PARA EL CAMINO

  • Vasos de barro

  • junio 10, 2012
  • Rev. Dr. Gregory Seltz
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: 2 Corintios 4:7, 16
    2 Corintios 4, Sermons: 1

  • Cuando estás al final de tus fuerzas y ya no sabes a quién acudir, Dios te invita a que te vuelvas a él. Dios te ama y quiere que le invoques en tus momentos de sufrimiento y de angustia.

  • No hace mucho me enteré de la historia de Daniela, una atleta de renombre mundial que ha corrido carreras que han durado de una hora hasta diez días. Daniela ganó cuatro veces la Maratón de Pike’s Peak, en el estado de Colorado. También corrió por todas las montañas de Colorado, que tienen hasta 14,000 pies de altura, en menos de 15 días, con lo cual marcó un récord mundial, ya que ninguna otra mujer en la historia lo había hecho en ese tiempo.

    Una mañana de diciembre del 2007, Daniela salió a correr no muy lejos de su casa, llevando consigo a su perro Taz. Después de estacionar su camioneta al costado de un camino, ambos emprendieron el trayecto de 8 millas. Luego de haber corrido unas 5 millas, cuando subía por una parte escarpada del terreno que estaba cubierta de hielo, Daniela se resbaló y se cayó. En posición sentada, siguió resbalando por el acantilado hasta un cañón escondido a 60 pies de profundidad. Allí quedó tendida inmóvil, incapaz de caminar. Más tarde se iba a enterar que, a causa de la caída, se había quebrado la pelvis, así como también varias vértebras que le cortaron el suministro de sangre a una tercera parte de su cuerpo.

    Luego de varias horas de intentar inútilmente arrastrarse para buscar ayuda, se dio cuenta que iba a ser imposible lograrlo por sí misma. Dándose por vencida, se acostó detrás de una roca esperando que alguien notara que había desaparecido. Con la noche llegaron nuevos desafíos: la temperatura descendió por debajo de cero, pero todo lo que podía hacer para tratar de mantener el calor era mover un pie, y el único alimento que tenía era una barrita de cereal y un poco de agua. Sin lugar a dudas, estaba atrapada en un lugar desolado y con heridas severas. Las perspectivas no eran buenas.

    En ese entonces Daniela era soltera, por lo que podría llegar a pasar bastante tiempo hasta que alguien, como por ejemplo su vecina Dorotea, se diera cuenta de su ausencia. Mientras yacía sola y desamparada en el fondo del cañón, pensó: ‘Dorotea, por favor, date cuenta que no estoy en casa.’

    En esa época, a los 35 años de edad, Daniela no creía en Dios ni se consideraba religiosa. Es por ello que, en esos momentos, no tenía ni idea de cómo iba a hacer para sobrevivir a la terrible situación en que se encontraba. Estaba totalmente sola, desesperada, y sin ninguna ayuda a la vista. Como no sabía qué otra cosa hacer, pegó un grito en la noche fría y vacía.

    Y eso es justamente lo que Dios quiere que hagamos, especialmente cuando estamos a punto de desesperar: quiere que lo llamemos e invoquemos en los momentos de sufrimiento y cuando tenemos problemas. Dios nos ama, por lo que siempre está esperando escuchar nuestra voz. En la Biblia él nos dice: «Invócame en el día de la angustia; yo te libraré, y tú me honrarás» (Salmo 50:15).

    Cuando estás al final de tus fuerzas y no sabes a quién volverte, cuando llegas a ese momento en que te sientes con un vacío total, allí es cuando Dios te invita a que te vuelvas a él. Jesús, tu Salvador, dio su vida por ti y resucitó de los muertos para que tú puedas recibir ayuda en tus momentos de necesidad, para que nada pueda separarte del amor de Dios.

    La Biblia dice claramente: «¿De dónde viene mi ayuda? Mi ayuda viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra» (Salmo 121:1). Y también: «Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones» (Salmo 46:1). Podemos contar con Dios. Y esto es vital para enfrentar todos y cada uno de los desafíos que nos presenta la vida. El apóstol Pablo dice literalmente en este texto que somos «vasos de barro». ¿Por qué? Porque el ser humano es frágil y vulnerable. Porque vivimos en un mundo quebrantado y manchado por el pecado. Al ser pecadores, somos vasos de barro propensos a rajarse, a gotear, a echarse a perder. Somos personas propensas a desesperar… y la desesperación puede tomar muchas formas, ¿no es cierto?

    Como Daniela, un simple resbalón, y uno cae mal. Y cuando uno se cae así, se desespera.

    O inesperadamente nuestro ser amado nos rechaza o nos falla, haciendo que la soledad y el abandono se apoderen de nosotros, y nos desesperamos.

    O caemos en una adicción, o no podemos controlar nuestro enojo, o dejamos que el resentimiento nos domine… y nos desesperamos.

    Con tantas cosas fuera de nuestro control, y con el fracaso de muchas de las cosas que creemos controlar, es fácil desesperar. Cuando el pecado y la culpa se apoderan de nuestra vida, nos pueden dejar vacíos, sin esperanza, y desanimados.

    En todos esos momentos, cuando estamos por desesperar, San Pablo nos invita a que busquemos fortaleza para perseverar en el corazón de Dios. En vista de la realidad cruel de este mundo San Pablo escribió: «Por lo tanto, no nos desanimamos. Y aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando de día en día» (2 Corintios 4:16). En otras palabras, lo que Pablo estaba diciendo era: ‘las cosas malas no tienen la última palabra; por más que destruyan tu cuerpo, por dentro estás siendo hecho nuevo’.

    Y hablando del cuerpo… parece que cada día que pasa le prestamos más atención y dedicación. Se estima que la industria de productos para la piel mueve unos 43 mil millones de dólares al año. La piel es el órgano que protege nuestro cuerpo, es la primera línea de defensa que tenemos contra el medio ambiente. Como tal, juega un papel vital en protegernos contra los agentes patógenos. La piel es la reguladora de la temperatura y de la hidratación de los órganos vitales del cuerpo. También nos provee sensación e información sobre el mundo que nos rodea.

    Pero con el pasar del tiempo nuestra piel envejece, se vuelve más fina, y eventualmente muere. En este texto, Pablo nos está diciendo que hay una piel eternamente fuerte que siempre nos va a proteger y cuidar. Cuando a través de la fe estamos cubiertos por la justicia protectora de Cristo, cuando estamos rodeados por su amor y su gracia perseverantes, los problemas y sufrimientos de este mundo no logran penetrar esa protección eterna que es nuestra a través de la fe en él.

    Es en ese espíritu que el apóstol Pablo escribe las siguientes palabras: «Pero en ese mismo espíritu de fe, y de acuerdo a lo que está escrito: ‘Creí, y por lo tanto hablé’, nosotros también creemos, y por lo tanto también hablamos. Sabemos que el que resucitó al Señor Jesús también a nosotros nos resucitará con él, y nos llevará a su presencia juntamente con ustedes… Por lo tanto, no nos desanimamos» (2 Corintios 4:13-14, 16).

    El secreto para no desesperar, entonces, es saber que Dios, que resucitó a Jesucristo de los muertos, también te resucitará a ti. Eso es lo que ha prometido, y su muerte en la cruz y su resurrección de la tumba así lo aseguran. Dios actuó a favor tuyo para que su gracia pudiera abundar en tu vida. Por lo tanto, los problemas de este mundo no van a tener la última palabra en tu vida.

    Aun cuando las circunstancias sean terribles, aun cuando tengas que enfrentar los peores sufrimientos, aun cuando todo parezca sin esperanza, la esperanza de Jesús, tu Salvador viviente, prevalece. Su ayuda, su perdón, su regalo de vida eterna en el cielo, se derraman en tu vida para renovarte. ¡Eso es lo que él te promete! Por lo tanto, junto con el apóstol Pablo puedes decir: ¡Gracias a Jesucristo y su resurrección, no me desespero!

    Daniela comenzó a darse cuenta de esto cuando se enfrentó cara a cara con la muerte en el accidente que tuvo. Tres días y tres noches permaneció inmóvil e indefensa en el fondo de ese cañón escondido. Cuanto más tiempo pasaba, más se debilitaba y más crecían su desesperación y su falta de esperanza. Llegó un momento en que hasta dejó de mover el pie. Como estaban las cosas, ¿qué sentido tenía tratar de mantener la circulación de la pierna?, se dijo, y decidió dejar de moverse.

    Fue entonces que escuchó ‘una voz’ que le dijo que continuara moviendo el pie. Cada vez que quería darse por vencida y dejar de moverlo, la voz regresaba y le decía que siguiera. Mientras tanto, su vecina Dorotea se dio cuenta que Daniela no había regresado a su casa y notificó a la policía, quienes comenzaron a buscarla.

    Al mismo tiempo, y aunque parezca mentira, un detective que no estaba involucrado en su búsqueda dijo sentir una fuerte premonición de parar en un parque donde muchos corredores profesionales van a entrenarse. Una vez allí, de alguna manera tuvo el impulso de salir del camino principal, y así fue como vio la camioneta de Daniela. Luego de notificar al equipo de rescate, comenzaron a rastrear el área. Daniela estaba oculta a cinco millas de distancia de los senderos principales, pero uno de los miembros del equipo de rescate encontró a su perro Taz, quien los llevó al cañón donde se había caído, y así fue rescatada.
    Los lugareños llamaron ese rescate: «un milagro de Navidad», pues saben muy bien cuántas personas han muerto en esa área remota. Hasta la misma Daniela comenzó a reconocer que Dios había intervenido en forma milagrosa para que ella no se diera por vencida. Hoy, ya recuperada, casada y con dos hijos, Daniela dice: «Lo que me sucedió me hizo creer un poco más, como que quizás hay algo más de lo que los seres humanos no somos conscientes. Cuando pienso en todas las cosas que tuvieron que pasar para que permaneciera con vida, creo que fue más que pura suerte.»

    El apóstol Pablo nos lo dice con mayor claridad aún. Fue más que pura suerte para Daniela, y también lo es para nosotros. Nuestro Salvador resucitado siempre está actuando en el mundo, y siempre está con nosotros. La Biblia NO dice que Jesús fue un buen hombre que murió en la cruz por ti y por mí y que resucitó para ponerle el punto final a una historia triste. NO. La Biblia declara que Jesús decidió ir a la cruz por ti y por mí como nuestro Salvador. Jesús no fue solamente hombre, sino que también fue Dios, que vino a este mundo a rescatarnos y traernos sanidad y salvación eterna.

    Al igual que Daniela, no podemos hacer nada para rescatarnos a nosotros mismos y deshacernos de nuestra culpa y pecado. El único que puede rescatarnos es Dios. Y la Biblia dice que el Dios de la cruz y la tumba vacía ha venido a hacer exactamente eso. Dios no sólo está actuando en el mundo, sino que está salvando al mundo… y ese mundo nos incluye a ti y a mí.

    Entonces, y aun cuando suframos con todas las cosas que nos desgastan por fuera, sabemos que por dentro estamos siendo renovados día a día, porque «sabemos que el que resucitó al Señor Jesús también a nosotros nos resucitará con él» (2 Corintios 4:14). «Sabemos que si se deshace nuestra casa terrenal, es decir, esta tienda que es nuestro cuerpo, en los cielos tenemos de Dios un edificio, una casa eterna, la cual no fue hecha por manos humanas» (2 Corintios 5:1). Así, querido amigo, es como tú y yo podemos enfrentar los problemas y las dificultades de esta vida sin desanimarnos ni perder la esperanza.

    Muy a menudo, cuando en la iglesia cantamos himnos que han sido escritos a través de los siglos por cristianos fieles, no sabemos -o no recordamos- la razón que motivó a sus autores a escribirlos. En la mayoría de los casos, sus palabras no son sólo palabras de fe, sino también palabras de esperanza y consuelo en medio de las pruebas de la vida.
    El himno «Estoy bien con mi Dios», fue escrito por Horacio Spafford. Horacio era un hombre de negocios que vivía en Chicago. En el gran incendio que sufrió esa ciudad en el año 1871, Horacio y su esposa Annie perdieron prácticamente todas sus pertenencias. Pero no sólo sufrieron eso, sino que un poco antes del incendio habían perdido a un hijo de cuatro años. Una tragedia sobre otra. Sus corazones estaban llenos de dolor por los sucesos del pasado, por lo que les costaba vivir el presente.

    Para tratar de aliviar tanta pena, Horacio sugirió que viajaran a Inglaterra a visitar a su buen amigo Moody, quien se encontraba allí predicando y evangelizando. Su esposa Annie se embarcó primero con sus cuatro niñas, mientras su esposo se quedó en Chicago a terminar algunos asuntos de negocios. Pero en medio de la travesía a través del Océano Atlántico, el barco en el que iban chocó contra otro barco, y se hundió en tan sólo doce minutos, llevándose consigo a casi todos sus pasajeros. La esposa de Horacio sobrevivió, pero sus cuatro hijas murieron.

    Luego de recibir un telegrama de su esposa que decía: «Salvada… yo sola», Horacio se fue de inmediato a Inglaterra para estar con su esposa. Cuando cruzaban el Atlántico, el capitán del barco señaló el lugar donde había ocurrido el choque entre los dos barcos… y donde habían muerto sus hijas. Al verlo, Horacio escribió las palabras de uno de los himnos más lleno de esperanza que jamás se hayan escrito. Dice así:

    De paz inundada mi senda ya esté,
    O cúbrala un mar de aflicción,
    Mi suerte cualquiera que sea,
    Estoy bien, tengo paz, ¡gloria a Dios!

    Ya venga la prueba o me tiente Satán,
    No amenguan mi fe ni mi amor;
    Pues Cristo comprende mis luchas, mi afán;
    Y su sangre obrará en mi favor.

    Horacio sabía cómo no desalentarse ni perder la esperanza. Gracias al sacrificio de Jesús en la cruz por nosotros, y a su victoria sobre la muerte, pudo escribir:

    Estoy bien, gloria a Dios, tengo paz en mi ser, ¡gloria a Dios!
    ¿Cómo estás tú hoy, amigo? ¿Puedes decir que tienes paz en tu ser, o te sientes abrumado por las dificultades de la vida? Si es así, Pablo te invita a que recibas el aliento que tu Salvador Jesús resucitado quiere darte. Si te sientes aplastado por las consecuencias del pecado, mira conmigo la Palabra de Dios y sus promesas que nos traen nueva vida y esperanza. Si por fuera te estás desgastando porque todo te está yendo mal, no pierdas la esperanza. En Jesucristo tienes un amigo y compañero de camino que te entiende, te apoya, te ayuda, y te ha abierto las puertas del cielo.

    Por otro lado, si ya estás viviendo en la confianza que nos da la fe en Jesucristo, te invito a que no te guardes semejante bendición para ti solo, sino que la compartas con quienes te rodean. Cada vez que veas a una persona que sufre o que ha perdido la esperanza, pronta a darse por vencida, recuerda que tú también has pasado por momentos parecidos, y comparte con ella las palabras de aliento y vida de nuestro Señor Jesús.

    Quizás sólo se trate de decir algo muy simple, así como dijo Daniela en nuestra historia al comienzo de este programa: «Creo que hay algo más.» Quizás puedas contarle lo que descubrió Horacio: que aun en medio de las peores tragedias de la vida, gracias a Jesucristo podemos decir: «Tengo paz en mi ser, ¡gloria a Dios!» O quizás puedas compartir la confianza demostrada por el apóstol Pablo cuando, en medio de todos sus problemas y persecuciones, escribió: «… no nos desanimamos. Y aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando de día en día. Porque estos sufrimientos insignificantes y momentáneos producen en nosotros una gloria cada vez más excelsa y eterna. Por eso, no nos fijamos en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2 Corintios 4:16-18).

    Así es que hoy Pablo nos alienta a que miremos a la cruz de Cristo y a su tumba vacía. Porque gracias a que él vive, nosotros también viviremos. Cristo nos trae perdón, paz, alegría abundante, vida y salvación. Mira a Cristo, mi amigo, porque en este mundo que a menudo nos pone trampas para hacernos resbalar y caer, y que nos apabulla con dificultades y sufrimientos que fácilmente pueden hundirnos, solamente las buenas noticias de Jesús nos aseguran que, por fe en él, no vamos a desalentarnos ni a perder la esperanza.

    Si de alguna manera podemos ayudarte a encontrar o revivir la llama de la esperanza de Cristo en tu vida, comunícate con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.