonces, ¿a quién podemos seguir? ¿Cómo hacemos para saber?

    Hasta en la Biblia tenemos un ejemplo muy claro de esto. Se trata de los Sumo Sacerdotes y los Ancianos de la época de Jesús, que eran las personas más sabias y de mayor influencia del pueblo elegido de Dios. Ellos habían sido criados en el conocimiento de la Palabra de Dios; no eran ningunos tontos. Tenían bien en claro que su misión era guiar al pueblo de Dios, y asegurarse que el hombre común no se dejara llevar por cualquier charlatán o falso profeta que apareciera.

    Esos hombres, al igual que los escépticos de hoy en día, estaban absolutamente seguros que Jesús era un hereje y un falso profeta. Estaban convencidos que Jesús no traía nada bueno entre manos… nada bueno para ellos… nada bueno para el pueblo de Dios… nada bueno para nadie. Es por ello que, cuando Jesús entró al templo, aprovecharon la oportunidad para confrontarlo y cuestionarlo. La conversación fue algo así como: ‘Mira, Jesús, nosotros queremos saber quién te ha dado autoridad para hacer las cosas que haces. Te hemos estado escuchando, y la verdad es que dices cosas muy extrañas; te hemos estado observando, y te hemos visto hacer cosas que nadie más puede hacer. Así es que, queremos que nos digas la verdad: ¿quién, o qué, te da poder y autoridad?’

    Ahora, quiero aclarar algo. Si ellos hubieran estado buscando realmente la verdad, Jesús les habría respondido con la verdad: Jesús siempre fue honesto con quienes le hicieron preguntas honestas, y sigue siendo así hasta el día de hoy. Pero desafortunadamente, esos Sacerdotes y Ancianos no tenían ningún interés en conocer al verdadero Jesús. Ellos ya se habían reunido y habían planeado una forma legal de deshacerse de él. Lo que sucedía era que, como tenían miedo de la reacción de los seguidores de Jesús, habían decidido mantener las cosas escondidas. Pero aún así ya habían puesto en marcha el complot que culminaría con la traición, el arresto, el juicio, la condena y la crucifixión de Jesús.

    Es por todo esto que podemos decir que la pregunta que le hicieron a Jesús no fue más que una broma cruel y pesada. Y también podemos decir que no importaba la respuesta que Jesús diera porque, para ellos, Jesús ya era un hombre muerto.

    Por su parte Jesús, por ser el Hijo de Dios y el Salvador que todo lo sabe, conocía perfectamente sus planes. Jesús estaba totalmente consciente de que habían hecho un complot para terminar con su vida. Él sabía lo que estaban tramando, y también sabía cuál era el discípulo que lo iba a traicionar con un beso. No había ninguna parte del complot que él no supiera. Él sabía que iba a ser arrestado durante la noche; sabía que iba a ser juzgado varias veces, y sabía cuál iba a ser el veredicto: culpable al punto de merecer la muerte. Jesús también sabía que iba a ser llevado ante el Procurador romano Poncio Pilato y que éste, convencido de su inocencia, iba a tratar de dejarlo libre… pero que, ante la presión de la multitud, iba a ceder, tomando el camino más fácil.

    A menudo Jesús les había dicho a sus discípulos que iba a morir en Jerusalén. Dado que él veía su futuro con toda claridad, y que los profetas habían sido bien específicos en cuando a la forma en que el Mesías iba a morir, Jesús sabía que iba a ser azotado, que le iban a poner una corona de espinas, y que iba a ser crucificado entre dos criminales. Allí, abandonado por casi todos sus amigos y burlado por muchos de sus enemigos, Jesús entregaría su vida de acuerdo al plan y a la promesa de Dios, sin ofrecer resistencia y sin quejarse. El inocente habría de morir por el culpable.

    Jesús lo sabía todo… y también sabía otra cosa: Jesús sabía que su muerte no iba a ser en vano. Si ese día en el templo los líderes judíos le hubieran preguntado, él se los podría haber dicho. Les podría haber explicado que hacía mucho tiempo, enseguida después que Adán y Eva pecaron, su Padre había prometido salvarlos, rescatándolos del pecado, la muerte, y el diablo. Les habría dicho que, al ir a la cruz, estaría cumpliendo esa promesa para que ellos pudieran ser rescatados de la muerte eterna. Pero, ¿de qué hubiera servido decírselo? Lo más probable es que no le hubieran creído. A la mayoría de las personas les cuesta aceptar la idea que necesitan ser salvas y que el Hijo de Dios es el único que puede salvarles.

    Ahora, no quiero que se confunda. Déjeme aclarar algo: el día que Jesús murió, no lo hizo porque estaba tratando de salvar a unos cuantos líderes judíos. El plan de rescate del Padre era mucho más grande que eso. La voluntad de Dios fue de salvar nada más ni nada menos que a TODA la humanidad. Cuando Jesús murió clavado a esa cruz, estaba cargando sus pecados y los míos, así como los pecados de cada hombre, mujer y niño que jamás haya pisado este mundo triste y lamentable. Sí, tan grande fue el plan de Dios, que hasta incluyó a esos hombres que se creyeron tan importantes como para tener derecho a jugar con la vida de Jesús y burlarse de él.

    Jesús murió por los Sacerdotes y los Ancianos del pueblo de Israel de antaño… y también murió por usted y por mí. Más allá de lo que usted crea o sienta con respecto a su muerte y resurrección, aún si usted piensa que su resurrección fue un mito creado por la imaginación de algunos, Jesús estuvo convencido que usted merecía ser rescatado. ¿Por qué? Porque él quiere que, cuando usted llegue al final de su vida en este mundo, no termine en el infierno, sino que se encuentre con él en el cielo.

    Jesús entregó su vida para salvarnos a nosotros no porque lo mereciéramos, sino por su gran misericordia. Esto significa que, en vez de darnos el castigo que merecemos por las cosas malas que hacemos, él quiere darnos las cosas buenas que no merecemos. Él siempre supo que su vida iba a ser el pago del precio de nuestra salvación. Nunca se olvidó que iba a ser necesario que su sacrificio fuera completo y total. Jesús sabía que tenía que morir, pero seguirles el juego al interrogatorio de los Sumo Sacerdotes y los Ancianos no era parte del trato. Es por eso que, cuando ellos trataron de engañarlo con sus preguntas capciosas, se negó a entrar en su juego y a dejar que se burlaran de él. Los incrédulos pueden pensar que la historia y el sacrificio de Jesús son de novela, pero en realidad es algo muy serio. El deseo de Dios de salvarnos tuvo un precio sumamente alto. No tenemos ningún derecho nosotros a burlarnos de tan costoso regalo.

    Es por eso que cuando ellos le preguntaron: ‘Dinos, Jesús, ¿de dónde sacas poder para hacer las cosas que haces?’, él no les dio la respuesta verdadera, sino que les dijo: ‘Miren, les voy a contestar esa pregunta después que ustedes me contesten la mía’. Pero como ellos se negaron a contestarle una pregunta a Jesús, él dijo: ‘Cuando Juan el Bautista, el profeta que vino antes de mí, los llamó al arrepentimiento, ustedes no le hicieron caso. Yo vine al mundo para cumplir todas las profecías que se habían hecho acerca del Mesías. Ustedes se han pasado la vida estudiando esas profecías, y ni siquiera se tomaron el tiempo de ver si lo que yo hacía estaba de acuerdo con ellas. Cuando yo curaba a alguien, a ustedes no les gustaba. Cuando resucitaba a una persona, tampoco les gustaba. Cuando sanaba a un leproso o echaba fuera un demonio, o predicaba sobre el arrepentimiento, o perdonaba las almas atribuladas por sus pecados, a ustedes tampoco les gustaba.

    Juan habló muy sencillamente anunciando mi venida y vivió una vida bien simple, prácticamente apartado de la sociedad, pero ustedes lo rechazaron. Yo me junté con pecadores y publicanos, y ustedes también me rechazaron. En otras palabras: no hay cómo satisfacerlos. Es por eso que, les guste o no, todos esos pecadores que ustedes aborrecen y menosprecian van a entrar al cielo, y ustedes no.’

    Al final de tal conversación, todos ellos deberían haber quedado convencidos de que Jesús realmente era el Mesías prometido, y deberían haberse arrepentido y recibido perdón y salvación. Pero, lamentablemente, debo decirles que no ocurrió así. Por el contrario, ellos optaron por rechazar las palabras de Jesús, demostrando así lo tontos que eran. Porque sólo una persona tonta puede desperdiciar una oportunidad así para al menos tratar de comprobar si todo lo que Jesús decía era verdad.

    Me pregunto: ¿es usted, estimado oyente, como ellos? ¿Rechaza usted a Jesús y su sacrificio sin darse la oportunidad de al menos tratar de comprobar si lo que él fue e hizo fue cierto? Dios comprende y tiene paciencia con las personas que dudan, pero no aprecia a quienes nunca hacen un esfuerzo por salir de su duda.

    Esos Sacerdotes y Ancianos de antaño nunca se molestaron en tratar de comprobar si, por una de esas casualidades, Jesús realmente era el Mesías prometido. Nunca tomaron en serio sus milagros, sino que prefirieron descartarlos, aduciendo que eran obra de un mago o un engañador. Nunca se pararon a los pies de la cruz y escucharon cómo Jesús perdonó a quienes lo clavaron a ella. Nunca se tomaron el tiempo de ir a mirar dentro de la tumba vacía, pero sí invirtieron tiempo en tratar de encubrir el hecho que, tres días después que su cuerpo fuera enterrado, salió vivo de la tumba sellada.

    Espero que usted no haga lo mismo que ellos, y espero que no me crea a mí simplemente porque yo lo digo, porque eso sí que sería tonto. Pero también espero que no lo rechace automáticamente sin darse una oportunidad. Pues eso sería increíblemente tonto. Todo lo que le pido es que lea los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas o Juan. Léalos y véalo por usted mismo. Vea cómo Jesús dio su vida para salvarle.

    Fíjese bien. Si no encuentra nada, entonces podrá decir que usted tenía razón, y que no hay nada ni nadie en quien creer. Pero si encuentra a Jesús, verá cuánto él ha hecho por usted y, junto a miles de millones de cristianos de todo el mundo, dirá que creer en Jesucristo no es ninguna tontería.

    Y esto me lleva al final de este mensaje. Todo lo que voy a agregar es lo siguiente: este programa lo hacemos porque queremos y estamos dispuestos a ayudarle, sin pedirle nada a cambio y sin cobrarle nada. Todo lo que queremos es compartir con usted la historia de salvación de nuestro Señor Jesucristo.

    Si de alguna manera podemos servirle, comuníquese con nosotros a Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.