PARA EL CAMINO

  • Comprados por un precio

  • enero 19, 2014
  • Rev. Carlos Velazquez
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: 1 Corintios 6:19-20

  • Pareciera que hasta las personas que más éxito tienen, llegan a un punto en su vida en el cual se preguntan: ‘¿De esto se trata la vida? ¿Es esto todo lo que hay? ¿Eres tú una de ellas?

  • ¿Cuánto vale una persona? ¿Cuánto crees que vales tú? Si hicieras esa pregunta entre un grupo de tus amigos, algunos quizás se pondrían a sacar cuentas del dinero y las cosas que tienen, mientras que otros probablemente contarían la cantidad de ‘amigos’ que tienen en Facebook. Pero, ¿será que eso es lo que realmente determina el verdadero valor de una persona?

    Vuelvo a preguntarte: ¿cuánto crees que vales? Cada vez más vivimos en un mundo que no sabe cómo responder a esta pregunta. Vivimos en un mundo pecador e inconstante, en el cual es común sufrir decepciones, y es común decepcionar. Un mundo en donde tanto el divorcio, como los matrimonios múltiples, son cosa de todos los días. Un mundo con una cultura que idolatra el sexo, donde a los adolescentes y jóvenes se les dice que está bien expresar públicamente su sexualidad, sin preocuparse por las consecuencias. Pero el sufrimiento causado por la intimidad manipulada y las relaciones quebrantadas, en vez de edificarlos y bendecirlos, los deja hastiados, confundidos, y en el peor de los casos, desesperados.

    En este mundo tan confuso en que vivimos, donde el pecado es glorificado y la virtud es motivo de burla… en un mundo que se goza en señalar nuestras fallas hasta hacernos caer de rodillas… en un mundo en donde abundan los sentimientos de inutilidad, y en donde el precio a pagar por una vida útil parece estar fuera de nuestro alcance… es difícil tener una autoestima sana.

    Sin embargo, en medio de este mundo oscuro y doloroso, el apóstol Pablo nos dice: ‘Escuchen, para Dios ustedes son preciosos… ¡fueron comprados por un precio!’

    El texto bíblico para hoy nos dice que lo que valemos como seres humanos no depende de la imagen o la confianza que tengamos nosotros mismos, o del éxito que alcancemos. No. Ni siquiera depende de lo que los demás digan o piensen de nosotros. Pablo dice que, si queremos saber lo que realmente valemos, si queremos saber dónde encontrar fuerza y confianza para vivir con sentido en medio de este mundo oscuro y confuso, debemos volver nuestra mirada a Dios.

    Porque para Dios somos tan preciosos y de tanto valor, que él envió a su Hijo a morir en nuestro lugar para que nosotros podamos vivir. Para el cristiano, entonces, su relación con Jesús es la esencia de su valor y su autoestima. Hemos sido comprados con un precio para vivir vidas de valor eterno en él para los demás.

    Ustedes fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios.

    Pareciera que hasta las personas que más éxito tienen llegan a un punto en su vida en el cual se preguntan: ‘¿De esto se trata la vida? ¿Es esto todo lo que hay? ¿Lo que valgo depende de lo que hago o de lo que doy a otros?’

    Me sorprendió mucho lo que la conocida actriz de cine Reese Witherspoon dijo hace poco acerca de sí misma. Reese fue la protagonista en la película Legalmente Rubia, en la cual siempre lucía una gran sonrisa y estaba pronta para ganarse al mundo entero, ya que nada parecía poder detenerla ni vencerla. Ahora bien, sé que la forma en que los actores aparecen en escena a menudo es muy diferente de la forma en que son en la vida real. Pero, aún así, no estaba preparado para lo que leí. Esto es lo que dijo: «No miro ninguna de las películas en las cuales actúo, porque me da terror. Me resulta fácil fijarme en algo tonto, como mi sonrisa, y criticarme. Entonces me digo: ‘¿por qué tuve que sonreír?’ O: ‘Tengo la sonrisa más grande y ridícula del mundo’.» También dijo que, cuando quiere sentirse mal y odiarse, busca su nombre en la Internet y se pone a leer los comentarios negativos que las personas escriben sobre ella… ‘que es gorda, que es fea, que no vale nada, que perdió su carrera’… Y todo eso no es más que una afirmación de cada sentimiento horrible que tengo sobre mí misma.»

    Yo no conozco ni sé mucho sobre su vida personal, pero me partió el corazón escuchar que una persona tan bella, tan admirada, y con tanto éxito como Reese, luche tanto con su identidad. Me encantaría poder decirle que su lucha es única pero, desafortunadamente, lo que le sucede a ella es muy común entre los seres humanos. Tales luchas están presentes debajo de la superficie de los famosos, de los ricos, y de los poderosos, así como también de todos los que parecen ser menos privilegiados.

    Es por ello que, si a pesar de tus logros crees que no vales mucho o que no mereces nada; si en lo profundo de tu ser sientes que no eres digno de ser amado, pero no compartes con nadie ese sentimiento; o si estás tan consciente del poder del pecado y la culpa en tu vida que te sientes agobiado, quiero que sepas y que confíes en que, gracias a Jesús, en Dios tú tienes un valor eterno. Tu vida ha sido literalmente comprada de nuevo por Cristo. Todas tus deficiencias e insuficiencias, todos tus pecados y miedos, todas esas voces que te dicen: ‘Sabemos cómo eres… nadie puede amar a una persona como tú’, todo eso ha sido cargado sobre Jesucristo, llevado a la muerte en su cruz y enterrado en su tumba, para que su vida resucitada y su valor eterno puedan ser tuyos por fe. Tú eres precioso para Dios. Pablo dice que nuestro perdón, vida y salvación, fueron comprados por un precio… y ese precio es la clave para comenzar a entender quién eres y quién puedes ser en Jesucristo.

    Cuando Jesús se les apareció a sus discípulos, enseguida después de su resurrección de la muerte, se presentó ante Tomás, uno de los doce, y le mostró las marcas de los clavos en sus manos y en sus pies. Es como si le hubiera dicho: ‘Mira, Tomás, tú vales tanto para mí, que pagué el precio que era necesario para que tú tengas vida ahora, y en la eternidad.’ Y esas manos atravesadas por clavos nos dicen lo mismo también a nosotros.

    Un conocido pastor bautista cuenta una historia que ilustra esa verdad.

    «Un niño que había quedado huérfano vivía con su abuela, cuando en su casa se produjo un incendio. Mientras trataba de ir al piso de arriba para rescatar a su nieto, la abuela pereció atrapada por las llamas. Los gritos de auxilio del niño finalmente fueron oídos por un hombre quien, trepando por un caño de hierro, logró rescatarlo y ponerlo a salvo.

    Varias semanas después hubo una audiencia pública para decidir a quién otorgar la custodia del niño. Eran tres las personas interesadas: un granjero, un maestro, y el hombre más rico del pueblo. A su tiempo, cada uno de ellos dio la razón por la cual creían que debían ser elegidos para hacerse cargo del niño. Pero mientras hablaban, los ojos del niño permanecían fijos en el piso. De pronto entró a la sala un extraño quien caminó hacia el estrado y, lentamente, se sacó las manos de los bolsillos, revelando así muchas cicatrices. El público hizo silencio mientras el niño, al reconocerlo, pegó un grito de alegría: era el hombre que le había salvado la vida, cuyas manos se le habían quemado al trepar por el caño caliente. De un salto, el niño se lanzó a sus brazos y lo abrazó con todas sus fuerzas. Los otros hombres partieron en silencio, dejando al niño con quien lo había rescatado. Las manos marcadas habían resuelto el asunto.»

    Cuando se trata de tu identidad… deja que Jesús sea quien resuelva el asunto contigo. El cristianismo no es una simple respuesta religiosa a la pregunta «¿cuánto vales?» Tampoco es «otra cosa más que debes hacer para demostrar cuánto vales para que los demás te quieran y te aprueben». No. El cristianismo es la proclamación de que Dios ha actuado a favor de un mundo confundido, rebelde y pecador. Es la proclamación de que Dios ha abierto un camino para todos los que tienen dudas de su valor y propósito. ¡Ninguna otra religión en la faz de la tierra tiene un Dios que hable de esta manera!

    Cuando Jesucristo estiró sus brazos para morir en la cruz, lo hizo por ti, por mí, y por todo el mundo. Es por ello que decimos que hemos sido comprados por un precio. Tu salvación, tu perdón, tu vida, tu libertad en la fe, todo eso ha sido pagado con la sangre de Cristo, el Hijo de Dios. En su cruz, tus dudas, luchas y problemas se volvieron suyos, para que su vida, su valor, y su salvación, pudieran ser tuyos. ¡Gracias a Dios!

    Dice Pablo: Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios.

    Entonces, tu relación con Cristo es lo que te da un sentido eterno e inamovible de quién eres y a quién perteneces… eres un creyente que pertenece al Salvador Jesús. Pablo dice claramente que eres de Cristo, ya que por fe le perteneces a él. Pero no sólo eso, sino que también dice cómo puedes poner esa fe en acción en tu vida. Porque sabiendo que le perteneces, por el poder de su Espíritu quieres ser de él. Por el poder de su Espíritu quieres seguirle, quieres confiar en su Palabra, y quieres vivir de la misma manera en que él vivió para los demás. Pablo dice en 1 Corintios 6:19 que nuestro cuerpo es un templo del Espíritu Santo. Como somos suyos, todos sus recursos, todo su poder, y toda su fuerza también son nuestros para usar en beneficio de los demás.

    Entonces, por el poder del Espíritu Santo, quienes confesamos a Cristo vivimos vidas victoriosas en Cristo. Gracias a la fe que tenemos en él, ninguna situación o acontecimiento logra impedirnos de recibir en todo momento las bendiciones de Jesús. Al oír la Palabra de Dios, al recibir su Bautismo, al compartir en su Cena, estamos siendo el templo del Espíritu Santo, comprados a un alto precio por Cristo mismo. Y porque somos del Señor, porque somos preciosos ante Dios, no necesitamos utilizar nuestros cuerpos como si fueran «basura» o «material descartable», para ganar el amor de otros. No. Hoy mismo podemos comenzar a vivir disfrutando el valor que Dios nos da y valorando el compromiso en las relaciones, la modestia en la sexualidad, y el servicio a los demás.

    Ahora que sabes que perteneces al Señor, también vas a querer resistir la filosofía de este mundo que dice «primero yo». En estos últimos meses, en los Estados Unidos hemos visto estudiantes y jóvenes marchando contra Wall Street, en protesta por la codicia. ¿Y quién no está en contra de la codicia? Pero cuando se les preguntó a esos jóvenes por cuáles cosas estaban a favor, dijeron: «Por una educación gratuita, atención médica gratuita, y vivienda gratuita…» . ¿Cuándo escuchamos algo parecido anteriormente? A ver si recuerdan: «Amor libre, sexo libre…», y desde entonces hemos estado pagando el precio de hogares rotos, de enfermedades terminales, de sueños quebrantados.

    La experiencia debería enseñarnos que la filosofía de este mundo de que cada uno tiene derecho a vivir su vida como quiere, no sirve. Por lo tanto, recházala. Recuerda, fuiste comprado a un alto precio… tú vales mucho más que eso. Recuerda que el ser parte del pueblo de Cristo es más que un simple esforzarse por ser fiel: es vivir en su victoria, con su poder, dispuesto a pagar el precio que sea necesario para que más personas puedan conocer su amor y saber cuánto los valora Cristo.

    Maximiliano Kolbe era un sacerdote católico que, a raíz de su fe, fue llevado a un campo de concentración nazi. El 28 de mayo de 1941 fue transferido al famoso campo de concentración en Auschwitz. Todo el tiempo que estuvo allí, Maximiliano compartió con quienes le rodeaban las escasas raciones de comida que le daban. A pesar de toda la maldad que se perpetraba allí cada día contra los prisioneros, Maximiliano les rogaba que perdonaran a sus perseguidores y ejecutores y a que, en Cristo, vencieran el mal con el bien.

    El médico que estaba a cargo de atender a los enfermos en su barraca, dijo que Maximiliano nunca se dejó tratar hasta después que todos los demás prisioneros hubieran sido atendidos. En otras palabras, siempre se sacrificó por los demás. Refiriéndose a él, ese médico dijo: «Por lo que pude observar, las virtudes de ese siervo de Dios no eran un impulso del momento, como muchas veces encontramos en el ser humano, sino que eran el fruto de un hábito profundamente arraigado en su personalidad.»

    Una de las cosas que Maximiliano les decía a los prisioneros cristianos, era: «Les exijo que sean santos, grandes santos. El serlo no es un lujo, y tampoco es difícil.»

    Un día, uno de los prisioneros de la barraca de Maximiliano se escapó. A todos los demás los hicieron salir afuera y quedarse parados todo el día bajo el sol ardiente, sin darles nada para comer o beber. Al caer el sol aún no habían logrado encontrar al prisionero que se había dado a la fuga, por lo que, a cambio de él, el comandante eligió a diez hombres para que murieran de hambre en una celda. Uno de esos diez hombres era Francis, un sargento polaco, quien le suplicó al comandante que le perdonara la vida pues, si moría, su familia no iba a lograr sobrevivir. Mientras eso ocurría, Maximiliano silenciosamente dio un paso adelante y se paró ante el comandante. Al verlo, el comandante sarcásticamente dijo: «¿Qué quiere este cerdo polaco?»

    Entonces Maximiliano señalando a Francis, el sargento polaco, le dijo: «Soy sacerdote católico, también de Polonia, y quisiera tomar su lugar, porque él tiene esposa e hijos.» El comandante guardó silencio por un momento, no pudiendo creer lo que acababa de escuchar, y luego permitió que el sargento volviera a la barraca, y que Maximiliano tomara su lugar.

    Cada día los guardias iban quitando uno a uno los cuerpos de los hombres que iban muriendo de hambre. Pero en vez de los usuales gritos y lamentos, todo lo que escuchaban eran las voces de Maximiliano y los otros cantando himnos y rezando. Cuando a Maximiliano ya no le quedaba más energía para cantar, susurraba sus oraciones. Después de dos semanas, los guardias sacaron más cuerpos de la celda. Quedaban solamente cuatro hombres con vida, y uno de ellos era Maximiliano. El 14 de agosto de 1941 los guardias decidieron dar por terminado el asunto, dándole a cada uno una inyección letal. Maximiliano pagó el precio máximo a cambio de la vida de otra persona.

    Francis, el sargento polaco por quien Maximiliano entregó su vida, no sólo sobrevivió en Auschwitz durante 5 años, 5 meses, y 9 días, sino que además vivió hasta los 95 años de edad. ¿Cómo crees que Francis vivió el resto de su vida? La vivió con alegría por aquél que le devolvió la vida. Nunca se cansó de contar la historia del hombre que hizo posible que él viviera tantos años, y del Señor Jesús que hizo que su amor fuera reflejado con tanta claridad y fuerza aun en el lugar más oscuro de que uno pueda imaginar.

    Hay cristianos que ponen a trabajar sus cuerpos, mentes, y espíritus para honrar a Aquél que ha hecho posible que tú tengas una vida nueva. Para él somos de gran valor, y lo sabemos. De él recibimos la sabiduría y el poder no sólo para honrar a Dios con nuestros cuerpos, sino también para utilizarlos para amar a los demás en su nombre.

    Los cristianos pasamos por los mismos problemas y tenemos las mismas tentaciones y dudas que el resto de las personas, pero el hecho que el mismísimo Dios ha pagado el precio por nuestra vida y salvación no sólo nos ayuda con nuestras dudas, sino que también nos da confianza para lidiar con nuestros fracasos, nuestras debilidades y nuestros problemas, para que nada ni nadie se interponga en nuestra vida en Cristo para los demás.

    Entonces, vive en su victoria y comparte con otros el amor que él compró y pagó con su sangre. La libertad nunca es gratis, y el amor siempre implica compromiso. Confía en Dios. Él envió a su Hijo para morir por ti, para que así tú puedas tener vida eterna. No dejes que nada ni nadie en este mundo te diga lo contrario. Y, con el poder del Espíritu Santo, vive para los demás.

    Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios.

    Nunca olvides que Dios te ama. Para Dios eres precioso… eternamente precioso. Amén.