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PARA EL CAMINO
TEXTO: 1 Juan 3:1-3
El apóstol Juan nos dice: ‘Miren y vean cuánto nos ama el Señor. Ustedes nunca han visto algo así. El amor de Dios es totalmente diferente al nuestro. Su amor no depende de nuestra respuesta o comportamiento… Dios nos ama, porque él es amor.
¡Miren! ¡Fíjense bien! ¡No se lo pierdan! Cuando alguien comienza una frase con algunas de esas palabras, es porque nos quiere mostrar o decir algo increíble o extraordinario. El año pasado, por ejemplo, una noche al llegar a casa la luna estaba tan brillante y tan grande sobre el horizonte, que parecía pintada. Parecía como si uno pudiera estirar la mano y tocarla. ¡Miren! ¡Fíjense bien! ¡No se lo pierdan!… De hecho, al día siguiente todo el mundo comentaba el espectáculo que había sido la luna de la noche anterior.
¡Miren! ¡Fíjense bien! ¡No se lo pierdan! Tales exclamaciones las reservamos para las cosas que realmente nos sorprenden por su belleza o porque son únicas, como una puesta de sol, un paisaje, una bendición extraordinaria… pero, ¿acaso decimos lo mismo sobre el amor? Parece ser algo tan común y trillado… es cierto que el amor es una emoción que puede llegar a despertar sentimientos profundos y maravillosos, pero ya todos sabemos lo que significa, ¿no es cierto?
El significado del amor ha desafiado y hasta dejado perplejos a hombres y mujeres de todas las culturas desde los comienzos del tiempo. Escuchemos algunas de las mejores ‘definiciones’ que se han dado para la palabra ‘amor’:
Todas esas son citas ‘buenas’ sobre lo que el amor representa para las personas. Ahora voy a compartir otras que son más cínicas:
Algunas de estas frases son muy tristes. Pero eso no es todo. La mayoría de las personas piensa, equivocadamente, que el amor de Dios es como el amor humano, pero inflado. En un artículo publicado en un conocido periódico sobre el cielo, el infierno, y el amor de Dios, el autor decía saber exactamente cómo es el amor de Dios. Él decía que el amor de Dios es igual que el amor que él tiene por su hijo y su familia, sólo que perfecto. ¡Qué equivocado estaba!
No quiero decir que algunas de las cosas que identificamos con el ‘amor’ no nos den una muestra del amor de Dios para con nosotros. Pero lo que Juan nos está diciendo es: «¡Miren! ¡Fíjense bien! ¡No se lo pierdan! Ustedes nunca han visto algo así. Dejen que Dios defina cómo es su amor, y cómo y cuánto los ama. Déjenlo que derrame su amor sobre ustedes, y luego hablen del ‘amor’ en sus vidas y para los demás. Pero primero, ¡MIREN!»
Aún así nosotros, como buenos humanos, somos tan ciegos a ese amor como a los increíbles atardeceres que Dios nos pinta. Y por ser ciegos nos perdemos el amor de Dios, así como nos perdemos de disfrutar con alegría nuestras relaciones y amistades.
Porque en nuestro egoísmo humano, sólo somos capaces de ver nuestras miserias, nuestros problemas, nuestras dificultades, y nuestras necesidades.
Frente a esta realidad, Juan nos dice: ‘¡NO! ¡Paren, miren, fíjense alrededor de ustedes, no se lo pierdan!… Aprovechen el amor que Dios les ofrece, que es un amor mucho más grande que cualquier otro amor que el mundo pueda darles, o que ustedes puedan imaginar…. «Miren cuánto nos ama el Padre…» Con estas palabras, Juan nos está indicando que el amor del Padre es algo especial, algo único, algo fuera de lo normal, algo extraordinario y diferente de lo que estamos acostumbrados.
El amor de Dios es algo extraño y difícil de comprender, porque no es el amor que nosotros conocemos, el amor que damos y recibimos entre nosotros, sino un amor que no es de este mundo, un amor que nosotros somos incapaces de dar. Su amor supera al amor del más devoto de los cónyuges, y también al amor de una madre o de un padre por sus hijos.
En el concepto equivocado que el mundo tiene del amor, el énfasis está puesto en la intensidad de lo que se siente en el momento. El amor no está definido por ningún tipo de ética ni de valores morales absolutos, sino que cada uno es libre y tiene el derecho de amar como quiera y a quien quiera, por lo que amamos aquello que satisface nuestras necesidades, en tanto y en cuanto las satisface. El problema con el ‘amor que está condicionado a los resultados’, es que con el tiempo se va deteriorando y desvaneciendo, hasta que llega el momento en que desaparece. Esa clase de amor condicional es totalmente opuesto al AMOR que Dios nos ofrece.
El apóstol Pablo describe ese AMOR con mucha claridad en el capítulo 13 de su primera carta a los Corintios, donde dice: «El amor es paciente y bondadoso… no es envidioso ni jactancioso… no se envanece… no hace nada impropio… no es egoísta ni se irrita… no es rencoroso… no se alegra de la injusticia, sino que se une a la alegría de la verdad. Todo lo sufre… todo lo cree… todo lo espera… todo lo soporta.»
El amor de Dios es totalmente diferente al nuestro. En el capítulo 5 versículo 8 de su carta a los Romanos, San Pablo dice: «Pero Dios muestra su amor por nosotros en que, cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.» En otras palabras, Dios nos amó a todos por igual, así como somos. Su amor no depende de nuestra respuesta o comportamiento, ¡porque forma parte de su ser! Dios nos ama, porque él es amor.
El amor de Dios NO es un amor común y corriente. Sin embargo, está destinado a personas comunes y corrientes como tú y yo. El amor de Dios NO es de este mundo. Sin embargo, es ofrecido por gracia a este mundo. Su amor es tan inmenso que abarca los cielos y la tierra. Sin embargo, es también tan personal, que se ocupa por ti y por mí como si fuéramos las únicas personas existentes en este mundo. Semejante amor puede apabullarnos, asombrarnos, y hasta dejarnos sin palabras. Pero, y más importante aún, semejante amor nos inspira a confiar en Dios como nuestro Padre, nuestro Creador, nuestro Salvador, y nuestro Amigo.
Hay veces en que las parejas de enamorados discuten por ver cuál de los dos ‘amó primero’. Un joven y su novia estaban hablando sobre este tema. Él le dijo a ella: ‘El primer día de clases yo estaba parado en la escalera durante el recreo cuando te vi pasar caminando, y ahí mismo me enamoré de ti. Sin lugar a dudas fue amor a primera vista, porque te amé antes de conocerte, antes de saber siquiera cómo te llamabas.’ Entonces ella le contestó: ‘Eso es lo que tú crees, porque en realidad yo ya me había enamorado de ti durante la primera clase, y durante el recreo tuve que subir y bajar tres veces la escalera delante de ti… ¡antes que me vieras!’
Es común y corriente que los enamorados discutan sobre ese tipo de cosas, pero con Dios esas discusiones no existen. Su amor no sólo es increíble, sino que, más increíble todavía, él nos amó aún antes de que nosotros lo amáramos.
«Miren cuánto nos ama el Padre…». Dios nos ama así como somos, y nos perdona el pasado. Para ello envió a su Hijo: para salvarnos y reconciliarnos con él. El amor de Dios en Jesucristo es para cada uno de nosotros. El apóstol Juan dice que, gracias al amor de Dios, ahora somos llamados ‘hijos de Dios’.
Gálatas 4 nos dice: «Así también nosotros, cuando éramos niños, vivíamos en esclavitud y sujetos a los principios básicos del mundo. Pero cuando se cumplió el tiempo señalado, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer y sujeto a la ley, para que redimiera a los que estaban sujetos a la ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos. Y por cuanto ustedes son hijos, Dios envió a sus corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ‘¡Abba, Padre!’ Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, también eres heredero de Dios por medio de Cristo.» Jesús vivió nuestra vida y murió nuestra muerte, dándonos así su vida y, por su gracia, adoptándonos como hijos herederos del reino.
La adopción es una de las maneras más poderosas en que uno le puede demostrar a un niño que le ama, aún en medio de las tragedias y los sufrimientos de este mundo. Conozco padres adoptivos que comunican a sus hijos la peculiaridad del amor que sienten por ellos, diciéndoles algo así como que ‘a los hijos naturales uno los acepta así como vienen, pero a los hijos adoptivos uno los elige’.
El amor de Dios es muchísimo más grande todavía. Porque Dios ama hasta a aquéllos que no son dignos de ser elegidos o amados, y a aquéllos que hasta la sociedad olvida, que no quiere ver, o que relega a un segundo o tercer plano.
Un niño que vivía en la ciudad de Vigo, España, y cristiano consagrado, se encontró con un señor que le preguntó cómo había llegado a tener fe en Jesús. El niño le respondió: «Fue por un gorrión.» «No comprendo», le dijo el hombre, «¿de qué gorrión estás hablando?» A lo que el niño le dijo: «Un día, alguien me dio un Testamento. En uno de los evangelios leí que habían vendido dos gorriones por un centavo. Otro día, leyendo el Evangelio de Lucas, leí ‘¿acaso no se venden cinco gorriones por dos centavos?’. Entonces pensé que nuestro Señor Jesucristo conocía muy bien nuestra costumbre de vender pájaros. Como usted sabe, nosotros atrapamos pájaros y vendemos dos por un peso, pero por dos pesos le agregamos un gorrión extra, aunque sólo es de yapa, porque en realidad no cuenta para nada.
«Yo soy tan insignificante, tan pobre y tan pequeño, que a nadie se le ocurriría contarme… soy como ese gorrión extra. Sin embargo, Jesús dice que ninguno de ellos pasa desapercibido para Dios. Yo nunca había escuchado a nadie decir algo así. Solamente alguien tan grande como él pudo pensar en no olvidarse de mí.»
El amor de Dios es más profundo que cualquier océano y más inmenso que el cielo, pero lo suficientemente simple como para que un niño lo pueda comprender y creer.
«Miren cuánto nos ama el Padre…». Prestemos atención a la invitación que Dios nos está haciendo hoy, porque su amor está a disposición de cada uno de nosotros, de todos los que se arrepienten de sus pecados y reciben el regalo de la misericordia y el amor de Dios.
Se dice que todo el evangelio está resumido en las palabras de un solo versículo. Me refiero a Juan 3:16, donde dice: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna.» El amor que tiene el Padre no es un amor estático o centrado en sí mismo, sino que es un amor que se entrega a los demás. Al amarnos, Dios establece el patrón del verdadero amor, que es la base para todas las relaciones amorosas. Cuando uno de veras ama a alguien, está dispuesto a entregarse libremente hasta el punto de sacrificarse a sí mismo por el bien del otro. Así es que te invito a que hoy no te limites sólo a ‘mirar cuánto te ama el Padre’, sino a que también lo creas, y creas en aquél que te ama con un amor que supera todo amor humano.
Si bien es cierto que el amor humano no tiene ni punto de comparación con el amor divino, hay ocasiones en las cuales nos encontramos con algunos ejemplos de amor que nos permiten vislumbrar el amor de Dios. Les voy a contar una de ellas.
María es una madre maravillosa. Ella ama entrañablemente a su familia, y es una persona tan alegre y feliz, que a todo el mundo le gusta su compañía. Pero no fue siempre así… cuando María era pequeña, en la casa donde vivía se produjo un incendio. Sus padres murieron. María sobrevivió, aunque sufrió severas quemaduras en un lado de su rostro. Luego de salir del hospital, fue a vivir al orfanato que tenía un Pastor en una ciudad de Texas.
Si bien María vivía en el orfanato, se notaba que no quería formar parte de él. La cara la tenía cubierta de cicatrices, y un brazo y una pierna le habían quedado mal debido a las quemaduras sufridas. El Pastor amaba a los niños. Cada noche los reunía a todos bajo un roble inmenso que tenía en el jardín, y les leía historias de la Biblia. A todos los niños les gustaba sentarse bien cerca de él… a todos, menos a María; ella siempre se mantenía a cierta distancia, y trataba de ocultar sus cicatrices y el brazo y la pierna tullidos.
Una noche, después de rezar, el Pastor le dijo a María: «María, ¿podrías quedarte unos minutos? Quiero hablar contigo. Ven, siéntate cerca de mí.» María se acercó a él, aunque con bastante recelo. El pastor le preguntó: «¿Qué te sucede, mi querida? ¿No te gusta estar aquí?»
Presten atención a su respuesta: «Sí, papá. Me gusta mucho y estoy muy feliz de estar aquí. Este es el único hogar que tengo.»
«Entonces, ¿no me quieres a mí?»
Ella le contestó: «Sí, es claro que te quiero. Te quiero más que a nadie en el mundo. Tú eres el único papá que tengo.»
«Entonces, ¿por qué no te sientas más cerca cuando leemos juntos?»
A lo que María contestó: «No sé. Yo pensé que no te gustaría que una niña lisiada y con cicatrices en la cara estuviera tan cerca de ti y de los otros niños.»
Ante esa respuesta, el pastor la alzó en sus brazos, le dio un beso en la cicatriz de la cara, y le dijo: «María, quiero que siempre recuerdes lo que te voy a decir: yo siempre te amé, y siempre te voy a amar. Cuando te miro no veo ninguna cicatriz, sino una niña preciosa que tiene una familia que siempre la va a amar.»
Ya de grande, María dijo que ese fue el día en que volvió a sonreír.
Lo que María sintió ese día fue el amor comprometido que Dios el Padre puso a disposición de ella… y también de ti. ¿Estás tú sonriendo porque Jesús te ama?
Si estás buscando un amor duradero, recibe el amor que Dios quiere darte. Su amor puede superar nuestro pasado, nuestros sufrimientos, y hasta la culpa que llevamos dentro de nosotros.
«Miren cuánto nos ama el Padre, que nos ha concedido ser llamados hijos de Dios. Y lo somos.» Cuando Cristo vuelva seremos como él, porque lo veremos tal como él es.
Mira, cree, y comparte el amor de Jesucristo que está a tu disposición en su Palabra. Que a través de la fe, su regalo de amor te fortalezca para amar a los demás así como él te ha amado.
Si podemos ayudarte a conocer mejor el amor de nuestro Señor, comunícate con nosotros. Amén.