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PARA EL CAMINO
TEXTO: 2 Corintios 5:19-20
El apóstol Pablo nos dice que Dios vino a reconciliar al mundo consigo mismo… porque sólo él puede hacerlo. Jesucristo superó la brecha del pecado para que tú y yo podamos recibir perdón, y la promesa de la vida eterna.
En 1936, se emitió un programa de radio desde Inglaterra hasta los Estados Unidos. Así dio comienzo la comunicación transatlántica, y con ella una nueva época para que la gente fuera escuchada, comprendida, y estableciera nuevas alianzas. El lograr la transmisión de ese primer programa fue una proeza asombrosa; nunca antes se había tendido un puente semejante. Pero antes de que se pudiera oír la voz del Rey Eduardo octavo, alguien tropezó con un cable en la sala de control de la estación WJZ (que ahora es la ABC de Nueva York), y rompió la única línea de comunicación entre los dos países.
Súbitamente, el abismo se había interpuesto nuevamente en la comunicación. Los ingenieros estaban desesperados. No había manera de reparar lo que se había dañado. Entonces, a sólo minutos de salir al aire, un ágil aprendiz decidió correr un gran riesgo: agarró los dos extremos del cable roto, e hizo de puente. Segundos después, el rey se dirigió a la nación. Su voz se escuchó como si estuviera junto a los oyentes. Sus palabras estaban siendo transmitidas literalmente a través del cuerpo de ese hombre.
Tender puentes, superar las barreras que separan… todo eso requiere mucho esfuerzo, porque en este mundo hay divisiones que son casi insalvables. En el caso de esa comunicación transatlántica, se necesitó del trabajo de muchas personas durante muchos años, del uso de una tecnología que parecía milagrosa para su época y, finalmente, del valor de un hombre que arriesgó su propia vida en el momento preciso para superar esa brecha.
Pero vivimos en un mundo que está lleno no sólo de brechas físicas que requieren de un puente, sino también de abismos y divisiones insalvables que involucran las emociones, las relaciones y la vida espiritual. Y para salvar todas esas brechas, ¡se necesitan puentes!
En nuestra lectura para hoy, el apóstol Pablo habla de tender puentes milagrosos sobre un abismo que es mucho más grande que el Océano Atlántico, es un abismo que abarca a toda la humanidad por toda la eternidad, que desgarra el corazón y el alma de todas las personas de ayer, de hoy, y de siempre. En todas partes se puede ver la evidencia de esta brecha. De hecho, parece agrandarse incluso en medio del supuesto progreso de la humanidad.
Se dice que la paradoja de nuestra época es que tenemos edificios más altos, pero temperamentos más bajos; autopistas más amplias, pero puntos de vista más cerrados; que gastamos más, pero tenemos menos; que compramos más, pero disfrutamos menos. Tenemos casas más grandes, pero familias más pequeñas; más comodidades, pero menos tiempo; más títulos, pero menos sentido común; más conocimiento, pero menos juicio; más expertos, pero más problemas; más medicina, pero menos salud.
Hemos multiplicado nuestras posesiones, pero hemos reducido nuestros valores. Hablamos demasiado, amamos muy poco, y odiamos con demasiada frecuencia. Hemos conquistado el espacio exterior, pero no el espacio interior; hemos limpiado el aire, pero contaminado el alma; hemos dividido el átomo, pero no nuestros prejuicios; nuestros ingresos son más altos, pero nuestra moral es más baja. Podemos tener grandes ganancias, pero nuestras relaciones son superficiales. Son tiempos de paz mundial, pero de guerra interna. Tenemos más tiempo libre, pero menos diversión. Vivimos en casas más lujosas, pero hay más hogares destruidos.
En una época en que el mundo está más conectado que nunca (por Internet y las redes sociales), la triste realidad es que también estamos más aislados que nunca. Es muy grande la brecha que separa nuestro corazón y nuestra alma de Dios y de los demás. De esa brecha es de la que Pablo habla: una brecha que está más allá de la fortaleza y el valor humanos, una brecha que sólo Dios puede superar. Por eso es que él dice tan claramente: «…en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo…», superando así la brecha más grande de la humanidad, «… sin tomarles en cuenta sus pecados.»
De manera increíble, frente a nuestro desafío más grande, la Biblia habla de forma clara y precisa de verdadera reconciliación, redención y paz para ti y para mí. ¿Por qué? Porque de tal manera amó Dios al mundo rebelde y egoísta, que envió a su único Hijo. En la persona y obra de Jesucristo, Dios tiende un puente entre él y la humanidad pecadora… porque sólo él puede hacerlo.
La Biblia lo dice con mucha claridad: el verdadero problema que enfrentamos es la separación de Dios debido a nuestro pecado. Nuestro pecado y nuestra rebelión literalmente nos aíslan de Dios y de nuestro prójimo. Esta brecha, inducida por el pecado e insalvable por nosotros mismos, es la raíz del odio, la intolerancia, los celos y la envidia. Para poder superarla se requiere mucho más que voluntad política, convicción moral, o empeño humano. Esta brecha está más allá de las diferencias personales, sociales o políticas. Es una separación enraizada en el corazón, con consecuencias eternas que cambian la vida y alteran el alma.
Si lo piensas, sólo tienes que mirar alrededor para ver que es cierto, no sólo con respecto a los demás, sino también con respecto a ti y a mí. El pecado, la separación de Dios….ése es el verdadero problema del mundo, porque no hay nadie que sea inmune a él.
Un famoso evangelista buscaba una forma más efectiva de reunir personas para hablarles de Jesús, el gran reconciliador de las personas con Dios y con los hombres. Como iba a estar en una determinada ciudad por un tiempo, le escribió una carta al alcalde de esa ciudad pidiéndole el nombre de las personas que él supiera que tenían problemas espirituales y podían necesitar la ayuda de Dios y de la oración. Para su sorpresa, el alcalde le envió una copia del directorio telefónico de toda la ciudad.
Una vez más, Pablo nos dice que Dios vino a reconciliar al mundo consigo mismo, porque solo él puede hacerlo. Donde hay pecado, hay un Salvador. Donde hay separación, hay un reconciliador. ¡Donde hay una brecha, un abismo insalvable y eterno, está Dios hecho carne, Dios, dispuesto a construir un puente!
La brecha que nos separa de Dios es superada no por la negociación de muchos, sino por la reconciliación que trajo el sacrificio de Jesús. Ese sacrificio estableció unidad, integridad, y una relación que no se romperá. Ese sacrificio trajo una paz duradera que sobrepasa todo entendimiento… porque gracias a Cristo, podemos nuevamente tener paz con Dios.
Jesucristo cargó sobre sí mismo el ‘castigo’ que tú, yo, y cada ser humano merecíamos. Nacido hace dos mil años de la virgen María, Jesús vino al mundo a tomar tu lugar y el mío. El suyo fue un viaje de 33 años, durante los cuales vivió una vida perfecta que culminó con su sacrificio en una cruz para que el abismo que nos separaba de Dios fuera superado y, una vez más, la vida eterna pudiera ser el destino final de la humanidad.
En las grandes ciudades que cuentan con sistemas de transporte subterráneo, se educa a las personas para que no se acerquen demasiado a las vías para no correr el riesgo de caerse en las mismas y ser atropellado por un tren. Aún así, una vez una persona cayó a las vías en una estación en Nueva York, pero tuvo la gran suerte que alguien que la vio saltó en su ayuda y la rescató. Como si ese riesgo fuera poco, existe otro del cual muchas personas a veces no son conscientes: por todo el sistema de vías no sólo existen rieles sobre los cuales van los vagones del tren, sino que además hay un ‘tercer riel’ por el que pasa la corriente eléctrica que alimenta al tren con la energía que necesita para moverse. Si una persona toca ese riel, se muere.
Al igual que el joven que agarró los cables cortados e hizo de puente para que fuera posible esa primera transmisión de radio en 1936, Jesucristo dio su vida para superar lo que para nosotros era una brecha insalvable. Pero no sólo recogió los pedazos de nuestros errores ocasionales, sino que literalmente recogió los cables del ‘tercer riel’ del pecado y la rebelión eterna de la humanidad, y trajo un mensaje de gracia, paz y reconciliación para todos los que confían en él.
La Biblia proclama la reconciliación mediante Jesús, el Dios hombre, quien no sólo saltó para salvarnos, literalmente golpeó ese tercer riel, cargó el pecado sobre sí mismo y, con éste, el justo castigo de muerte y condenación eterna en nuestro lugar. Él superó la brecha del pecado para que tú y yo pudiéramos tener su vida con el Padre nuevamente. Dios reconcilió al mundo consigo porque sólo él podía hacerlo.
En este Día del Padre, recuerdo un amor como ese. Generalmente los padres no son buenos para hablar, pero son buenos para hacer; encuentran soluciones a los problemas y ayudan a los demás; su amor se abre paso en medio de las dificultades y los desafíos para que más tarde sus hijos puedan andar en paz por ese camino. El poema titulado «El puente», cuenta la historia de un hombre que amaba de esa forma y que, al final de su vida, todavía se preocupaba por ayudar a quienes después caminarían por el mismo sendero; un hombre que vivía para el bien de los demás. Dice así:
«Un anciano que viajaba por una carretera solitaria
llegó en la noche fría y gris a un gran abismo profundo.
El hombre cruzó en la oscuridad del crepúsculo,
sin tener miedo del hostil arroyo.
Cuando estuvo seguro al otro lado se detuvo,
y construyó un puente para desviar la marea.
Un viajero le dijo: «Estás desperdiciando tu fuerza construyendo aquí.
Tu viaje terminará hoy, y nunca volverás a pasar por este camino.
¿Por qué construir este puente al atardecer?»
El constructor levantó su cabeza gris y cansada, y dijo:
«Buen amigo, he pasado por este camino.
Después de mí vendrá gente joven que también deberá pasar por aquí.
El abismo que no ha sido nada para mí, para ellos puede ser insalvable;
Ellos también deberán cruzar en la penumbra.
Buen amigo, ¡construyo este puente para ellos!»
Dios no tenía que reconciliar al mundo consigo mismo, pero quería y podía, y así lo hizo. Y al hacerlo demostró que su amor está actuando. Y cuando Dios actúa por ti y por mí, podemos contar con que su reconciliación es real.
¡Piénsalo! Pocas veces alguien sacrificaría su vida por una buena persona, un miembro de la familia, o un amigo, pero ¿cuántos serían capaces de sacrificar su vida por un enemigo? (Romanos 5:7). Sin embargo, eso es exactamente lo que Dios hizo en el sacrificio de su único Hijo. Y ese sacrificio cambia todo: cambia nuestra relación con Dios, y nuestra condición ante él. Gracias a ese sacrificio, Dios nos llama amigos en vez de enemigos, hijos e hijas en vez de esclavos, y herederos de la vida eterna (Gálatas 4:7).
Piensa en lo que Dios te dice hoy. Cuando las personas se reconcilian, siempre queda la duda con respecto al futuro. ¿Cuánto va a durar esta paz? ¿Será que podré confiar siempre en esta persona? ¿Volverán a surgir los mismos problemas y conflictos que causaron la separación?
Pero con Dios es diferente. La reconciliación de Dios a través de la sangre de Cristo nos trae salvación segura, paz duradera, y esperanza eterna. Pablo dice: «Con mucha más razón, ahora que ya hemos sido justificados en su sangre, seremos salvados del castigo por medio de él» (Romanos 5:9).
Nuestra paz viene de su fidelidad… no de la nuestra. Y hoy, las palabras más poderosas para ti, mi amigo, están escritas en 1 Juan 1:9: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad». Dios construyó el puente para ofrecerte el don de su vida y salvación.
Una vez más, Pablo nos dice: «Que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, sin tomarles en cuenta sus pecados, y que a nosotros nos encargó el mensaje de la reconciliación. Así que somos embajadores en nombre de Cristo, y como si Dios les rogara a ustedes por medio de nosotros, en nombre de Cristo les rogamos: «Reconcíliense con Dios».
Dios superó la brecha porque sólo él podía, y lo hizo por ti y por mí. Ahora tú también puedes. Como hijos suyos que somos, con su amor podemos construir puentes de su gracia para los demás. Éstas no son simples palabras. Cuando nuestra relación con Dios cambia, todas las cosas cambian. En el versículo 17, Pablo dice: «Si alguno está en Cristo, ya es una nueva creación; atrás ha quedado lo viejo: ¡ahora ya todo es nuevo!»
Gracias a Jesús no tenemos que dejar que los abismos de la envidia, los celos y la intolerancia del mundo real nos separen los unos de los otros. Como pueblo de Dios que tiene la promesa divina de la vida eterna, podemos diseminar su misericordioso amor en este mundo sobre quienes aún están separados de él y de sus semejantes.
Pablo nos pinta el cuadro de esa nueva vida de servicio a los demás en nombre de Cristo. En Romanos 12:2, nos dice: «No adopten las costumbres de este mundo, sino transfórmense por medio de la renovación de su mente». Porque en Cristo, y por el poder de su Espíritu, todo es posible. Ahora miramos al mundo con los ojos, corazón y mente de Cristo. (Lucas 6:27-42) Ahora no pagamos mal con mal, sino amamos como hemos sido amados. Perdonamos como hemos sido perdonados. Servimos como hemos sido servidos. Damos como nos ha sido dado.
En él… todas las cosas son nuevas. En él… podemos convertirnos en constructores de puentes para los demás, llevando su mensaje de reconciliación a un mundo desconectado espiritualmente.
En Cristo todas las cosas son nuevas. En él, todas las cosas son renovadas y restauradas. Y la persona que ha sido renovada, renueva; y la que ha sido restaurada, restaura. A veces la gracia que hemos recibido no aparece como una catarata poderosa, sino como una corriente que fluye. Hay veces en que la vida pende de un hilo. Pablo dice que, cuando ese hilo es el «hilo de la nueva vida» en Jesús, compartido por sus embajadores, puede hacer una gran diferencia en la vida de los demás.
Me gustan los puentes. En los Estados Unidos hay varios puentes que son dignos de admiración, pero mi favorito es el puente sobre las cataratas del Niágara. Muchas veces me he preguntado cómo lograron construir un puente suspendido sobre aguas tan turbulentas.
Hace poco un periódico publicó un artículo que lo explicaba. Decía que «la construcción del puente que cuelga sobre las cataratas del Niágara comenzó con un hilo atado a una cometa. Cuando sopló el viento, la cometa cruzó hasta la otra orilla del río. Allí le ataron un cordel al hilo, y lo empujaron hasta que atravesó. Luego le ataron una soga al cordel y la hicieron cruzar. A la soga le ataron un cable, el cual fue amarrado en cada orilla. Después ataron una cesta al cable para los trabajadores y finalmente se construyó el puente.
El dicho popular es que semejante brecha fue «superada con un hilo» y que, con ese pequeño hilo, finalmente «se construyó un gran puente».
Mi mensaje para ti hoy es que hay un hilo mucho más poderoso que ese… Cuando tú, como embajador de Cristo, compartes la gracia de Dios, estás compartiendo la vida nueva que sólo Dios puede dar, la vida nueva que Dios ha garantizado a través de su gracia, que puede cambiar todo en la vida de una persona para hoy y hasta la eternidad.
Entonces, presta atención y comparte las buenas noticias que Pablo proclama: que mediante la vida, muerte y resurrección de Jesús, Dios ha superado la brecha entre él y nosotros, y nos ha abierto las puertas del cielo. Confía sólo en Jesucristo. Él es el único camino al Padre.
Dios te conceda su gracia hoy para que tú también puedas, por fe, caminar en la vida nueva que es tuya en Cristo.
Y si de alguna manera podemos ayudarte a conocer más al Hijo único de Dios, comunicate con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.