PARA EL CAMINO

  • Solidaridad que salva

  • enero 8, 2012
  • Rev. Dr. Gregory Seltz
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Marcos 1:4, 5 y 9
    Marcos 1, Sermons: 12

  • En el Evangelio de Marcos vemos a Jesús «metiéndose en el agua» por ti y por mí para recibir un bautismo que no necesitaba… para salvar a una humanidad que no lo merecía… para hacerse solidario con los pecadores como tú y como yo.

  • Una pareja acababa de celebrar su ceremonia de bodas. Cuando se estaban sacando fotos a la orilla de un lago, una señora, que no era parte del grupo, se cayó al agua y comenzó a ahogarse. Sin siquiera pensarlo, el padrino de la boda se zambulló en el agua y fue en rescate de la mujer, que a esa altura ya estaba inconsciente, llevándola hasta la orilla. Entonces la novia, que era enfermera, se metió al agua y comenzó a hacerle reanimación cardiopulmonar. Cuando llegaron los paramédicos, la mujer ya estaba consciente. Según dijo uno de ellos, la señora tuvo la gran suerte que ese grupo estuviera allí y la rescatara.

    Cuando todo hubo pasado, los novios prosiguieron con sus festejos. Pero, por unos momentos, el padrino y la novia estuvieron unidos a esa mujer… pues su problema y su necesidad fueron también los de ellos… y la acción de ellos se convirtió en la salvación de esa mujer. Solidaridad que los unió, solidaridad que la salvó.

    En el Evangelio de Marcos vemos a Jesús «metiéndose en el agua» por ti y por mí. Jesús entra al río Jordán para recibir un bautismo que no necesitaba… para salvar a una humanidad que no lo merecía… para hacerse solidario con los pecadores… para que los pecadores podamos recibir, por gracia, el perdón y la misericordia de Dios. Cuando Jesús entra en el río Jordán, lo que en realidad está haciendo es zambullirse de lleno en el fango y el torbellino de nuestra vida pecaminosa, para salvarnos.

    El bautismo de Jesús proclama públicamente al mundo que el Hijo de Dios está entrando en la batalla para salvar a la humanidad pecadora del pecado, la muerte, y el poder del diablo. Jesús entra a las aguas de nuestras vidas pecadoras, para que, a través de su vida sin pecado, de su muerte sacrificial, y de su resurrección milagrosa, nosotros podamos ser reconciliados con Dios.

    Por un momento tratemos de imaginar ese suceso. Allí, en las aguas del río Jordán, se encuentra Juan el Bautista llamando a las personas a que se arrepientan de sus pecados para recibir el perdón de Dios y así prepararse para recibir al Mesías, aquél que habría de redimir y restaurar el mundo para Dios.

    Sin embargo, en medio de ese mensaje destinado a los hombres, cuando muchos estaban siendo bautizados apareció Jesús de Nazaret, y también se hizo bautizar. Solidaridad con los pecadores para salvar a los pecadores.

    Para poder entender esto, tenemos que recordar algunas verdades bíblicas básicas. Desde la perspectiva de Dios: «no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno» (Romanos 3:12), «por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:23). Es por ello que necesitamos ser salvos: «Porque la paga del pecado es muerte» (Romanos 6:23). El pecado de la humanidad al rebelarse contra Dios es la raíz y causa de todo lo malo en este mundo. El mal no es algo que simplemente anda rondando por ahí, sino que es algo bien real que está confortablemente instalado en el corazón de cada uno de nosotros. Es por ello que necesitamos ser salvados.

    En el juicio por crímenes de guerra que se le hizo a Adolfo Eichmann en Jerusalén en 1961, Dinur testificó en su contra. Cuando se encontró cara a cara con Eichmann, por primera vez desde que había sido enviado al campo de concentración casi 20 años antes, Dinur comenzó a llorar desconsoladamente, y luego se desmayó. ¿Se habrá sentido abrumado por odio o miedo, o habrá sido simplemente por el horror de las memorias del campo de concentración nazi? Años después, en un programa de televisión, el periodista le hizo a Dinur esa misma pregunta. Esta fue su respuesta: «Me puse a llorar porque tuve miedo de mí mismo. En ese momento me di cuenta que yo también era capaz de hacer lo que él había hecho. Yo era igual que él.» Al escuchar esa declaración, el periodista comentó: «Cada uno de nosotros lleva un Eichmann dentro suyo.»

    Haciendo referencia a ese comentario del periodista, el líder cristiano Chuck Colson, escribió: «El resumen hecho por el periodista sobre el terrible descubrimiento de Dinur, de que ‘cada uno de nosotros lleva un Eichmann dentro suyo’, es algo terrible, pero sin duda alguna capta la verdad central de la naturaleza humana. Porque a raíz de la caída, el pecado vive en cada uno de nosotros-no simplemente la predisposición a pecar, sino el pecado en sí mismo.»

    Estamos de acuerdo, entonces, en que los pecadores necesitamos un Salvador, y eso es lo que Dios nos dio en el Niño nacido en Belén. Pero si el Hijo de Dios no tenía pecado, ¿para qué fue a bautizarse? Él no necesita el bautismo de los pecadores. Sin embargo, elige meterse en el agua junto con ellos. Hasta el mismo Juan, cuando ve lo que Jesús quiere hacer, protesta diciendo: «Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?» (Mateo 3:14). Cuando el mismo Juan el Bautista se siente superado por los acontecimientos, tú y yo comenzamos a ver que estas Buenas Noticias de Jesús, esta salvación de Dios para los pecadores es como ninguna otra cosa en la historia humana. Porque los que se bautizan son los súbditos, no los Reyes… los que necesitamos ser bautizados somos los pecadores, ¡no el Hijo santo y perfecto del Dios viviente!

    Pero ante nuestras protestas, la Biblia nos dice con voz fuerte y clara: ‘¡Están equivocados! El Rey santo y perfecto del universo fue a bautizarse con Juan porque él no es el rey típico de un reino terrenal.’ En ese acto increíble de la historia, el Jesús cuyo nacimiento celebramos en la Navidad, comienza su camino a la cruz identificándose con aquéllos a quienes ha venido a servir. Jesús entra en nuestro mundo pecador para redimirlo y salvarlo. Él se mete de lleno en el fango y la basura de la existencia humana para traer su santidad, su sanidad, su vida y su salvación a todo el que le reciba por fe.

    Cuando muchos estaban siendo bautizados apareció Jesús de Nazaret, y también se hizo bautizar. Solidaridad con los pecadores como tú y como yo, para salvarnos.

    ¿Te imaginas estar en el lugar de Juan el Bautista en ese momento? Debe haberse quedado boquiabierto cuando aquél a quien él llamaba el ‘Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’, de pronto se le aparece en persona y humildemente se somete a los deseos de Dios el Padre. Y más aún cuando escucha la voz del cielo que proclama: «Tú eres mi Hijo amado, en quien me complazco». Dios el Padre se complace cuando Dios el Hijo se humilla y, literalmente, pone su vida a disposición de la humanidad pecadora como el siervo Salvador. Como dice la Biblia en 2 Corintios 5:21: «Al que no cometió ningún pecado, por nosotros Dios lo hizo pecado, para que en él nosotros fuéramos hechos justicia de Dios.»

    ¿O te imaginas ser uno de los muchos que estaban ese día en la orilla del río Jordán? Estás allí porque sabes que necesitas un Salvador, porque sabes que necesitas estar bien con Dios. Y entonces ves a Jesús que se mete no sólo en las aguas del Jordán, sino también en las aguas turbias de tu vida, para limpiarlas. Él está dispuesto a hacerse cargo de tus problemas… para eso se metió en el agua contigo. Jesús te conoce y conoce todos tus pecados, tus fallas y debilidades. Él conoce las culpas que cargas, las desilusiones y decepciones que te afligen, y las tentaciones o adicciones con que luchas. Y está dispuesto a enfrentarlo todo contigo. En realidad, no hay nada en tu vida que Cristo no entienda o conozca, porque él asumió todas tus cargas y las llevó consigo a la cruz. Jesús conoce todo lo que hay en nosotros que necesita ser perdonado. Es por eso que se metió en las aguas del Jordán.

    Un comentarista bíblico dice: «La demanda de Jesús de ser bautizado por Juan nos muestra su resolución solemne de tomar sobre sí mismo la culpa de aquéllos por quienes habría de morir. En cierto sentido, por medio de ese bautismo Jesús estaba cumpliendo parte de su tarea de dar su vida por sus ovejas.»

    Pero aquí vale aclarar algo: Jesús no entró en las aguas sucias de tu vida sólo para ensuciarse contigo. Al involucrarse en tu vida, también se involucró en tu sufrimiento, en tu culpa, y en tu vergüenza, para así poder darte su alegría, su paz, y su vida. Jesús entró contigo en las aguas turbias de tu vida para sacarte de ellas y llevarte a la nueva vida en él. De hecho, en el nombre de Jesús hay un lavamiento que hace exactamente eso: es el bautismo, el lavamiento en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Lo que sucedió en el río Jordán deja en claro que Jesús es nuestro Salvador y que, a través del Espíritu Santo, nos llama a cada uno de nosotros al arrepentimiento y la vida en su nombre.

    En nuestra sociedad actual muchas personas caen en la tentación de pecar simplemente porque todo el mundo peca… en cierta forma, es el resultado de mirar tantos programas de ‘tele realidad’, ese género televisivo en cual se muestra lo que le ocurre a personas supuestamente reales, en vez de a personajes ficticios. A la gente le gusta ver cuando otros se comportan de forma burda y grosera, porque de alguna manera se sienten identificados con ellos. Hay quienes se sienten bien cuando otras personas ceden a la tentación, e incluso hasta las incitan a que persistan en la misma. Es como si les dijeran: ‘No tengas miedo de meterte en el agua turbia y sucia de nuestras vidas pecadoras. ¡No te va a pasar nada!’

    Personalmente, nunca he comprendido esa forma de razonar. Porque si uno conoce el poder destructivo del pecado y la tentación… si uno está constantemente consciente de los problemas y las luchas que tiene que enfrentar simplemente porque no logra hacer las cosas que sabe que debería hacer… si uno sabe que es incapaz de alcanzar sus propias expectativas, y mucho menos las de Dios, ¿cómo se le puede ocurrir querer seguir nadando en esa misma agua?

    Jesús no se mete en el agua turbia de nuestra vida pecaminosa para minimizar el pecado y la muerte. Al contrario, él odia esas cosas. Pero él vino a salvarnos, por lo que, haciéndose solidario con nosotros, desde las aguas turbias de nuestra humanidad quebrantada nos llama al arrepentimiento, a la fe en él, y a la vida en la gracia purificadora de su vida y muerte por nosotros.

    Cuando uno toma personalmente esta lección, puede escuchar al mismo Dios diciendo: ‘Despiértate, arrepiéntete, cambia tu manera de vivir.’ Entonces sí todo tiene sentido. Tu salvación y la mía comienzan con Jesús en las aguas del río Jordán. Las gotas de sangre que Jesús sudó en el jardín de Getsemaní, comenzaron en las aguas del Jordán. El sufrimiento brutal, la corona de espinas, y hasta la muerte de Cristo en la cruz, fueron el resultado final de lo que comenzó en las aguas del Jordán. Y hasta su descenso al infierno en lugar nuestro comenzó allí, con el Mesías dispuesto a hacerse solidario contigo y conmigo dejándose juzgar y condenar como si fuera pecador, para que tú y yo podamos ser salvos. Ese Salvador nos ofrece hoy salvación, perdón, y paz. El bautismo de Jesús nos llama al arrepentimiento y a la fe en él para nuestra vida y salvación.

    Para funcionar efectivamente, el laboratorio de la Estación Ártica necesita tres cosas: 1) una radio; 2) un faro; 3) combustible diesel. Los dos primeros, la radio y el faro, son necesarios para que el avión que lleva provisiones (y combustible) llegue a la base. Pero las tormentas ionosféricas que se producen en el polo norte pueden, imprevistamente, interferir y suprimir las comunicaciones por radio.

    En septiembre de 1963, la Estación estaba prácticamente sin combustible para alimentar la calefacción y el faro que indicaba su posición. Cuando el avión que llevaba todas las provisiones comenzó su viaje en la larga noche polar, una tormenta ionosférica cortó toda comunicación radial. El avión que llevaba la ayuda que tanto necesitaban en la Estación iba en camino, pero ellos no lo sabían. Al no tener contacto por radio, la luz del faro se hacía imprescindible.

    Desafortunadamente, al ver que la radio no respondía debido a la tormenta ionosférica, su operador, habiendo perdido la paciencia, la apagó y se fue a dormir, dando así por terminado su trabajo de ese día. Lo que no sabía era que el avión con los suministros estaba de camino y que, al no tener contacto a través de la radio, sin la luz del faro nunca encontraría la Estación. Nadie sabe por qué, pero por alguna razón, el operador se arrepintió de haber apagado la radio, y decidió levantarse e ir a prenderla nuevamente… justo a tiempo para escuchar a los pilotos del avión gritar: «luz en el faro-poco combustible». Gracias a eso, tanto él como sus compañeros y los pilotos se salvaron.

    Así como Juan el Bautista lo hizo en su tiempo, Dios nos llama a nosotros hoy a que nos arrepintamos de nuestros pecados y nos volvamos a Cristo. Eso es lo que el bautismo de Jesús significa para nosotros. Es ese grito de gracia que anda dando vueltas alrededor de nuestros corazones.

    Cuando muchos estaban siendo bautizados apareció Jesús de Nazaret, y también se hizo bautizar. Solidaridad con los pecadores para salvarnos… pero ahora en solidaridad con él por fe.

    Las bendiciones de vida y salvación de la cruz de Jesús aceptadas en su bautismo, son derramadas sobre nosotros en nuestro bautismo. A través del bautismo, recibimos nueva vida en Cristo. Como dice el apóstol Pablo en Romanos 6:3-4: «¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Porque por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que así como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva.»

    Así es que, por el poder de su Nombre que vive en nosotros, somos llamados a amar y servir a los demás de tal manera que ellos también puedan conocer al Salvador de las ‘aguas del Jordán’. El bautismo de Jesús no sólo nos llama a depositar nuestra fe en él, sino que también nos desafía a mirar a los demás a través de sus ojos… los ojos de Aquél que entró al Jordán para salvar a todos.

    Una vez más… la Biblia nos dice muy claramente que, en Jesús, Dios nos regala su amor, su esperanza y su perdón. Tan grande es su compromiso con nosotros. Y es por ello que nosotros nos comprometemos también a amar y servir a los demás en su nombre, aún cuando el costo sea alto. Es por ello que estamos dispuestos a poner la otra mejilla y a perdonar a quienes nos ofenden… porque eso es lo que Cristo ha hecho y sigue haciendo por nosotros.

    El bautismo de Jesús es un llamado a los cristianos a entrar en la batalla identificándose con quienes aún no le conocen para llevarles su justicia y su esperanza. Si de algo vas a ser culpable, que sea de ser un ferviente seguidor de Jesucristo que comparte su esperanza y su consuelo con el mundo perdido.

    Solidaridad para la victoria. La victoria que es nuestra gracias a que Jesús entró en nuestra vida y venció las fuerzas del pecado, la muerte, y el mismo diablo en la cruz. En las aguas del Jordán Jesús se hizo responsable por nuestras vidas. En las aguas de nuestro bautismo en su nombre, él se convirtió en nuestro líder y Salvador. Bajo su dirección podemos ser nosotros ahora la luz del faro que guíe a los que están perdidos en el pecado. ¡Eso es lo que el bautismo de Jesús hizo por ti y por mí!

    Cuando muchos estaban siendo bautizados apareció Jesús de Nazaret, y también se hizo bautizar. Solidaridad con los pecadores para salvarlos.

    Damos gracias a Dios por su solidaridad con nosotros. Amén.