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PARA EL CAMINO
¿Qué sabían los discípulos del reino de los cielos? ¿Qué sabemos nosotros del reino de los cielos? ¿Qué nos enseña Jesús cuando nos dice: «Cuando ustedes oren, digan: ‘Padre, santificado sea tu nombre. Venga tu reino'»?
«Vamos a ver cómo es, el reino del revés.» Así cantaba la poetisa latinoamericana María Elena Walsh. En la primera estrofa ya nos desorienta cuando dice:
«Me dijeron que en el Reino del Revés
Nada el pájaro y vuela el pez.
Que los gatos no hacen «miau» y dicen «yes»
Porque estudian mucho inglés.»
Y aunque nos desorientaba y nos parecía disparatada, nos encantaba cantarla.
Parece que los discípulos de Jesús, más que desorientados, estaban orientados para el lado opuesto de lo que Jesús les enseñaba sobre el reino de los cielos. Jesús anunció el reino de los cielos de muchas formas, especialmente en parábolas, usando las expresiones «reino de los cielos» y «reino de Dios» treinta y siete veces en el Evangelio de Mateo solamente. ¿Qué sabían los discípulos del reino de los cielos? ¿Qué sabemos nosotros del reino de los cielos? ¿Qué nos enseña Jesús cuando nos dice: «Cuando ustedes oren, digan: ‘Padre, santificado sea tu nombre. Venga tu reino'»? (Lucas 11:2).
Aparte del «reino del revés» de la canción, los reinos que conocemos son aquellos que se formaron por conquistas de guerra, donde un rey poderoso que se rodeó de personas importantes para reinar sobre todos sus súbditos. A tal rey no se podía llegar sin una audiencia previa, y solamente si uno era un personaje importante. Jesús, por otro lado, anuncia un reino al revés. De esto se trata el pasaje bíblico de hoy.
Para entender mejor la enseñanza de Jesús, veamos cómo se originó la pregunta de los discípulos: «¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?» Tres veces Jesús anuncia claramente a sus seguidores que va a ir a Jerusalén, que va a ser entregado a los poderes de este mundo y que va a morir a manos de ellos, pero que al tercer día va a resucitar (Mateo 16:21; 17:22-23 y 20:17-19). Estos tres anuncios son recibidos con estupor por parte de los discípulos. La primera vez que Jesús dice algo de su futura pasión, Pedro lo saca del grupo, le recrimina esa decisión y le pide que reconsidere. Pedro no había entendido que el rey tenía que sufrir, morir y resucitar porque, para Pedro, los reyes no hacen eso.
La segunda vez que Jesús anuncia su muerte y resurrección, los discípulos se le acercan para preguntarle quién es el mayor en el reino de los cielos. O sea, querían saber quién iba a suceder a Jesús cuando él no estuviera más. Menos mal que Jesús es Dios, de lo contrario se habría frustrado con la reacción egoísta de sus seguidores. Después que por tercera vez Jesús anuncia su muerte y resurrección, se aparece la madre de Santiago y Juan y le pide a Jesús que les dé a sus hijos un lugar de privilegio, que los ponga a su lado, más arriba que cualquier otro hombre. ¡Ni sombra de entender lo que es el reino de Dios! Por eso Jesús insiste con enseñarles, no les reprocha su falta de entendimiento y su falta de humildad. Se ve claramente que siguen a Jesús porque de esta aventura esperan recibir algo bueno. ¿Se acuerdan de la pregunta de Pedro a Jesús registrada en Mateo 19:27? «Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué ganaremos con eso?» Los discípulos querían que Jesús les diera lugares de honor cuando él reconquistara la libertad de Israel. Pero eso no estaba en los planes de Dios.
Volvamos a nuestro pasaje. A la pregunta de los discípulos: «¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?», Jesús responde con un ejemplo de la vida cotidiana. Llama a un niño, lo pone en medio de ellos y en él les muestra al mayor en el reino de los cielos, diciéndoles: «Si ustedes no cambian y se vuelven como niños, no entrarán en el reino de los cielos». Para los desorientados discípulos ahora no es cuestión de quién de ellos será el mayor, sino si siquiera ellos van a entrar en el reino de los cielos. ¿Ser como un niño?
¿Cómo puede un niño ser más que un discípulo de Jesús? En verdad, el niño no es más, sino menos. Eso es lo que Jesús enseña aquí. El Señor no está hablando de que seamos como niños simplemente por ser como son los niños, porque los niños pueden ser bien desobedientes, y rudos con sus hermanitos, y gritones, y pueden tener reacciones fuera de lugar cuando no consiguen lo que quieren. No es esa parte de los niños que Jesús nos pide que imitemos. El mayor en el reino de los cielos es el niño, el adolescente o el adulto que necesita de otros. El mayor en el reino de los cielos es el vulnerable que, como un niño, no puede conseguir nada por sí mismo. Un niño no puede subsistir por sí mismo. Solo con la protección y el alimento que sus padres le proveen puede salir adelante y llegar a la madurez.
La enseñanza de Jesús para nosotros es que no tenemos que pensar en jerarquías en el reino de los cielos. Tenemos que pensar en volvernos dependientes de nuestro Padre celestial. Cuando queremos ser más que otros en el reino de los cielos podemos ser causa de tropiezo a los «pequeños en la fe» que todavía no entienden las profundidades de las cosas de Dios. Las palabras de Jesús son sumamente fuertes. Si alguien, por una puja de poder le hace perder la fe a un pequeño en el reino de los cielos, más le vale terminar en el fondo del mar con una piedra de dos mil kilos atada al cuello. Pocas veces Jesús ha dicho cosas tan drásticas, pero con estas palabras demuestra el celo de Dios por sus criaturas, por los vulnerables, los débiles, los dependientes, los que reconocen su insuficiencia espiritual, los que reconocen que por su pecado no pueden ir a ninguna parte sin la ayuda de Dios.
Y habrá tropiezos, pero «ay de aquel por quien viene el tropiezo», advierte Jesús. ¿Cómo evitamos ser la persona que le pone el pie al otro? «Si tu mano o tu pie te llevan a pecar, córtatelos y deséchalos», responde Jesús. No hace falta tomar estas palabras del Señor al pie de la letra. Jesús no nos pide una auto amputación de nuestros miembros. ¡Nos quedaríamos sin partes del cuerpo en poco tiempo! Debemos entender estas palabras a la luz de la exhortación de Jesús: «Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mateo 16:24). Así que, si tu mano quiere tocar o tomar lo que no le corresponde, niégaselo. Si tus pies te quieren llevar a lugares donde el Espíritu Santo no puede estar, entonces niégate a dar esos pasos. Si tus ojos quieren ver aquello que no edifica al espíritu, ciérralos y busca otra lectura u otra página de Internet más sana.
Vivimos en un mundo rebelde a la voluntad de Dios, un mundo que solo reconoce a los reyes armados, poderosos y fuertes. El reino de Dios es diferente, es un reino al revés de lo que vemos comúnmente. El reino de los cielos fue fundado por un rey que decidió voluntariamente dar su vida en la cruz para conquistar el mundo entero por medio de su gracia y de su perdón. Este rey no usó ningún arma mortífera o ejército poderoso, ni sobornó a nadie para conseguir sus propósitos. Jesús es, definitivamente, un rey diferente. Cada uno de nosotros tiene acceso a él. No necesitamos pedir una audiencia para verlo y escucharlo, él está siempre presente en su Palabra, en el Bautismo, en la Santa Comunión, y nos escucha atentamente cuando le hablamos en oración.
Cuando fuimos bautizados, Dios nos otorgó el perdón de los pecados y nos puso en su reino. Ese es el mayor puesto de honor que alguien puede tener. Siguiendo el ejemplo de Jesús, seamos como niños que se levantan cada día confiados de que sus padres les pondrán comida en la mesa, los abrazarán cuando se caigan de la bicicleta, los consolarán cuando un amiguito los insultes y los arroparán cuando se vayan a la cama. Jesús, el rey, hace todo eso por nosotros. Caminemos tomados de su mano, buscando la forma de servir a aquellos pequeños que Dios pone a nuestro lado.
Si de alguna manera te podemos ayudar a ver en Jesús al rey diferente que perdona, ama y rescata hasta la persona más débil, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.