PARA EL CAMINO

  • ¿Quién tiene la corona?

  • marzo 22, 2020
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: 1 Pedro 1:3-9
    1 Pedro 1, Sermons: 2

  • El coronavirus nos está poniendo a prueba, amenazando nuestra capacidad de reaccionar en forma adulta, seria, respetuosa y compasiva. Muchos dudan de quién tiene realmente puesta la corona. ¿Será que Cristo Rey, coronado por su propio Padre celestial, sigue teniendo control sobre el mundo? ¿Será que este virus destruirá más que otras pandemias? ¿Será que mi familia y yo seremos víctimas de esta nueva enfermedad?

  • La situación esta mañana me puso a prueba. «¿Por qué todo tiene que ser tan complicado?», me dijo mi compañero. El mal humor comenzó a tomar dimensiones peligrosas; peligrosas, porque alguien estaba a punto de decir cosas que no iban a ser para edificación. Mi paciencia estaba siendo puesta a prueba y mi amor por mi compañero también. Me quedé pensando que las pruebas de este tipo aparecen sin previo aviso, y en muchos casos revelan quiénes realmente somos. En la prueba se conoce a las personas.

    En estos días estamos viviendo momentos de pruebas. El nuevo virus que hace unos meses comenzó a atacar por todas partes en el mundo está poniendo a prueba nuestro sistema médico y está poniendo a prueba nuestra capacidad de reaccionar con compasión hacia los demás. El coronavirus está poniendo a prueba los sistemas de defensa y cuidado de la salud de cada nación en la tierra, y también nuestros valores y nuestra entereza como seres humanos.

    El pánico se ha instalado en muchos lugares, poniendo a prueba la capacidad de las personas de reaccionar en forma adulta, seria, respetuosa y compasiva. Creo no equivocarme al decir que hay personas que están siendo tentados a dudar de quién tiene realmente puesta la corona. ¿Será que Cristo rey, coronado por su propio Padre celestial, sigue teniendo el mando del mundo? ¿Será que el coronavirus destruirá más que otras pandemias y será que mi familia y yo seremos víctimas de esta nueva enfermedad? Tal vez tú, que estás leyendo o escuchando este mensaje, tengas esas dudas. O tal vez ya estás siendo afectado en forma personal por esta nueva infección. Tal vez estás luchando con la incertidumbre de no saber por cuánto tiempo más vas a tener trabajo, cómo vas a hacer para mantener a tu familia, o incluso si perderás a un ser querido.

    Lo cierto es que ninguno de nosotros sabemos lo que pasará mañana. No nos toca a nosotros escribir nuestra historia futura. Eso es tarea de Dios. Cuando reconocemos esto, damos lugar para que comience la recuperación ante el miedo y las pruebas. El apóstol Pedro nos asegura que Dios «por su gran misericordia y mediante la resurrección de Jesucristo nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva para que recibamos una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera» (1 Pedro 1:3-4). La herencia que Dios nos da no puede ser contaminada. No hay virus que le haga daño, porque esa herencia es santa y fue lograda por los sufrimientos, la muerte y la resurrección del mismísimo Hijo de Dios, Jesucristo. Esa herencia es la que nos espera a nosotros, los cristianos, en el cielo.

    Pero… todavía no estamos en el cielo. Volvamos a la tierra, donde estamos siendo probados. De la misma forma en que un examen escolar prueba nuestro conocimiento, una situación estresante prueba nuestra paciencia y un análisis de sangre prueba nuestro estado de salud, una circunstancia que nos produce miedo prueba nuestra fe.

    Pero ante esto, la primera pregunta que surge es: ¿Por qué tiene que ser probada mi fe? ¿Hace falta pasar por aflicciones para probar la fe? ¿Quién necesita saber? Dios no, porque él, con solo mirar nuestro corazón, ya sabe la fe que tenemos. Hay algo más en este pasaje del apóstol Pedro que la simple prueba. El apóstol dice que es «necesario soportar por algún tiempo diversas pruebas y aflicciones» (v 6). No es que las pruebas sean opcionales. Dios es franco y sincero con nosotros y nos dice la verdad. Pasaremos por pruebas, y para animarnos a permanecer firmes nos dice por qué. El ejemplo del oro que es calentado hasta el punto de hervor para que suelte todas las impurezas es una excelente ilustración. El orfebre calienta el oro varias veces —por algún tiempo— y cada vez recoge del recipiente que tiene el oro las impurezas que salen a la superficie debido al calor. Esto lo hace tantas veces como hace falta, hasta que todas las impurezas son removidas y puede ver reflejado su rostro en el oro purificado y brillante.

    Las pruebas son necesarias para que nosotros mismos veamos la calidad de la fe y nos animemos en la esperanza viva a la que fuimos llamados. Dios es quien nos da la fe, y él es quien nos animará para que esa fe crezca y nos sirva para enfrentar las dudas, los malestares, las tentaciones, las burlas y aun la muerte. Así dice el autor de la carta a los Hebreos: «Fijemos la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo que le esperaba sufrió la cruz y menospreció el oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios» (Hebreos 12:2).

    Cristo es quien nos regaló la fe. Él fue quien nos eligió para darnos, en su gracia y sin que nosotros lo merezcamos, la fe que salva, la que nos mantiene en la esperanza viva de vencer las tentaciones, las pruebas, y el miedo a las epidemias.

    Las pruebas son necesarias también para que los demás puedan ver que cuando somos refinados como el oro, soportamos los dolores y el fuego sin enojarnos con Dios y sin perder la esperanza. ¿Cómo verán los demás que somos hijos del Padre celestial? ¿Cómo sabrán del amor de Dios si no ven en nosotros la imagen de nuestro Creador y Redentor? Yo sé todas las impurezas que tengo y que enturbian el buen testimonio. Si cuando las cosas van mal en la vida me resiento con Dios, ¿qué tipo de testimonio estoy dando? De esto se trata aquí, en este pasaje, de las bendiciones de las pruebas.

    Tal vez no te guste llamar bendiciones a las pruebas. A veces pensamos que las bendiciones tienen que ver con las cosas buenas. Y en un sentido es cierto, las bendiciones tienen que ver con las cosas buenas. Pero tenemos que poner las cosas en perspectiva. Si hoy sentimos el fuego que está purificando el oro de la fe, necesitamos mirar a la promesa y a la esperanza viva que Dios nos ha dado en Jesucristo. ¿A quién acudimos cuando ya no tenemos control sobre las enfermedades, las relaciones rotas, los desajustes emocionales y los problemas financieros? Al que nos está purificando, porque cuanto más estamos siendo purificados más nos acordamos de él.

    En medio de su profunda congoja, el salmista exclama: «¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene del Señor, creador del cielo y de la tierra» (Salmo 121:1). El salmista no encuentra otro lugar donde poner sus ojos sino en el Dios Creador. ¿Dónde pones tus ojos de fe en estos días de zozobra? En el mismo salmo, el autor se dirige a nosotros con estas palabras: «El Señor no dejará que resbales; el que te cuida jamás duerme. El Señor te librará de todo mal; el Señor protegerá tu vida» (Salmo 121:3, 7).

    En estas promesas está basada nuestra esperanza viva. Aprendamos a mirar al que nos regaló la fe y al que promete estar con nosotros en los días de las pruebas. A lo largo de la historia de la iglesia, los cristianos padecieron persecución por su fe. Sufrieron el desdén de sus familias, sufrieron el destierro y hasta sufrieron la muerte. Muchos cristianos en todo el mundo sufrieron la burla de los incrédulos porque Dios no los guardaba de todo mal físico y temporal. Ese fue uno de los motivos por el cual el apóstol Pedro dirigió su carta a quienes, por causa de la persecución religiosa, se encontraban «expatriados y dispersos» (v 1) en varias partes del mundo. El coronavirus no es una persecución religiosa, pero sin lugar a duda está persiguiendo a la creación de Dios para destruirla y está haciendo tambalear la fe de los débiles, de aquellos que tienen un sistema deficiente de inmunidad espiritual.

    Si tú conoces a alguien que está flaqueando en su fe, que se cuestiona lo que está sucediendo en el mundo, que no tiene respuestas a sus incertidumbres, que levanta los ojos para encontrar una explicación de parte de Dios, pero solo encuentra más preguntas y caminos cerrados, apóyalo en la fe. Recuérdale las promesas de Dios que se cumplieron a lo largo de toda la historia de la humanidad, en especial, la promesa de enviarnos a su Hijo Jesús para ser nuestro Salvador.

    Si tú mismo estás pasando por momentos de dificultad, recuerda que «es necesario soportar por algún tiempo diversas pruebas y aflicciones» para que al final, reluciendo como oro purificado, puedas reflejar con tus conductas y actitudes el rostro de tu Creador y Redentor, y recibas «una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera» que… «te está reservada en los cielos» (v 4).

    Si de alguna manera te podemos ayudar a fortalecer tu fe en estos días de aflicción mundial, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.