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PARA EL CAMINO
TEXTO: 1 Corintios 1:27-31
Una vida segura en Cristo, es una vida que también sabe cómo jactarse sólo de Cristo. Tal como nos dice Pablo en el texto para hoy: «El que se gloría, que se gloríe en el Señor»
Hoy quiero jactarme un poco con ustedes. ¿Se animan a hacerlo conmigo? ¿O hay algo dentro de sus corazones que les causa una cierta resistencia? Si es así, no se preocupen. Creo saber bien lo que sienten. Es que, para quienes somos cristianos, la palabra «jactarse» nos resulta difícil de aceptar y utilizar, y para ello tenemos una buena razón.
Porque, en general, la jactancia es el resultado visible de un sentimiento negativo, usualmente de orgullo. Cuando las personas se jactan, por lo general se jactan de sí mismos, de sus logros, de sus posesiones, o de su reputación. Tal jactancia no bendice a los demás, sino que los humilla. Hay otras personas que se jactan de Jesús, pero en realidad a veces me parece que se jactan de sí mismos. Son los que dicen cosas como: «Estoy muy agradecido porque Jesucristo me ha bendecido. He estado leyendo fielmente su Palabra, participando con regularidad de la iglesia, dando el diezmo con alegría… y él realmente me ha bendecido». ¿No les parece que suena mucho a «yo, yo, yo», y muy poco a Jesús?
Esto me recuerda la historia bíblica de aquel hombre que confiaba en su propia justicia, y menospreciaba a los demás. Su ‘oración interior’, era: «Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás…». Los cristianos entendemos lo fácil que es caer en ese pecado, por eso confesamos a diario nuestros pecados a Dios, y ponemos nuestra esperanza sólo en la obra de nuestro Señor Jesucristo.
El tema es que una vida segura en Cristo es una vida que también sabe cómo jactarse sólo de Cristo. Sin embargo, en esto somos más reticentes de lo que deberíamos. En esto, nuestra humildad puede ser uno de nuestros mayores defectos. Aquí es cuando debemos superar nuestro temor a ser presumidos, y decir: «Señor, ayúdame a ser un mejor mensajero tuyo para los demás».
A pesar de saber que esto encierra mucha jactancia, en el texto para hoy Pablo nos dice con toda claridad: «El que se gloría, que se gloríe en el Señor».
Pensemos por unos momentos en el fútbol. Todos tenemos nuestro equipo favorito, ¿no es cierto? Pregunto: ¿alguna vez te han tenido que animar o alentar para que te jactaras de tu equipo, o lo haces naturalmente, sin que nadie te diga nada? Haz la prueba: pregúntale a uno de tus amigos de qué equipo es hincha, e inmediatamente te dirá que su equipo es el mejor, quiénes son sus jugadores, y por qué cree que va a ganar este año.
De hecho, debido a la lealtad de los hinchas, la industria del deporte cada año invierte -y gana- millones de dólares. ¿Por qué? Porque los hinchas compran camisetas con el nombre y número de su jugador favorito, revistas deportivas que publican fotos de su equipo, y siguen todas las noticias que atañen a su equipo, porque no quieren perderse nada de lo que con él sucede… si van a vender o comprar jugadores, si van a cambiar o no de entrenador. En fin, están siempre al día con las noticias porque están orgullosos de su equipo, y no pueden esperar para contárselo a quien les pregunte.
Lo que quiero decir con todo esto, es que no hay que animarlos a jactarse de su equipo, porque están orgullosos -ganen o pierdan- de ser parte de esa tradición.
Creo que de este ejemplo podemos aprender algo. No estoy hablando sobre la impetuosidad del fanático moderno en deportes, ni sobre la necedad de estar orgulloso de algo tan pasajero como un partido. Estoy hablando sobre la «facilidad» de compartir con otros aquello de lo cual uno está muy orgulloso.
Nosotros debemos tratar de compartir de esa manera, incluso de jactarnos. Porque tenemos un desafío: somos enviados en medio de personas que se jactan de equipos, empresas, países, hasta de personas jactanciosas, con la misión de decirles que hay una cosa en la vida de la que realmente vale la pena jactarse. Es la única cosa que hace que valgan la pena jugar todos los partidos, vivir la vida, y amar a las personas. ¡Si tú crees en Jesucristo, formas parte del pueblo de Jesús bendecido y perdonado, pueblo que vive gracias a la bondad inmerecida de Dios por amor a Jesucristo!
Como dice Pablo en el texto para hoy: «Dios eligió lo necio del mundo, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo, para avergonzar a lo fuerte. También Dios escogió lo vil del mundo y lo menospreciado, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie pueda jactarse en su presencia. Pero gracias a Dios ustedes ahora son de Cristo Jesús, a quien Dios ha constituido como nuestra sabiduría, nuestra justificación, nuestra santificación y nuestra redención, para que se cumpla lo que está escrito: ´El que se gloría, que se gloríe en el Señor´».
Para ver cuán grande es nuestra jactancia en el Señor, debemos darnos cuenta que antes estábamos apartados de él. Pablo dice que pocos de esos cristianos en la ciudad de Corinto eran influyentes, según los valores del mundo. Podemos ser igual de honestos, y decir: «Nosotros tampoco». Pero tal cosa sería ilógica, ¿no? Lo lógico sería que Dios escogiera personas importantes para llevar adelante su obra. En otras palabras: ¿a quién se le ocurriría comenzar un movimiento para cambiar el mundo utilizando a los menospreciados, los excluidos, los que no tienen voz? Sin embargo, eso es exactamente lo que hace Dios. Desde el punto de vista bíblico, Dios salva a los «Don nadies»… Dios convierte a los «Don nadies» en «alguien».
Abraham Lincoln dijo: «A Dios le deben encantar las personas comunes, ya que hizo muchas». Yo más bien diría: «A Dios le deben encantar las personas comunes, ya que hizo el plan de salvación tan simple, que hasta los niños pueden entenderlo».
Dios no llama a las personas acreditadas, sino más bien acredita a los que llama. Y lo hizo así con un propósito: para demostrar que su mensaje de salvación es solamente obra suya. Si sólo necesitáramos más educación, más compromiso con la moral, más confianza, etc., no habría necesidad de la cruz de Cristo.
Estamos en un mundo jactancioso que falsamente nos enseña a jactarnos de nosotros mismos aunque no tengamos nada de qué jactarnos. Y si vamos a hacer bien esto de «jactarnos», Pablo dice que primero vamos a tener que tratar con nuestro orgullo, porque no somos el ‘rey de la selva’.
Había una vez un león arrogante al que le gustaba jactarse de su posición en la cadena alimenticia. Sabiendo muy bien el terror que causaba a los otros animales, un día se le acercó a un mono, y le rugió: «¿Quién es el rey de la selva?» U-u-u-usted, señor León», le dijo el mono con voz atemorizada. Satisfecho, el león se encontró con una cebra, y le hizo la misma pregunta: «¿Quién es el rey de la selva?» «Sin ninguna duda, usted, señor León», dijo la cebra. Cuando una tortuga se cruzó en su camino, el león rugió: «¿Quién es el rey de la selva?» Muerta de miedo, la tortuga salió de su caparazón y dijo: «U-u-usted, señor León. Usted es el rey de la selva». No pasó mucho tiempo hasta que el león se topó con un elefante y, sin más ni más, le hizo la misma pregunta: «¿Quién es el rey de la selva?» Entonces, utilizando su trompa, el elefante agarró al león por la cola, lo hizo girar varias veces por el aire, lo revolcó en un charco de lodo, y finalmente lo arrojó contra un árbol. Sucio, desorientado, dolorido y aturdido, el león dijo: «¡Aun cuando no supieras la respuesta correcta, no tenías por qué enojarte»!
Pablo nos alienta a que no seamos tan orgullosos, como para no lograr ver las cosas como realmente son. Mírate a ti mismo honestamente, y aprende a jactarte. Pero no de ti mismo, ni de tus obras, ni de tus triunfos, sino de nuestro Dios que nos ama y que también ama al mundo en el cual vivimos. Porque gracias a él, somos de Jesucristo, quien es la sabiduría de Dios para nosotros, nuestra justicia, santidad y redención. ¡Que el que se gloría, se gloríe en el Señor!
Los cristianos miramos a Cristo con admiración. Él no es solamente un maestro. Él es el Dios vivo que se hizo hombre por nosotros. Jesús nunca pidió perdón, sino que siempre lo dio. Nunca pidió consejo, sino siempre lo dio. Nunca justificó su comportamiento ante otros, sino que los llamó a la fe. Nunca pidió nada para sí mismo, pero lo dio todo para todos. La iglesia, tú y yo, no podemos hacer nada por nosotros mismos ni por otros, hasta que el Salvador no nos deja completamente admirados.
Pablo dice que Jesús se ha convertido en nuestra justicia, santificación y redención. Jesús es el centro de todo en la vida: de lo bueno, lo sabio, lo milagroso, de las bendiciones. Los cristianos no necesitamos jugar juegos religiosos con Dios, porque Cristo ha pagado el precio para reconciliarnos con él. No necesitamos fingir santidad ni justicia porque, a pesar de nosotros mismos, Cristo nos cubre con toda la bondad de Dios. Hasta la vida cristiana, vivida en su nombre para los demás, es un don. Él nos da la fuerza, los recursos, y el poder para amar a otros. ¿Cómo? Amándonos.
¡Todo lo que los cristianos tenemos para jactarnos es Jesús, y lo que Dios ha hecho por nosotros en él! ¡Y no necesitamos nada más!
A veces nuestro mejor testimonio es examinar nuevamente lo que ha significado nuestra fe en Jesús en las pruebas, tentaciones, éxitos y fracasos de nuestras vidas. ¡Nuestra esperanza está siempre en el poder de su cruz, que es la certeza de su presencia en nuestras vidas!
Cuando nuestras vidas están hechas un desastre, su presencia redentora nos estabiliza. Cuando las luchas nos abruman, su palabra dice: «Esto es temporal, sólo por un tiempo». «Yo estoy contigo». Cuando la desesperación nos abruma, su cruz nos llama a la esperanza. ¡La cruz de Jesús hace frente a las pruebas eternas y diarias de la vida!
De hecho, el mensaje de la cruz, el poder fundamental de la cruz, hace frente a todos los desafíos. Incluso cuando nos abandonan nuestras fuerzas, el amor misericordioso de nuestro Salvador es suficientemente fuerte para sostenernos. Nada en este mundo nos separará nunca del amor de Dios en Jesucristo.
Nunca he ido a Italia, pero un día me gustaría ir. Las fotos son hermosas, especialmente las de los canales de Venecia. Se dice que sus cimientos son de una madera que se vuelve más dura con los años. Son cimientos duraderos. El agua que corre sobre ellos todos los años, con su poder erosivo, penetrante y corrosivo, no debilita la madera. Los cimientos están bien firmes.
El cimiento de nuestra esperanza, nuestro gozo y nuestra vida, está puesto en una cruz de madera que fue enterrada en el monte del Calvario. Esa madera es como una roca. Es el cimiento de Dios que se vuelve más fuerte con los años. Está a la altura del desafío de toda tentación, de toda prueba, en toda época. Si quieres jactarte de algo que se mantenga, jáctate de él y de lo que ha hecho no sólo por ti, sino por todos.
Dios nos ha regalado el don de ser su pueblo santo. En medio de la constante lucha con el pecado y la tentación, seguimos siendo pecadores salvos por gracia que crecemos hacia la estatura de Cristo gracias a su Espíritu y su Palabra. Toda dignidad y santidad es un regalo de Dios en Cristo.
Un famoso pastor, dijo: «El mensaje del cristianismo es magnífico, pero sus mensajeros no. Por lo tanto, la razón por la cual quizás Dios no está usándote en estos momentos puede no tener nada que ver con que seas débil… Por el contrario, quizás no seas suficientemente débil». Porque cuando somos débiles, ponemos toda nuestra confianza en él.
Debes saber que Dios puede usar incluso nuestra debilidad para mostrar su fortaleza a otros. Por ello es que nos gloriamos en nuestra debilidad y no en nuestra maldad, para que otros puedan ver la gloria de la gracia de Dios no sólo en nosotros, por nosotros, y con nosotros, sino también a través de nosotros para ellos.
Pablo nunca olvidó que él también, antes, había sido enemigo de Cristo. Eso le ayudó a depositar toda su confianza en Jesús, y a mirar a los demás a través de los ojos de Cristo. Entendiéndolo correctamente, los cristianos somos solidarios con este mundo. El pecado no está solo allá afuera; también está en nuestros corazones. Y si la redención sucede en nuestras vidas, también puede suceder allá afuera en el mundo. Esto significa que podemos tener compasión por las personas, aunque sus luchas sean diferentes a las nuestras. Podemos ser firmes y clementes, así como Cristo nos llama a la santidad y luego nos regala ese don. Podemos tenerles paciencia a los demás, así como Jesús nos tiene paciencia a nosotros.
Podemos vivir nuestra vida como el pueblo santo de Jesús, para que otros puedan también ver su vida en Jesús. Cuando reconocemos y admiramos todo lo que Cristo hizo por nosotros, cada día nos volvemos más como él… y ayudamos a que muchos más también puedan conocer a Jesús. Esto significa que podemos ver potencial en todas las personas cuando, por fe, se conectan con Dios. De hecho, cuando nos «jactamos de Cristo», somos enviados a este mundo como agentes de su ánimo y aliento. Tenemos un Salvador que ha hecho bien todas las cosas, cuya Palabra y promesa son lo más cierto en nuestra vida… y eso hay que compartirlo y revelarlo a los demás.
A veces todo lo que hace falta para que la vida de alguien cambie, es la palabra justa dicha por la persona indicada, en el momento justo.
Una vez, un anciano se acercó a Dante Rossetti, el famoso poeta y artista del siglo 19. El hombre tenía algunos bocetos y dibujos que quería que Rossetti mirara y le dijera si eran buenos o si, al menos, revelaban talento en potencia. Los dibujos no mostraban ningún talento, pero Rossetti era un hombre cortés, por lo que le dijo al anciano, lo más amablemente posible, que las ilustraciones no tenían mucho valor y que mostraban poco talento. Por más que le daba pena, no podía mentirle.
El visitante estaba desilusionado, pero parecía que, de alguna manera, la opinión de Rossetti no le había sorprendido. Después de disculparse por quitarle tiempo, le pidió que mirara otros dibujos, hechos por un joven estudiante de arte. Rossetti miró el segundo grupo de bocetos e, inmediatamente, se mostró entusiasmado por el talento que revelaban. «Estos sí son buenos», dijo. «Este joven tiene gran talento. Se le debe ayudar y alentar en su carrera como artista porque, si trabaja duro y persevera, le espera un gran futuro.»
Rossetti pudo ver que el anciano estaba profundamente conmovido. «¿Quién es este joven artista?», le preguntó. «¿Su hijo?»
«No», dijo tristemente el anciano. «Soy yo, hace 40 años. Ojalá hubiera oído antes su elogio, su aliento, y su desafío. Me desanimé demasiado rápido, y claudiqué.»
Por eso es que nos jactamos de Jesús. Porque queremos que por él, todas las personas se conviertan en aquello para lo que fueron creadas y redimidas. El propósito de jactarse en Jesús es mostrar a los demás que Jesús es inigualable, que su presencia nos da consuelo y fortaleza, que sus promesas son ciertas, y que el futuro que nos aguarda es brillante, porque él también está allí.
Vivir la vida cristiana es llevar la hermosura de las buenas nuevas de Jesús a las vidas de otros, bendiciendo a los demás con su aliento y fortaleza, y jactándonos en todo lo que Cristo es y ha hecho por nosotros.
Que Dios te llene con su gracia y te dé valor para que puedas jactarte de él para el bien de muchos. Por él tú eres de Cristo, quien se ha convertido en sabiduría, justicia, santidad, y redención de Dios para nosotros. Por lo tanto, como está escrito: «El que se gloría, que se gloríe en el Señor».
Si de alguna manera podemos ayudarte a jactarte en Cristo, comunícate con nosotros. Amén.