PARA EL CAMINO

  • ¿Cuánto vales para Dios?

  • junio 21, 2020
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Mateo 10:26-33
    Mateo 10, Sermons: 4

  • Si no sabes cuánto vales para Dios, mira a Jesús. Él nos llama, nos enseña, nos da poder y autoridad y nos envía a compartir el amor más grande del mundo con quienes nos rodean. Y mientras lo hacemos, él nos sigue desde los cielos intercediendo por nosotros ante el Padre celestial.

  • Solo, por primera vez. Estoy en el auto. No hay nadie a mi lado diciéndome cuándo tengo que frenar o cuándo debo poner la luz de giro a tiempo para doblar en la esquina. Conducir solo un automóvil por primera vez es una experiencia nueva para la cual, quien nos instruyó, nos ha preparado con mucha paciencia y dedicación. Un día me tocó a mí enseñarles a mis hijos a conducir. En mi sistema, la teoría y la práctica iban de la mano. Mientras manejaban, les iba diciendo lo que debían hacer. Creo que ellos pensaban que yo exageraba con mis instrucciones, que era demasiado prudente y que no confiaba en nadie que estuviera conduciendo cerca de nuestro vehículo. En realidad, esa era una de mis mayores advertencias. «Tienes que cuidarte mucho de los demás», les decía, «porque no todos prestan atención, y puedes tener un accidente en un abrir y cerrar de ojos.»
    Mientras instruía a mis hijos a manejar, me di cuenta de que hay un delicado equilibrio entre advertir y meterles miedo. Si exageraba los peligros a los que se verían expuestos en la calle o en la carretera, tal vez les infundiría miedo, lo que los inhibiría a ser conductores confiados. Pero si no les advertía lo suficiente, quizás no me tomaran en serio. Y así, un día salieron solos, mientras yo me quedaba en casa orando.

    Jesús está enviando a sus discípulos a que por primera vez vayan solos a hacer una travesía por Palestina para predicar el arrepentimiento y la compasión de Dios. Todo el capítulo 10 de Mateo nos muestra cómo Jesús llama y envía a sus apóstoles con muchas instrucciones. Los discípulos ya habían estado con Jesús por un buen tiempo. Jesús les había mostrado con su ejemplo, con sus predicaciones, enseñanzas y acciones milagrosas, de qué se trataba el reino de Dios. Los discípulos habían visto personalmente cómo Jesús oraba, cómo se acercaba a una persona sin juzgarla para ayudarla en su estado de enfermedad, de desilusión o de desesperanza. También habían visto cómo Jesús enfrentaba las críticas a su enseñanza de parte de aquellos que se oponían a su ministerio de amor. Ahora les había llegado su turno: ahora ellos tenían que salir solos y hacer lo mismo.

    Jesús, como nosotros cuando enseñamos a nuestros hijos a manejar un automóvil, les enseña a sus discípulos todo lo que deben hacer y todo lo que pueden encontrar en su camino. ¡Advertencias y más advertencias! Y estoy seguro de que Jesús no quería, de ninguna forma, infundirles miedo. El pasaje para hoy nos dice justamente lo contrario. Tres veces Jesús les dice: «No teman.» Es que Jesús sabía que en los caminos de Palestina, en sus ciudades y aldeas, había muchas personas que no sabían cómo manejar la vida. El primer «No teman» Jesús lo dice en relación a los religiosos hipócritas que sentían que Jesús era un competidor peligroso. Muchos líderes religiosos de la época de Jesús no vieron con buenos ojos que el Mesías practicara la compasión, enseñara el amor como el método preferido de convivencia y que él mismo se hiciera igual a Dios. Por ese motivo lo criticaban. Jesús les advierte a sus discípulos que serán criticados y hasta perseguidos por esos líderes inescrupulosos. Por eso, dice Jesús: «No los teman, porque no hay nada encubierto que no haya de ser manifestado» (v 26). Dios ya sabe quiénes son los opositores de su amor y qué cosas malignas maquinan para hacer fracasar el mensaje del evangelio. Jesús los reafirma, diciéndoles: «No los teman, lo que aprendieron de mí en la intimidad de mi compañía, díganlo a la luz, proclámenlo desde las azoteas» (v 27).

    Las azoteas de las casas en Palestina eran multiuso. Se usaban para secar el grano recién cosechado, para reunirse con amigos y familiares a disfrutar de la brisa fresca del atardecer, y en algunos casos como un púlpito desde donde se comunicaban mensajes a los transeúntes o a la gente del barrio reunida en la calle. Lo que Jesús espera de sus seguidores es que anuncien todo lo que aprendieron de él desde los lugares donde puedan alcanzar más personas, y sin miedo a las críticas y a la oposición de algunos religiosos.

    «No teman a los que matan el cuerpo», sigue diciendo Jesús. «Más bien teman a aquél que puede destruir alma y cuerpo en el infierno» (v 28). Este segundo «No teman» de Jesús es en relación a las autoridades del gobierno que tienen poder de llevar a las personas a la muerte, así como hicieron con él mismo un poco más adelante. Jesús enseña a sus discípulos a temer a Dios con respeto reverente, algo así como tener un buen temor de Dios. En este caso no se trata de miedo, sino de tomarse a Dios en serio, más en serio que cualquier otra cosa en el mundo.

    El tercer «No teman» de Jesús incluye palabras de consuelo: «Ustedes valen más que muchos pajaritos» (v 31). Para convencer a los discípulos de que Dios realmente se preocupa por sus hijos, les pone el ejemplo de los pajaritos, pequeñas aves que se podían conseguir por unos pocos centavos para comer o para llevar como ofrenda al templo. Y Jesús agrega otro ejemplo más. Me gusta llamar a este ejemplo, un ejemplo «descabellado», porque Jesús dice que aún los cabellos de las cabezas de sus hijos están todos contados. Todas estas palabras quieren inculcar en los discípulos la confianza de que Dios sabe perfectamente cuánto valor ellos tienen para él. Si a los pajaritos que valen unos pocos centavos Dios los cuida con esmero y no deja que nada les ocurra sin su consentimiento, ¡cuánto más nos cuidará a nosotros!

    ¿Qué precio nos pone Dios a nosotros? ¿Cuánto valemos para él? En su primera carta el apóstol Pedro, uno de los discípulos de Jesús, responde estas preguntas diciendo: «Ustedes saben que fueron rescatados de una vida sin sentido, la cual heredaron de sus padres; y que ese rescate no se pagó con cosas corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, sin mancha y sin contaminación, como la de un cordero» (1 Pedro 1:18-19). Jesús, el «Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29), nos mostró en la cruz cuánto valemos para él. Jesús se dejó enjuiciar, azotar, lastimar y morir clavado para evitar que nosotros tengamos que sufrir el castigo eterno por nuestro pecado. Jesús no nos saca el miedo ofreciéndonos monedas de oro y plata, sino reafirmándonos su amor y su cuidado cariñoso. Jesús sabe que enfrentaremos críticas, oposición, burlas e incomprensión aun por parte de miembros de nuestra familia. Pero no debemos temer, porque si Jesús está con nosotros nada nos podrá causar daño para siempre.

    Jesús cierra estas instrucciones con una promesa y una advertencia: «A cualquiera que me confiese delante de los hombres, yo también lo confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue… yo también lo negaré delante de mi Padre…» (vv 32-33). Imagínate por un momento que estás entrando a la ciudad de oro a disfrutar los días dorados de la eternidad, y escuchas que Jesús le dice a su Padre: «Este que te presento aquí fue rescatado a costa de mi vida. Yo pagué por su pecado y él me confesó delante de los hombres, para que tu compasión fuese conocida en toda la tierra.» Agrégale a esta escena sonido de trompetas y coros de ángeles, y la multitud de todos los redimidos esperándote con los brazos abiertos.

    No tengas miedo de confesar tu fe, tu esperanza en Cristo. Vales mucho para él. Más que eso, vales todo para él.

    ¿Te animas a manejar por esta vida cargada de peligros, plagada de accidentes y de críticas de gente dañina, para compartir la compasión de Dios? ¿Se animaron los discípulos? ¡Claro que sí! Porque Jesús les había dado el poder y la autoridad para hacerlo (v 1) y porque estaba invisiblemente con ellos por medio de su Palabra y orando por ellos, intercediendo ante el Padre celestial para que ellos no temieran a las adversidades de este mundo y se aferraran a sus promesas.

    Jesús hace lo mismo por ti y por mí. Él nos llama, nos enseña, nos da poder y autoridad, nos envía, nos saca el miedo con advertencias claras y con el amor más grande del mundo. Y mientras tanto, sigue desde los cielos intercediendo por nosotros ante el Padre celestial.

    Si de alguna manera te podemos ayudar a desprenderte de tus temores y a confiar plenamente en el cuidado de Jesús, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.