PARA EL CAMINO

  • La cruz y la espada

  • junio 23, 2013
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  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Mateo 10:34-39

  • Cuando Jesús nos exhorta a ‘no tener miedo’, es de sospechar que tendremos que confrontar situaciones difíciles. Las palabras de Jesús caen como un balde de agua fría para quienes no asumen al pecado como parte de la realidad de la vida.

  • Sin duda las palabras que registra aquí el evangelista Mateo no son las palabras que elegiríamos para poner en una tarjeta de salutación, o para leerle a alguien que está pasando por un momento difícil en la vida y que necesita y espera ser consolado y apoyado. Sin embargo, son palabras que están en las Sagradas Escrituras, por lo que tienen la misma importancia y alcance que cualquier otra palabra en la Biblia. Pero, aún así, nos resultan controvertidas. Es que nos cuesta imaginar a Dios blandiendo una espada porque sabemos que la espada corta, lacera, lastima… y mata.

    Lo primero que aprendo al leer este pasaje es que Dios no esconde nada. Y en definitiva es mejor enfrentar a alguien que tiene la espada en la mano bien visible, que a alguien que se nos acerca con cosas ocultas. Dios no se anduvo, ni se anda con rodeos. Dios nunca mintió, ni nos va a mentir acerca de nuestra condición y acerca de sus planes y de sus obras. Si él dice que trae una espada, es porque trae una espada. Es claro que esto nos puede parecer contradictorio, porque la idea que tenemos de Dios es más de pacifista que de guerrero. La Biblia misma atestigua esta verdad: Jesús fue preanunciado por el profeta Isaías, siete siglos antes de que naciera en Belén, como el Príncipe de paz. O sea que ‘Príncipe de paz’, es uno de los nombres o títulos de Jesús.

    En el Nuevo Testamento encontramos muchas referencias a la paz que Jesús trae: 1) Cuando Jesús nació, una multitud de ángeles anunciaron a los pastores en las cercanías de Belén: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra PAZ a los que gozan de su favor» (Lucas 2:14). 2) Cuando se encontró con sus discípulos después de su resurrección, y al despedirse de su vida terrenal, Jesús literalmente les sopló la paz. 3) En tres oportunidades Jesús resucitado se presentó ante sus discípulos y les dijo: ¡La paz sea con ustedes! (Esto está registrado en San Juan 20:19, 21, 26).

    Entonces: ¿cuándo es que la paz se convierte en espada? Cuando la paz de Dios, que inunda nuestro corazón, entra en acción.

    El pasaje que nos ocupa hoy está puesto en un contexto bien interesante. Jesús les está dando advertencias e instrucciones a sus discípulos antes de enviarlos en un viaje misionero. En los versículos previos, Jesús les dice:

    • V 19: Cuando los arresten… no se preocupen por lo que van a decir.
    • V 26: Cuando sean perseguidos, cuando el diablo los maltrate, no les tengan miedo.
    • V 28: No teman a los que matan el cuerpo.
    • V 31: No tengan miedo, ustedes valen más que muchos gorriones.

    Cuando Jesús en su discurso incluye tantas referencias a no tener miedo y a no preocuparse, hay que sospechar que hay algo difícil y temible que confrontar. Pero recordemos: Dios no anda con rodeos; al contrario, dice las cosas de frente. Jesús no les oculta a los discípulos que cuando salgan a llevar el mensaje de la paz se van a encontrar con oposición, lucha, enojo, resistencia, y hasta persecución.

    Lo que sucede es que las palabras iniciales de Jesús en el texto contradicen la creencia popular. No es una novedad que muchas veces las personas tienen una idea romántica de la religión cristiana, en la que ven dulzura y amor por todas partes, viven las fantasías que han creado en sus propias mentes, e ignoran la realidad. Muchos son los que sueñan despiertos con la utopía de un mundo de paz y amor donde la justicia triunfa y la igualdad social será una realidad en los años venideros. Las palabras de Jesús son como un balde de agua fría para los que no consideran un elemento muy importante en la religión cristiana: el pecado.

    ¿Tú qué crees? ¿Cuál es tu percepción de la vida y de la religión cristiana? Te contaré algo que sucedió en mi barrio hace pocas semanas. Mi vecino encontró a su esposa caída, inconsciente en la sala de su casa, muy temprano en la mañana. Fue llevada inmediatamente al hospital, donde falleció al día siguiente. Los vecinos cercanos quedamos todos conmocionados. Visitamos a los deudos que se reunieron varias veces en los días subsiguientes para apoyarse y compartir esos momentos de tristeza entre todos. En mi primera visita les pregunté acerca de su fe, de su religión. Me dijeron que pertenecían a una denominación cristiana. Por respeto a mis vecinos no mencionaré el grupo al que ellos pertenecen y al que pertenecía la fallecida. Pero debemos saber algo de ese grupo que tiene la palabra cristiana en el nombre de su denominación: los que pertenecen a esa secta no creen en el infierno, no creen en que Dios castigue a nadie. Su teología ha elaborado un camino de salvación para todo el mundo, sin importar lo que hayan hecho en esta vida ni en quién hayan creído para su salvación, o siquiera si han tenido fe en algo o en alguien. Según ellos, Dios llevará al cielo a todo el mundo después de la muerte. No creen en el castigo. No creen en la espada. No entienden la santidad de Dios ni la gravedad del pecado. No creen lo que dice la Biblia.

    Me dio una profunda tristeza darme cuenta que no tenía yo palabras para consolar el dolor que veía reflejado en los rostros de mis vecinos. ¿Cómo consolar a alguien ante el hecho consumado, si el Señor Jesucristo no era el Salvador y Señor de esa familia? ¿Tú qué crees? Lo que creas con respecto de Dios es vital para tu vida aquí y en el más allá.

    Profundicemos en lo que Dios dice en su Palabra sobre él mismo y sobre nosotros. Sacudiendo nuestras creencias populares y fantasiosas, Jesús afirma: «No crean que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz sino espada». Estas palabras no expresan el propósito, sino el RESULTADO de la llegada de Cristo y la proclamación de su reino al mundo. Como mencioné más arriba, el propósito de la venida de Jesús fue traer paz. Así fue profetizado y cumplido al pie de la letra. En los versículos previos al pasaje que nos ocupa (v. 12) Jesús envía a sus discípulos con estas palabras: Al entrar a esta casa digan: «PAZ A ESTA CASA.» Cristo trae paz entre Dios y el creyente. Cristo trae paz al corazón de la persona cuando le perdona sus pecados y le afirma que Dios ha pagado un precio muy alto para que ahora pueda estar en paz consigo mismo, y esa es una de las bendiciones más grandes que una persona puede tener. Cuando en nuestro corazón entendemos que con su muerte y resurrección Cristo nos quitó las culpas y nos reconcilió con Dios, comienza a inundarnos una paz profunda… pero al mismo tiempo alrededor nuestro comienzan a levantarse voces de protesta. En definitiva, cuando estamos en paz con Dios, entramos en conflicto con el mundo incrédulo que nos rodea. Es que, ¡no es posible estar en paz con Dios y con el mundo al mismo tiempo! ¿Por qué? Porque la fe cristiana incluye el juicio y la condenación del pecado. Y porque es así, es que incluye la espada y la cruz.

    La espada se menciona muy temprano en la Biblia. La espada entró al mundo como resultado directo de la desobediencia de Adán y Eva. Dios fue el primero en traer la espada para proteger su patrimonio. Somos demasiado corruptos para meternos en las cosas de Dios sin contaminarlas. Así dice en el capítulo 3 de Génesis: «Entonces Dios el SEÑOR expulsó al ser humano del jardín del Edén, para que trabajara la tierra de la cual había sido hecho. Luego de expulsarlo, puso al oriente del jardín del Edén a los querubines, y una espada ardiente que se movía por todos lados, para custodiar el camino que lleva al árbol de la vida» (23-24). El árbol de la vida, que representa la vida en comunión con Dios aquí, ahora y en la eternidad, es algo muy precioso. La espada está allí para salvaguardar ese lugar.

    Pero Dios insiste en amarnos, y a pesar de que nos expulsó de su jardín de Edén, envió a su Hijo Jesús para que obrara el camino de salvación para nosotros, para que tú y yo tengamos acceso eterno al cielo. Cuando Jesús tenía cuarenta días de nacido, sus padres lo llevaron al templo para presentar las ofrendas de purificación requeridas por las leyes del Antiguo Testamento. Allí, inspirado por el Espíritu Santo, un hombre de nombre Simeón profetizó acerca del ministerio de Jesús. El evangelista Lucas lo pone en estas palabras: «Simeón les dio su bendición y le dijo a María, la madre de Jesús: ‘Este niño está destinado a causar la caída y el levantamiento de muchos en Israel, y a crear mucha oposición, a fin de que se manifiesten las intenciones de muchos corazones. En cuanto a ti, una espada te atravesará el alma'» (Lucas 2:34-35). Muy temprano en la historia del Nuevo Testamento escuchamos acerca de la espada ¡que atravesará el alma! ¿Hay algún dolor más profundo?

    Treinta años más tarde, cuando María vio a su hijo Jesús colgado de una cruz, rodeado de dos criminales, seguramente le vinieron a la memoria las palabras de Simeón: «Una espada te atravesará el alma». ¿Te das cuenta que la cruz tiene forma de espada, o que la espada tiene forma de cruz? Me imagino que también en ese momento María reconoció más profundamente que Dios nunca nos oculta la realidad.

    Volvamos al pasaje de Mateo capítulo 10. El Evangelio de Mateo era leído dominicalmente en las iglesias cristianas de los primeros siglos. Los que escuchaban, ya sabían de la muerte y resurrección de Cristo y de lo que esa muerte y resurrección significaba para sus vidas. El cielo les estaba asegurado mediante el perdón de los pecados. Pero ahora, cuando llegan al capítulo 10 de la lectura de Mateo, vuelven a escuchar acerca de la cruz en otro contexto: esta vez la cruz es para ellos. Es la primera vez que Mateo usa la palabra ‘cruz’ en su relato de evangelio. Al mencionar la palabra ‘cruz’, le agrega una nota de tristeza y de sufrimiento a la vida cristiana. Los que escuchaban el mensaje de Mateo sabían que la muerte en la cruz era la más vergonzosa y la que causaba más sufrimiento. Sabían que Jesús había sido crucificado, que no había evitado la cruz, sino que la había cargado voluntariamente. Sabían de los resultados de la crucifixión de Jesús: sufrimiento, vergüenza y muerte, pero también ¡resurrección y victoria! ¡Cuánta carga hay sobre la palabra cruz!

    Ahora somos nosotros los que estamos escuchando estas palabras del Evangelio de Mateo. Hemos escuchado que la muerte de Jesús en la cruz nos trajo paz con Dios y nos abrió las puertas del cielo. Ahora estas palabras son dirigidas a nosotros para que tengamos presente que, cuando estamos en paz con Dios y con nosotros mismos, entramos en conflicto con lo que nos rodea… aunque lo que nos rodee sea nuestra propia familia. La familia, la unidad más fundamental de la existencia humana, se ve afectada cuando uno de sus miembros recibe el perdón de los pecados, porque la forma de vida de Dios es radicalmente diferente a la forma de vida de los no creyentes.

    Jesús pone una espada en el medio de nuestra sociedad, y como la espada tiene forma de cruz, o la cruz tiene forma de espada, Jesús dice: «El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí» (v. 38). Cargar la cruz, para nosotros, significa aceptar situaciones y consecuencias. Así hizo Jesús. Jesús siguió el camino delineado por su Padre sin desviarse, sin evitar el dolor, la traición, el abandono. Jesús creó relaciones fuertes e irrompibles y creó lazos de amor con los suyos, pero al mismo tiempo creó antipatía, persecución y odio hacia su persona y sus seguidores. Dios el Padre no le ocultó a Jesús la realidad de su misión. Jesús debía venir con un mensaje de paz que entraba en conflicto con el diablo. La misión de Jesús incluyó dolor y muerte.

    Nosotros vemos dolor y muerte diariamente porque estamos en un mundo caído en pecado, y el dolor y la muerte son producto de nuestra desobediencia a Dios. Los resultados del pecado los vemos cada día y los experimentamos en nuestro corazón cuando hay quebrantamiento en nuestro hogar, fricciones y peleas con nuestros amigos, desilusiones y frustraciones en nuestras relaciones. Sólo un alienado de la realidad no acepta ver las consecuencias del pecado.

    Pero el mensaje del Evangelio de Mateo presenta también otra cara de la realidad: Jesús es quien tiene la espada en la mano. Por eso, yo me siento tranquilo. Su espada me trae paz porque me defiende de los ataques del diablo y me protege de la maldad de quienes me rodean y me quieren quitar el jardín que Dios me está preparando en el cielo.

    Su espada en forma de cruz me tranquiliza porque sé que Dios no me oculta la verdad, y la verdad es que después del sufrimiento, el abandono, la traición y la muerte, viene la resurrección a la vida eterna. Su espada en forma de cruz me recuerda que Jesús estiró sus brazos sobre el travesaño de la cruz para entregar su vida por mí.

    ¿Has observado que la empuñadura de la espada tiene dos piezas sobresalientes que sirven para proteger la mano del que la empuña? Cuando en mi vida hay una espada que me causa dolor y causa división en mi círculo íntimo, pienso en la empuñadura y en el palo transversal de la cruz, donde los brazos de Jesús fueron estirados y clavados. Esos brazos me protegen, me amparan, y mueren en mi lugar. Dios proveyó la cruz. No fueron ni los romanos ni los judíos quienes consiguieron una cruz para colgar a Jesús. Fue Dios quien proveyó el instrumento de salvación, la cruz, la espada que luchó contra el diablo y venció.

    Seguir a Jesús significa cargar la cruz, significa estar plenamente consciente de los dolores y quebrantos que esa cruz trae, pero significa también que a la cruz le sigue la resurrección y la victoria sobre todo lo malo.

    Estimado oyente, si en este momento hay una espada que te atraviesa el alma, si hay un pecado o una situación que está «matándote», mira en esa espada la cruz vacía de Jesús. La cruz está vacía como vacía está la tumba donde una vez los enemigos de Jesús quisieron guardarlo para siempre.

    Nadie le puede poner la mano encima a Dios. Nadie, que nos ponga la mano encima a nosotros tiene poder para hacernos daño permanente, porque Dios nos defiende. Hay que observar que Jesús no dice: Si se llegan a enfrentar con una cruz, cárguenla. Jesús no dice que hay posibilidades de que nuestra vida cristiana sea un jardín de rosas. No dice que evitemos las cruces, o las pasemos por encima o, lo que es peor, se las carguemos sobre los hombros de otros. Sus palabras son claras: Tomen la cruz, y síganme.

    Cuando cargamos la cruz, o sea, cuando aceptamos las situaciones de conflicto que la paz de Jesús genera aun en nuestro círculo íntimo, la imagen de la tumba vacía permanece ante nuestros ojos, recordándonos de la victoria de Jesús sobre la muerte, y llenándonos de esperanza para enfrentar nuestra propia muerte, la inevitable muerte por la que todos vamos a pasar. Cuando cargamos la cruz y aceptamos las situaciones sin quejas ni reproches, la paz de Dios se destila desde nosotros para testificar del amor y del cuidado de Dios por un mundo que va de pena en pena y de desilusión en desilusión.

    La cruz más pesada ya la cargó Jesús. Estaba pesada porque le cargamos la culpa de todos nuestros pecados a él. ¿Cuán pesada es tu cruz? Tal vez tan pesada como la mía, o como la de tu vecino. Pero no vale la pena comparar el peso de las cruces. Vale más la pena enfocarnos en la tumba vacía que nos dio la victoria sobre el pecado y la muerte.

    Que el Padre en los cielos, que resucitó a Jesús con poder, te sostenga firmemente en su gracia. Amén.

    Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.