PARA EL CAMINO

  • Recuerden, no olviden

  • mayo 27, 2012
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Ezequiel 37:3
    Ezequiel 37, Sermons: 1

  • Hoy es el Día de los Caídos, día en que recordamos a quienes dieron su vida para garantizarnos un futuro en libertad. Es también un día en que recordamos la obra de Cristo, quien dio su vida para garantizarnos el perdón de nuestros pecados y la vida eterna junto a él.

  • En su famoso discurso en Gettysburg, el Presidente Lincoln dijo: «El mundo no notará ni recordará por mucho tiempo lo que aquí digamos, pero nunca va a olvidar lo que aquí hicimos… Es mejor que nos dediquemos a la gran tarea que tenemos por delante – que por honor a estos muertos, nos dediquemos con mayor devoción a la causa por la cual ellos dieron la medida total de su devoción – que aquí resolvemos que estos muertos no habrán muerto en vano.» Y en una de las más profundas declaraciones hechas en el idioma inglés, Lincoln dijo a sus compatriotas: «Recuerden, no olviden».

    Años más tarde, mucho después que Lincoln hubiera sido asesinado, y que el último cartucho de la Guerra Civil hubiera sido disparado, en palabras no tan conocidas pero sí tan poéticas, el siguiente mensaje fue promulgado por todas las ciudades, pueblos y comunidades de los Estados Unidos: «No permitamos que los estragos del tiempo testifiquen al presente, o a las futuras generaciones, que como pueblo hemos olvidado el costo de una República libre e indivisible. Si otros ojos se aburren, y otras manos se cansan, y otros corazones se enfrían en la confianza solemne, los nuestros se mantendrán bien mientras la luz y el calor de la vida permanezca en nosotros.» Estas palabras son tomadas de las Órdenes Generales #11, un documento escrito en 1868 por el General John Logan, Comandante en Jefe del Gran Ejército de la República.

    Si bien las mujeres del sur ya atendían y decoraban las tumbas de los soldados caídos antes que la guerra terminara, con esta declaración el General Logan estableció lo que en Estados Unidos conocemos hoy como ‘Memorial Day’, o el ‘Día de los Caídos’, día en que honramos a aquéllos que han dado todo por su país y por la libertad. Para el General Logan, esa fue la forma de exhortar a sus compatriotas y a su país, a que «Recuerden, no olviden».

    Hace casi 40 años que celebré el primer servicio del Día de los Caídos. El clarín hizo sonar el toque de silencio lo cual, aún cuando no lo hizo en forma perfecta, fue tremendamente emotivo. Luciendo uniformes que habían encogido visiblemente desde la última vez que los habían usado, los Guardias hicieron los disparos de honor por los camaradas caídos, mientras los niños salían corriendo en busca de los cartuchos de bronce que se guardarían como recuerdo. Para mí, lo más emocionante del servicio fueron las nueve sillas que los organizadores habían puesto para que en ellas se sentaran los veteranos de la Primera Guerra Mundial.

    Unos diez años después, cuando dejé esa comunidad rural, el número de sillas había bajado a tres. Hoy ya no hay ninguna. Los historiadores dicen que Florence Green, la última veterana de la Primera Guerra Mundial, falleció el 4 de febrero de este año, a los 110 años de edad.

    65 millones de soldados pelearon en la Primera Guerra Mundial. Guerra que fuera bautizada con esperanza, pero equivocadamente, como «la guerra para poner fin a todas las guerras». 65 millones de soldados, y todos ellos ya se han ido.

    Teniendo eso presente, quiero hacerte una pregunta. Una pregunta que debería ser simple de responder: ¿cuál fue la razón por la cual se peleó la Primera Guerra Mundial? ¿Cuál fue la razón que movilizó a esos 65 millones de soldados? ¿Cuál fue el motivo por el cual 10 millones de personas en uniforme dieron, como lo dijo el Presidente Lincoln: «la medida total de su devoción»? Sé que el asesinato del Archiduque Ferdinand de Austria fue el fósforo que encendió el fuego que inició la Primera Guerra Mundial. Pero aún así, el asesinato de un archiduque no es razón suficiente para movilizar a 65 millones de soldados y justificar la muerte de 10 millones de ellos y 7 millones de civiles.

    Debo confesar que no sé la respuesta, lo cual es una sorpresa porque hace menos de 100 años los gobiernos de muchos países alentaron a sus jóvenes a dejar a sus padres, esposas, hijos, amigos, y todo lo que les era familiar, para enlistarse y pelear en un conflicto global. Hace menos de 100 años, los que quedaban en casa tenían que hacer grandes sacrificios para apoyar la guerra… limitarse en esto y aquello… dejar de consumir tales y cuales cosas… Hace menos de 100 años, el patriotismo prometía que la razón de la guerra nunca iba a ser olvidada, y que cada compromiso hecho con la causa iba a ser recordado eternamente. ‘Recuerden. No olviden.’

    Luego que el conflicto terminó, y de esto también hace menos de 100 años, oradores famosos fueron invitados a dedicar cementerios masivos llenos con filas y filas de cruces blancas conmemorando a aquéllos cuyas vidas se habían terminado, cuyos sueños se habían esfumado, cuyos futuros promisorios se habían truncado. En muchos idiomas diferentes, todos esos oradores hicieron la misma promesa solemne: ‘No vamos a olvidar’.

    Aún cuando las hostilidades habían terminado, los capellanes continuaron ministrando a los moribundos, los pastores y sacerdotes continuaron visitando a los padres sin hijos, y buscando palabras para calmar el dolor de los corazones quebrantados de los esposos y niños que no lograban comprender por qué ya no tenían la familia de antes. Las naciones se esforzaron por dar un sentido de normalidad a los millones de personas cuyos cuerpos y mentes estaban quebrantados, y cuyas almas y espíritus estaban marcados. Una y otra vez se hacía la misma promesa: «Nunca vamos a olvidar… siempre vamos a recordar».

    Pero no hemos recordado, ¿no es cierto? Al contrario, hemos olvidado. Es por ello que desde hace ya muchas décadas, en la mayoría de las comunidades no se celebra el Día de los Caídos de la forma en que el General Logan lo esperaba. La mayoría de nosotros aprovechamos este fin de semana largo para mirar la carrera de las 500 millas de Indianápolis, para sacar el bote del garaje y llevarlo al lago, para hacer un asado en el parque, para inaugurar la época de ir a nadar, o para jugar un partido de golf.

    Hemos olvidado. Si no, ¿cómo explicaríamos que, en el 2009, una asociación comunitaria en el estado de Virginia obligó a un vecino a quitar la bandera norteamericana que tenía en su jardín? La asociación en cuestión no tenía ninguna estipulación en contra de ondear la bandera, pero decidieron que, en este caso, era estéticamente desagradable. Cabe mencionar que el dueño de casa, de 90 años de edad, había recibido una Medalla de Honor, y había peleado no sólo en la Segunda Guerra Mundial, sino también en las guerras de Corea y de Vietnam. Sí, hemos olvidado.

    Es muy triste ver que las personas se olvidan de las cosas importantes. Debo dejar en claro que yo no soy partidario de la guerra y el derrame de sangre. La guerra nos recuerda que la estabilidad de la civilización es sumamente frágil. La guerra testifica que las naciones todavía pueden ser destruidas por un líder carismático cuyos pensamientos son oscuros y su corazón más oscuro aún. Pero la guerra sigue existiendo por la increíble ambición de poder que tienen algunos, un deseo enfermizo de dominar a quienes ellos consideran inferiores, insignificantes, e intrascendentes. La guerra es el reconocimiento de que en el corazón, la mente, y el alma humana existe una malevolencia monstruosa, un pecado sórdido, una maldad tremenda que arrasa con todo lo que debería ser bueno, honorable y amante de la paz en la raza humana.

    La guerra es una oportunidad sangrienta para la humanidad de aprender de sus errores y mantener a raya el mal… pero sólo cuando los fracasos y los males son recordados. Y la verdad es que tenemos mala memoria. Nos olvidamos. No recordamos. Nuestra generación, como todas las generaciones anteriores a nosotros, se las ha ingeniado para olvidar el bien y el mal. Olvidamos tanto el egoísmo, como el sacrificio. Olvidamos tanto la esperanza, como el horror. Olvidamos la resolución y la resignación, el coraje, el compromiso, y la cobardía.

    Y si nos olvidamos durante suficiente tiempo, eventualmente terminamos convenciéndonos que lo que somos, las bendiciones y la abundancia que tenemos, es normal, algo totalmente natural, algo que no tiene nada que ver con la sangre que fue derramada por alguien como una inversión en nosotros y en nuestro futuro. Peor aún, nos olvidamos que hay algunas cosas, no muchas, pero algunas que son tan malas y tan horribles, que es necesaria la vida de un hombre para detenerlas; y que hay algunas cosas que son tan buenas, que un hombre es capaz de dar «la medida total de su devoción» para ganarlas.

    Miguel comprendió esto que estoy diciendo. Él sabía que había cosas por las cuales valía la pena morir. El 29 de septiembre del 2006, Miguel y dos de sus compañeros del grupo especial de la Armada norteamericana estaban en el techo de una casa en territorio enemigo en Iraq, cuando les tiraron una granada. De los tres que estaban allí, Miguel era el único que podía haberse puesto a salvo, pero no lo hizo. Lo que hizo, en cambio, fue tirarse sobre la granada y recibir el impacto total de la explosión, salvándole así la vida a sus compañeros.

    Cuando cayó esa granada, Miguel tuvo menos de tres segundos para decidir qué hacer. Tres segundos no es mucho tiempo para pensar en los pros y los contras de las opciones. La decisión que tenía que tomar era inmediata. Pero Miguel sabía que dar la vida por sus amigos era algo por lo cual estaba dispuesto a dar la medida total de su devoción. El Sumario de Acción que describe cómo debe ser recordada la muerte de Miguel, dice: «Por salvar la vida de sus dos compañeros, merece el reconocimiento más especial otorgado; se le concede la Medalla de Honor».

    La Biblia describiría en forma diferente la muerte de Miguel. El capítulo 15 versículo 13 del Evangelio de Juan, dice así: «Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos». La mayoría de las personas dirá que ese día Miguel demostró coraje, valor, compromiso, y muchas cosas más. La Biblia reemplaza todas esas palabras con una sola: amor. Porque de eso se trata: Miguel mostró amor sacrificial por sus camaradas.

    Tal clase de amor es increíblemente raro. No es el amor que vemos en las novelas, ni el amor que hoy está y mañana no. Es un amor tan fuerte como para soportar hasta la más difícil de las pruebas; un amor que no se achica ni siquiera ante una granada enemiga. El amor exhibido por Miguel es el amor que deberíamos exhibir como país, si queremos cumplir con nuestro rol en el mundo con orgullo… y no simplemente con un despliegue de poder. El amor exhibido por Miguel es lo que deberíamos enseñar y compartir con nuestros niños, para que aprendan que hay cosas por las cuales vale la pena morir. Ciertamente, no hay amor más grande que este.

    Hoy celebramos el Día de los Caídos. Es un día en que recordamos a nuestros compatriotas que han dado todo por nosotros, por nuestra libertad, por nuestro futuro. Pero hoy también celebramos el día del Señor, dedicando parte del tiempo para recordar a nuestro Salvador. En ese tiempo recordamos la obra de Cristo que mostró a este mundo un amor más grande que cualquier cosa que el corazón humano más noble pueda concebir o comprender; un amor que supera hasta el sacrificio máximo hecho por Miguel en Iraq. Es que la muestra más grande de amor que nosotros podemos ofrecer es morir por quienes amamos y quienes, esperamos, nos amen a su vez. Pero el amor de Jesús es mucho mejor que el nuestro.

    El apóstol Pablo nos ayuda a ver un poco el corazón y el alma del Salvador. Parafraseando un poco las palabras que encontramos en el capítulo 5 de su carta a los Romanos, Pablo dice: ‘Amigos, por más que busquen y busquen, no van a encontrar muchos ejemplos de alguien que esté dispuesto a dar su vida por otra persona. Quizás logren encontrar a un individuo que acepte hacer el sacrificio supremo por otro, si ese otro es alguien excepcionalmente bueno. Pero Jesús fue diferente; su amor fue diferente. Porque cuando todavía éramos pecadores, cuando todavía éramos enemigos de Dios, cuando nuestros pensamientos, palabras y acciones demostraban nuestra indiferencia, nuestra falta de respeto y nuestra desobediencia al Creador, Jesús vino a nuestro mundo y nos amó.’

    Si Pablo hubiera aplicado su manera de pensar a Miguel, hubiera dicho: «Miguel estuvo dispuesto a morir por sus amigos y camaradas. Pero, ¿creen que hubiera estado dispuesto a dar su vida por el hombre que le tiró la granada? ¡Por supuesto que no! Esa sería totalmente ridículo. Quien tiró la granada era enemigo de Miguel. Si hubiera podido, Miguel lo hubiera matado antes que tuviera tiempo de tirarle la granada. Así es como funcionamos los seres humanos: el enemigo es el enemigo. Punto.»

    Pero así no es como funcionan las cosas con Jesús. Jesús vino a este mundo a salvar a sus enemigos, a dar su vida para salvar a quienes lo crucificaron. Es por ello que, desde la cruz, gritó: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Jesús tuvo enemigos desde el principio. Cuando se enteró de su nacimiento, el Rey Herodes trató de matarlo… Jesús vino a salvar al Rey Herodes. Los fariseos buscaron mil y una maneras de eliminarlo… Jesús vino a salvar a los fariseos. El Sumo Sacerdote y el Sanedrín trataron de asesinarlo… Jesús murió por ellos. Poncio Pilato sabía que Jesús era inocente, pero se dejó llevar por lo que la multitud quería, y permitió que lo condenaran a muerte… Jesús murió por Poncio Pilato. Como también murió por el soldado que lo castigó a latigazos, por el que le puso en la cabeza una corona de espinas, por el que le escupió en la cara, por los que le atravesaron con clavos las manos y los pies, y por los que se burlaron de él. Jesús vino a salvarlos a todos ellos.

    Y Jesús vino a salvarnos también a ti y a mí. En este mensaje hemos dicho que hay algunas cosas, no muchas, pero al menos algunas, por las cuales una persona es capaz de dar la vida. Tú, estimado oyente, eres una de esas personas por las cuales Jesús murió. Pero no lo hizo porque eres alguien especial, o porque eres rico, o porque eres muy inteligente, o porque tienes una buena figura. No. Jesús te amó porque él es amor. Cuando él vio que el futuro que te esperaba era el infierno y que tu destino final era el sufrimiento eterno te amó tanto, que hizo lo que era necesario hacer para cambiarlo.

    Hoy es el Día de los Caídos, el día en que recordamos a quienes murieron en la guerra para salvarnos. Es también un día apropiado para recordar al Salvador quien, siendo Hijo de Dios, bien podría haberse conformado con ser un simple espectador de las tristezas y los sufrimientos de la humanidad. Pero no. Jesús se negó a mantenerse neutral ante nuestras luchas. Por razones que no logramos comprender, se convirtió en un ejército de una sola persona, un ejército dedicado a ganar las batallas que habrían de salvar nuestras almas.

    Y batallas no faltaron. Desde que el pecado entró en el mundo, Satanás nunca había sido derrotado. Si una tentación le fallaba probaba otra, pero al final su persistencia siempre triunfaba. Tarde o temprano, hasta los más grandes héroes de la fe fallaron… esto es, menos Jesús. Jesús resistió todas sus tentaciones, y venció por primera y única vez a Satanás. La más difícil de todas fue la batalla contra la muerte. Lo natural hubiera sido que Jesús tratara de evitar el final doloroso que le esperaba. Sin embargo Jesús la acogió y la luchó… por nosotros. Y tres días después que su cuerpo sin vida fuera puesto en una tumba prestada Jesús resucitó… por nosotros. Su triunfo nos hace triunfadores a nosotros también.

    Es tiempo de que recordemos. Es tiempo de que recordemos al Hijo de Dios que dio su vida para salvar nuestras almas. Que recordemos su vida, su sufrimiento, su muerte, y su gloriosa resurrección. Y no sólo que recordemos, sino que también le demos gracias por ello. Recordemos, no nos olvidemos.

    Y si de alguna manera podemos ayudarte a recordar lo que Jesucristo ha hecho por ti, comunícate con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.