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PARA EL CAMINO
TEXTO: Lucas 24:1-11
El domingo de Pascua, cuando celebramos la resurrección de Jesús, es el día del año que hace que nuestra vida valga la pena ser vivida.
Hoy nos vemos confrontados con el poderoso hecho de la resurrección de Jesús, y el verdadero significado de su cruz. Jesús ha regresado y está vivo, pero en sus propios términos, y nos ofrece su vida eterna y salvación a todos nosotros.
Pensemos por un momento en todas las cosas que sucedieron en ese primer domingo de Pascua:
¡Qué día espectacular! ¡Qué fin de semana extraordinario! El sacrificio de Jesús el Viernes Santo nos concede el perdón de nuestros pecados, y su resurrección el Domingo de Pascua nos garantiza la vida eterna.
Es que lo importante de la Pascua no son los conejitos o los huevos de chocolate. No. Lo importante de la Pascua es que ahora tenemos esperanza verdadera en medio de la desesperanza, vida verdadera en medio de las sombras de muerte, y perdón y alivio en medio de la culpa y el pecado. Lo importante de la Pascua es que ese Niño Jesús nacido en Belén venció al pecado y la muerte en ese lúgubre Viernes Santo para que nosotros podamos tener un Domingo de Resurrección lleno de vida y alegría.
Es por ello que, junto con todos los cristianos del mundo, hoy podemos decir: ¡Jesucristo ha resucitado! ¡Aleluya! ¡Jesucristo vive, y porque él vive, nosotros también viviremos!
Es claro que el mundo que nos rodea piensa diferente. Hoy está de moda inculcar a los niños y jóvenes que ellos son capaces de lograr cualquier cosa que se propongan, que lo único que necesitan para lograr algo es simplemente decidirse a hacerlo, que sólo es cuestión de ‘mentalizarse’.
Al respecto, tengo una historia para contarles sobre alguien que creía que todo el poder estaba en la mente: ‘Había una vez un cazador que vivía en un pequeño poblado del norte de los Estados Unidos. La mayoría del tiempo cazaba animales medianos, pero de vez en cuando encontraba un oso negro. Un día, cuando estaba internado en el bosque, escuchó un rugido. Recordemos que este hombre, como buen cazador que era, estaba acostumbrado al peligro, por lo que no se asustaba fácilmente. Pero el rugido que escuchó fue muy grande y feroz. Se suponía que en esa región no debía haber osos pardos (que son los osos más grandes), pero uno nunca sabía… De pronto, de entre los arbustos, apareció un oso pardo amenazándolo con sus garras. Nuestro cazador quiso dispararle, pero el rifle se le trabó, así que comenzó a correr… ¡cubriendo al menos 100 metros en 10 segundos! El oso salió en su persecución, y poco a poco comenzó a acortar la distancia que los separaba. De pronto, el cazador vio que delante de él había una rama de árbol. Era cierto que estaba como a unos cinco metros y medio de altura, pero era su única posibilidad de salir a salvo. Así es que, con toda su fuerza, saltó hacia arriba para engancharse en la rama… pero no lo logró. Sin embargo, y gracias a Dios, sí logró engancharse de ella cuando venía cayendo.’
Estoy de acuerdo en que esta es una historia tonta, pero confirma el hecho que el tener la motivación adecuada puede ser suficiente para enfrentarse con osos pardos y ramas de árboles a cinco metros y medio de altura… Pero cuando se trata de las cosas de la vida, es muy diferente. Las mujeres en el texto de hoy nos enseñan una verdad simple: si Jesús no era más que un ser humano, ellas lo habían ido a buscar al lugar correcto, o sea, entre los muertos. En el único lugar donde vamos a encontrar a los grandes hombres y mujeres de la historia es en los cementerios, porque por más que nos propongamos y mentalicemos para no morirnos, la muerte nos llega a todos por igual.
Lo que hace importante al Domingo de Resurrección no es que los discípulos hayan ido a buscar a Jesús, sino que ese día Dios, a través de la vida, muerte y resurrección de su Hijo Jesucristo, vino a buscar y a salvar a todas las personas.
Hoy es un día como ningún otro: Jesucristo ha resucitado, y su resurrección cambia todas las cosas. Hoy tú puedes recibir el regalo de vida y salvación que Jesucristo te ofrece de sola gracia, por medio de la fe. La pregunta que le hicieron a las mujeres que fueron al sepulcro esa primera mañana de resurrección, es la misma pregunta que se nos hace a nosotros hoy: «¿Por qué buscan ustedes entre los muertos al que vive? No está aquí; ¡ha resucitado!»
El domingo de Pascua, el día de la resurrección de Jesús, es el día del año que hace que nuestra vida valga la pena ser vivida. ¿Por qué? Para encontrar la respuesta, tenemos que retroceder en el tiempo y volver otra vez a ese primer viernes antes del Domingo de Resurrección. Ese primer ‘Viernes Santo’ fue cuando un Jesús agonizante gritó desde su cruz: «¡Consumado es!». El plan eterno de salvación de Dios se había cumplido en la cruz del Calvario, y la resurrección de Jesús en la mañana del domingo fue el grito de victoria que confirmó el cumplimiento de ese plan.
La Biblia nos dice que «tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16). Pero escuchemos bien todo lo que dice la Escritura:
La Biblia enseña que todos los pecados deben ser castigados, y que las personas deben enmendar su relación con Dios, según sus términos. Pero la Biblia también proclama que el mismo Dios proveyó esos términos para todas y cada una de las personas del mundo. Es por ello que en la victoria de Dios por ti y por mí hay una cruz y en el cuerpo del Salvador hay cicatrices. La resurrección de Jesucristo significa que, en él, es posible una vida nueva para cada uno de nosotros.
En esa primera mañana de resurrección no hubo nada de romanticismo, ni de historias color de rosa, ni de fábulas o cuentos de hadas. No. Los ángeles que estaban ante la tumba de Jesús dijeron a las mujeres que el Dios/hombre que había nacido en Belén en aquella primera Navidad, había tenido que seguir el camino a la cruz del Viernes Santo por ellas y por cada uno de nosotros. Y entonces ellas recordaron lo que él les había dicho.
Increíblemente, en la cruz del Viernes Santo Jesús estuvo dispuesto a ser abandonado por su Padre para que todos nosotros pudiéramos ser reconciliados con él. ¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible que el Hijo único de Dios, el autor y dador de vida, sea abandonado por su Padre? ¿Cómo es posible que, en su momento de mayor angustia y necesidad, Dios lo deje solo? ¿Cómo es posible que Dios abandone a su Hijo amado?
El sólo hecho de pensar en Jesús abandonado por su Padre en el momento de más sufrimiento y angustia me da escalofríos. ¿Qué tal si en vez de decir que fue ‘abandonado’ por su Padre, decimos que fue ‘desafiado’ por él? Ahora sí suena mejor, ¿no? Dios el Padre desafió a su único Hijo. Ahora podemos alentar a nuestro héroe. Después de todo, Jesús es un héroe, y sabemos que los héroes sobreviven los desafíos. O quizás podemos utilizar la palabra ‘afligido’. Sí, creo que ‘afligido’ suena mejor. Jesús estaba ‘afligido’ por el sufrimiento que tenía que soportar. Esto es algo que todos podemos comprender.
Todos estos intentos son buenos, pero no son acertados. Porque la Biblia claramente dice que Jesús fue ABANDONADO por su Padre… abandonado a causa de tu pecado y el mío… abandonado para quitar la culpa eterna de la humanidad. A veces nos olvidamos de la brutalidad del poder del pecado, y de lo que costó salvarnos de sus consecuencias eternas. Pensemos por un momento en lo que eso significa para cada uno de nosotros. Pensemos en lo que significan los sucesos del Viernes Santo y del Domingo de Pascua. ¿Alguna vez has sentido la carga de tu culpa o el dolor de tu pecado? ¿Alguna vez te has sentido confundido, desanimado, solo, deprimido o desesperado? ¿O alguna vez has sufrido por causa de las malas acciones de otros? Eso es lo que hace el pecado. Tales cosas a menudo crean en nosotros sentimiento de inseguridad, soledad y duda. Hay veces en que el pecado arrasa con todo, dejándonos sin nada, como si fuéramos huérfanos, a la deriva, abandonados…
Ahora, cuando miro a Jesucristo, el Dios encarnado, colgando en la cruz por mí, comprendo el peso y el poder del pecado. Ahora entiendo que el pecado es más que un tropezón de vez en cuando, o una palabra dicha fuera de lugar… ahora entiendo que el pecado es una condición de la que el mismo Dios tuvo que hacerse cargo para que su amor y su vida eterna pudieran ser posibles nuevamente en cada uno de nosotros.
El Día de la Pascua es un día en el que no sólo recordamos la batalla que Jesús libró, sino que también celebramos la victoria que solamente él pudo lograr. La Biblia dice: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley. ¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!» (1 Corintios 15:54-57).
La resurrección de Jesús hace que tu vida y la mía valgan la pena ser vividas porque con su muerte en la cruz y su resurrección, Cristo las transforma. En el caso de los primeros discípulos, la transformación comenzó enseguida después de esa primera mañana de Pascua, cuando de pronto el miedo se convirtió en valor, y la confusión en confianza. Quienes somos cristianos creemos en el ‘hecho histórico’ de la resurrección de Jesús porque ‘la Biblia así lo dice’. Pero, ¿alguna vez has pensado que la transformación de los discípulos en esa primera Pascua es una evidencia convincente de que algo extraordinario impactó sus vidas?
Dicho de otra manera, una razón que nos lleva a creer que Jesús realmente resucitó de entre los muertos es el cambio que se produjo en la vida de sus seguidores, de aquéllos que lo presenciaron, de aquéllos que se encontraron cara a cara con Jesús. Esos discípulos, que apenas unas horas antes estaban escondidos a puertas cerradas por temor a que les sucediera lo mismo que a Jesús, que tenían miedo hasta de sus propias sombras, esos mismos discípulos son los que ahora encontramos proclamando públicamente, aún poniendo a riesgo su propia vida, que Jesucristo había resucitado. ¿Cambiarías tú tan radicalmente, hasta el punto de arriesgar tu vida, por algo que no fuera cierto, por algo que fuera sólo un mito? ¡Por supuesto que no! Con los discípulos fue igual. Sus esperanzas falsas de un Jesús ‘revolucionario’ se habían desvanecido con su muerte, dejándolos consternados y descorazonados. Pero eso sólo duró hasta que se encontraron con el Señor resucitado y se dieron cuenta que:
* No se trataba de una revolución, sino de la revelación de su muerte y resurrección para la salvación del mundo;
* No se trataba de tener poder porque sí, sino de servir en su nombre con poder;
* No se trataba de la vida de ellos en este mundo, sino de la vida de Cristo en este mundo para todos…
Ahora los discípulos habían pasado a formar parte de su reino de gracia, habían recibido «un reino inconmovible» (Hebreos 12:28), un reino que valía tanto, que lo querían compartir con todos los que quisieran recibirlo por fe. Es que, si Dios está de nuestra parte, ¿a quién le vamos a tener miedo? Pero esos primeros discípulos no fueron los únicos cuyas vidas fueron transformadas por Jesús resucitado. Todavía hoy ese mismo Señor resucitado sigue cambiándole la vida a millones de personas a través de la Palabra llena del poder del Espíritu Santo.
Apenas unos días después del ataque a Pearl Harbor, y poco antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial, movido por su odio hacia los japoneses, el Sargento Jacobo volvió a enlistarse en el ejército como bombardero bajo las órdenes del General Doolittle. En uno de sus ataques resultó herido por el fuego japonés anti-aéreo, y capturado. En los meses que siguieron sufrió todo tipo de castigos físicos y torturas. Su odio contra los japoneses crecía día a día, hasta el punto que en sus sueños los mataba a todos, uno por uno.
Pero un día alguien llevó a su celda una Biblia. En ella leyó que, aún desde su agonía en la cruz, Jesús dijo: «Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen». Más tarde dijo que esas palabras le derritieron el odio que se había apoderado de él, un odio que casi lo había hecho enloquecer. La próxima vez que lo golpearon, recordó las palabras de Jesús: «Ama a tus enemigos», y a partir de ese momento se propuso comenzar a amar a quienes lo estaban lastimando con el mismo amor que Jesús lo amaba a él. Poco a poco, dice, la forma en que los guardias lo trataban comenzó a mejorar. Es que al terror le encanta que lo odien; pero, ¿qué gracia tiene golpear a quien tiene un espíritu manso?
Al finalizar la guerra, el Sargento Jacobo regresó a Japón para seguir compartiendo el amor de Cristo con quienes antes tanto había odiado. La historia de su conversión y su regreso a Japón fue impresa en un panfleto titulado Fui prisionero en Japón. Pero aquí no termina la historia. Un día, un japonés quebrantado por el odio y totalmente descorazonado y desesperanzado, recibió un panfleto de manos de un estadounidense desconocido. Luego de leerlo, este japonés budista se sintió movido a buscar una Biblia para leer sobre el poder del perdón de Jesús y, al igual que nuestro Sargento, se encontró con el increíble poder de aquél que estuvo dispuesto a perdonar a sus enemigos, aún desde su cruz… y que estaba dispuesto a perdonarlo también a él. Y así, en 1950, este hombre se convirtió al cristianismo. ¿Por qué cuento esta historia? Porque se trataba de Mitsuo Fuchida, el Capitán japonés que dirigió el ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Cuando se celebró el 25 aniversario del ataque a Pearl Harbor, el Capitán Fuchida estuvo presente, y regaló a cada sobreviviente una Biblia con la inscripción de Lucas 23:34, donde dice: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
En este Domingo de Resurrección quiero decirles que, a través de su Palabra, el Cristo resucitado viene a cada uno de nosotros y nos llama a la fe en él para que tengamos vida en su nombre hasta que lo veamos cara a cara. Eso es lo que se nos ofrece en este día: un nuevo comienzo con arrepentimiento y perdón basado en la gracia de Dios. En este Domingo de Resurrección el Señor crucificado y resucitado nos busca y llama con su regalo de vida y salvación.
Entonces: «¿Por qué buscan ustedes entre los muertos al que vive? No está aquí; ¡ha resucitado! Recuerden lo que les dijo cuando todavía estaba con ustedes en Galilea: «El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de hombres pecadores, y ser crucificado, pero al tercer día resucitará.»
Confiemos en aquél que hace que la vida valga la pena ser vivida. Amén.
Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.