PARA EL CAMINO

  • Cristo, el Rey de mi vida

  • noviembre 25, 2012
  • Prof. Marcos Kempff
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 6:68-69
    Juan 6, Sermons: 9

  • Cuando Cristo es el Rey de nuestra vida, podemos vivir en armonía con Dios, en reconciliación con quienes nos rodean, y en paz con nosotros mismos.

  • El otro día me levanté de la cama cansado; parecía que la noche había pasado sin el descanso que necesitaba. No sé si a ti te sucede lo mismo, pero a mí me frustra. ¿Por qué no puedo levantarme cada mañana descansado y renovado?

    Así que ese día decidí escribirle a Dios una carta, a fin de plantearle mi situación y las dificultades que últimamente me han dejado agotado, frustrado, y un poco deprimido. Al rato de haber comenzado me di cuenta que, el simple hecho de poner por escrito mis preocupaciones y quejas, ya me hacía sentir mejor, lo cual me animó a seguir. Algunas frases hasta se convirtieron en un gran desahogo.

    Hoy quiero compartir contigo mi carta. Por favor, no te escandalices con la franqueza con que le escribo a Dios, pues una cosa he aprendido: él es más grande de lo que puedo pensar y, por eso, le puedo hablar con absoluta sinceridad. Hasta le agrada que tome el tiempo para presentarle todo lo que llevo en mi vida, pues él mismo nos ha invitado a llevarle todo en oración. Entonces, aquí está mi carta.

    Amado Dios: te agradezco la oportunidad de dirigirme a ti. Aprovecho las palabras de tu Hijo Jesús cuando dijo: «Vengan a mí todos ustedes, los agotados de tanto trabajar, que yo los haré descansar» (Mateo 11:28). Sé que no tienes una dirección de correos, ni una cuenta de email, ni te puedo ‘textear’ desde mi teléfono, pero sí sé que me escuchas cuando te hablo, que recibes mis palabras al escribirte y que me comprendes y me conoces, porque tú me has creado y me has hecho hijo tuyo a través del Santo Bautismo. También sé que te agrada cuando me dirijo a ti, expresándote mis inquietudes, mis ansiedades, mis dudas, mis preocupaciones, mis alegrías y los sinsabores que sufro en la vida. Gracias por recibirme y estar atento a la voz de mis súplicas.

    Te cuento: esta mañana me levanté cansado. Ahora que lo pienso creo que me acosté atribulado, y eso duró toda la noche. A la verdad se me olvidó encomendar todo a tu cuidado antes de acostarme. Y ahora, sentado en la cama por la mañana, cuando me pongo a pensar en todo lo que tengo para hacer en este día, me siento aún más agotado. No sé qué es lo que me pasa. Aunque no siempre lo hago, porque no lo he convertido en costumbre, pensé en ti y en cómo me he descuidado en la lectura de tu Palabra y en la oración. Parece que, de tanto correr en la vida, me tiene distraído y descuidado. Sé que eso no es bueno, pero tengo que confesarte que permito que las preocupaciones se interpongan, y eso me complica la vida. Lo que sí recuerdo es que este nuevo día de vida es un regalo tuyo. Y más aún, este nuevo día es la fecha en que los cristianos recordamos a Jesús, tu amado Hijo, como Cristo Rey.

    Cuando pensé en eso, de inmediato busqué mi Biblia y encontré la historia seleccionada para esta fecha: es la del arresto y juicio de Jesús ante el gobernador Poncio Pilato. El capítulo 18, versículos 33 a 37, del Evangelio de Juan, nos dice así: «Pilato volvió a entrar en el pretorio; llamó entonces a Jesús, y le preguntó: ‘¿Eres tú el Rey de los judíos?’ Jesús le respondió: ‘¿Dices tú esto por ti mismo, o te lo han dicho otros de mí?’ Pilato le respondió: ‘¿Soy yo acaso judío? Tu nación, y los principales sacerdotes, te han puesto en mis manos. ¿Qué has hecho?’ Respondió Jesús: ‘Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores lucharían para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí.’ Le dijo entonces Pilato: ‘¿Así que tú eres rey?’ Respondió Jesús: ‘Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz’.»

    Al leer esta porción de la Biblia, mi mente me llevó al escenario de esa historia: el palacio del gobernador Poncio Pilato en las horas en que Jesús fue juzgado y condenado a la cruz. El diálogo entre Poncio Pilato y Jesús tocó puntos muy profundos. Cuán difícil le era para el gobernador Pilato creer que Jesús era más que un simple hombre. Sin embargo ahora, en el intercambio de palabras que habían tenido, habían entrado en el campo de lo divino. ¿Es posible que Pilato haya pensado que quien tenía frente a él era el Cristo, el Rey de los Judíos, el Hijo del Altísimo, el camino a Dios? Y eso me hizo pensar en la enseñanza Bíblica de 1 Timoteo 2:5, que dice: «Porque no hay más que un Dios; y no hay más que un hombre que pueda llevar a todos los hombres a la unión con Dios: Jesucristo.»

    Como tú bien sabes, amado Dios, y yo también, a los hombres nos gusta creer que ‘todos los caminos nos llevan a ti’, que cualquier forma de pensar en ti es suficiente para tener tu bendición. Demasiadas veces creemos que no conoces todo lo que nos ocurre, y que eres ciego y sordo a lo que nos sucede. De alguna manera pensamos que somos los dueños de nuestro propio destino, o que nos toca a nosotros forjarnos la mejor forma de vivir, pero sin ti. Pero, ¿acaso hemos sido capaces de encontrar por nosotros mismos esa paz que tanto anhelamos y de resolver nuestra crisis de identidad y de propósito en la vida? ¡No! Pero no por falta de voluntad, sino por falta de seguridad y certeza en lo que estamos haciendo. La sinceridad humana no basta para asegurar que estamos haciendo lo correcto, pues podemos estar sinceramente equivocados. Reconozco, amado Dios, que sólo tú puedes llenar nuestro vacío – ¡y lo haces! Pero aún así, te resistimos con incredulidad y orgullo.

    Qué importante es recordar y resaltar en nuestra mente y corazón que Jesucristo mis
    mo es quien nos da la bendición de una relación de paz y armonía contigo, Dios, una paz y reconciliación con otros, y una paz en nosotros mismos. Tu Hijo Jesús nació en Belén, murió en la cruz y resucitó al tercer día para que nuestros pecados fueran perdonados y pudiéramos recibir la vida eterna. Amado Dios, yo sé que me creaste para ser feliz, para reír, cantar y vivir con amor. Tú me diste manos para dar y un corazón para amar. Perdóname cuando me olvido de agradecerte por todo lo que eres y por todo lo que me brindas. Ayúdame a confiar mi vida y mi diario caminar a tu cuidado.

    Al pensar en estas cosas me doy cuenta que necesito expresar lo grande que tú eres, y lo ignorante y arrogante que soy yo. Demasiado a menudo me creo más de lo que soy, y mi prepotencia se convierte en obstáculo para confesar tu grandeza. Por eso, acepta mis pobres palabras que seguidamente te escribo. Mi actitud de pecador debilita mi capacidad de recordar realmente quién eres y lo que eso debería significar para mí. Por eso, te confieso:

    Tú eres todopoderoso y eterno; yo débil y mortal.
    Tú creas y das vida; yo puedo ser violento y destructivo.
    Tu amor es decisivo; mi devoción es sólo tentativa.
    Tu palabra crea; las mías a menudo no tienen sentido.
    Tu paciencia es eterna; mi espera es tediosa e impaciente.
    Tú lo sabes todo; yo soy limitado e ignorante.
    Eres pronto para socorrer; yo soy lento para seguirte.
    Tu voz crea universos; yo digo tonterías.
    Eres rápido para perdonar; yo soy resentido y vengativo.
    Tú presencia es constante; yo vivo atrasado y perdido.
    Tú brindas misericordia; yo soy duro, frío y falto de compasión.
    Tú despliegas poder; yo soy tímido, inseguro e impotente.
    Tú llegas hasta lo más profundo de mi corazón; yo me quedo en lo superficial.
    Tú persistes; yo resisto.
    Tú eres paz; yo soy conflicto.
    Tú eres Dios todopoderoso; yo soy un miserable pecador.
    Tú me llamas hijo; yo me olvido que eres mi Padre.
    En el bautismo me hiciste tuyo; yo me creo dueño de mi propia vida.
    Tú eres fiel y verdadero; yo mentiroso y poco confiable.
    Tus palabras dan vida; las mías conducen a la muerte.
    Tú creas, brindas, restauras; yo destruyo, despilfarro, y contamino.
    Tú redimes; yo condeno.
    Tú eres justo; yo soy injusto.
    Cristo Rey: yo soy tu humilde siervo, en ti confío.
    Cristo, Cordero de Dios: perdóname.
    Jesús, el Buen Pastor: enséñame a seguirte.
    Jesucristo, la luz del mundo: dame la fortaleza para dar testimonio de tu amor.
    Cristo Rey: enséñame a amar al prójimo así como tú me amas.
    Cristo Rey, tu Reino ha llegado: ayúdame a creer en ti y a seguirte fielmente.

    En este día en que me he levantado con una actitud tan pesada, pesimista y derrotada, ¡renuévame con tu amor y devuélveme el gozo de tu salvación! ¡Dame un espíritu dispuesto a obedecerte!

    Te confieso, amado Dios, que la idea de escribirte esta carta fue buena. No es que solamente me siento mejor, porque va mucho más allá de un sentir. Estoy nuevamente refugiándome «bajo tus alas». Y sé que esa es tu voluntad para mí, para mi familia, y para mi prójimo. Gracias por guiarme nuevamente hasta ese refugio. Recuerdo ahora las palabras de Pedro, uno de tus discípulos, quien dijo: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído, y sabemos, que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Juan 6:68-69).

    Pero, conociendo cómo has motivado e inspirado a hombres y a mujeres en el pasado, también me gustaría reafirmar y volver a dedicar mi vida a seguirte, confesando todo lo que te he escrito hasta ahora. Para ello, quiero fijar unas metas para mi vida como una manera de confiar en ti como mi Señor y Salvador. Reconozco que no estoy solo en esta vida porque tú estás a mi lado. También tengo mis amigos, mi familia de sangre y mi familia de fe, tu iglesia, a la cual pertenezco por medio del Santo Bautismo, a mi prójimo que me rodea en la comunidad, soy ciudadano de un país, y pertenezco al mundo en que todos vivimos.

    Las siguientes metas que me propongo reflejan mis responsabilidades y privilegios, y el compromiso que, como hijo tuyo, quiero asumir en mi vida.

    Primero que nada, como hijo tuyo y gracias a Jesucristo, necesito tu apoyo para enfrentar la vida, especialmente cuando las cosas se ponen difíciles. Enséñame a confiar en ti sobre todo. Muéstrame cómo aprender a fortalecer mi identidad como persona cristiana y desarrollar mi compromiso de ser «sal y luz» donde sea que viva y trabaje.

    Me comprometo a honrar, respetar y amar a mi familia. Gracias a Jesucristo, sé que puedo confiar en que su amor me va a guiar para poder llevar adelante nuestro hogar bajo la dirección de tu Espíritu Santo. Viviremos pues, ejerciendo diariamente el amor, el perdón, la reconciliación, la ternura, el afecto y el respeto mutuo.

    Me comprometo a ser miembro activo de tu iglesia, a la vez que evitaré ser apenas «un cristiano de domingo». Celebraré cada oportunidad de ser miembro de tu iglesia, el Cuerpo de Cristo, por medio de tu Palabra, los Santos Sacramentos y la oración. Dedicaré mi vida a seguirte, confiando en tu amor, en tu perdón, en tu paz, y en tu bendición.

    Quiero desarrollar y poner en práctica los dones espirituales que recibí en mi Bautismo. Para ello, me esforzaré para administrar mi vida y todo lo que tengo con responsabilidad, constancia, amor, gratitud, sacrificio y generosidad.

    Ayúdame a llenar mi vida con oración, apartando un tiempo todos los días para pedir tu orientación divina. Quiero que me guíes, porque sé que tú me capacitas para poder enfrentar la vida con fortaleza, humildad, constancia, entusiasmo y alegría. Quiero que me bendigas, para que pueda ser una bendición para otras personas. Hazme un instrumento de tu paz. Quiero ser el amigo que otros necesitan, el amigo en quien siempre puedan confiar.

    Confiaré en ti, mi Señor. Cuidaré mis pensamientos, porque ellos se convierten en palabras. Cuidaré mis palabras, porque ellas se convierten en acciones. Cuidaré mis acciones, ya que ellas se convierten en hábitos. Cuidaré mis hábitos, porque ellos forman mi carácter. Cuidaré mi carácter, porque a través de él quienes me rodean deben conocerte a ti. Alimentaré mi fe en tu Hijo Jesús, pues él es el fundamento de mi identidad cristiana.

    Quiero ser como tu Hijo Jesús, tener una actitud hacia los demás como la que él tuvo. Como dice tu Palabra: «Haya, pues, en vosotros este mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús: Él, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomó la forma de siervo…» (Filipenses 2:5-6).

    Así que en ti, y con tu bendición, seguiré adelante en la fe, en el amor y en la esperanza en tu Hijo Jesucristo. Con tu ayuda me esforzaré y no perderé el tiempo. Me comprometeré a ser guiado por ti y, si te fallo, me arrepentiré y te pediré perdón, para que me levantes y me animes a seguir adelante. De la misma manera, animaré a los demás con palabras de apoyo y bienaventuranza.

    Así como me has bendecido, seré una bendición para los demás. Trataré de no desanimarme y, si sucede, amado Dios, volveré a ti en arrepentimiento pidiendo tu bendición y fortaleza. Actuaré con valor y perseverancia porque sé que estás siempre conmigo y con mi familia.

    Jesucristo es el Señor y sólo en él, y a través de él, somos llamados hijos de Dios.

    Gracias por estar conmigo al escribirte esta pequeña carta. Me has llenado con tu paz. Y por eso digo: Amén.

    Querido oyente: si podemos ayudarte en tu camino de fe, comunícate con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.