PARA EL CAMINO

  • El amor compasivo de Jesús

  • agosto 4, 2013
  • Rev. Carlos Velazquez
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Marcos 6:30-34

  • Dios no sólo creó el mundo con todo lo que en él hay, sino que también envió a su Hijo a vivir, morir y resucitar para que aún en las peores circunstancias de la vida podamos tener esperanza y paz… para que la vida plena y la salvación puedan ser una realidad. ¿Acaso no son esos motivos suficientes para estar agradecidos?

  • En la década del 60 se hizo famosa una canción que decía que lo único que el mundo necesitaba era amor verdadero. Estoy de acuerdo que necesitamos amor verdadero, pero justamente allí está el problema: porque si bien sabemos lo que necesitamos, no podemos proveerlo. Sabemos lo que debemos hacer, pero no siempre logramos hacerlo. Cuando deberíamos decir que ‘no’, decimos que ‘sí’, y cuando deberíamos decir que ‘sí’, a menudo decimos que ‘no’. De la misma forma, cuando debemos amar, no amamos con el amor que el otro necesita, ese amor que continúa amando aún cuando el otro no lo retribuya.
    Este mundo necesita amor, mucho amor, pero necesita la clase de amor que sólo Dios nos puede dar. Tú y yo necesitamos el amor compasivo que brota de la verdad y del cuidado mutuo. En realidad, lo que necesitamos es a Jesús, que es el amor compasivo de Dios para nosotros.

    Cada vez que lees la Biblia, estás leyendo acerca de ese amor. Pero no del amor como un simple sentimiento o emoción, sino del amor encarnado en la persona de Jesucristo, el Hijo de Dios, que vino a este mundo por ti, por mí, y por todos los seres humanos. Jesús es el regalo de sabiduría, compasión, justicia y amor, que Dios nos da a ti y a mí.

    En el texto bíblico elegido para hoy, y te sugiero que leas la historia completa en el evangelio de Marcos capítulo 6, versículos 30 a 44, podemos ver tal compasión en cada una de sus acciones, podemos sentirla brotar de su corazón, y hasta podemos verla en su mirada.

    Con la compasión no es así. Uno no puede fingirla-al menos no por mucho tiempo. Va a llegar el momento en que los demás se van a dar cuenta si tu compasión es verdadera o no. Pero, ¿qué es la compasión? ¿Es acaso algo que podemos ver? En realidad, sí. La compasión se puede ver.

    Un grupo de psicólogos de la Universidad de California en Berkeley hizo un experimento para tratar de descubrir si la compasión es algo que se puede reconocer. Uno de ellos describió así el proyecto: ‘Primero, hicimos una serie de video clips en los que se mostraban a diferentes personas escuchando a alguien que les describía una experiencia traumática. Luego mostramos esos clips a los participantes en el estudio, y les pedimos que eligieran a los actores que les habían parecido más compasivos cuando escuchaban a la otra persona.’
    El resultado fue que hubo una tendencia a concordar en quiénes eran los oyentes más compasivos, basándose en varias señales visuales comunes. Por ejemplo, asociaron la compasión con aquéllos cuyo lenguaje corporal daba a entender que estaban prestando total atención a lo que la otra persona les decía, algo que los profesionales llaman de «escuchar con todo el cuerpo». Son las personas que se inclinan hacia el interlocutor para prestarle más atención, y no cruzan los brazos como si se estuvieran encerrando en sí mismos o protegiéndose de las palabras del otro.

    Quienes escucharon con compasión también hicieron gestos que demostraron que se estaban conectando con su interlocutor y con lo que estaban oyendo. Por ejemplo, sonrieron, asintieron con la cabeza, no interrumpieron ni utilizaron su teléfono celular, e hicieron contacto visual, o sea, miraron a su interlocutor a los ojos y prestaron atención a su expresión facial. Porque el escuchar con compasión es algo que se hace cara a cara, mirándose a los ojos.

    Este experimento ilustra cómo demostrar compasión. Pero también sugiere cuán a menudo nuestra naturaleza humana pecadora es indiferente ante las necesidades de los demás. Es por ello que debemos estar alertas, para no perder las oportunidades que se nos presentan de ser compasivos. Sin embargo, y debido a que somos pecadores, hasta nuestros mejores esfuerzos son insuficientes para cumplir con la tarea de amar compasivamente a los demás así como Dios lo ordena. Es por ello que hoy te invito a que mires detenidamente los ojos de Jesús en el texto para hoy. En este mundo sólo hay una persona cuyos ojos están siempre llenos de compasión. Sólo hay una persona que está constantemente alerta haciendo lo que es justo y mejor para ti. Sólo hay una persona cuya vida estuvo llena de amor, de justicia, de paz y de misericordia para todos.

    Leo nuevamente Marcos 6:34, donde dice: «Cuando Jesús salió de la barca y vio a tanta gente tuvo compasión de ellos, porque parecían ovejas sin pastor, y comenzó entonces a enseñarles muchas cosas.»

    La Biblia es clara: necesitamos una fuente de compasión más profunda y duradera que nuestros propios esfuerzos. Porque tener compasión verdadera significa hacer lo que el otro necesita, más allá de lo que nos cueste. Tener compasión verdadera es decir en amor la verdad de la Palabra de Dios, para que sea de bendición. Tener compasión verdadera es quedarse junto al necesitado aún después que todos los demás se fueron. El problema es que, con el pecado y el egoísmo que tenemos dentro de nosotros siempre ponemos un límite para nuestro servicio y, a veces, cuando la compasión nos pone entre la espada y la pared, hasta comprometemos la verdad.

    El texto bíblico hace una descripción acertada entonces, no sólo de las personas de esa época, sino también de nosotros, cuando dice: «parecían ovejas sin pastor». Es que cuando no estamos conectados con el Dios que nos creó y nos redimió, el mundo aparece quebrantado y sin sentido, y la compasión verdadera hacia el prójimo no es más que un sueño imposible.

    Lamentablemente, esta es una realidad que vemos por todos lados, ¿no es cierto? Sólo necesitamos mirar a las familias a nuestro alrededor. En el pasado, la familia era el primer lugar en donde las personas trataban de hacer siempre lo que era mejor para los demás. Pero las cosas han cambiado mucho. Si los cónyuges de hoy día no se cuidan mutuamente ni cuidan de sus hijos como deberían, ¿cómo vamos a esperar que cuiden de otras personas?
    Un estudio recientemente publicado dice que menos del cincuenta y uno por ciento de los adultos en los Estados Unidos están casados. Este es el porcentaje más bajo de todos los tiempos. También dice que el ochenta por ciento de las personas entre 18 y 29 años de edad prefieren cohabitar, o sea, vivir juntos, antes que casarse. Peores aún son las estadísticas de las familias en las cuales los niños se crían sólo con la mamá o el papá. Esta realidad está aumentando en casi todos los grupos demográficos, llegando a ser hasta el 50, 60 y 70 por ciento de algunas comunidades.

    Sufrimiento, quebrantamiento, parejas viviendo juntas por conveniencia propia y no porque es lo mejor para el otro o para sus hijos. Sí, el mundo necesita mucho amor y compasión. Pero nuestro pecado insiste en llevarnos a elegir lo que es mejor sólo para nosotros. ¡Y eso es exactamente lo contrario de lo que haríamos si actuáramos con compasión verdadera!

    El texto bíblico para hoy nos recuerda que la compasión verdadera es algo que tuvo que venir al mundo para que este mundo pudiera, una vez más, conocer el amor, la alegría, y la paz. La compasión verdadera vino del mismísimo cielo en busca de ti y de mí. La Biblia describe esto de una forma espectacular. La palabra utilizada en griego es splanjano, que significa ‘salido del vientre para que todos lo vean’. Éste es un amor que tiene alma y corazón. Es un amor con convicción y sentimiento, un amor sin egoísmo; un amor que se entrega, se preocupa y cuida a las personas que, en definitiva, no pueden cuidarse a sí mismas. Es la compasión basada en la verdad, en la justicia, y en la santidad de Dios.

    Es interesante ver que lo primero que Jesucristo hace al derramar su corazón compasivo en servicio a quienes le habían seguido ese día, según nos dice el texto para hoy, es enseñarles. No se fija sólo en sus necesidades físicas, sino también en su falta de conocimiento. Así es que les enseña quién es Dios y quiénes son ellos; les dice qué es el pecado, y el poder y la destrucción que trae consigo; y les habla de la responsabilidad que tienen ante Dios, y la posibilidad real de recibir perdón, un nuevo comienzo, y vida eterna. ¡Eso es compasión! Y cuando recibes esa clase de compasión de parte de Jesús, el Salvador que te ama profundamente y hace lo que es necesario para que puedas tener vida y salvación, tu vida cambia. La buena noticia no es sólo que en Cristo encuentras compasión verdadera para tu vida, sino también que, en Cristo, Dios te capacita para que tengas compasión con los demás.

    Cuando dije antes que a este mundo le falta compasión verdadera, lo dije en serio. Pero eso no quiere decir que tal compasión, amor y gracia no estén obrando ya en este mundo, porque lo están a través de todas las personas que han sido tocadas y redimidas por Jesucristo. De la misma manera, tú también puedes vivir y actuar con compasión, porque el amor compasivo de Cristo que vive en ti a través de la fe te da todo lo que necesitas para compartirlo con los demás. Como dice la Biblia: ‘a quien mucho se le perdona, mucho ama.’
    El sólo hecho de conocer a Cristo y de experimentar en carne propia su compasión, nos capacita para ello. El tremendo amor que recibimos de él a través de su Palabra y sus sacramentos desafía toda explicación y expectativa, y hace posible que muchas vidas, incluyendo la tuya y la mía, sean transformadas.

    Así fue como sucedió una tarde en un campo de juego: la vida de un hombre cambió por completo cuando, en medio de un partido de béisbol, vislumbró lo que es el cielo. Sucedió el sábado 7 de agosto de 1993 en el Grant Field, en la Florida, lleno con los 2.200 hinchas de los Bluejays, su equipo local, quienes se enfrentaban con los Red Sox de Ft. Lauderdale. Los Bluejays iban ganando 4 a 0 cuando el pitcher Dennis Gray, de 23 años, logró hacer 6 innings. De pronto, el árbitro gritó: «TIEMPO». Entonces un joven discapacitado mental entró corriendo en el campo, fue hasta donde estaba el pitcher, y le pidió la pelota. Gray se la dio, el joven la tiró, e hizo un strike. El organista tocó con el mayor entusiasmo, las tribunas gritaron de alegría y se pararon para aplaudirlo. Pero el joven no había ido allí para lucirse ni para recibir la aclamación del público: él estaba allí sólo para disfrutar del juego y de la alegría del momento. Así que se dio vuelta para mirar al pitcher, se acomodó el guante, le sonrió desde el alma, y luego le dio un fuerte abrazo.

    Allí fue cuando Dennis Gray se desarmó, perdió su compostura, y se largó a llorar. Más tarde, dijo: «Parecía como si ese chico hubiera estado en el cielo.» Pasado un rato no sólo recobró su compostura, sino que, a partir de ese momento, todo lo que hizo en su vida cobró un significado diferente y tuvo un propósito nuevo. Gray lo explica así: «Lo que viví ese día al conocer a ese joven me dio una perspectiva completamente diferente de la vida.»
    Podríamos decir que, el sólo hecho de tener una pequeñísima muestra de lo que es el cielo, le permitió aprender a ver la vida con otros ojos. Es que, cuando uno encuentra un pedacito de cielo en la tierra, la vida cambia. De pronto se hace más fácil amar y tratar con compasión a los demás. De pronto el mundo competitivo y perverso en que vivimos se convierte en el escenario que nos permite demostrar el amor y la compasión de Cristo que trascienden lo temporal y transitorio de esta vida, y llegan a la eternidad.

    Cuando te encuentras con el Señor del cielo y de la tierra como tu Salvador, como aquél que te ama con compasión, todo cambia: tu propósito para la vida, tu razón para trabajar, tu incentivo para amar y perdonar… cada minuto de tu vida se convierte en una oportunidad para dejar que el cielo brille en la tierra para que los demás lo puedan ver.

    La fe en Jesucristo hace que, aun en medio de las injusticias y la opresión de este mundo, podamos decir: ‘Miren a los ojos de Jesús. Él es aquél que alimentó a cinco mil personas con tan sólo unos pocos pescados y unas hormas de pan. Él es quien sanó a los enfermos y resucitó a los muertos, para mostrarnos que en este mundo no hay nada que nos pueda separar del futuro celestial que Dios tiene preparado para nosotros. Él fue quien dijo que nuestra mayor necesidad es conocer a Dios como nuestro Señor y Salvador, y para ello nos proveyó perdón y misericordia a través del sacrificio de su Hijo en la cruz por nuestros pecados.

    La belleza de la obra y el amor de Dios es que, cuando compartimos con los demás la compasión de Cristo no sólo ellos son bendecidos, ¡sino nosotros también!

    Una enfermera joven escribió un artículo en el que habla acerca de lo que le costó aprender a ver en un paciente la imagen de Dios, que estaba oculta debajo de una inquietante máscara. Ella dice: «Elena fue una de mis primeras pacientes, y estaba totalmente discapacitada debido a un aneurisma que la había dejado sin control consciente sobre su cuerpo. De acuerdo a los médicos, Elena estaba totalmente inconsciente, no sentía dolor, y no sabía nada de lo que sucedía ni con ella, ni a su alrededor. Las enfermeras tenían que darla vuelta cada hora para prevenir que se le hicieran llagas en el cuerpo, y la tenían que alimentar dos veces por día con una papilla fina a través de un tubo que iba al estómago. Cuidarla era una tarea ingrata. ‘Cuando es tan grave’, le dijo una enfermera mayor, ‘tienes que distanciarte emocionalmente de toda la situación.’ Como resultado, Elena pasó a ser tratada cada vez más como una cosa, como un vegetal.»

    Pero esta joven enfermera decidió que no podía tratar a una persona como lo hacían los demás. Por lo tanto, cuando atendía a Elena le hablaba, le cantaba, le daba ánimo, y hasta le llevaba pequeños regalitos. Un día, cuando las cosas estaban muy difíciles y hubiera sido fácil descargar sus frustraciones sobre la paciente, ella eligió ser especialmente amable. Hablando con Elena, le dijo que era el Día de Acción de Gracias, y que esa mañana había estado de mal humor porque se suponía que ese día no tenía que trabajar. Sin embargo, le dijo: «Ahora estoy aquí, y estoy contenta de estar contigo en este día especial.»

    En ese momento sonó el teléfono de la habitación. Cuando se dio vuelta para atenderlo, vio algo que le hizo volverse hacia Elena. Continúa escribiendo: «De pronto, Elena me estaba mirando con la mirada fija y lágrimas en los ojos. La almohada estaba mojada por sus lágrimas, y su cuerpo se sacudía. Esa fue la única emoción humana que Elena había demostrado en todo ese tiempo, pero fue suficiente para cambiar la actitud de todo el personal del hospital hacia ella. Poco tiempo después, Elena murió.» La joven enfermera concluye su historia, diciendo: «Por mucho tiempo seguí pensando en ella. Se me ocurre que le debo mucho. Si no hubiera sido por Elena, quizás nunca hubiera aprendido a darme a alguien que no puede retribuirme.»

    Así es el amor compasivo de Cristo que obra en los demás a través de ti y de mí: es una bendición celestial que afecta y cambia al mundo, a la vez que nos bendice a nosotros.
    Miremos, entonces, a los ojos de Jesús, donde encontraremos su inmenso amor y compasión por nosotros, amor y compasión que, por el poder del Espíritu Santo, y con la verdad y sabiduría de su Palabra nos capacitan para amar a los demás.

    Si podemos ayudarte a conocer el amor de Jesucristo, comunícate con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.