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PARA EL CAMINO
TEXTO: Lucas 17:11-19
La frontera es a menudo un lugar olvidado y marginado, tanto en lo social y político, como en lo económico. Es un lugar alejado de las grandes ciudades con sus centros culturales y económicos y, por tanto, un poco despreciado. Pero Jesús no desprecia ni le tiene miedo a la frontera. Al contrario, va a ella, llevando consigo el Reino de Dios.
Camino a Jerusalén, Jesús andaba por la frontera. Pero no se trata de cualquiera frontera, sino de una frontera aborrecida: la frontera entre Samaria y Galilea. Después de todo, Jesús mismo es de Nazaret en Galilea, lugar de donde, según el típico pensar de sus contemporáneos, nada bueno puede venir. Y si de Galilea no puede salir nada bueno, ¡entonces menos de Samaria, considerada enemiga de los judíos! La zona entre Samaria y Galilea es un área fronteriza marginada y hasta odiada por los judíos, y además lejana del centro del poder religioso y político de Jerusalén.
Actualmente, en nuestros pueblos latinos hay mucha gente trabajadora que vive en zonas fronterizas. Gente normal, de carne y hueso, con sus problemas y necesidades como todo ser humano. Sin embargo, muchas áreas fronterizas son a menudo objeto de sospecha por su lejanía de lo que se considera quizás más típico, cotidiano o representativo de un pueblo. La gente tiende a enfocarse más en la ciudad capital donde está la sede de gobierno, el centro bancario, la última moda, los grandes centros culturales y artísticos del país-en fin, donde está el centro de todo, mientras que las áreas marginales se asocian con lo pasado de moda, lo tangente, lo que menos importa.
Por otro lado, las áreas fronterizas entre países a menudo son marginadas y por ende olvidadas y despreciadas, y al extranjero que cruza la frontera se le recibe con sospecha porque ‘no es uno de nosotros’. Las fronteras simbolizan el lugar de los marginados, ya sea en lo social, político o económico. Son el sitio donde viven personas algo diferentes o extrañas en comparación con los de la gran y próspera ciudad.
Los habitantes de Galilea, como Jesús y sus discípulos, no son considerados tan reales, puros y justos como los judíos de la gran Jerusalén, donde están los líderes religiosos, en parte porque viven muy cerca de personas de origen y lenguaje griego. Son judíos que se mueven a diario entre personas de otras etnias, lenguajes, costumbres, modos de vestir, creencias, etc. Entonces, ¡no es posible que el Mesías venga de un lugar tan híbrido, mezclado, impuro y bajo como Galilea!
¡Y ni que hablar de los samaritanos! Estos se encontraban más abajo aún en la escala de lo aceptable. Los samaritanos eran considerados enemigos no sólo de los judíos, sino de Dios. Por lo tanto, se les creía no merecedores de sus bendiciones. Es por ello que, cuando Jesús le dice a la mujer samaritana que el agua de vida, el Espíritu Santo, es un don también para ella, está predicando un mensaje sumamente radical para sus contemporáneos. De ahora en más, quien pone su fe en el Hijo, adora al Padre en el Espíritu y, por ende, ya no necesita ir a hacerlo al templo de Jerusalén. Jesús ES ahora el templo, Jesús ES la presencia santa de Dios no sólo entre los judíos, sino también para los samaritanos.
En el libro de Hechos, escrito por Lucas, vemos que una representación de apóstoles tiene que ir de Jerusalén a Samaria a imponerle las manos a los que recibieron el evangelio y fueron bautizados, para que así recibieran el Espíritu Santo. ¿Por qué tanta representación apostólica y manifestación pública del don del Espíritu en esta ocasión? Pues porque los receptores de la bendición de Dios, de su Espíritu, eran nada más y nada menos que los marginados samaritanos, a quienes los judíos cristianos seguramente veían con cierta sospecha como indignos del reino de Dios. Con la presencia de los apóstoles en Samaria, Dios quería dejar bien en claro que el bautismo para perdón de los pecados con el don del Espíritu Santo era no sólo para los judíos de Jerusalén, sino también para los habitantes de Judea, de Samaria y los gentiles. Este es un mensaje totalmente radical para Jerusalén, que se ve como el centro privilegiado de la acción salvadora de Dios.
Es en medio de la sospechosa y despreciable frontera entre Samaria y Galilea, entonces, que encontramos a Jesús. Es en ese lugar de personas rechazadas y olvidadas por la sociedad, personas que no encajan con lo típico y aceptable, donde los leprosos establecen su morada. Enfermos solitarios. Personas alejadas de la sociedad, de ser aceptados en el templo, de la vida plena. Y al menos uno de ellos era, además, samaritano. O sea, dos veces marginado: por ser leproso y por ser samaritano. La frontera es un lugar inhóspito. Parecería que Dios se hubiera olvidado de la frontera y de las personas necesitadas que allí viven. Es un lugar donde no se da ni se recibe amor. Es el lugar del abandono, de los menos importantes, de los desquiciados. Parecería que Dios prefiere morar en Jerusalén, entre los más puros y santos. ¿Cierto? ¿O no?
¡Bienvenidos todos a la frontera! ¿Quiénes son los más despreciados y marginados en tu comunidad, en tu vecindario? ¿Quiénes son marginados por ser algo extraños, o por tener un acento diferente? ¿Quiénes son los enfermos solitarios? ¿Se ha olvidado Dios de estas personas? ¿Les ha dado la espalda? ¿Acaso se ha olvidado Dios de las personas de la frontera?
Si la Biblia nos dijera que Jesús sólo fue de paseo por la frontera, la respuesta sería positiva. Pero Jesús hace más que eso. Porque allí por donde nadie más quiere andar se aparece Jesús, el Mesías, para llevar salvación. Jesús anda en medio de la sospechosa y olvidada frontera, y lleva el reino de Dios a los necesitados, que ahora ya no necesitan ir al templo de Jerusalén para encontrar a Dios. Una vez más es Jesús, Dios hecho carne, quien nos viene a buscar para darnos perdón, amor, y vida plena. Jesús viene a las regiones más marginadas, oscuras y extrañas, y a todos aquellos que, según algunos, no merecen ni pueden recibir el reino de Dios.
En la narrativa de Lucas existe otro nivel de marginación. Es interesante que sólo el extranjero volvió a darle las gracias a Dios por haber sido sanado de su enfermedad. El que menos se esperaba volvería a dar gracias, el sospechoso samaritano, el enemigo del pueblo de Dios, regresa a Jesús y alaba a Dios. ¿Será que los demás enfermos, aunque leprosos marginados, no eran extranjeros? El proverbial samaritano aparece en la historia no sólo como el que está doblemente marginado, sino también como el que está doblemente agradecido… Dios nos sorprende… Él decide quién pertenece a su reino. Eso no nos compete a nosotros.
A veces como cristianos de años, como miembros de iglesias ya establecidas donde se habla el mismo idioma y la gente tiene cierta homogeneidad cultural, política o socioeconómica, empezamos a vernos como el ‘centro’ privilegiado de las bendiciones de Dios. Nos vemos como los cristianos más auténticos, puros y santos, y a los demás los miramos despectivamente. Así nos olvidamos de lo importante que son para Dios los que viven en las fronteras, los galileos y samaritanos de nuestros días, los que por una u otra razón son marginados y están solos. ¿Será que ellos también pueden ser parte de la familia y el reino de Dios?
¡Por supuesto que sí! El evangelio de Lucas proclama que Jesús trae el reino de Dios a todas las personas, sin excepción. Y esto incluye a los extranjeros que tienen acentos, costumbres, vestimentas, cantos y color de piel distintos. Tú sabes a quién me refiero. A lo mejor se trata de alguien en tu familia, tu trabajo, tu escuela, o tu comunidad. A lo mejor eres tú mismo. Te invito a que, cuando veas a una persona así, la mires con la misma compasión con que Jesús te ha mirado a ti, y la trates con el mismo amor y perdón con que Jesús te ha tratado a ti.
Jesús viene de la frontera. Nadie busca pruebas del poder y la sabiduría de Dios en las regiones de Galilea, y sin embargo es desde allí, y por allí, que Jesús trae el reino de Dios a leprosos y a extranjeros. El lugar donde se encuentra la gloria del Mesías en la gran ciudad de Jerusalén es paradójicamente no en el templo, sino en su sangrienta cruz. El discípulo de Jesús, entonces, no lo busca en su gloria sino en su cruz, porque entiende que la redención no depende de nuestros criterios, de quiénes creemos nosotros puedan o no recibir las bendiciones de la cruz, sino que la redención es sólo obra de Jesús y él es quien decide por dónde caminar y actuar-aún en la frontera entre Samaria y Galilea-para traer el reino de Dios a todo pecador.
Ahora bien, muchos de nuestros oyentes en los Estados Unidos seguramente son inmigrantes, por lo que pueden relacionarse con lo que significa ser marginado por ser extranjero, por ser diferente. Pensamos, por ejemplo, en el mexicoamericano de hoy, una especie de galileo que no encaja en los moldes prescritos por la sociedad. El mexicoamericano no es suficientemente ‘mejicano’ para los mejicanos, pero tampoco suficientemente ‘americano’ para los norteamericanos. Tiene una identidad híbrida, vive un tipo de mestizaje cultural en su propia carne. Los galileos de hoy, como Pedro y como el mismo Jesús en sus tiempos, tienen además sus acentos. Hablan el inglés con acento mejicano, y sus hijos hablan el español con acento estadounidense. En fin, los galileos no están ni aquí ni allá, y a la vez están en ambos lados de la frontera al mismo tiempo. Tienen un pie en Méjico y otro en los Estados Unidos. En nuestros países de habla hispana hay muchas personas que tienen un pie en una cultura y otro en la otra, una por parte de madre, y otra por parte de padre, o una por parte suya y otra por parte del cónyuge. La narrativa de Lucas nos ayuda a entender que Jesús no se ha olvidado de estos lugares que están, ya sea en sentido geográfico o cultural, al margen de lo más común, típico o cotidiano. Jesús trae el reino de Dios a la frontera, a las personas que no encajan en los esquemas establecidos por nuestras sociedades. La iglesia incluye a la gente bi-cultural y bilingüe. Esa es la trayectoria de Lucas en su exposición en el libro de los Hechos de los Apóstoles. La iglesia de Cristo ha de ser una iglesia que no se queda en Jerusalén, sino que llega hasta los gentiles.
Pero hay algo más que decir. Jesús no sólo trae el reino a la frontera, sino que de allí también hace sus discípulos, los mismos que, más adelante, habría de enviar al mundo a proclamar el evangelio con el poder del Espíritu Santo. Es que Jesús puede usar a quienes no siempre son aceptados plenamente por la sociedad por su acento, apellido, color de piel, enfermedad, trasfondo socioeconómico, etc., para llevar a cabo su misión en el mundo. No estar ni aquí ni allá tiene su ventaja: implica que uno está en dos mundos al mismo tiempo.
El discípulo de Jesús que tiene un pie en Samaria y otro en Galilea puede caminar esa frontera, identificarse con su gente, sus pecados y necesidades, y llevar el reino de Dios a muchos. Puede crear puentes entre personas de distintos trasfondos y así guiarlos a la fe en un sólo Cristo. Puede discernir lo bueno, lo malo y lo feo de ambas culturas, y llamar al arrepentimiento a las personas en ambos lados.
Todo discípulo de Jesús ha sido llamado a caminar con su Señor entre las fronteras geográficas, culturales, políticas y socioeconómicas que dividen a los hombres, para llevar el evangelio de la reconciliación con Dios a todos. La labor del discípulo es dar a conocer a Jesús, en quien tenemos perdón de los pecados, salvación, y por ende la plena aceptación ante Dios Padre. En esta iglesia todos somos importantes y los que parecen más insignificantes en el cuerpo de Cristo han de recibir aún más honor-como diría San Pablo a los Corintios-para que así la iglesia no se divida, sino que viva en armonía y unidad.
Los discípulos de Jesús de todo tiempo y lugar hemos sido llamados a proclamar a este Jesús quien, con su muerte, derrumbó la pared que nos separaba de Dios, y nos reconcilió con el Padre. Este mismo Cristo derrumba también las murallas que puedan separar a las personas que ponen su fe en él, ya que en Cristo no hay diferencia alguna entre judío o griego, esclavo o libre, negro o blanco, enfermo o sano, hispano o anglosajón. Todo discípulo de Jesús, entonces, proclama y enseña este evangelio de la reconciliación con Dios y entre los seres humanos-evangelio que con fe, gratitud y alabanza, recibió el samaritano leproso de la lectura para hoy en aquella frontera.
Cualesquiera que sean las áreas fronterizas o marginadas donde te muevas y vivas como discípulo de Jesús en este mundo, recuerda que Jesús siempre te acompaña y camina junto a ti. Jesús no se ha olvidado de los lugares alejados y un tanto extraños donde nadie espera que él haga su obra redentora. Así pues, tampoco nosotros damos la espalda o nos olvidamos de quienes, según algunos, son menos dignos de recibir las bendiciones del reino de Cristo. Jesús ha dado a sus discípulos en todo el mundo su Espíritu Santo, su poder y autoridad, para alcanzar a todos los marginados de nuestros tiempos, llamando a todos sin excepción al arrepentimiento y proclamando a todos el perdón de sus pecados.
Al caminar con Jesús por las fronteras que éste te depare, al llevar su perdón a las áreas donde menos se espera obtener resultados favorables, mi oración es que, por cada diez personas que reciban su amor y compasión, al menos una regrese a darle gracias y a alabarle por su perdón y salvación.
Si hoy te sientes abandonado por Dios o marginado por los demás, o si quieres aprender más de Jesús y su obra entre los más necesitados, comunícate con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.