PARA EL CAMINO

  • El amor es obediente

  • mayo 17, 2020
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 14:15-21
    Juan 14, Sermons: 5

  • Hay amores que matan y amores enfermisos. Hay amores absorventes y amores controladores. Pero gracias a Dios hay también amores obedientes, como el que Jesús tiene por ti.

  • Se me ocurre pensar que el amor de Jesús es un amor sin maquillaje: no oculta nada, no disimula nada y tampoco se disfraza. El amor de Jesús es genuino y directo. Cuando queremos demostrar amor preparamos una comida, regalamos un ramo de flores, enviamos una tarjeta o decimos cosas halagadoras. En otras palabras, buscamos formas de mostrarle a alguien que le amamos, que nos interesa, que es importante para nosotros. Y a veces parece que todo lo que hacemos no alcanza a demostrar lo que realmente sentimos en el corazón.

    La Biblia dice que Dios nos ama; este es un mensaje que escuchamos repetidamente. De niño aprendí a cantar un himno que dice:

    Cristo me ama, bien lo sé, su Palabra me hace ver,
    que los niños son de aquél, quien es nuestro amigo fiel.
    Sí, Cristo me ama; Sí Cristo me ama; Sí,
    Cristo me ama, la Biblia dice así.

    ¿Qué me dice la Biblia del amor de Cristo? Dice que él pasó por mi vida, que cargó sobre sí mismo la culpa de todos mis pecados y que la llevó a la cruz. Allí fue castigado por mis pecados que, al final, lo llevaron a la muerte. Ahora ya no tengo pecado que me condene, porque la culpa fue quitada cuando Jesús murió y resucitó por mí. ¡Vaya forma de demostrar el amor! Jesús no pasó por la tienda para buscarme una tarjeta o comprarme un ramo de flores, sino que se entregó a sí mismo en forma total. Sudando sangre, caído en tierra y sin compañía alguna, en la oscuridad de la noche en el Monte de los Olivos le dice a su Padre: «Padre, si quieres, haz que pase de mí esta copa; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22:42).

    Jesús demostró su amor al Padre siéndole obediente hasta el fin. Nuestro Salvador tenía que tomar un trago muy amargo para liberarnos a mí y a ti del pecado y de la muerte, y lo tomó sin ninguna queja. La obediencia de Jesús a la voluntad de su Padre es la mejor muestra de amor que podamos ver. El amor de Jesús no es solamente sentimental, su amor no va y viene dependiendo de su estado emocional o de lo que nosotros hacemos o decimos. Su amor es firme, constante y para siempre.

    Tal vez los discípulos se sorprendieron cuando Jesús les dijo: «Si me aman, obedezcan mis mandamientos.» Ellos sabían que los mandamientos eran muy exigentes. ¿Honrar a nuestras autoridades, aun cuando sufrimos abusos o injusticias por parte de ellas? ¿No solo no odiar ni lastimar a quien nos hizo mucho daño, sino amarlo a pesar que merece sufrir por lo que nos hizo? ¿Privarnos de satisfacer un deseo sexual? ¿No hablar mal del otro, ni siquiera en secreto?

    No dudamos que los discípulos intentaron obedecer los mandamientos de la mejor manera posible. Nosotros también lo intentamos. Sabemos que los mandamientos son importantes porque nos fueron dados por Dios para nuestro bien y no para que sean un adorno o una opción de vida. Por eso es que intentamos obedecerlos y lo hacemos, aunque a veces a regañadientes porque sabemos que puede haber una dolorosa consecuencia si no lo hacemos. Jesús une aquí dos conceptos vitales que fueron los pilares de su ministerio y de la obra de la redención: los mandamientos —que son la voluntad de Dios— y el amor. Nosotros no siempre miramos la ley desde el punto de vista del amor; sin embargo, el amor es el cumplimiento de la ley.

    En una oportunidad, una persona se acercó a Jesús para preguntarle cuál era el mandamiento más importante. La respuesta de Jesús fue muy simple: «Ama a Dios.» Y luego agregó el segundo mandamiento más importante: «Ama a tu prójimo como a ti mismo.» En definitiva, los mandamientos que Dios nos pide obedecer se pueden contar con los dedos de una mano: ama a Dios y ama al prójimo. Y con los dedos que nos sobran los repetimos: ama a Dios y ama al prójimo.

    Porque nos ama desde la eternidad, Jesús vino a cumplir los mandamientos en forma perfecta. Si a los discípulos se les hubiera ocurrido buscarle alguna falta a Jesús, no habrían encontrado ninguna. Ellos estuvieron con Jesús durante varios años; todos los días lo vieron actuar y lo escucharon hablar en situaciones formales e informales: en el templo, en las sinagogas, en la calle, en casa de amigos y en casa de algunas personas de dudosa reputación; lo observaron sin dejar escapar ningún detalle, y lo único que vieron fue amor.

    Volvamos al texto para hoy. Jesús dice:

    «Si me aman, obedezcan mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Consolador, para que esté con ustedes para siempre: es decir, el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir porque no lo ve, ni lo conoce; pero ustedes lo conocen, porque permanece con ustedes, y estará en ustedes.»

    En este momento Jesús está con sus discípulos, quienes escuchan con atención un larguísimo discurso de despedida. Pero, ¿será que se daban cuenta que era una despedida? Posiblemente no. Lo más probable es que prefirieran la negación, haciendo lo que nosotros hacemos muchas veces cuando no nos gusta una situación: la negamos.

    Al principio de este discurso Jesús quiere imprimir en sus seguidores tres cosas: amor, obediencia y promesa. Estas tres cosas están íntimamente conectadas. Jesús irá al Padre, no estará más físicamente en el mundo. Su partida dejará un vacío enorme, como deja la muerte de un ser querido.

    Nosotros tal vez hemos experimentado esos vacíos. Por eso Jesús promete enviar al Consolador, el Espíritu Santo, que no ocupará su lugar, sino que traerá a Jesús una y otra vez a nuestro lado. El Espíritu Santo es quien nos trae al Jesús vivo cada vez que escuchamos la Santa Palabra de Dios y quien nos guía para que tengamos un encuentro con el Jesús resucitado cada vez que vamos a la Santa Cena. En la mesa de la Comunión Jesús viene para estar con nosotros y asegurarnos en el perdón de los pecados y en la esperanza de la resurrección de los muertos. Cuando la Palabra de Dios está activa en nosotros, nunca estamos solos o huérfanos.

    El mundo de los incrédulos siente el vacío de la presencia divina: por más que la busque en mil lugares diferentes, no puede verla. Tal vez tú tienes a alguien muy cercano, ya sea un miembro de la familia, un amigo o un compañero de la escuela o del trabajo, que vive con un vacío en su alma. ¿Cómo le ayudas a encontrar al Salvador que está con su iglesia todos los días? ¿Es posible decirle a alguien: ven que te muestro a Jesús? ¿Sabes dónde encontrarlo?

    Jesús continuó diciéndoles a sus discípulos:

    »No los dejaré huérfanos; vendré a ustedes. Dentro de poco, el mundo no me verá más; pero ustedes me verán; y porque yo vivo, ustedes también vivirán. En aquel día ustedes sabrán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí, y que yo estoy en ustedes. El que tiene mis mandamientos, y los obedece, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo lo amaré, y me manifestaré a él.»

    En este discurso de despedida Jesús dice que él nos sale al encuentro. Él es quien se mueve, quien viene a estar con nosotros y quien atesora nuestra compañía. Ni por un momento quiere dejarnos huérfanos. De esta forma, Jesús demuestra que sigue amándonos. Su amor es tan grande, que se extiende hasta la eternidad. Su amor es tan inmenso, que incluye el amor del Padre celestial. Su amor abarca tanto que, por medio del Espíritu Santo, no hay lugar ni momento donde Jesús no pueda alcanzarnos.

    Cuando miramos a la cruz y a la tumba vacía, nos damos cuenta de que Dios nos ama con todas las fuerzas, hasta lo último. Para decirlo en una forma más popular: ¡Dios se saca las ganas de amarnos! Él hace el bien sin mirar a quien, porque todos estamos perdidos y necesitamos ser rescatados.

    Y eso es lo que el Espíritu Santo quiere hacer con nosotros: quiere que miremos a la cruz y que veamos el poder de la muerte. En la cruz de Jesús quedaron colgados los pecados que nos condenaban porque no podemos cumplir la ley de Dios como él lo exige. El Espíritu Santo quiere que miremos a la cruz y veamos el amor de Dios en toda su expresión. Jesús cumplió la ley porque amó a su Padre y a su creación. El Espíritu Santo quiere que, con su asistencia, también nosotros amemos con ganas, con todas las fuerzas que Dios nos da.

    Vivimos en un mundo sin amor, un mundo demasiado superficial e indiferente al dolor del prójimo. No hace falta que apunte a los resultados de esa falta de amor. Eso lo podemos ver en las noticias de todos los días y en la vida de quienes nos rodean, aun de los que están bien cerca de nosotros, y más todavía en nosotros mismos. Hace falta más amor obediente entre esposos, entre padres e hijos, entre hermanos, entre amigos.

    Especialmente en estos días difíciles y dolorosos que estamos viviendo, es cuando más necesitamos ejercitar el amor. Las relaciones no subsisten, y mucho menos florecen, si no hay amor obediente. Y ese amor obediente solo viene de Jesús.

    Si de alguna manera te podemos ayudar a encontrarte con Jesús y aprender a practicar el amor obediente, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.