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PARA EL CAMINO
TEXTO: Marcos 6:12, 14-16
En este mundo la verdad sufre no sólo porque el mundo sea malvado, sino también para que este mundo malvado pueda salvarse. El mensaje de la Biblia es que Jesús es literalmente el camino, la verdad, y la vida de Dios en medio de nosotros.
¿Por qué parece que en este mundo, para que la verdad finalmente gane, uno debe primero sufrir? Por más que tratemos de decir la verdad con amor, bondad y amabilidad, la mayoría de las personas no quiere oírla. Muchas veces, su primera reacción es: «no te metas en lo que no te importa», y en muchas ocasiones, en vez de agradecerte por preocuparte por ellos, te castigan. Parece que cuanto más grande es la verdad que tiene que decirse o compartirse, más grande es el sacrificio que debe hacerse para que sea recibida e interpretada como dicha en amor.
Permíteme ilustrar lo que quiero decir. ¿Recuerdas la película «Gladiador»? Era una presentación cinematográfica del entretenimiento sangriento de la antigua cultura romana. En la mitad de la película Máximo, un general romano de alto rango reducido a gladiador, combate al emperador Cómodo, que estaba sediento de sangre.
Hacia el final, la película da la impresión que la victoria de Máximo acaba con ese tipo de entretenimiento sangriento, y le devuelve a Roma la verdad y la cordura. Pero, ¿sabes cómo acabó realmente esa práctica? No fue entre dos guerreros. No. Sucedió por causa de un simple monje. ¿Su nombre? Telémaco.
Durante la vida de Telémaco, los juegos entre gladiadores eran muy populares. A la gente le fascinaba ver derramamiento de sangre, lo cual fue suficiente para atraer la justa crítica de obispos y sacerdotes de la iglesia. Para empeorar las cosas, la mayoría de los gladiadores que peleaban en el ruedo no estaban allí voluntariamente, sino que eran esclavos y prisioneros políticos, forzados a entrenarse y pelear por sus vidas para entretenimiento de otros. Telémaco sufría por esos hombres quienes, habiendo sido creados a imagen de Dios y redimidos por su gracia, eran tratados como animales. Decidió, por lo tanto, hacer algo al respecto, y se puso en marcha hacia Roma.
Cuando entró en la ciudad el día de la pelea, vio que la gente estaba al borde de la locura de tan emocionada que estaba por las contiendas que se aproximaban. Gritaban: «Al Coliseo», mientras corrían para conseguir un lugar con la mejor vista. Él siguió hacia el ruedo. Una vez adentro, el humilde monje pudo sentir la tensión. Mientras esperaban que aparecieran los contendores, el silencio que reinaba era atemorizante. Ni bien aparecieron los dos hombres, la multitud comenzó a gritar agitada. Los dos hombres se ubicaron frente al emperador, luego uno frente al otro, y con las espadas desenfundadas, comenzaron a pelear a muerte.
Fue en ese preciso momento en que Telémaco hizo algo fatídico: se levantó de su asiento y fue al ruedo. Para librar a su propio pueblo de la crueldad de la sed de sangre, levantó la cruz de Cristo, se puso entre los dos gladiadores, y gritó: «En el nombre de nuestro Maestro, ¡dejen de pelear!»
Los dos hombres apartaron momentáneamente sus espadas, pero la multitud se enfureció, pidiendo sangre. Telémaco les estaba quitando el entretenimiento sangriento que estaban determinados a tener a toda costa. Si el monje debía ser el primero en morir, así sería. Ante la multitud enardecida y gritando, un gladiador levantó su espada y, con una rápida estocada, Telémaco cayó muerto ante sus propios ojos.
Sin embargo, no hubo ningún grito de aprobación, ni se hizo ningún llamado para continuar con la contienda. Ante la imagen del cuerpo del monje sin vida sobre la arena, un silencio súbito se apoderó del Coliseo. De pronto, la verdadera realidad del acontecimiento se aclaró, y a todos los llenó un sentimiento de repugnancia por lo que había sucedido. El emperador Honorio se levantó y abandonó el Coliseo. La gente lo siguió, y abruptamente los juegos se acabaron. Realmente se terminaron. En cuestión de un día, el emperador Honorio había expedido un edicto anulando los juegos para siempre.
Y así fue que, gracias a que una persona llena del amor de Cristo se atrevió a decir la verdad del Maestro con amor, y estuvo dispuesto a sufrir e incluso a morir por la verdad, se acabaron los brutales juegos de gladiadores. A Telémaco le costó la vida pero, gracias a su sacrifico, se salvaron muchas otras.
Me pregunto, ¿por qué será que la mayoría de las veces la verdad tiene que sufrir en nuestras manos antes de salvar nuestras vidas? ¿Por qué la verdad tiene que ser ridiculizada antes de redimirnos? ¿Por qué vemos, en nuestra lectura para hoy, a un profeta justo, al precursor de Jesús, primero siendo reducido a prisionero político de un magistrado, y luego muriendo por el capricho de una reina celosa y por orden de un político lujurioso y borracho? ¿Por qué? Puedes leer todos los detalles sangrientos en el texto de Marcos 6:14-29, pero escucha lo que muchos pensaban en la época de Jesús.
Nuestra lectura para hoy dice: «Herodes supo acerca de él y dijo: ‘¡Juan el Bautista ha resucitado de los muertos! ¡Por eso operan en él estos poderes!’ Algunos decían: ‘Es Elías’. Pero otros más afirmaban: ‘Es un profeta, o alguno de ellos’. Cuando Herodes oyó esto, dijo: ‘Éste es Juan, al que yo mandé que le cortaran la cabeza. ¡Ahora ha resucitado de los muertos!’
¡Parece que la verdad siempre sufre en este mundo antes de salvar! Y la Biblia dice por qué. La razón por la cual la verdad de Dios golpea a este mundo es porque el mundo es pecador, rebelde y malvado. Y, como pecadores que somos, nos gustan más las mentiras, preferimos nuestra propia verdad, antes que la verdad de Dios.
Como dice en Juan 3:19: «Y ésta es la condenación: que la luz vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz porque sus obras eran malas.» Todos somos parte de esto, pues nos gustan mucho más las mentiras que nos decimos a nosotros mismos.
Hace algunos años, una agencia de publicidad hizo una amplia encuesta telefónica en todos los Estados Unidos sobre la mentira, catalogando cuándo mentimos, cómo mentimos, y por qué mentimos. Los resultados fueron interesantes: el 91 por ciento de los encuestados confesó que mentía regularmente. El 71 por ciento dio números telefónicos o nombres falsos al entablar una conversación con extraños en los aviones. Una persona de cada cinco admitió no poder pasar ni un día sin seguir la trama de una mentira previamente dicha.
Lo más intrigante sobre la encuesta es que parece que ya no nos importa mentir. Lo aceptamos. No nos molesta. Ya no nos incomoda cuando alguien exagera, falsifica, fabrica, o tergiversa la verdad. Hemos sido tan bombardeados con evidencias alteradas, encubrimiento de ilícitos, resúmenes inflados, y anuncios exagerados, que ya no creemos que la verdad es algo viable. Esa encuesta demostró que, mientras que en el pasado la gente pensaba que mentir estaba mal, actualmente casi la mitad de los estadounidenses piensa que mentir no está mal. Entonces, cuando tantos están tan enamorados de la mentira, es de esperar que la verdad les vaya a golpear.
Pero debemos ser claros; nuestra lectura de hoy no es solamente una historia moral acerca de cuán difícil es hacer lo correcto. Eso puede ser verdad, pero la verdadera historia de este texto es lo que la verdad tiene que hacer para salvar este mundo.
Juan no fue solamente un predicador, sino que fue el precursor del Salvador. Él vino a dar testimonio de la verdad, que es Jesucristo, llamando a las personas al arrepentimiento y a la fe en él. Esto nos demuestra la distancia que debe recorrer la verdad para salvar a los pecadores de ellos mismos. Herodes es sólo otro ejemplo de una persona pecadora y egoísta en un mundo pecador. La verdad lo confronta a través de la persona y obras de Juan, de la misma manera en que la verdad nos confronta a nosotros en la persona y obra de Jesús, para finalmente salvarnos.
En este mundo la verdad sufre no sólo porque el mundo sea malvado, sino también para que este mundo malvado pueda salvarse.
Me gusta mucho cómo el Salmo 85 describe las obras de Dios para salvar al mundo. El salmista dice: «Su salvación está cerca de quienes le temen, para que su gloria se asiente en nuestra tierra. Se encontrarán la misericordia y la verdad, se besarán la justicia y la paz» (vs. 9-10).
El mensaje de la Biblia no es: ‘aquí hay algo de verdad, síguela y serás bendecido.’ El mensaje de la Biblia es que Jesús es literalmente el camino, la verdad, y la vida de Dios en medio de nosotros. En él se unen la justicia y la paz; en él están juntas la justicia y la misericordia. Él tuvo que asumir la justicia que exige la verdad, para poder derramar fielmente el amor eterno de Dios sobre todos los que confían en él. En Cristo no hay verdad sólo para el momento, sino que hay verdad con justicia y paz como solamente Dios nos puede dar. Cuando Dios salva, el amor y la fidelidad van de la mano, la justicia y la paz se unen, y la justicia y la misericordia se equilibran y se ofrecen.
Entonces, la muerte de Juan el Bautista no fue simplemente una tragedia, sino una prefiguración de lo que estaba por venir en Jesús. Juan preparó el camino para el Mesías. Él no sólo nos llamó a todos al arrepentimiento y a la fe, sino que nos dio una muestra de la obra que Jesús mismo iba a hacer para que fuéramos reconciliados con Dios el Padre. Cuando la verdad entró a este mundo pecador, debía cargar el sacrificio necesario para que las personas pecadoras y rebeldes no siguieran el camino de sus mentiras, sino el camino de salvación de la verdad.
Es interesante que las personas de ese tiempo pensaran que no se podía mantener la verdad en la tumba. ¡Si hubieran sabido lo que realmente estaba por venir en Jesús!
Herodes dijo: «¡Juan el Bautista ha resucitado de los muertos! ¡Por eso operan en él estos poderes!» Algunos decían: «Es Elías». Pero otros más afirmaban: «Es un profeta, o alguno de ellos». Cuando Herodes oyó esto, dijo: «Éste es Juan, al que yo mandé que le cortaran la cabeza. ¡Ahora ha resucitado de los muertos!»
La muerte de Juan llamó la atención de la gente. Cuando Jesús entró en escena, hicieron las conexiones. ¡Algunos hasta pensaron que quizás Juan había vuelto! Pero, en realidad, Juan cumplió muy bien su tarea de guiar a las personas a Jesús.
La muerte a destiempo de una persona justa siempre llama la atención. Y si una persona justa muere por causa tuya, probablemente te pondría triste, o te afligiría. Pero, cuando Jesús, el Dios-hombre justo, muere por causa tuya, en tu lugar, y resucita para darte la vida que solamente él te puede dar, ¡eso debe llamarte al arrepentimiento y a la fe!
Hoy Dios no sólo está tratando de llamarte la atención, sino que te está ofreciendo la verdad de la obra de Cristo por ti. Hoy Dios te desafía a poner en acción en tu vida la verdad de su gracia y su misericordia, ¡porque eso es lo que realmente cambia las cosas en este mundo!
Corrie Ten Boom y su familia hospedaron secretamente a judíos en su hogar durante la segunda guerra mundial. Eso fue hasta que su actividad se descubrió, y Corrie y su hermana Betsie fueron enviadas a un campo de concentración alemán. Allí Corrie tuvo que presenciar muchas muertes, incluyendo la de su hermana.
Después de la guerra, Corrie regresó a Alemania para testificar de la gracia de Cristo. Así lo relata:
«Corría el año 1947. Yo había vuelto de Holanda a la derrotada Alemania con el mensaje de que Dios perdona. Esa era la verdad que más necesitaban escuchar en esa tierra amargada y bombardeada. Les dibujé mi imagen mental favorita: las profundidades del mar… es decir, allí donde son arrojados los pecados que han sido perdonados. ‘Cuando confesamos nuestros pecados’ les dije, ‘Dios los arroja para siempre en lo más profundo del mar. Y aunque sé que la Biblia no dice esto, yo creo que Dios coloca allá un aviso que dice: Prohibido pescar’.
Las miradas solemnes se clavaban en mí, no muy convencidas. Y ahí fue cuando lo vi, abriéndose paso entre los demás. En un momento vi el abrigo y el sombrero color café; al siguiente, un uniforme azul y un gorro con una calavera y unos huesos cruzados. La imagen volvió rápidamente: el inmenso salón con sus desagradables luces, el patético montón de vestidos y zapatos en el centro del piso, la vergüenza de andar desnuda. Pude ver la figura frágil de mi hermana delante de mí, con las costillas marcadas bajo la piel pergamino. ¡Betsie, cómo estabas de flaca! Estaba de regreso en el campo de concentración, en la presencia de uno de sus guardias más crueles.
Ahora él estaba frente a mí, con la mano extendida: ‘¡Qué buen mensaje, señorita! ¡Qué bueno es saber que, como usted dice, todos nuestros pecados están en el fondo del mar!’ Y yo que había hablado tan abiertamente del perdón, metí mis manos en los bolsillos antes que estrechar esa mano. Por supuesto él no me recordaba; ¿cómo podía recordar a una prisionera entre miles de mujeres? Pero yo sí lo recordaba. Estaba cara a cara con uno de mis captores, y mi sangre parecía congelarse.
‘Usted mencionó el nombre del campo de concentración en su charla’, dijo él. ‘Me avergüenza decir que yo trabajé en él como guardia’. No, ciertamente no me recordaba. Él continuó… ‘Pero desde ese tiempo me convertí al cristianismo. Le he pedido a Dios que me perdone por todo lo que hice allá. Pasaré el resto de mi vida tratando de enmendarme. Ahora, a causa de Jesús, yo sé que Dios me ha perdonado por las crueldades que hice allá, pero me gustaría mucho escucharlo también de sus propios labios, señorita’. Otra vez extendió la mano, y me dijo: ‘¿Me perdona?’
Me quedé helada. Yo, a quien Jesús le había perdonado todos sus pecados una y otra vez, ahora no podía perdonar. Mi hermana Betsie había muerto en ese lugar. ¿Podía él borrar su terrible y lenta muerte simplemente pidiéndolo? Pudieron ser segundos los que él pasó allí con su mano extendida, pero para mí fueron horas, mientras afrontaba el momento más difícil de mi vida.
Mi corazón estaba frío, pero el perdón no es una emoción. Eso lo sabía. Perdonar es un acto de la voluntad, suministrado por Dios en Cristo, y esa voluntad puede funcionar sin importar la temperatura del corazón. ‘¡Jesús, ayúdame!’, oré silenciosamente. Y así, de manera inexpresiva y mecánica, estiré mi mano hacia la suya. Y cuando lo hice, algo increíble ocurrió: desde mi hombro comenzó a correr una corriente que bajó hacia mi brazo y saltó hasta nuestras manos unidas. Luego, un calor sanador pareció inundar todo mi ser, trayendo lágrimas a mis ojos.
‘¡Yo también te perdono, hermano!’, grité, ‘¡con todo mi corazón!’ Nos tomamos de las manos por un buen rato, el ex guardia y la ex prisionera. Nunca había conocido el amor de Dios tan intensamente, como lo conocí en ese momento. Pero aún entonces, me di cuenta que no era mi amor. Yo había tratado, y no había podido. Ese era el amor de Dios a través del Espíritu Santo.»
¡Otra vez la verdad, dispuesta a sufrir para que otros conozcan la salvación y la sanidad que solamente Dios puede dar!
La lectura para hoy es muy difícil para predicar. ¿Qué estaba haciendo Juan el Bautista en la celda de Herodes? ¿Por qué sufrió esas indignidades? Más adelante en la Biblia hay una pregunta aún más dura de afrontar: «¿Qué está haciendo Jesús, el Hijo perfecto de Dios, colgando en una cruz por mí y por ti?» La verdad sea dicha, él está allí para sufrir, para servirte y también para salvarte.
La obra de Juan fue señalarte a Jesús para que tú puedas ver la verdad de Dios en acción por ti. Confía en su Palabra, recibe su perdón completo, y pon en acción el poder del único que es el camino, la verdad y la vida, en tu vida y en tus relaciones. ¡Te gustará hacerlo! Así es como Dios cambia nuestras vidas todos los días.
Si podemos ayudarte a encontrar el camino, la verdad, y la vida, comunícate con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.