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PARA EL CAMINO
Las imágenes principales que el evangelista Marcos utiliza para describir la experiencia del discipulado, la fe y la salvación, son la visión y el seguimiento, dos imágenes que sobresalen en la historia para hoy del ciego Bartimeo.
Ya hemos transitado unas cuantas semanas desde que comenzamos la época de Cuaresma, en la cual nos preparamos para entrar con el Señor Jesús a Jerusalén. Allí, en esa gran ciudad, es donde él va a morir nuestra muerte, y donde a los tres días va a resucitar, abriéndonos así las puertas a la vida eterna en el cielo junto a Dios. Todo esto es lo que estamos preparándonos para celebrar en los próximos días junto con toda la cristiandad.
Pero hoy nos encontramos en la ciudad de Jericó. Jericó está situada a orillas del río Jordán, el mismo río en el cual Jesús fuera bautizado por Juan el Bautista, a unos 23 kilómetros al noreste de Jerusalén. Ésta es la última estación en el recorrido del camino de la Cuaresma antes de llegar a Jerusalén. Hoy queremos que Jesús nos abra los ojos también a nosotros y nos dé parte en su camino, así como lo hizo con Bartimeo en la historia que acabamos de leer del evangelio de Marcos.
Vamos a ponernos por unos momentos en el lugar del ciego Bartimeo. Imaginemos su alegría cuando Jesús le devolvió la vista: ¡de pronto podía ver el camino por el cual andaba, y todas las cosas y personas que le rodeaban! Pero, más importante aún, se había encontrado con su Señor, y ahora podía seguirlo. ¡Su vida estaba otra vez llena de esperanza!
Sin embargo, si lo pensamos bien, ¿qué clase de esperanza era esa? Es cierto que había recobrado la vista, pero: ¿para qué? ¿Para apenas unos pocos días después ver cómo mataban a su Salvador? Por fin Bartimeo podía caminar detrás de su rey Jesús. Pero, ¿un Rey cuyo trono terminaría siendo una cruz? ¿Se puede llamar de ‘esperanza’ a algo que nos hace mirar a un futuro ilusorio sólo para luego defraudarnos y dejarnos más heridos que antes?
La experiencia de Bartimeo fue la misma que tuvieron los primeros cristianos que leyeron el evangelio de Marcos: ellos abrazaron y se comprometieron con un mensaje de salvación que les estaba trayendo persecución y padecimientos. Y también es la experiencia de los cristianos de hoy en día que hemos oído y creído el Evangelio, y que estamos comprometidos con él. ¿A quién estamos siguiendo? ¿Cuánto ha cambiado nuestra suerte? Quizá mucho, quizá no tanto… pero, en última instancia, los dilemas más fundamentales de la muerte, del padecimiento de injusticias y opresión, de la falta de sentido en tantas de las cosas que vivimos y hacemos, siguen estando allí… o en algunos casos hasta han aumentado por causa del Evangelio.
En Argentina, mi país natal, vive una señora llamada Quita. Ella, al igual que su familia, es creyente. Si bien la fe los ayudó, entre otras cosas, a superar muchas crisis y cambiar muchos vicios, Quita y su familia han tenido que enfrentar muchos conflictos y tropiezos. Un día, Quita formuló su testimonio de fe, diciendo: «Antes, mi vida era un desastre. Ahora sigue siendo un desastre, pero es un desastre con sentido.»
La historia del ciego Bartimeo que encontramos en el texto elegido para hoy, recoge el patrón con el que el Evangelio entero ha contado su historia. ¿A qué patrón me refiero? Las imágenes que sobresalen aquí en Bartimeo son las dos imágenes principales que el evangelista Marcos utiliza para describir la experiencia del discipulado, la fe y la salvación. Esas imágenes son la visión y el seguimiento. En otras palabras, el discípulo es aquél que ‘ve y sigue’. Así, en esta historia para hoy, vemos que Bartimeo pasa de la oscuridad de la ceguera a la luz, o sea que ‘ve’, y que deja de estar trabado e inmovilizado al costado del camino, y comienza a seguirlo a Jesús en su camino. Éstas, como decimos, son imágenes que el evangelista ya viene elaborando desde el inicio de su historia.
«Ver o no ver»… esto es lo que separa a los creyentes «de adentro», o sea, a los creyentes de verdad, de los creyentes «de afuera» de los que Jesús habla en el capítulo 4 del evangelio de Marcos, al contar varias parábolas. Los apóstoles demuestran al menos «ver a medias», cuando confiesan que Jesús es «el Cristo», al comienzo del capítulo 8. Pero también demuestran padecer de cierta ceguera al final de ese mismo capítulo, porque cuando Jesús les dice que era necesario que el Hijo del Hombre sufriera mucho y muriera para luego resucitar, ellos no sólo no lo entienden, sino que además lo reprenden a Jesús por decir tales cosas.
Es interesante notar que el evangelista ubica esta lucha que Jesús tiene con sus discípulos, que ven las cosas ‘a medias’, entre la curación de dos ciegos. En Marcos 8:22-26, se nos narra la historia del ciego que es curado en dos etapas, y al final del capítulo 10 encontramos la curación del ciego Bartimeo. En el primer caso, el texto bíblico nos dice: «Cuando [Jesús y sus discípulos] fueron a Betsaida, le llevaron un ciego y le rogaron que lo tocara. Jesús tomó la mano del ciego y lo llevó fuera de la aldea. Allí escupió en los ojos del ciego, y luego le puso las manos encima y le preguntó: ‘¿Puedes ver algo?’ El ciego levantó los ojos y dijo: ‘Veo gente. Parecen árboles que caminan.’ Jesús le puso otra vez las manos sobre los ojos, y el ciego recobró la vista y pudo ver a todos de lejos y con claridad. Jesús lo envió a su casa, y le dijo: ‘No vayas ahora a la aldea’.» Si este ciego, que al principio recuperó la vista sólo a medias, representa la fe a medias de los apóstoles, Bartimeo, por su parte, representa la fe total con la que es posible creer.
El otro rasgo sobresaliente de Bartimeo, como ya hemos brevemente mencionado, es que él pasa de estar «al costado del camino», a estar «en el camino» para seguir a Jesús e ir detrás de él (vs. 52). Ya la primera escena del Evangelio, cuando Marcos nos presenta a Juan el Bautista en el desierto, es comprendida a la luz del camino que, en este caso, es «el camino y la senda del Señor» que viene a salvarnos. Es en ese ‘camino’, donde los discípulos pronto comienzan a disfrutar la libertad del Evangelio… donde son enviados para llevar a cabo la tarea evangelística… donde el mismo Señor les revela el secreto de su identidad mesiánica… y donde también compiten entre ellos por ver quién va a ocupar el lugar más importante.
Estar «en el camino», entonces, es estar en el discipulado… es estar yendo rumbo a Jerusalén con temor por la cruz… pero también es estar caminando con Jesús.
Estar «al costado del camino», en cambio, es estar allí donde la semilla es comida por las aves, quemada por el sol fuerte, o ahogada por los espinos… es ser parte de «los de afuera», de los que no ven… de los que no creen.
La segunda imagen que mencionamos hoy es la de ‘seguir’, la de ‘ir detrás del Señor’. El evangelio de Marcos lleva adelante su historia por medio de esta imagen. Así vemos que Jesús viene detrás de Juan el Bautista. De modo que, cuando Juan cae preso después de haber predicado el arrepentimiento, Jesús inicia su propio ministerio de predicación. Luego que Juan es decapitado, Jesús sigue avanzando hacia su propia muerte, pero no sin antes hacer entrar en escena al siguiente eslabón de la cadena, que son sus discípulos, quienes también comienzan a predicar, produciéndose así una secuencia que continúa hasta nuestros días.
Y Bartimeo condensa todo esto: ciego, mendigo y al costado del camino, de pronto escucha que llega el Mesías prometido, y con él ¡la oportunidad de su vida! ¿Cómo no gritar pidiendo compasión? ¿Cómo no arriesgar el título supremo de «Hijo de David», el nuevo rey que su nación tanto esperaba? Pero las cosas no se hacen fáciles para nuestro ciego. Porque cuando se le presenta la oportunidad de su vida, el mundo que lo rodea comienza a censurarlo: las cosas que están sucediendo, la marcha final del Mesías hacia Jerusalén, todo es demasiado importante como para que Jesús lo interrumpa para atender las súplicas de un pobre ciego más. Sin embargo, y aún cuando Bartimeo llevaba todas las de perder, Jesús se detiene y de su boca sale, con una autoridad total e irreprochable, una sola palabra: «llámenlo».
¡Nadie lo podría creer! ¡Ni el mismo ciego, que abandona todo para ir hasta Jesús! Gracias a un destello de lucidez, Bartimeo recuerda lo que inicialmente quería pedirle, porque imagino que en ese momento hasta de su ceguera se habrá olvidado. «‘¿Qué quieres que haga por ti?’, le preguntó. ‘Rabí, quiero ver’, respondió el ciego. ‘Puedes irte’, le dijo Jesús; ‘tu fe te ha sanado.’ Al momento recobró la vista y empezó a seguir a Jesús por el camino.» Con la misma frugalidad del llamado, Jesús lo despide declarándolo sano y salvo por la fe, y al decir esto sucede el milagro: el ciego ve… el mendigo que antes recogía lo que podía, ahora lo arroja todo… el que estaba al costado del camino, ahora va detrás de su Salvador.
Estimado oyente, yo soy Bartimeo, y tú eres Bartimeo, donde sea que te encuentres. Quizás estés en el camino, corriendo la carrera de la fe con coraje y convicción. O quizás estés más bien al costado del camino, sospechando o ignorando a este tan célebre Jesús, o sintiendo que te estás ahogando y pidiendo a gritos que alguien te salve de donde estás recluido, atrapado, condenado. Quizás sólo estés recibiendo amenazas y censuras que te hacen pensar que Dios es demasiado importante como para atender tus pedidos de ayuda y auxilio. Déjame decirte algo: al igual que con Bartimeo, Jesús se detiene ante nuestro llamado y nos dice: «¿Qué quieres que haga por ti?»… «Puedes irte; tu fe te ha sanado».
Ver y seguir: dos imágenes que nos hablan del don de la fe, del privilegio de ser discípulos de Cristo, y del regalo de salvación que Dios nos promete. Una salvación que no está despojada de la muerte y la cruz, sino que se hace realidad únicamente por medio de ellas. Porque es «dando su vida en rescate por muchos» (Marcos 10:45), que el Hijo del Hombre nos sirve a nosotros con lo que no podíamos resolver por nosotros mismos: nuestro pecado, nuestra culpa, y la condena que pesaba sobre nuestra vida. Gracias al sacrificio y la resurrección de Jesús, es que tenemos esperanza.
Bartimeo camina detrás de uno que al hacerse humano, al hacerse uno con nosotros, asumió la muerte de todos en el sentido más profundo: no sólo como cese de la vida fisiológica, sino como pago del castigo exigido por un Dios justo. Pero ésta tampoco es la esperanza sin sentido de la que habla el apóstol Pablo al exclamar: «Si la esperanza que tenemos en Cristo fuera sólo para esta vida, seríamos los más desdichados de todos los mortales» (1Corintios 15:19). El hecho es que Bartimeo «ve la luz», porque camina detrás de uno que no sólo se hizo mortal, sino que también es la resurrección y la vida. La vida de Jesús no termina en la muerte. No. Jesús le quita a la muerte su privilegio de ser el «último capítulo» del recorrido, al abrir su historia y su recorrido a un nuevo e inusitado capítulo: el de la vida resucitada. Y Bartimeo camina detrás de él.
Puesto que el camino de Jesús es un camino que lleva a la cruz, el seguirlo en el discipulado implica tomar esa cruz. Pero puesto que su camino no tiene como destino final el sepulcro sino la plenitud de vida del resucitado, seguirlo no puede más que llenarnos de esperanza. Ésta es una esperanza que anhela lo que aún no vemos. Es la esperanza certera que reposa en lo que Dios ya ha hecho de un modo irreversible a partir del evento pascual, que es darnos al Cristo resucitado como primicia de lo que seremos, y derramar las primicias y el sello de su Espíritu que ha sido puesto en nuestros corazones, tal como lo expresa el apóstol Pablo:
«Ya que hemos sido justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. También por medio de él, y mediante la fe, tenemos acceso a esta gracia en la cual nos mantenemos firmes. Así que nos regocijamos en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Y no sólo en esto, sino también en nuestros sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza. Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado» (Romanos 5:1-5 NVI).
Y en 1 Corintios 15:20, el apóstol avanza diciendo: «Lo cierto es que Cristo ha sido levantado de entre los muertos, como primicias de los que murieron. De hecho, ya que la muerte vino por medio de un hombre, también por medio de un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos volverán a vivir, pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; después, cuando él venga, los que le pertenecen» (1 Corintios 15:20-23 NVI).
Hoy, una semana antes del Domingo de Ramos, Jesús sale de Jericó para enfrentar la última estación del recorrido: la ciudad de Jerusalén, donde toda esta historia de cruz y resurrección va a tener lugar. Y es detrás de él que también a nosotros, habiendo recibido de él la visión, se nos concede el privilegio de correr por el camino hacia aquella meta preciada. ¡Que tengas un buen viaje!
Si de alguna manera podemos ayudarte en tu camino, comunícate con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.