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PARA EL CAMINO
TEXTO: 1 Juan 1:1-3
En este mundo, donde el orgullo es rey y donde la mayoría de las personas cree que puede solucionar sus problemas guiándose por su propia sabiduría, todavía hay algunos que anhelan conocer el verdadero amor y experimentar la paz y el perdón en sus vidas. ¡Ojalá que tú seas uno de ellos! Porque si estás buscándolo, lo vas a encontrar.
En la película «Náufrago», Tom Hanks representa a Chuck Nolan, un empleado de la empresa de correos FedEx, que viaja por todo el mundo resolviendo los problemas de productividad que se presentan en diversas sucursales de tal empresa.
En un viaje a Malasia durante la época de Navidad, el avión en el que iba atraviesa una tormenta, y termina chocando contra el Océano Pacífico. Chuck se aferra a la vida flotando en una balsa, hasta que finalmente llega a la costa de una isla desierta. Allí, en esa isla perdida en el medio de la nada, sobrevive durante cuatro años en absoluta soledad.
Luego de muchos años e intentos de escape fallidos, un día aparece milagrosamente en la playa una vela que le permite lanzarse al mar. Si bien en la travesía casi se muere, finalmente logra llegar a las rutas de tráfico internacional donde es descubierto por un barco que lo trae de regreso a los Estados Unidos. Ahora iba a poder regresar a buscar a Kelly, el «amor de su vida», y volver a vivir la vida de antes.
Es en este punto cuando comienza el verdadero drama humano. Porque al regresar a la civilización, Chuck se da cuenta que hacía mucho tiempo que lo habían dado por muerto. Su familia y amigos habían hecho un funeral, Kelly finalmente había logrado superar su pena y se había vuelto a casar, y hasta tenía una hija con su nuevo esposo. La escena más dramática de la película es cuando Kelly atiende el teléfono y escucha su voz. ¡Le parece algo imposible de creer! Y si escuchar su voz le resultó abrumador, ¡verlo en persona fue devastador! No podía creer que podía tocarlo, escucharlo, incluso besarlo otra vez. Todo era tan difícil de creer pero, sin embargo, era cierto.
Imagínate por un momento la emoción del encuentro con esa realidad. Imagínate la alegría que habrá sentido, aun en medio de toda esa confusión maravillosa. Sin embargo, hasta esa alegría no es más que un mero atisbo de la emoción que hay en el texto bíblico para hoy. El apóstol Juan, quien literalmente caminó con Jesús, se sentó a sus pies, y escuchó sus palabras, ese mismo Juan le escribe a esta iglesia en el siglo uno, y también a nosotros hoy, acerca de este Jesús, único en todo el mundo. Jesús no sólo fue un hombre como tú y yo, sino que también fue «Dios encarnado». Él no fue un simple maestro, sino que fue la Palabra de vida, el único Señor y Salvador del mundo.
Juan, el último apóstol que da testimonio acerca de la plenitud de vida que tenemos en Jesús, tiene varios motivos para escribir esta carta de aliento al pueblo de Cristo en este mundo: primero, lo hace para que, al compartir la fe que tenemos en común, nuestro gozo sea completo (1:4). Segundo, para advertirnos acerca de las enseñanzas y profetas y líderes falsos que niegan la veracidad de Jesús, y apartan a los creyentes de la gracia que sólo Cristo puede darnos (2:26). Tercero, para darnos lo que él ya ha recibido… la vida eterna (5:13) y la comunión con Dios el Padre a través de su hijo Jesús.
Todo esto es lo que hace que el comienzo de esta primera carta del apóstol Juan sea tan especial. No se trata de un llamado a la piedad. Bien sabe Dios que en todas las épocas aparecen personas que ofrecen planes especiales o secretos para ayudarnos a vivir mejor. En tiempos de Juan ya había gente que decía tener conocimientos secretos que superaban a los de Jesús. Pero Juan no se dejó engañar. La Buena Noticia que Dios envió del cielo se hizo carne y habitó en este mundo viviendo nuestra vida, muriendo nuestra muerte, y regalándonos su misericordia, su gracia y su vida. La Buena Noticia de Dios es Jesús, y lo que él es e hizo por todos y cada uno de nosotros. Juan dice: «Lo que ha sido desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que hemos tocado con las manos, esto les anunciamos respecto al Verbo que es vida.»
Da la impresión que Juan está haciendo todo lo posible para asegurarse que entendamos lo que está diciendo acerca de Jesús y su mensaje para ti y para mí. Él habla acerca de estar en la presencia de Jesús, pero si prestamos atención a la manera en que lo dice, pareciera que lo hace en forma casi cruel. ¿Por qué será? Porque quiere que sepamos que con la vida y la salvación que él nos da, no se juega.
¿Alguna vez tuviste en tus manos algo muy valioso? Si así fue, seguramente fue una experiencia que todavía recuerdas. Hace varios años, mi hija fue a visitar a su abuelo paterno, un veterano de la Segunda Guerra Mundial que había desembarcado en las playas de Normandía. Un día, el abuelo abrió la caja donde guardaba las medallas de la guerra, las sacó, y se las dio a mi hija para que las sostuviera. Mientras lo hacía, mi hija pudo ver años de historia. Más tarde, nos dijo: si el abuelo me llega a dejar algo, me gustaría tener esas medallas que él ganó luchando por la libertad que hoy nosotros disfrutamos.
Quizás tú tengas algún recuerdo especial de tus abuelos o de tus padres, o una carta de amor escrita hace muchos años. O quizás recuerdes cuando sostuviste en tus brazos por primera vez a tu hijo o a tu nieto. Cuanto uno más vive, más aprende a valorar las cosas preciosas de la vida. Es por ello que uno no quiere simplemente tenerlas, sino también valorarlas. Y para hacerlo las pone en un lugar visible en el hogar, y a las personas queridas las ama y respeta y las valora en el corazón.
La Buena Noticia es que Dios nos ama con un amor mucho más grande e infinito que el nuestro, nos sostiene en sus manos, y nos guarda en su corazón. Juan nos alienta a que tengamos comunión con los demás creyentes, porque eso es lo que Dios nos está ofreciendo: unirnos, hacernos uno, en la presencia real de su Hijo, nuestro Salvador. Para poder tener comunión con Dios, es necesario que exista algo espiritual que proceda de Dios mismo y que nos pueda mantener unidos a él y entre nosotros. No se trata de una comunión basada en recuerdos o sentimientos comunes, por más poderosos que estos puedan ser. Tampoco se trata de una comunión basada en compromisos u objetivos comunes. No. Se trata de una comunión que Dios mismo nos ofrece y crea en nosotros, cuando lo recibimos a través de su Palabra, el agua, el pan, y el vino. Es esa presencia real del Señor la que nos perdona a todos por igual y la que vive en cada uno de nosotros. Y es su Espíritu el que nos fortalece para que podamos ser sus mensajeros a quienes aún no lo conocen. Esto es lo que Juan dice que es tan valioso y precioso, que es casi demasiado bueno como para ser verdad. Sin embargo, lo es.
En este mundo, donde el orgullo es rey, donde la mayoría de las personas cree que puede solucionar sus problemas esforzándose y guiándose por su propia sabiduría, todavía hay algunos que anhelan conocer el verdadero amor y experimentar la paz y el perdón en sus vidas. ¡Ojalá que tú seas uno de ellos! Porque si estás buscándolo, lo vas a encontrar. Juan dice: «… lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que hemos tocado con las manos…». En otras palabras, el amor, la misericordia y la gracia de Dios tienen un nombre: Jesús, el Cristo que vivió en nuestro mundo, respiró el mismo aire que tú y yo respiramos, comió la misma comida que tú y yo comemos, y dio su vida por nosotros.
Una de las cosas especiales que tienen en común los salmos, los himnos eclesiásticos y las canciones cristianas de adoración, es que expresan las verdades bíblicas con el poder, la belleza y la alegría que sólo la música puede darnos. Kathy Troccoli, una cantante cristiana contemporánea, tiene una canción llamada: «El amor tiene un Nombre», en la cual expresa, con gran belleza, la realidad de Cristo para nuestras vidas. Ella dice: «El amor tiene un nombre, el amor tiene una cara… cuando conoces el amor, no vuelves a ser el mismo. El amor nunca muere, el amor nunca nos abandona… cuando la esperanza se termina, el amor cree. El amor ama y se entrega cada día, el amor tiene un nombre… El amor vino del cielo y murió por todos nosotros. Hemos sido perdonados por el Salvador del mundo, por el Salvador del mundo.»
Se me ocurre que al apóstol Juan le hubiera gustado mucho si alguien le hubiera puesto música a sus palabras: «Lo que ha sido desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que hemos tocado con las manos, esto les anunciamos respecto al Verbo que es vida. Esta vida se manifestó. Nosotros la hemos visto y damos testimonio de ella, y les anunciamos a ustedes la vida eterna que estaba con el Padre y que se nos ha manifestado. Les anunciamos lo que hemos visto y oído, para que también ustedes tengan comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo.»
Entonces: maravillémonos hoy junto con el apóstol Juan. Es más, te invito a que hoy leas toda su carta; es corta, pero sus palabras encierran mucha sabiduría y poder. Te invito a que, junto con Juan, veas, toques, y atesores a ese Mesías increíble llamado Jesús, a ese Dios hecho carne por ti y por mí que murió y resucitó para que tú y yo pudiéramos ser perdonados y recibir la promesa de la vida eterna. Él es quien nos perdona, nos da poder, y nos bendice como sólo Dios puede hacerlo. Confía en él. Procura conocerle más y más a través de su Palabra. Te aseguro que no hay nadie como él, no existe ningún otro Salvador como él, ni ningún otro Dios como él. ¿Quieres conocer a Dios? ¡Él quiere que tú le conozcas! ¿Quieres encontrar a Dios? ¡Él quiere ser encontrado! Dios está tratando de llegar a ti hoy a través de las palabras del texto bíblico para hoy y de este programa, para que tú puedas conocer a Aquél que quiere que le conozcas.
Pero, ten cuidado. Recuerda que el apóstol Juan no está tratando de convencernos con halagos y zalamerías para que nos aferremos a Jesús. El suyo no es un llamado a nuestra conciencia para que seamos más cuidadosos en las cosas que tienen que ver con la religión y con Dios con la esperanza que, con un poco de buena suerte, él nos puede bendecir y ayudar. No. El suyo es un mensaje que proclama la inmensa alegría que es nuestra cuando Jesús viene a nosotros y se instala en nuestro corazón y mente con sus dones, dándonos el increíble gozo de la fe y bendiciéndonos, con el poder del Espíritu Santo, con vida abundante ahora y para siempre.
De hecho, el verdadero poder de nuestra vida como cristianos es el que recibimos cuando reconocemos que es Dios quien nos sostiene en todos y cada uno de los momentos de nuestra vida. No cometamos el error de confundir la confianza que Dios quiere que tengamos al caminar con fe en él, con el poder de nuestras propias decisiones. Tampoco cedamos a la tentación de creernos fuertes porque somos cristianos comprometidos, porque ya sea que seamos fuertes o débiles, somos lo que somos en el Señor.
El crecer y el madurar en nuestra vida cristiana es un llamado diario a recordar la fuerza de su gracia y el poder de su misericordia en nuestra vida. Y a veces nos hace bien saber que no todo depende de nosotros, ¿no es cierto? Hay veces en que estoy agradecido con sólo sobrevivir… o, mejor aún, cuando me doy cuenta que Dios me está sosteniendo con toda su fuerza, porque yo estoy débil y totalmente abrumado. ¡Qué alivio! ¡Qué alivio es saber que nuestro gozo, nuestro perdón, y nuestra paz, están en sus manos!
Entonces, con ojos que pueden leer su Palabra, con una mente que puede ser guiada por sus promesas, con una boca que puede saborear su gracia a través de su Santa Cena, y con la confianza de saber que él me sostiene con el poder de su Espíritu, puedo esmerarme por llevar una vida fiel que dé testimonio de su gloria para el bien de quienes me rodean.
Vale aclarar que, el que los cristianos vivamos con esta confianza, no quiere decir que seamos perezosos y que no hagamos nada porque sabemos que vivimos en la gracia de Dios. No. Lo que quiere decir, es que estamos tranquilos porque sabemos que Dios, a través de su Espíritu Santo, guía, dirige y sostiene nuestras vidas… aún cuando flaqueamos. Porque mientras nos aferramos tímidamente a Dios con nuestra débil fe, él nos sostiene con toda la fuerza de su gracia en acción. Entonces, no la desperdiciemos. Aferrémonos a ella con confianza y alegría, y animémonos a vivir la vida plena que él nos regala. O, como dicen quienes juegan al golf, ‘revoleemos la pelota’.
Ese fue el mejor consejo que le dieron a uno de los mejores golfistas de todos los tiempos quien, lamentablemente, nunca va a llegar a ser reconocido como tal. ¿Por qué? Porque en los momentos más importantes y decisivos de su carrera, falló. Greg Norman fue uno de los mejores golfistas que jamás haya existido. Al comienzo de su carrera, este rey de la aventura apareció en los campos de golf de Australia dejando a todos boquiabiertos con su juego. Tal era su destreza, que muchos pensaron que pronto sería el próximo campeón. Pero las cosas no se dieron así. En varias oportunidades sufrió diferentes contratiempos y finalmente, en el último round de uno de los mayores torneos de su vida, falló en gran manera.
Jack Nicklaus, a quien muchos consideran como el mejor golfista de todos los tiempos, era uno de quienes lo alentaban para que triunfara. Al verlo jugar, Jack notó que, a pesar de todo el talento que Greg tenía, cuando estaba bajo presión siempre hacía lo mismo: en vez de balancear suavemente el palo de golf, lo apretaba con demasiada fuerza y lanzaba la pelota para cualquier lado. Fue por ello que, antes del último round del campeonato, le dijo a Greg: «No agarres el palo de golf con tanta fuerza. Afloja la tensión; deja que el palo cumpla con su función.» Pero aún así, Norman no logró aflojar la tensión, y perdió el torneo que lo hubiera llevado a la fama.
La alegría de nuestra vida en Jesucristo no depende de la fuerza con que nos aferremos a él, sino de la presencia real de su gracia en nuestras vidas. Jack le aconsejó a Norman que se aflojara, así el palo de golf podía cumplir con su función. El apóstol Juan nos diría que nos aflojemos para que la cruz, la Palabra de vida, pueda vivir y reinar en nuestras vidas y, a través nuestro, llegar a los demás.
Juan comparte hoy con nosotros palabras de vida para nuestra vida. Su mensaje es acerca de un Señor y Salvador real a quien Juan literalmente vio, tocó, y abrazó. Ese alguien, esa Palabra, ese Salvador, ese Jesús, vino a este mundo por Juan, por ti, y por mí. Por nosotros ese Salvador dio su vida, y por nosotros él sigue viniendo a través de su Palabra, del agua, del pan y del vino, para que podamos recibirlo y compartirlo.
Te invito a que permitas que Jesús te sostenga hoy con su gracia, y te bendiga con todo lo que él tiene para darte a través de la fe. Porque él, el único Salvador del mundo, nunca te va a dejar ni a abandonar.
Y si de alguna manera podemos ayudarte a encontrar al Salvador del mundo, comunícate con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.