PARA EL CAMINO

  • La vid verdadera

  • mayo 6, 2012
  • Rev. Dr. Gregory Seltz
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 15:1-8
    Juan 15, Sermons: 6

  • Jesús es la vid verdadera… él es la fuente de vida plena y eterna. Nosotros somos sus ramas. Cuando permanecemos unidos a él, alimentándonos de su Palabra y sus sacramentos, crecemos y damos frutos para el bien de los demás.

  • En una localidad cerca de Londres hay un viñedo donde se encuentra la viña más antigua que existe en el mundo: dicen que tiene más de 230 años. Esta viña tiene una raíz de 4 metros de diámetro, y algunas de sus ramas se extienden por más de 40 metros de largo. Cada rama está conectada directamente al tronco principal, del cual se alimenta, por lo cual produce fruto año tras año, tras año. A pesar de su edad, todavía produce entre 500 y 700 racimos de uvas cada año… racimos que, en total, pesan entre 220 y 320 kilos. Aun cuando algunas de sus ramas se encuentran a 40 metros de distancia de la raíz principal, igual producen las mismas uvas dulces y deliciosas… ¿cómo es posible? Porque están conectadas a la vid que, aunque vieja, sigue siendo fructífera.

    Ahora, si esas ramas pudieran hablar, se me ocurre que quizás cada año andarían diciendo a quién pertenecen y tratarían de demostrar públicamente, produciendo frutos, que son las ramas de una vid que produce uvas dulces. Si esas ramas pudieran hablar, se me ocurre que no dejarían de hablar de su relación con esa vid… ¡porque esa relación es lo más importante de sus vidas!

    Es cierto que las ramas no pueden hablar. Pero las ramas que éstas representan, que somos los cristianos conectados a Jesús, quien es la vid verdadera, ¡sí podemos hablar! Entonces, si alguien te preguntara hoy qué es lo más importante en tu vida como creyente en Jesús, ¿qué le dirías? Porque lo que más valores es lo que va a ser el centro de tu vida. Lo que más valores es lo que va a ocupar la mayor parte de tu día. Lo que más valores en tu vida, determinará en qué invertirás gran parte de tu dinero, de tu tiempo, de tus dones, y de tus habilidades. ¿Por qué? Porque vale la pena.

    Un peligro candente entre los cristianos de hoy día es que le dan valor a Cristo pero sólo en ciertas áreas de su vida. Son como ramas que han sido cortadas un poco de la vid, y están comenzando a marchitarse. La relación que tienen con Jesús en privado es más o menos profunda, pero en público es prácticamente irrelevante.

    Durante las tragedias vividas en los Estados Unidos con los atentados del 11 de septiembre y con el huracán Katrina pudimos ver el poder de la fe, pero también pudimos ver claramente la confusión que existe en la sociedad norteamericana. Cuando sufrimos una tragedia salimos corriendo de vuelta a la iglesia, nos ponemos de rodillas, y hasta el Presidente convoca a un día de oración. Sin embargo la Biblia, que en una época nuestra sociedad la utilizaba como libro de texto en las escuelas, ahora a menudo es ridiculizada en público, al igual que quienes creen en ella. Estamos a la deriva en nuestra propia confusión y rebelión espiritual.

    Si lo pensamos bien, un día de oración no va a solucionar nada, ¿no es cierto? Lo que necesitamos es una vida de oración y servicio que fluya de una relación sólida con Jesucristo. No necesitamos una fe que nos ayude solamente a solucionar los problemas del presente, sino una conexión real con Jesucristo, la vid verdadera, que es la respuesta de Dios para el mundo. Ése es el mensaje que vale la pena predicar, escuchar y creer, más allá de lo que esté pasando en el mundo, en tu vida, o en la mía.

    Cuando nuestras vidas están arraigadas por fe en el Señor Jesús, el Hijo de Dios, podemos vivir con propósito, podemos celebrar con nuestra familia, y podemos servir con alegría a quienes nos rodean. Cuando Jesús dice: «Yo soy la vid y ustedes los pámpanos», nos está diciendo: ‘¡Es hora de que empieces a mostrar a quién perteneces!’ «Yo soy la vid y ustedes los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí ustedes nada pueden hacer.» Somos ramas conectadas a la vid que da vida… no podemos dejar de mostrar a quién pertenecemos.

    Pero para poder mostrar que somos suyos, primero debemos saber y creer quién es él. Jesús es la fuente de vida, es la fuente del perdón y la salvación eterna para todos los que creen en él. De hecho, Jesús dice que sus discípulos son ‘limpiados, bendecidos, y perdonados’ por causa de su Palabra. Aquí mismo, en Juan 15:3, él nos dice a cada uno de nosotros: «Ustedes ya están limpios, por la palabra que les he hablado.» ¡Increíble… pero verdad!

    Pensemos una vez más en la relación de las ramas con la vid. El alimento (poder) viene de las raíces. La fortaleza, el crecimiento, y hasta los frutos de las ramas, dependen de la vid. Hasta la poda, desde la perspectiva de Dios, sirve para quitar todo aquello que nos impide dar más frutos espirituales para bendición nuestra y de los demás.

    Él es la vid… solamente él. Él es la fuente de nuestra vida. Su Palabra es el alimento que nos hace crecer y madurar, y su ejemplo es el modelo para nuestro servicio a los demás. No hay otra fuente de vida y salvación. Así es que, en realidad, este texto nos está dando permiso para ser lo que somos… creyentes y seguidores de Jesús, ¡ramas de la vid verdadera!

    Jesús les enseña todo esto a sus discípulos justo antes de su pasión y muerte. Sin embargo poco después, cuando lo ven colgado de la cruz, casi caen en la tentación de dejarse llevar por la desesperación. E incluso tres días después, en medio de la alegría que tenían por ver a Jesús resucitado, también se ven tentados a seguir viviendo con sus propias fuerzas, como si ellos fueran la vid. No nos confundamos: nosotros no somos más que ramas. ¡Sólo hay una vid! ¡Sólo hay una fuente de vida abundante y eterna!

    Hay quienes dicen que el nervio más sensible del cuerpo humano es el que está conectado al bolsillo. Es cierto que a veces la iglesia no sabe tratar bien el tema del dinero. Pero también es cierto que, allí donde está nuestro tesoro, están también nuestro corazón, nuestros valores, y nuestra fe en acción. Muchas personas se aferran al dinero, a las riquezas, al poder o al prestigio, como si algo de eso fuera capaz de dar y sustentar la vida.

    Hace varios años, en el Desfile de las Rosas que se celebra el 1 de enero de cada año en el sur de California, la compañía Standard Oil, hoy conocida como Chevron, participaba con una hermosa carroza. De pronto, en medio del desfile de todas las carrozas, la de esta compañía se detuvo y no pudo seguir más, parando el resto del desfile. El Comité organizador, que había invertido horas incontables asegurándose que cada carroza estuviera en el lugar que le correspondía en el desfile, y días enteros practicando la música y preparando el sistema de sonido para que todo saliera bien coordinado, simplemente se había olvidado de comprobar que el tanque de combustible estuviera lleno. Parecía mentira, pero justamente la carroza que representaba a una compañía petrolera, ¡se había quedado sin gasolina! Los encargados de la preparación de la carroza habían hecho todo bien… excepto que se habían descuidado, y no habían usado, los vastos recursos de gasolina de su compañía. En otras palabras, no habían hecho lo necesario para completar el trabajo de ese día.

    Demasiado a menudo nos ocurre lo mismo en nuestra vida espiritual… aun a los cristianos. A menudo nos quebramos en medio de la carrera de nuestra vida, y dejamos de producir los frutos de la fe. ¿Por qué? Porque comenzamos a vivir como quienes no tienen fe, y de a poco nos vamos separando de la vid que nos da vida.

    Pero hoy no es el día para quedarnos sin gasolina. Hoy no es el día para que te apartes de Jesús, la vid verdadera. Hoy es el día para que, más allá de donde hayas estado o lo que hayas hecho, te reconectes con Jesucristo, la vid que da fuerza a todas las ramas que están conectadas a él. Hoy tienes la oportunidad de arrepentirte de tus pecados y creer en Jesucristo. ¡Confiesa tu pecado y recibe su perdón! ¡Cree en él!

    Cree en él… a pesar de los problemas que te acosan, porque estás conectado a los recursos que sólo el Señor del cielo y de la tierra puede proveer. Cree en él… en el Señor Jesús, cuya voluntad es no sólo que vivas en él, sino que en él des frutos eternos. Recuerda: Jesús es la vid, no nosotros. Pero nosotros podemos ser ramas conectadas a él por fe. Y como discípulos de Cristo conectados a la vid, podemos mostrar a los demás a quién pertenecemos.

    Esa es la razón por la cual vamos a la iglesia: para ser renovados, sostenidos, y fortalecidos por la Palabra de Dios… para aprender a servir a los demás así como el mismo Dios de los cielos nos sirvió a nosotros… y para mostrar a quién pertenecemos. Cuando somos ramas de la vid verdadera, lo que más queremos es estar conectados con Jesús a través de su Palabra y sus sacramentos. Esperamos con ansias su dirección moral y sus desafíos misionales, porque sabemos que siempre nos va a dar fuerza y poder con su gracia, y nos va a guiar con su Espíritu. El discipulado es una aventura de fe con un guía que conoce muy bien el camino.

    Cuando somos ramas conectadas a la vid verdadera, damos muchos frutos. En Gálatas 5:22-23, la Biblia habla acerca de los frutos del Espíritu: «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, y templanza.» Y en 2 Pedro 1:5-8, nos presenta un desafío a la vida de fe: «Esfuércense por añadir a su fe, virtud; a su virtud, entendimiento; al entendimiento, dominio propio; al dominio propio, constancia; a la constancia, devoción a Dios; a la devoción a Dios, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque estas cualidades, si abundan en ustedes, les harán crecer en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.»

    Uno no puede escuchar la Palabra de Dios y recibir su gracia a través de Jesucristo, y no ser cambiado. Cuando por fe recibimos poder – el poder verdadero que emana de su Palabra, de su mensaje, no podemos dejar de comenzar a vivir la vida de una manera diferente, así como San Pablo dice en el primer versículo del capítulo 12 de Romanos: «por las misericordias de Dios».

    Nunca olvides que, como creyentes, no somos seguidores de una cierta filosofía o un conjunto de leyes hecho por los hombres. No. Somos seguidores de una persona: Jesucristo. Creemos que él resucitó de la muerte y que vive en el corazón de todas las personas que creen en él. De hecho, creemos que nadie puede estar realmente vivo sin él.

    Cuando estamos conectados a la vid a través de sus dones, y permitimos que los frutos de su Espíritu se hagan realidad en nuestra vida, hacemos llegar su poder y gracia a los demás. ¿Qué pasaría si los frutos pudieran hablar? No sé cómo se sienten las naranjas, las manzanas o las uvas cuando no son recogidas de su planta. Pero, ¿cómo estaríamos nosotros si nadie los recogiera? Por cierto estaríamos privados de la vitamina C de las naranjas, de los pasteles de manzanas, y del vino. Porque los frutos fueron hechos para ser recogidos. El fruto de nuestra relación con Jesús es para ser compartido. Estamos aquí para dar frutos para los demás. Esa es una de las maneras en que las personas ven a quién pertenecemos y en quién confiamos por sobre todas las cosas.

    Entonces, permite que los demás vean quién te sostiene, quién ancla tu vida en los momentos buenos y en los malos. Permite que vean tu fe ante las brisas de otoño que llegan a tu vida para producir cambios no siempre buscados o queridos. Permite que vean la confianza con que caminas aun en medio de las transiciones de tu vida, para que ellos también puedan ser guiados hacia el Dios que hace posible la belleza en la vida.
    Permíteles ver tu relación con Jesús cuando el frío del invierno cubra tu aire con luchas, pruebas, y tentaciones. Permite especialmente que te vean en esos momentos, porque con el mismo mensaje con que Cristo te da esperanza a ti, también se la puede dar a ellos. Permite que te vean en las primaveras de tu vida, cuando los frutos del perdón y la misericordia de Cristo continúan floreciendo en ti, o cuando el fruto de su humildad y gracia te identifica como hijo de Dios en medio de sus vidas.

    Y permíteles verte en los veranos de tu vida, en medio del calor de la oposición, o bajo los rayos brillantes del sol de verano. Permite que te vean tanto en los fracasos como en los triunfos como alguien que, antes que nada, es hijo de Dios en Jesucristo. Porque como cristianos que hemos recibido la gracia y el amor de Dios, sólo debemos contestar una pregunta por cada día de nuestra vida: ¿qué diferencia hacemos en el mundo no sólo porque vivimos en él, sino también por el testimonio que damos de nuestro Señor?
    Recordemos: somos ramas conectadas a la vid verdadera, que damos frutos para que muchos se beneficien y presten atención a la invitación del Salmista, cuando dice: «¡Prueben ustedes mismos la bondad del Señor!» (Salmo 34:8). ¡Esta es una visión por la cual vale la pena vivir!

    Un conocido profesor había acabado de dar una charla ante un grupo grande de hombres de negociones sobre la responsabilidad que tenemos los cristianos de ser la «luz» del mundo, haciendo énfasis en que los creyentes debemos reflejar la luz de Cristo al mundo. Cuando ya estaba por irse, uno de los participantes le contó una experiencia que había tenido al respecto en su casa. Un día, cuando había bajado al sótano, notó que algunas papas habían echado brotes, a pesar de estar guardadas en el rincón más oscuro del sótano. Al principio no entendía cómo había sido posible. Pero luego se dio cuenta que, cerca de la ventana, colgaba del techo una caldera de cobre prolijamente pulida, la cual reflejaba los rayos del sol sobre las papas. Este hombre de negocios comentó: «Eso me hizo pensar que no soy ni predicador ni maestro capaz de exponer la Escritura, pero al menos puedo ser una caldera de cobre que atrapa los rayos del Hijo, y refleja su luz sobre quien se encuentra en un rincón oscuro.»

    Tú y yo somos las ramas conectadas a la vid única y verdadera, para dar los frutos que beneficien a muchos hasta que, por gracia, sean injertados ellos también como ramas de la misma vid, a través de una relación con Jesús.

    «Yo soy la vid y ustedes los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí ustedes nada pueden hacer… En esto es glorificado mi Padre: en que lleven mucho fruto, y sean así mis discípulos.»

    Si de alguna manera podemos ayudarte a glorificar a Dios dando muchos frutos, comunícate con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.