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PARA EL CAMINO
TEXTO: Lucas 1:30-38
Hoy Dios nos dice a nosotros lo mismo que el ángel le dijo a María: «¡Para Dios no hay nada imposible!» Dios tiene poder para transformar vidas comunes y corrientes, en vidas bendecidas y santificadas.
Hoy quiero comenzar contándoles la historia de Francisco, un jovencito de 13 años de edad. A pesar de ser Navidad, Francisco no estaba feliz. Es cierto que había recibido todos los regalos que había pedido, y que había disfrutado de las reuniones con su familia, especialmente el haber visto a los primos que hacía mucho tiempo no veía. Pero aún así, no estaba feliz. Esta había sido la primera Navidad sin su hermano Esteban. Desde niños, Francisco y Esteban habían sido muy compinches… y así fue hasta que Esteban murió cuando un conductor imprudente lo atropelló con su automóvil. Francisco extrañaba muchísimo a su hermano.
Después de despedir a los últimos familiares, Francisco les dijo a sus padres que se iba a la casa de su amigo para mostrarle los regalos que había recibido. En su interior abrigaba la esperanza que, al estar con otras personas, su estado de ánimo quizás mejoraría. Así que se puso el abrigo azul que le habían regalado (y que era su regalo favorito), cargó los regalos sobre el trineo, y allá marchó. Pero grande fue su desilusión cuando se encontró con que su amigo no estaba en su casa. No tuvo más remedio que emprender el regreso.
Al pasar por un lugar donde vivía gente de bajos recursos vio que, dentro de una habitación en la que se veía un arbolito de Navidad apagado y sin regalos, había una mujer llorando. Mirando al arbolito vacío y apagado, volvieron a su memoria todas las mañanas de Navidad en que él y su hermano saltaban de la cama para ir a ver qué encontraban debajo del árbol, y la alegría que tenían cuando abrían los regalos. De pronto, recordó lo que siempre le decían en los boys scouts: ‘Cada día debían hacer algo bueno por alguien’, y se dio cuenta que tenía la oportunidad perfecta para hacer su buena obra del día. Entonces, con paso decidido se acercó y golpeó a la puerta de esa casa. ‘¿Sí?’, le dijo la mujer al abrir la puerta. Pero al ver el trineo lleno de regalos pensó que Francisco estaba haciendo una colecta, por lo que se apresuró a agregar: ‘No tengo comida ni regalos ni dinero para darte. Ni siquiera tengo nada para darles a mis propios hijos.’
Francisco le contestó: ‘No estoy aquí para pedirle nada. Por favor elija los regalos que quiera de mi trineo para darles a sus hijos.’ ‘Pero, ¿por qué? ¡Dios te bendiga!’, dijo la mujer, sorprendida y agradecida a la vez. Y eligió algunas golosinas, un juego, un avioncito, y un rompecabezas. ‘¿Cómo te llamas?’, le preguntó, cuando Francisco ya estaba yéndose. ‘Puede llamarme el Scout de la Navidad’, le contestó.
Esa visita le cambió el estado de ánimo. De pronto en el corazón se le había encendido una llama de alegría. Había comprendido que su dolor no era único, sino que había muchas personas más en el mundo que, como él, también sufrían por algo. Y había comprobado que era mejor dar que recibir. Así que, antes de seguir camino a su casa, distribuyó todos los regalos que tenía en su trineo… incluyendo su regalo favorito: el abrigo azul.
Con el trineo vacío, Francisco emprendió el regreso. Cuando llegó a la casa, su padre le preguntó: ‘¿Dónde están todos tus regalos, hijo?’ ‘Los regalé’, le contestó con voz tímida. ‘¿El avioncito que te regaló la tía Susana? ¿El abrigo azul que te regaló la abuela? ¿La linterna que tanto querías? ¿Pero acaso no estabas contento con esos regalos?’ ‘Sí, sí, es claro que estaba contento’, le respondió Francisco. ‘Entonces, ¿cómo pudiste deshacerte de ellos así no más?’, le increpó la mamá. ‘¿Cómo les vamos a explicar lo que hiciste a todos los que invirtieron tanto tiempo y dinero en comprártelos?’ Con voz firme, su padre agregó: ‘Francisco, la decisión ha sido tuya. De ahora en adelante, ya no habrá más regalos de Navidad para ti.’
Instantáneamente lo invadió un sentimiento terrible de soledad. No sólo volvía a pesarle la ausencia de su hermano, sino que ahora también su familia estaba disgustada con él. No había esperado que lo felicitaran por su generosidad, pero tampoco había esperado semejante reacción. ¿Será que alguna vez volvería a ser feliz? Esa tarde lo había sido brevemente, pero había durado poco. Una vez más se puso a pensar en su hermano, y se largó a llorar… hasta que se durmió.
La mañana siguiente, mientras desayunaba con sus padres, la radio dejó de transmitir música de Navidad y el presentador dijo: «¡Feliz Navidad para todos! La mejor historia de Navidad de esta mañana nos llega de una de las zonas más pobres de la ciudad, donde un niño discapacitado se encontró con un avioncito de regalo que le había dejado un jovencito anónimo. Otro niño tiene, por primera vez, un abrigo azul que lo resguarda del frío y de la nieve, y varias familias dicen que sus hijos recibieron regalos gracias a la generosidad de un jovencito que simplemente dijo llamarse el «Scout de la Navidad». Al oír eso, el papá de Francisco saltó de su silla y lo abrazó, mientras que a su mamá se le llenaron los ojos de lágrimas. ‘¿Por qué no nos explicaste, hijo? No te habíamos comprendido. Estamos muy orgullosos de lo que has hecho.’
Un jovencito común y corriente había descubierto que los regalos debajo del arbolito no son los que nos dan alegría. Porque la alegría de la Navidad la recibimos a través del Hijo de Dios, quien vino al mundo a dar su vida para que tú y yo podamos tener una vez más la posibilidad de la vida eterna. La historia de la Navidad es la historia del regalo de Dios al mundo, el regalo de Dios para ti y para mí.
Hoy Dios nos dice a nosotros lo mismo que el ángel le dijo a María. Vuelvo a leer de Lucas 1:37: «El ángel entró donde estaba María y le dijo: … Vas a quedar encinta, y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre JESÚS… El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra… ¡Para Dios no hay nada imposible!» Dios transforma lo ordinario en extraordinario. Dios transforma vidas comunes y corrientes en vidas bendecidas y santificadas. ¿A quiénes bendice Dios? A personas como María. Personas que están dispuestas a mirarse a sí mismas desde la perspectiva de la santidad de Dios. Personas que, al ver su pecado, reconocen que necesitan la salvación que solamente Dios les puede dar.
Una de las formas en que durante estas semanas de Adviento nos preparamos para la Navidad, es admitiendo que necesitamos un Salvador… que estamos a la merced del Señor… que somos pecadores cuyas vidas dependen de la gracia de Dios. Sin embargo, en nuestro mundo y sociedad actual, hay muchas tentaciones que tratan de apartarnos de la gracia de la Navidad y muchas personas que creen que para ser extraordinarios no necesitan a Dios. Vivimos en una sociedad arrogante y orgullosa… y a esa sociedad arrogante y orgullosa va dirigido el mensaje de la Navidad.
¿Cuál es el mensaje de la Navidad? Que Dios ofrece vida abundante y salvación inmerecida y eterna a todos los que reconocen que la necesitan. Las palabras del ángel de que «para Dios no hay nada imposible», nos muestran la forma en que Dios quiere bendecir a todas las personas del mundo. María, la madre de Jesús, es un ejemplo maravilloso de lo que una persona puede llegar a ser por gracia, a través de la fe. En ningún lugar de la Biblia se nos dice que María fuera una persona especialmente fuerte o valiente. Al contrario, la fuerza de María fue la presencia de Dios en su vida.
En esta época del año, cuando faltan pocos días para celebrar la Navidad, muchas personas andan a las corridas, nerviosas y apuradas, tratando de comprar los regalos que les faltan y los comestibles que necesitan para preparar las comidas especiales. Tantos son los preparativos, que cuando terminan las fiestas necesitan vacaciones. Otras personas están preocupadas por la guerra, o pasando por problemas económicos, o se deprimen porque están lejos de sus seres queridos.
Es que necesitamos más que un Santa Claus o Papá Noel. Todos, sin distinción, necesitamos un Salvador. ¡Y ese es el gran regalo de la Navidad! En medio de las corridas, los apuros y los nervios de los últimos preparativos… en medio de la falta de dinero, las preocupaciones, y el futuro incierto… en medio de las enfermedades, las tristezas, y las separaciones… en medio de lo que sea que está sucediendo en tu vida y la mía, Dios nos da su mayor regalo: su Hijo Jesús, el Salvador, que nace en Belén. Y lo hace sabiendo que su nacimiento marca el comienzo del camino que lo llevará al sufrimiento y la muerte en la cruz del Calvario, para que todo aquél que en él crea pueda tener vida eterna. Cuando por fe recibimos ese regalo, todo lo ordinario se convierte en extraordinario.
Volvemos a nuestro texto de Lucas: «El ángel le dijo a María: ‘Vas a quedar encinta, y darás a luz un hijo…’ Pero María le dijo al ángel: ‘¿Y esto cómo va a suceder? ¡Nunca he estado con un hombre!’ El ángel le respondió: ‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. ¡Para Dios no hay nada imposible!'»
Quizás estés pensando que tú no eres religioso, o que en los últimos tiempos te has alejado de Dios, por lo que lo que estoy diciendo no es para ti. María también pensó algo parecido. Cuando el ángel le dijo lo que iba a sucederle, lo primero que dijo fue: ‘¿Cómo va a suceder eso, si todavía soy virgen?’ En otras palabras, es como si hubiera dicho: ‘Me parece que te equivocaste de persona, porque yo no reúno las características para hacer lo que tú esperas.’ Pero Dios no se equivoca. Dios es el Señor de todo, incluyendo la Navidad. Cuando él viene, trae consigo el don de la vida y la salvación para todos los que depositan su fe en él. Cuando Dios viene, los ángeles estallan en cánticos de alabanza, los pastores corren de alegría, y los que de veras son sabios salen a buscarlo para adorarlo. María fue sabia. Su pregunta: «¿Cómo va a suceder eso?», rápidamente se transformó en: «¡Cúmplase en mí lo que has dicho!» ¿Por qué? Porque por fe ella sabe que Dios tiene poder para hacerlo realidad.
¡Para Dios no hay nada imposible! El Señor de la Navidad que sufre en la cruz en tu lugar es quien te dice que, en él, tus pecados son perdonados. Con arrepentimiento y fe, tu vida puede comenzar de nuevo. Confía en él. Lo que él dice es verdad, y lo que él promete siempre lo cumple. La misma fe que María tuvo para confiar en las promesas de Dios puede ser tuya hoy también a través del poder del Espíritu Santo. Todos los regalos y las promesas de Dios son para ti a través de la fe.
Cuando Dios hace una promesa, la cumple. Eso es lo que nos enseña la Biblia. Veamos algunos ejemplos:
Fe en Jesús. Todas las promesas de Dios son nuestras gracias a Jesús.
Había una vez un hombre sumamente rico quien, junto con su hijo, se dedicaba a coleccionar obras de arte. Para ello, viajaban por todo el mundo en busca de los tesoros más finos que podían encontrar para agregar a su colección. Las paredes de la mansión en la que vivían estaban adornadas con cuadros de Picasso, Van Gogh, Monet, y muchos otros pintores famosos.
Pero un día el país en el que vivían entró en guerra, y el hijo partió al campo de batalla para defender a su nación. No habían transcurrido más que unas pocas semanas, cuando el padre recibió un telegrama. En el mismo se le comunicaba que su querido hijo había muerto bajo fuego enemigo, mientras transportaba un soldado herido hacia el hospital. El padre sintió orgullo de su hijo por hacer semejante acción heroica, pero el dolor que su muerte le provocó fue casi insoportable.
Varios años después, una mañana de Navidad alguien golpeó a la puerta de su mansión. Al abrirla se encontró con un soldado que cargaba un paquete grande. El soldado le dijo: «Fui amigo de su hijo. Yo era el soldado herido a quien él estaba llevando al hospital cuando lo mataron. Vine para darle este regalo.» Al abrir el paquete, el padre se encontró con un retrato de su hijo. Si bien la pintura era bastante rústica, había captado perfectamente la mirada y la personalidad de su hijo. El padre se llenó de alegría y, por primera vez en varios años, su corazón volvió a latir con fuerzas.
Cuando este hombre murió, y dado que no tenía herederos, su colección de arte fue a remate. Coleccionistas de todo el mundo se dieron cita, ansiosos por conseguir alguna de las pinturas famosas de su colección. El primer cuadro que se ofreció en remate fue la pintura que el soldado había hecho de su hijo, para el cual el rematador pidió una oferta de $100 dólares, la cual nadie quiso aceptar. Muchos de los presentes comenzaron a quejarse, diciendo que no les interesaban ese tipo de cuadros. Pero el rematador dijo que ese cuadro debía venderse antes que todos los demás. Y continuó: «Entonces, ¿quién quiere al hijo?» Finalmente, un hombre dijo: «Yo lo quise mucho a ese joven, así que lo quiero comprar. Ofrezco los $100 dólares.» El rematador dijo: «Tengo una oferta de $100 dólares. ¿Alguien quiere subirla?» Como nadie más dijo nada, siguió diciendo: «Vendido por $100 dólares a este señor.» Y luego agregó que allí se terminaba el remate.
Sin comprender qué pasaba, el resto de los coleccionistas le preguntaron cómo era posible que allí se terminara el remate, a lo que él les contestó: «De acuerdo a las instrucciones que el padre dejó en su testamento, la persona que comprara el retrato de su hijo se llevaría todo lo demás.»
La espera y preparación del Adviento está terminando. El tiempo se está por cumplir. La presencia del Niño de Belén, del Salvador de la cruz, es el sí de Dios en tu vida.
María no tenía nada para ofrecerle a Dios… pero Dios lo tenía todo. Recordemos que para Dios no hay nada imposible. Para Dios, nuestras vidas comunes y corrientes tienen una importancia extraordinaria. En Lucas 1:45, Elisabet nos llama a tener la fe de María, cuando dice: «¡Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá lo que el Señor te ha anunciado!»
Esta Navidad, Dios el Padre te ofrece una vez más el regalo de su Hijo. Que el arrepentimiento del Adviento dé lugar a la fe de la Navidad, y que puedas ver que el Dios que tan ricamente bendijo a una joven virgen llamada María, también puede bendecir tu vida ahora y para siempre. Porque en Cristo todas las cosas son posibles, y en él lo ordinario se convierte en extraordinario. Amén.